Universidad Nacional de San Juan - Argentina - Marzo 2007 - Año IV - Nº 26

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entrevista

La dictadura, la universidad
y los jóvenes, 31 años después

El 24 de marzo de 1976 se iniciaba en la Argentina uno de los períodos más oscuros y sangrientos de la historia nacional. Las consecuencias que dejó el denominado “Proceso de reorganización nacional” fueron 30 mil desaparecidos, la instalación de una cultura de miedo e intolerancia y un país endeudado y huérfano de ideas.
En su paso destructor, las universidades, cuna y motor en la formación del pensamiento crítico, fueron uno de sus blancos predilectos.
Hoy, a 31 años de aquel golpe, tres voces vinculadas al pasado y presente de la UNSJ, reflexionan sobre sus consecuencias en la vida universitaria.

POR julieta galleguillo


“La Universidad perdió todo en manos de los militares”

El ingeniero Carlos Graffigna fue decano de la Facultad de Ingeniería desde marzo de 1973 hasta fines de 1974, cuando debió abandonar el cargo por no acordar con algunas medidas que ya por entonces anticipaban una etapa caracterizada por la intolerancia y la violencia.

-¿Cómo fue la experiencia de ser decano en los ‘70?
-Al principio muy buena, con los docentes me llevaba muy bien y con los chicos excelente. Nunca se trabajó mejor en la Facultad de Ingeniería que en los años ‘72 y ‘73, con todo el hervidero político que había después de un largo período de gobiernos militares y otra vez la vuelta a la democracia. Fluían por todos lados las ganas de hacer; los mejores alumnos de la facultad eran todos dirigentes políticos de diferentes pensamientos, realmente había una formación política en serio, pero eso sólo duró hasta el ‘76. Hoy nos quejamos de las condiciones en las que se encuentra la universidad, sin embargo no atacamos el problema de fondo, nosotros formamos pésimamente a nuestros alumnos después del gobierno militar, y ésta faceta nunca se ha tomado en cuenta. Sólo se dice que mataron a toda la dirigencia que estaba comprometida con la idea de hacer un país nuevo, pero no se dice nada sobre la consecuencia de eso, que fue atroz y merece ser tomada en cuenta; hoy nadie busca la manera de mejorar, creo que no estamos dando vuelta la página, ya es hora de mirar para adelante. Pero ojo… la razón no fue sólo el golpe militar, fue una suma de cosas, porque después vino Alfonsín con un gobierno muy poco afianzado, lo siguió Menem con una política impuesta por EE.UU.; y mientras tanto nosotros… mudos, y los egresados que salían de las universidades… sin formación política.

-¿Por qué tuvo que dejar su cargo?
-En septiembre de 1973 lo asesinan a Allende en Chile y en la Argentina comenzó la famosa “caza de brujas”. Fue entonces cuando desde la Nación mandaron un formulario que teníamos que llenar de cada docente; nos pedían documentos de identidad, orientación política, ideas personales, etc., para hacer un análisis y luego echarlos. Cuando vi el contexto de ese formulario, que incluso nos llegó oficialmente desde el rectorado, llamé a los decanos de Filosofía y de Arte y les expliqué que no podíamos llenarlo porque era mandarlos al “muere”. Ellos me entendieron y opinaron igual que yo así que elaboramos una renuncia conjunta y arrastramos también al director del Instituto del Profesorado y al rector. Desde entonces pasé a trabajar como docente y como presidente de Fabricaciones Universidades; ocupé ese cargo hasta marzo de 1976, después me desvinculé directamente de la universidad porque no soportaba ver cómo se caía todo lo que veníamos construyendo con los alumnos, además sabía que cada vez que le daba cuerda a alguien sobre el tema, terminaba secuestrado o muerto, entonces era preferible que huyeran y salvaran sus vidas; pensé que cuando esto se serenara, recién llegaría el momento de rescatar lo que quedara en pie.

