entrevista
La dictadura, la
universidad
y los jóvenes, 31 años después
El 24 de marzo de 1976
se iniciaba en la Argentina uno de los períodos más
oscuros y sangrientos de la historia nacional. Las consecuencias
que dejó el denominado “Proceso de reorganización
nacional” fueron 30 mil desaparecidos, la instalación
de una cultura de miedo e intolerancia y un país
endeudado y huérfano de ideas.
En su paso destructor, las universidades, cuna y motor en
la formación del pensamiento crítico, fueron
uno de sus blancos predilectos.
Hoy, a 31 años de aquel golpe, tres voces vinculadas
al pasado y presente de la UNSJ, reflexionan sobre sus consecuencias
en la vida universitaria.
POR
julieta galleguillo
“La
Universidad perdió todo en manos de los militares”
El ingeniero Carlos Graffigna
fue decano de la Facultad de Ingeniería desde marzo
de 1973 hasta fines de 1974, cuando debió abandonar
el cargo por no acordar con algunas medidas que ya por entonces
anticipaban una etapa caracterizada por la intolerancia
y la violencia.
-¿Cómo fue la
experiencia de ser decano en los ‘70?
-Al principio muy buena, con los docentes me llevaba muy
bien y con los chicos excelente. Nunca se trabajó
mejor en la Facultad de Ingeniería que en los años
‘72 y ‘73, con todo el hervidero político
que había después de un largo período
de gobiernos militares y otra vez la vuelta a la democracia.
Fluían por todos lados las ganas de hacer; los mejores
alumnos de la facultad eran todos dirigentes políticos
de diferentes pensamientos, realmente había una formación
política en serio, pero eso sólo duró
hasta el ‘76. Hoy nos quejamos de las condiciones
en las que se encuentra la universidad, sin embargo no atacamos
el problema de fondo, nosotros formamos pésimamente
a nuestros alumnos después del gobierno militar,
y ésta faceta nunca se ha tomado en cuenta. Sólo
se dice que mataron a toda la dirigencia que estaba comprometida
con la idea de hacer un país nuevo, pero no se dice
nada sobre la consecuencia de eso, que fue atroz y merece
ser tomada en cuenta; hoy nadie busca la manera de mejorar,
creo que no estamos dando vuelta la página, ya es
hora de mirar para adelante. Pero ojo… la razón
no fue sólo el golpe militar, fue una suma de cosas,
porque después vino Alfonsín con un gobierno
muy poco afianzado, lo siguió Menem con una política
impuesta por EE.UU.; y mientras tanto nosotros… mudos,
y los egresados que salían de las universidades…
sin formación política.
-¿Por
qué tuvo que dejar su cargo?
-En septiembre de 1973 lo asesinan a Allende en Chile y
en la Argentina comenzó la famosa “caza de
brujas”. Fue entonces cuando desde la Nación
mandaron un formulario que teníamos que llenar de
cada docente; nos pedían documentos de identidad,
orientación política, ideas personales, etc.,
para hacer un análisis y luego echarlos. Cuando vi
el contexto de ese formulario, que incluso nos llegó
oficialmente desde el rectorado, llamé a los decanos
de Filosofía y de Arte y les expliqué que
no podíamos llenarlo porque era mandarlos al “muere”.
Ellos me entendieron y opinaron igual que yo así
que elaboramos una renuncia conjunta y arrastramos también
al director del Instituto del Profesorado y al rector. Desde
entonces pasé a trabajar como docente y como presidente
de Fabricaciones Universidades; ocupé ese cargo hasta
marzo de 1976, después me desvinculé directamente
de la universidad porque no soportaba ver cómo se
caía todo lo que veníamos construyendo con
los alumnos, además sabía que cada vez que
le daba cuerda a alguien sobre el tema, terminaba secuestrado
o muerto, entonces era preferible que huyeran y salvaran
sus vidas; pensé que cuando esto se serenara, recién
llegaría el momento de rescatar lo que quedara en
pie.
-Y cuando esto pasó ¿pudo
rescatar algo?
