AÑO IV - Nº30 - SEPTIEMBRE 2007  

Luces sobre la infancia,
territorio de la liberación

LOS TIEMPOS ACTUALES APARECEN COMO REVISIONISTAS DE AQUELLAS ÓPTICAS DE NIÑO OBJETO DE TUTELA QUE HISTÓRICAMENTE LOS ESTADOS Y LOS ADULTOS TUVIERON SOBRE LA INFANCIA. PERO EN UNA REALIDAD NEOLIBERAL Y UNIDIMENSIONAL SUBYACEN FACTORES QUE ATENTAN CONTRA ESA ZONA INICIÁTICA Y PURA, A LA QUE HAY QUE ATENDER Y CULTIVAR SI EN VERDAD SE PRETENDE CAMBIAR PRESENTE Y FUTURO.

Los niños tienen un día, y el hecho es, por lo menos, un signo sórdido, altamente agravado por el cariz mercantilista que envuelve esa jornada. Una sociedad que no apuesta cada día, hora y minuto a sus niños es una sociedad que se suicida porque defenestra su futuro.
En el país y en San Juan la consumación de esa apuesta será remota mientras, por caso, el acceso a la salud guarde ciertos rasgos desiguales y no se comprima la brecha económica y digital. Sobre todo, mientras la educación libre y gratuita siga sin estar absolutamente asegurada y no se conciba como un real proceso emancipador.
El licenciado en Ciencias Políticas Eduardo Bustelo, autor del reciente libro El Recreo de la infancia, cita en este sentido al pedagogo brasileño Paulo Freire, quien en 1970 publicó La Pedagogía del oprimido: “Él ve a la educación como la liberación del que sufre, del oprimido, de la víctima. La infancia, por antonomasia, es la etapa de los que no tienen poder. Por ello la educación no es un proceso disciplinario y de heteronomía absoluta sino un dispositivo liberador. Estamos lejos aún de tener una teoría que se centre en una perspectiva en que la educación pase por ser un proceso de autonomía socialmente orientada y de liberación”. Y corroborando aún más esa lejanía, desde tiempos pretéritos la misma educación erigió un sistema discriminatorio entre niños. Régimen reflector y contenedor de las mismas desigualdades perpetradas en la sociedad. “La corporación jurídica estableció en el siglo XIX dos clases de infancias: la que va a la escuela y la que se encierra en el reformatorio. La primera es para los ‘niños’ y la segunda para esa clase especial de seres que aún hoy algunos venerables y solemnes adultos denominan –indecentemente- ‘menores’”, afirma el docente e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales (FACSO) de la UNSJ, José Figueroa (Ver “Minoridad y racismo”).


Mg. Eduardo Bustelo

Pero a la vez, y merced al desarrollo de las ciencias sociales, desde la finalización de aquel siglo y comienzos del XX, la infancia comenzó a ser vista desde una óptica algo diferente. La psicología y la psicopedagogía se pararon de otra manera ante las cuestiones referidas a la infancia. La psicóloga María Eugenia Varela, profesora titular de la Cátedra Psicología Social de la carrera Ciencias Políticas de la FACSO, sostiene que sobre aquel período aparece la necesidad de visualizar a los niños como personas a ser atendidas. “Desde ese punto a la actualidad se ha ido modificando conceptualmente la idea de niño, desde pasar de un paradigma que consideraba al niño simplemente como un objeto, aun de políticas públicas, a transformarse en un sujeto de derecho”. En efecto, en Argentina, paralelamente, las políticas públicas habían iniciado un oscuro sendero por el que marcharía el mundo infantil hacia la real configuración de aquella segunda categoría mencionada arriba por Figueroa. La de tutelaje de la infancia, de la niñez como objeto de una visión sólo de asistencia y nunca de goce de derechos. Esa consideración fue oficial desde 1919 con la sanción de la Ley 10.903, impulsada por el diputado conservador Luis Agote. Comprendió el grueso del siglo XX y varias generaciones padecieron el influjo de su letra. “Era la ley del autoritarismo, del encierro. Era la ley en la que el niño era lo que había que domesticar y disciplinar. Y lo que el niño no hacía ‘correcto’ era inmediatamente criminalizado y automáticamente puesto en situación de encierro”, reflexiona Bustelo.