-Y cuando esto pasó ¿pudo rescatar algo?
-Regresé a la universidad con la llegada de Alfonsín, pero en realidad se pudo rescatar muy poco, porque habían pasado diez años y el pensamiento todavía era de tipo militar. Era como que habían hecho una lavada de cerebro general en profesores y alumnos; los egresados de esa época eran peor que los docentes más retrógrados. Fueron diez años que en la universidad y los medios de difusión no se discutía ningún tema que lleve a conflicto, no se hablaba de política, porque nadie quería entrar en ese terreno. No importaba para quien trabajaban, sólo importaba que les pagaran bien. No pensaban ni opinaban sobre nada, no eran críticos ni les interesaba serlo.

-¿Qué fue lo más grave que pasó a partir de marzo del ‘76?
-La destrucción y el descabezamiento de toda una juventud que tenía ganas de cambiar; ésto, sumado a la falta de formación política que vino después, nos produjo retrasos de todo tipo y sobre todo el hundimiento de la Nación como tal; ya ni siquiera pensamos como nación, estamos sometidos.

-¿Qué proyectos institucionales se frustraron con el golpe militar?
-Muchos. Con el gobernador Eloy Cámus se había arreglado la expropiación de dieciséis hectáreas que eran de Del Bono, que se sumaron a las cuatro que donó el gobierno provincial, y se estaban iniciando las obras del CUIM. La idea era que las facultades de Ingeniería y Filosofía pasaran a ser colegios secundarios y concentrar la universidad en el CUIM, pero derrocado el gobernador se anuló el proyecto. En ese momento, nadie en San Juan se levantó para defender a la universidad. Yo creo que ésta va a ser una de las pocas universidades que no tendrá a futuro una ciudad universitaria como corresponde, todos sus predios han quedado encerrados por la urbanización realizada sin planificación alguna. Y todos sabían cúal era la razón por la cual se suspendía la obra: el gobierno militar quería a todos los alumnos dispersos, para que no hicieran alboroto, “por razones de seguridad” se decía. Todo se frustró con el golpe; fui a pedir explicaciones sobre el tema y me recibieron con el arma sobre el escritorio... no me quiero ni acordar. Otro proyecto fue el de la Empresa de Fabricaciones Universitarias que se creó en 1975 y la cerró el gobierno militar nueve meses después, a pesar que hacía un muy buen trabajo. En ese tiempo la empresa le devolvió al gobierno y a la UNSJ el 100% del capital que habían invertido en su creación y tenía contratados trabajos por cuatro años y medio. El régimen militar tenía bien claro que la universidad de ese momento era formadora de críticos en serio y todo lo relacionado con ésta debía ser desarticulado. La universidad lo perdió todo en manos de los militares.


“Aún no hemos superado el no te metás”

La abogada Margarita Cámus es Secretaria de Bienestar de la UNSJ y una reconocida militante por los Derechos Humanos en San Juan. Al momento de la intervención militar trabajaba como secretaria privada del rector de la UNSJ y estudiaba Sociología en la Facultad de Ciencias Sociales. Después del golpe fue trasladada a la obra social DAMSU, donde trabajó hasta que la detuvieron.