-Regresé a la universidad con la llegada de Alfonsín,
pero en realidad se pudo rescatar muy poco, porque habían
pasado diez años y el pensamiento todavía
era de tipo militar. Era como que habían hecho una
lavada de cerebro general en profesores y alumnos; los egresados
de esa época eran peor que los docentes más
retrógrados. Fueron diez años que en la universidad
y los medios de difusión no se discutía ningún
tema que lleve a conflicto, no se hablaba de política,
porque nadie quería entrar en ese terreno. No importaba
para quien trabajaban, sólo importaba que les pagaran
bien. No pensaban ni opinaban sobre nada, no eran críticos
ni les interesaba serlo.
-¿Qué fue lo más
grave que pasó a partir de marzo del ‘76?
-La destrucción y el descabezamiento de toda una
juventud que tenía ganas de cambiar; ésto,
sumado a la falta de formación política que
vino después, nos produjo retrasos de todo tipo y
sobre todo el hundimiento de la Nación como tal;
ya ni siquiera pensamos como nación, estamos sometidos.
-¿Qué proyectos
institucionales se frustraron con el golpe militar?
-Muchos. Con el gobernador Eloy Cámus se había
arreglado la expropiación de dieciséis hectáreas
que eran de Del Bono, que se sumaron a las cuatro que donó
el gobierno provincial, y se estaban iniciando las obras
del CUIM. La idea era que las facultades de Ingeniería
y Filosofía pasaran a ser colegios secundarios y
concentrar la universidad en el CUIM, pero derrocado el
gobernador se anuló el proyecto. En ese momento,
nadie en San Juan se levantó para defender a la universidad.
Yo creo que ésta va a ser una de las pocas universidades
que no tendrá a futuro una ciudad universitaria como
corresponde, todos sus predios han quedado encerrados por
la urbanización realizada sin planificación
alguna. Y todos sabían cúal era la razón
por la cual se suspendía la obra: el gobierno militar
quería a todos los alumnos dispersos, para que no
hicieran alboroto, “por razones de seguridad”
se decía. Todo se frustró con el golpe; fui
a pedir explicaciones sobre el tema y me recibieron con
el arma sobre el escritorio... no me quiero ni acordar.
Otro proyecto fue el de la Empresa de Fabricaciones Universitarias
que se creó en 1975 y la cerró el gobierno
militar nueve meses después, a pesar que hacía
un muy buen trabajo. En ese tiempo la empresa le devolvió
al gobierno y a la UNSJ el 100% del capital que habían
invertido en su creación y tenía contratados
trabajos por cuatro años y medio. El régimen
militar tenía bien claro que la universidad de ese
momento era formadora de críticos en serio y todo
lo relacionado con ésta debía ser desarticulado.
La universidad lo perdió todo en manos de los militares.
“Aún
no hemos superado el no te metás”
La abogada Margarita Cámus
es Secretaria de Bienestar de la UNSJ y una reconocida militante
por los Derechos Humanos en San Juan. Al momento de la intervención
militar trabajaba como secretaria privada del rector de
la UNSJ y estudiaba Sociología en la Facultad de
Ciencias Sociales. Después del golpe fue trasladada
a la obra social DAMSU, donde trabajó hasta que la
detuvieron.
El régimen militar en la universidad
fue especialmente feroz. La represión más
grotesca se hacía en las facultades, con allanamientos,
persecuciones, despidos de profesores y desaparición
de alumnos. “Yo todos los días iba a la facultad
y me fijaba si estaban todos o faltaba alguno, era un clima
de temor generalizado que se instaló en la universidad,
en la gente. Era vivir el día a día, porque
no sabíamos qué iba a pasar mañana”,
agrega Margarita Cámus.
A pesar del ímpetu que impulsaba a los jóvenes
de entonces, el miedo superó todo intento de prestar
resistencia. “La mayoría no quería meterse,
es más, el centro de estudiantes estuvo cerrado durante
todo el año 1976, directamente no funcionó.
En el caso de los profesores fue un gran cambio, modificaron
los contenidos, se dejaron de dictar materias y las que
se seguían dictando, se adaptaron a la nueva ideología
dominante”, cuenta.
El
proceso abierto en 1976 dejó como herencia conductas
y actitudes que aún hoy se advierten en la vida universitaria.