Infantilización de la vida
Plegaria para un niño dormido

Luego de décadas de consideración de la infancia como una población con semi derechos, el siglo XXI arrancó como tiempo reparador. La moneda cayó del otro lado y estamos en una era de cierta “regresión” hacia la niñez. Los adultos contemporáneos llevan en su interior un niño dormido que cada vez debe despertar más seguido. Y esta realidad también connota sus claroscuros. Si por un lado existe la sacralización de la juventud imperecedera y se busca que el niño interior y toda su vitalidad despierten de una vez para siempre, la misma realidad argentina impide arribar en tiempo y forma a la adultez. El mercado laboral no absorbe rápidamente a los jóvenes que se preparan, y las etapas evolutivas se estiran en el tiempo. “Hay demanda de carreras universitarias y especializaciones para ingresar en el mercado laboral. Así, el joven no tiene recursos suficientes para independizarse. Y la dependencia familiar retrasa aspectos en orden a la autonomía como sujeto adulto. Una cultura que no respeta los tiempos de crecimiento y madurez, como esto de que hay que estar joven eternamente, retrasa el proceso madurativo de asumir la edad que se tiene”, analiza la licenciada Varela. Desde otra perspectiva, Bustelo habla del “síndrome de Peter Pan”, en que el adulto quiere permanecer en la infancia y sostiene que se trata de una buena metáfora cuando no está asociada a la inmadurez. “La metáfora es válida cuando la infancia alude a un ‘nuevo comienzo’ y adquiere un carácter emancipatorio. Volver a la infancia querría decir retornar y volver al estado pre-lingüístico anterior a todas ‘las gramáticas’. Es retornar a un mundo que no está ‘leído’. Ese es el tiempo de la libertad y de la creación. Allí ‘infantilizar el mundo’ quiere decir ‘cambiar el mundo’. Ni más ni menos”, subraya.

Generando

“Tardíamente (…) la humanidad reconoció a todos los niños la cualidad de ‘personas’. Fue a través del instrumento de derechos humanos más consensuado a nivel planetario de todos los tiempos”, apunta José Figueroa. El investigador refiere a la Convención sobre los Derechos del Niño, sancionada en 1989 por la Organización de las Naciones Unidas e incorporada a la Constitución Nacional de 1994. Por su parte, Eduardo Bustelo sostiene que a pesar de sus debilidades, con la Convención hubo un gran avance en los sistemas de protección de derechos y en las políticas públicas destinadas a la infancia. “Muchos delitos aberrantes ahora son condenados y la Convención es un formidable instrumento de denuncia cuando los derechos de niños/as y adolescentes no son respetados. Anteriormente teníamos la Declaración Internacional de los Derechos del Niño, que reconocía sólo diez derechos, y al ser sólo una ‘Declaración’, no reconocía derechos que fueran demandables. No se reconocía la ciudadanía de los niños”, opina.
En tanto, Walter Kohan, notable precursor de la enseñanza de filosofía para chicos en la Argentina, no duda en aceptar que esa declaración internacional introduce la idea de que el niño es sujeto de derechos. Pero señala algunas contraindicaciones: “Por un lado, es problemática, porque supone un niño universal que en verdad es impuesto por una cultura. Por el otro, es una especie de lavadora de conciencias; sirve para decir ‘ah, qué buenos que somos, como nos ocupamos de los niños’”.