El régimen militar en la universidad fue especialmente feroz. La represión más grotesca se hacía en las facultades, con allanamientos, persecuciones, despidos de profesores y desaparición de alumnos. “Yo todos los días iba a la facultad y me fijaba si estaban todos o faltaba alguno, era un clima de temor generalizado que se instaló en la universidad, en la gente. Era vivir el día a día, porque no sabíamos qué iba a pasar mañana”, agrega Margarita Cámus.
A pesar del ímpetu que impulsaba a los jóvenes de entonces, el miedo superó todo intento de prestar resistencia. “La mayoría no quería meterse, es más, el centro de estudiantes estuvo cerrado durante todo el año 1976, directamente no funcionó. En el caso de los profesores fue un gran cambio, modificaron los contenidos, se dejaron de dictar materias y las que se seguían dictando, se adaptaron a la nueva ideología dominante”, cuenta.
El proceso abierto en 1976 dejó como herencia conductas y actitudes que aún hoy se advierten en la vida universitaria. “Yo creo que el golpe militar dejó en la UNSJ algo que todavía no logramos remontar… el individualismo… el `no te metás´. Cada vez que hay elecciones nos volvemos a encontrar con gente que tiene miedo hasta de dar un aval porque no quiere quedar mal con el que venga, esto es producto de toda esa situación. Otro tema es la especulación, te dicen no, porque si voy en contra del que está ahora, apoyando otra lista, yo soy interino y después puedo perder el cargo… O sea, el origen está en lo que se vivió en esa época de represión. Esto lo vemos cada vez que hay elecciones universitarias, unos meses o un año antes la gente ya empieza a acomodarse con los que están y los que vendrán. Es una mezcla de miedo y especulación que no nos deja crecer y ser como en realidad somos”.
Margarita Cámus fue detenida en 1976 y pasó varios años en la cárcel de Devoto en Buenos Aires; el encierro y el aislamiento le hizo creer que afuera las cosas no habían cambiado mucho, sospechaba que era un período de transición y que el objetivo era desarticular el pensamiento político “dándoles un escarmiento”, como algunos sectores reclamaban. Según recuerda, la mayoría de los detenidos jamás hubieran imaginado por entonces que lo sucedido transformaría radicalmente la vida política del país.
Cuando volvió a la universidad encontró “ausencias” y una nueva ideología dominante que se notaba hasta en lo más insignificante. “Me acuerdo de un cartel que decía “Suerte en tus estudios”; nosotros nunca hubiésemos puesto eso, porque considerábamos que estudiar no era un tema del azar, sino del compromiso que cada uno ponía para con su carrera, para con su vida y para con la vida de los demás”.
Para la doctora Camus, aún hoy la política universitaria carece de compromiso, al menos desde la perspectiva de cómo se veía el fenómeno antes del golpe. “Para las elecciones estudiantiles las propuestas pasan por becas de fotocopias y de transporte; son todas medidas reivindicativas, pero la participación real del movimiento estudiantil en el gobierno universitario no está en ningún lado; ahora los alumnos son nada más que demandantes, no asumen que son parte de la universidad”, opina.
A pesar de todo lo perdido, Cámus, como muchos otros argentinos que sufrieron el terrorismo de Estado en carne propia, cree que es posible un cambio, y considera que el interés por saber la verdad es el mejor camino para empezar. “En el acto del 24 de marzo del año pasado fue muy significativa la participación de alumnos jóvenes que no habían nacido en el ‘76; querían saber que pasó y eso es bueno, porque nosotros podemos contar las cosas, pero deben ser ellos los que den el primer paso para después poder ver la realidad desde un sentido crítico”.


“El futuro es responsabilidad de los jóvenes,
pero los jóvenes son responsabilidad nuestra”

La arquitecta Virginia Rodríguez trabajaba en el Departamento de Arquitectura de la Facultad de Ingeniería cuando la detuvieron en 1976. Estuvo siete años detenida, y dio a luz en cautiverio. Sin embargo, asegura que lo más triste del golpe fue la sociedad que encontró cuando recuperó la libertad.