“Yo creo que el golpe militar dejó en la UNSJ
algo que todavía no logramos remontar… el individualismo…
el `no te metás´. Cada vez que hay elecciones
nos volvemos a encontrar con gente que tiene miedo hasta
de dar un aval porque no quiere quedar mal con el que venga,
esto es producto de toda esa situación. Otro tema
es la especulación, te dicen no, porque si voy en
contra del que está ahora, apoyando otra lista, yo
soy interino y después puedo perder el cargo…
O sea, el origen está en lo que se vivió en
esa época de represión. Esto lo vemos cada
vez que hay elecciones universitarias, unos meses o un año
antes la gente ya empieza a acomodarse con los que están
y los que vendrán. Es una mezcla de miedo y especulación
que no nos deja crecer y ser como en realidad somos”.
Margarita Cámus fue detenida en 1976 y pasó
varios años en la cárcel de Devoto en Buenos
Aires; el encierro y el aislamiento le hizo creer que afuera
las cosas no habían cambiado mucho, sospechaba que
era un período de transición y que el objetivo
era desarticular el pensamiento político “dándoles
un escarmiento”, como algunos sectores reclamaban.
Según recuerda, la mayoría de los detenidos
jamás hubieran imaginado por entonces que lo sucedido
transformaría radicalmente la vida política
del país.
Cuando volvió a la universidad encontró “ausencias”
y una nueva ideología dominante que se notaba hasta
en lo más insignificante. “Me acuerdo de un
cartel que decía “Suerte en tus estudios”;
nosotros nunca hubiésemos puesto eso, porque considerábamos
que estudiar no era un tema del azar, sino del compromiso
que cada uno ponía para con su carrera, para con
su vida y para con la vida de los demás”.
Para la doctora Camus, aún hoy la política
universitaria carece de compromiso, al menos desde la perspectiva
de cómo se veía el fenómeno antes del
golpe. “Para las elecciones estudiantiles las propuestas
pasan por becas de fotocopias y de transporte; son todas
medidas reivindicativas, pero la participación real
del movimiento estudiantil en el gobierno universitario
no está en ningún lado; ahora los alumnos
son nada más que demandantes, no asumen que son parte
de la universidad”, opina.
A pesar de todo lo perdido, Cámus, como muchos otros
argentinos que sufrieron el terrorismo de Estado en carne
propia, cree que es posible un cambio, y considera que el
interés por saber la verdad es el mejor camino para
empezar. “En el acto del 24 de marzo del año
pasado fue muy significativa la participación de
alumnos jóvenes que no habían nacido en el
‘76; querían saber que pasó y eso es
bueno, porque nosotros podemos contar las cosas, pero deben
ser ellos los que den el primer paso para después
poder ver la realidad desde un sentido crítico”.
“El
futuro es responsabilidad de los jóvenes,
pero los jóvenes son responsabilidad nuestra”
La arquitecta Virginia Rodríguez
trabajaba en el Departamento de Arquitectura de la Facultad
de Ingeniería cuando la detuvieron en 1976. Estuvo
siete años detenida, y dio a luz en cautiverio. Sin
embargo, asegura que lo más triste del golpe fue
la sociedad que encontró cuando recuperó la
libertad.
“Después
de muchos años, los que sobrevivimos, hemos hablado
entre nosotros y hemos visto que aspirábamos a lo
mismo, indiferentemente de las líneas políticas
que se seguían. En esa época no era el objetivo
obtener un título para lucrar con ello y vivir bien,
eso era secundario. Lo más importante es que nosotros
éramos conscientes que estudiando en la universidad
pública teníamos que devolver algo a la sociedad.
Yo creo que retomar esa mística de la necesidad de
sentirse útil puede ser uno de los caminos para el
desarrollo de la sociedad actual”, expresa Virginia
Rodríguez.
También desde la docencia había una visión
comprometida con la realidad. “En aquella época
trabajábamos en equipo y se apuntaba a resolver problemas
concretos de la sociedad, eso fue lo que llevó a
algunos a decir que en algunas facultades de arquitectura
habían ‘desviaciones sociológicas’,
como si la arquitectura no fuese un área social.
El proceso militar dentro de la Universidad condicionó
fuertemente su relación con la sociedad, situación
que se está revirtiendo lentamente en nuestra comunidad
universitaria”, señala.
Tras
recuperar la libertad en septiembre de1982, estuvo bajo
régimen de “libertad vigilada” en su
domicilio particular, con su familia, hasta noviembre de
1983, Virginia Rodríguez asegura haberse encontrado
con la cara más terrible de la dictadura: una sociedad
desolada. “Salí y me encontré con que
no se discutía nada, la universidad, parecía
haber perdido, como institución, el espíritu
crítico, la capacidad de reflexión y de propuestas
para contribuir a resolver problemas provinciales y nacionales,
todo era muy superficial. Sentí que el neoliberalismo
había calado muy hondo, en la sociedad y en la universidad
también, me sentí como una mosca en la leche”.