La Convención
sobre los Derechos del Niño

La Convención sobre los Derechos del Niño fue incorporada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989. Para ello tuvo que pasar casi una década de debates sobre sus contenidos y alcances, en el marco de los últimos tramos de la Guerra Fría. “Mientras la Unión Soviética proponía derechos sociales, Estados Unidos y sus aliados proponían derechos civiles e individuales. Esta última visión fue la predominante. Asimismo, el interés superior del niño, principio central en la Convención, fue una larga discusión. El interés superior está mal traducido. En inglés dice ‘the best interest of the child’, esto es, el ‘mejor’ interés del niño. Los países occidentales pusieron así porque sostienen que quienes deciden el ‘mejor interés’ del niño son los padres y los maestros de escuela. En ese mismo artículo (N del R: Artículo 3 inciso 1) se decía que al interés superior del niño debía dársele ‘la’ consideración primordial en la toma de decisiones públicas. Pero EE.UU. reemplazó el artículo ‘la’ por el indeterminado ‘una’, con lo cual al interés superior del niño no debe dársele ‘la’ consideración importante en las decisiones sino ‘una’. Con eso hirieron mortalmente el principio emancipatorio que debería haber tenido la Convención”, analiza Eduardo Bustelo, quien fuera fundador y primer director de la Oficina de UNICEF en Argentina.
La Convención fue sancionada en Argentina como Ley Nº 23.849 en 1990 e incluida en el Artículo 75 inciso 22 de la Constitución Nacional de 1994. Está dividida en tres partes y consta de 54 artículos. Considera niño/a a todas las personas menores de 18 años y se basa en la contemplación del niño, niña y adolescente como sujetos plenos de derechos, merecedores de respeto, libertad y dignidad.

Sólo los chicos, tan sólo los chicos

Con una convención integralmente protectora de los derechos de niños y adolescentes, con chicos vistos tan ciudadanos como los adultos, y con legislaciones nacionales y provinciales direccionadas según aquel instrumento legal internacional, el terreno luce abonado para el abordaje de otras inquietudes.
En el contexto de un modelo económico y social que promociona caminos individuales, cabe preguntarse qué paradigmas son asimilados por la infancia y la adolescencia. “Los chicos tienen derechos a ser protegidos para que puedan desarrollar todas las capacidades que les van a permitir ser adultos responsables en el ejercicio de sus autonomías”, acota María Eugenia Varela. Y los chicos, ¿tienen autonomía? Varela, desde un enfoque psicológico, lo niega, mientras que Bustelo destaca que la autonomía en la infancia puede ser pensada como una autonomía neoliberal, donde el niño es el sujeto de todos los derechos, y a partir de esos derechos se constituye como un sujeto individualizado. “Es decir, un niño sin otredad, sin otro, sin sociedad, -señala-. Un niño al cual se le plantea desde el principio su trayectoria como proyecto individualizado. Su éxito en la vida será si se le garantizan los derechos como individuo, entonces el niño va a llegar a desarrollar su plenitud como sujeto individual”. A su tiempo, Kohan anota que “la otredad es muy importante porque es lo que mueve a ampliar el pensamiento, a diferenciarlo, a tornarlo más complejo”, y añade que la autonomía significa darse a sí mismo la norma. “De modo que autonomía de los niños sería que ellos digan cómo deben vivir. Digámoslo así: un gobierno de los niños por los niños. No estoy muy seguro que alguien busque esto y tampoco sé cómo funcionaría”.


Lic. María Eugenia Varela

Las disquisiciones arriban así a la esfera de la representación de los niños. “La infancia –dice Bustelo- es un actor que no puede auto representarse. Necesita de ‘otros’ para defender su causa. Aquí es donde aparecen las organizaciones sin mandato, que ‘defienden’ u ofrecen ‘servicios’ para niños/as y adolescentes pero a quienes los niños/as no eligieron. Se trata de una representación sin mandato (…) Las organizaciones sin mandato afirman que ellas representan a los niños. Quién los eligió, cuáles son los mecanismos que validarían esa representación. ¿El padre Grassi representa a los niños? ¿El Señor Blumberg representa a los niños o representa la represión de la infancia?”.