“Después de muchos años, los que sobrevivimos, hemos hablado entre nosotros y hemos visto que aspirábamos a lo mismo, indiferentemente de las líneas políticas que se seguían. En esa época no era el objetivo obtener un título para lucrar con ello y vivir bien, eso era secundario. Lo más importante es que nosotros éramos conscientes que estudiando en la universidad pública teníamos que devolver algo a la sociedad. Yo creo que retomar esa mística de la necesidad de sentirse útil puede ser uno de los caminos para el desarrollo de la sociedad actual”, expresa Virginia Rodríguez.
También desde la docencia había una visión comprometida con la realidad. “En aquella época trabajábamos en equipo y se apuntaba a resolver problemas concretos de la sociedad, eso fue lo que llevó a algunos a decir que en algunas facultades de arquitectura habían ‘desviaciones sociológicas’, como si la arquitectura no fuese un área social. El proceso militar dentro de la Universidad condicionó fuertemente su relación con la sociedad, situación que se está revirtiendo lentamente en nuestra comunidad universitaria”, señala.
Tras recuperar la libertad en septiembre de1982, estuvo bajo régimen de “libertad vigilada” en su domicilio particular, con su familia, hasta noviembre de 1983, Virginia Rodríguez asegura haberse encontrado con la cara más terrible de la dictadura: una sociedad desolada. “Salí y me encontré con que no se discutía nada, la universidad, parecía haber perdido, como institución, el espíritu crítico, la capacidad de reflexión y de propuestas para contribuir a resolver problemas provinciales y nacionales, todo era muy superficial. Sentí que el neoliberalismo había calado muy hondo, en la sociedad y en la universidad también, me sentí como una mosca en la leche”.
El tiempo transcurrido desde la reapertura democrática hasta hoy ha puesto en evidencia las consecuencias nefastas que dejó el golpe militar para el país; no solo fueron los desaparecidos y el miedo, sino también la destrucción de lo público y el empobrecimiento económico y cultural.
Hoy pareciera advertirse un intento por recuperar lo perdido, pero la tarea no es fácil, el golpe fue para la Argentina una caída de la que cuesta levantarse. Así lo ve Rodríguez: “Hoy en día cuando los alumnos se movilizan es para que les cambien una fecha de examen o cosas así, no se levantan para cambiar cosas en serio, excepto honrosas excepciones. No les hecho la culpa a los chicos, ellos crecieron en el neoliberalismo y a veces no son conscientes de lo que están planteando. De todos modos creo que estamos mejorando. No es fácil. Confío en que están dadas las condiciones para que la juventud asuma el rol que históricamente le corresponde en cualquier país del mundo, que es promover los cambios”.
La arquitecta Rodríguez se define optimista, considera que los chicos tienen que aprender de la historia. “En 1976 se decía que la juventud era muy politizada, pero en esta época es el otro extremo. Es necesario saber la historia oficial y la no oficial. Hay chicos que se han enterado de lo que se vivió en el golpe militar en el secundario o en la facultad; no cuentan con la transmisión familiar, no lo hablan con los padres, eso es una responsabilidad de los mayores. Todavía falta hacer una autocrítica, porque uno puede responsabilizar a los militares o al sector dominante, pero también hay responsabilidades de los padres, por error, por omisión o por miedo. Creo mucho en la juventud que tenemos, pero debemos acompañarlos para formarlos, no podemos estar nosotros al frente, tenemos que estar al lado, acompañándolos y enseñándoles a defenderse por medios propios. Nosotros éramos muy ingenuos, nunca imaginamos que podía haber una represión con campos de concentración como la que hubo. Creímos que con nuestras convicciones de construir un país mejor para TODOS, y nuestro compromiso social teníamos todo a nuestro favor. Después aprendimos, a los golpes, que no alcanza con las convicciones y el compromiso, hay que tener la fuerza social necesaria para lograr ese objetivo nacional. Esto es un aprendizaje. Los chicos de ahora han vivido siempre en democracia, entonces hay que enseñarles, no podemos pretender que lo afronten solos, es una gran responsabilidad que dejamos en sus manos cuando les decimos que son el futuro, pero no los ayudamos a hacerse cargo”, opina.

¿Qué rol debe asumir la universidad ante este desafío?, la arquitecta responde valiéndose de un concepto propio de su área: “si no hay cimientos sólidos, lo que se construye para arriba no sirve”, y agrega: “Hay que volver a reflexionar sobre los problemas, ¿qué es lo que hay que hacer?, ¿por qué y para qué? y después se analiza el cómo, porque si nos preguntamos cómo hacemos esto o cómo hacemos lo otro, no avanzamos en nada, ese debe ser el rol de la universidad pública, que ya quedan muy pocas en Latinoamérica y tenemos que defenderla, y la forma es devolviéndole a la sociedad parte de lo que recibimos de ella. Creo que eso no se ha perdido, pero todavía no es un pensamiento hegemónico, somos muchos los que pensamos que la universidad no es una fábrica de profesionales sino que tiene que cumplir un rol mucho más importante. Los profesionales no existen sólo para salir a ganar plata, hay que abocarse a estudiar muchos temas desde diferentes aristas para poder contribuir a resolverlos, la pobreza, el ambiente, y todos los problemas que obstaculizan el logro de una mejor calidad de vida para toda la población, y especialmente para los sectores de menores recursos. “Ese es, para mí, el desafío que la Universidad debe afrontar a comienzos del siglo XXI: reflexión y propuesta de acciones proactivas”.

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