El tiempo transcurrido desde la reapertura democrática
hasta hoy ha puesto en evidencia las consecuencias nefastas
que dejó el golpe militar para el país; no
solo fueron los desaparecidos y el miedo, sino también
la destrucción de lo público y el empobrecimiento
económico y cultural.
Hoy pareciera advertirse un intento por recuperar lo perdido,
pero la tarea no es fácil, el golpe fue para la Argentina
una caída de la que cuesta levantarse. Así
lo ve Rodríguez: “Hoy en día cuando
los alumnos se movilizan es para que les cambien una fecha
de examen o cosas así, no se levantan para cambiar
cosas en serio, excepto honrosas excepciones. No les hecho
la culpa a los chicos, ellos crecieron en el neoliberalismo
y a veces no son conscientes de lo que están planteando.
De todos modos creo que estamos mejorando. No es fácil.
Confío en que están dadas las condiciones
para que la juventud asuma el rol que históricamente
le corresponde en cualquier país del mundo, que es
promover los cambios”.
La arquitecta Rodríguez se define optimista, considera
que los chicos tienen que aprender de la historia. “En
1976 se decía que la juventud era muy politizada,
pero en esta época es el otro extremo. Es necesario
saber la historia oficial y la no oficial. Hay chicos que
se han enterado de lo que se vivió en el golpe militar
en el secundario o en la facultad; no cuentan con la transmisión
familiar, no lo hablan con los padres, eso es una responsabilidad
de los mayores. Todavía falta hacer una autocrítica,
porque uno puede responsabilizar a los militares o al sector
dominante, pero también hay responsabilidades de
los padres, por error, por omisión o por miedo. Creo
mucho en la juventud que tenemos, pero debemos acompañarlos
para formarlos, no podemos estar nosotros al frente, tenemos
que estar al lado, acompañándolos y enseñándoles
a defenderse por medios propios. Nosotros éramos
muy ingenuos, nunca imaginamos que podía haber una
represión con campos de concentración como
la que hubo. Creímos que con nuestras convicciones
de construir un país mejor para TODOS, y nuestro
compromiso social teníamos todo a nuestro favor.
Después aprendimos, a los golpes, que no alcanza
con las convicciones y el compromiso, hay que tener la fuerza
social necesaria para lograr ese objetivo nacional. Esto
es un aprendizaje. Los chicos de ahora han vivido siempre
en democracia, entonces hay que enseñarles, no podemos
pretender que lo afronten solos, es una gran responsabilidad
que dejamos en sus manos cuando les decimos que son el futuro,
pero no los ayudamos a hacerse cargo”, opina.
¿Qué rol debe asumir la
universidad ante este desafío?, la arquitecta responde
valiéndose de un concepto propio de su área:
“si no hay cimientos sólidos, lo que se construye
para arriba no sirve”, y agrega: “Hay que volver
a reflexionar sobre los problemas, ¿qué es
lo que hay que hacer?, ¿por qué y para qué?
y después se analiza el cómo, porque si nos
preguntamos cómo hacemos esto o cómo hacemos
lo otro, no avanzamos en nada, ese debe ser el rol de la
universidad pública, que ya quedan muy pocas en Latinoamérica
y tenemos que defenderla, y la forma es devolviéndole
a la sociedad parte de lo que recibimos de ella. Creo que
eso no se ha perdido, pero todavía no es un pensamiento
hegemónico, somos muchos los que pensamos que la
universidad no es una fábrica de profesionales sino
que tiene que cumplir un rol mucho más importante.
Los profesionales no existen sólo para salir a ganar
plata, hay que abocarse a estudiar muchos temas desde diferentes
aristas para poder contribuir a resolverlos, la pobreza,
el ambiente, y todos los problemas que obstaculizan el logro
de una mejor calidad de vida para toda la población,
y especialmente para los sectores de menores recursos. “Ese
es, para mí, el desafío que la Universidad
debe afrontar a comienzos del siglo XXI: reflexión
y propuesta de acciones proactivas”.
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