Si todo gira en el shopping…

El mercado en todas sus multicolores expresiones encuentra en la infancia y la adolescencia un target para nada desdeñable. El filósofo Kohan esgrime que “ahora existe una padronización de la infancia, una especie de empobrecimiento, en la medida en que los padrones que se determinan para ella son justamente determinados por el mercado o el capital”, y redondea diciendo que el capitalismo ve a los chicos “desde el punto de vista de su utilidad, como casi todo lo que ve el mercado; oferta y demanda, rédito, a la infancia se le trata de sacar provecho, de usarla”.
Eduardo Bustelo directamente habla de un capitalismo infantil, en el que el niño es un consumidor más que importante. “Además es un inductor al consumo de los padres. El chico sufre, debido a la televisión, de una compulsión por consumir, y el mensaje es que el padre va a ser juzgado como tal si compra o no una golosina o si le regala juguetes. Esa relación padres-hijos es una relación mediada por el consumo. Pero además el chico vende. Vende bancos, vende viajes de turismo, vende electrodomésticos”, denuncia.

La nueva Ley 26.061

La Ley 26.061 es la de Protección Integral de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes y fue promulgada por el Poder Ejecutivo Nacional el 26 de octubre de 2005. Su aplicación es muy significativa porque deja formalmente de lado el Patronato (Ley 10.903), régimen contradictorio con la Convención de los Derechos del Niño que a lo largo de casi un siglo judicializó en el país cualquier problema social de un chico. La normativa concibe a los niños como sujetos plenos de derechos y deja de considerarlos objetos de la tutela gubernamental. Expresa que la ausencia de recursos materiales de los padres, familia, representantes legales o responsables de niños y adolescentes, no autoriza la separación del chico de su ámbito familiar, ni su institucionalización. Cuando la amenaza o violación de derechos sea producto de necesidades insatisfechas, las medidas de protección deben ser los programas dirigidos a brindar ayuda y apoyo incluso económico para mantener los vínculos familiares. La ley crea la Secretaría Nacional de la Niñez, Adolescencia y Familia y el Consejo Federal de Niñez, órganos administrativos de planificación y ejecución de las políticas de infancia y la figura del Defensor de los Derechos del Niño, para lo cual está próximo el llamado a concurso para cubrir el cargo.

Un niño nace

¿Es posible empezar de nuevo?, ¿caer en la certeza de que la infancia es un torrente de vida y de potencial subversión de órdenes opresivos? Eduardo Bustelo dice que la familia reproduce la sincronicidad que pretende el capitalismo, sistema que busca que lo que está, esté para siempre. Pero alega que en realidad el niño es la diacronía, pues representa un profundo quiebre. Hay un cordón umbilical que se corta. “Eso es lo que representa el niño/a: una discontinuidad. Y ésta es lo que habilita a la infancia al ejercicio de la libertad. De otro modo, la infancia sería una teoría de la repetición”, explica.
La concepción de la cultura actual es la de la historia que termina en un final. “Un final dominado por la idea de la muerte”, marca Bustelo, y propone volver a un debate abandonado por la cultura y la filosofía moderna: “Volver al inicio, a lo natal, al origen, a donde el hombre demuestra su capacidad generativa. Es ahí donde el hombre puede hacer un proceso de antropo-genésis, o sea auto generarse. Los hombres son esencialmente seres natales”. Tal vez ahí se empiece de nuevo definitivamente, en el mundo como un chocolatín. Y todos los días comiencen a ser, de verdad, días de todos los niños

arriba >>

PUBLICACIÓN DE LA SECRETARÍA
DE EXTENSIÓN UNIVERSITARIA
UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN JUAN
AV. 25 DE MAYO 1921 (OESTE), CAPITAL
SAN JUAN - ARGENTINA - 2007
CPA: J5400AIM
TEL. (54) (264) 426-4000/4005
Copyright © 2004 Revista la U | Universidad Nacional de San Juan | Todos los derechos reservados | revista@unsj.edu.ar