Universidad Nacional de San Juan - Argentina - Junio 2007 - Año IV - Nº 28

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editorial
Benjamín Kuchen
Rector - Universidad Nacional de San Juan

En la desigualdad social
la justicia es una ficción

En este número nuestra revista toma como tema central la justicia. Sin duda toda persona aspira a que exista justicia, a que las relaciones y los actos sean justos. A lo largo de los años, la humanidad fue construyendo estructuras normativas con la pretensión de discernir entre lo justo y lo injusto. Este hecho manifiesta con claridad que la elaboración del derecho es una construcción social. En un sistema republicano, los que elaboran las normas son los legisladores, quienes a su vez responden a sus propios condicionantes ideológicos, intereses de clase, de partido y de grupo. De este modo, las normas se transforman con el transcurso del tiempo y se instalan aquellas que responden a los paradigmas dominantes. Un ejemplo ilustrativo se da en Argentina cuando, en la década del ‘50, se elabora un sistema normativo protector de los trabajadores, en el que sus derechos se habían incorporado a la Constitución en 1949. Sin embargo, con el paradigma del neoliberalismo, esta protección se destruye en los años ‘90 al aparecer la flexibilización y precarización laboral.

En ocasión de visitar el primer piso del Edificio de Tribunales en San Juan, me impactó el contraste de las personas que circulaban por los pasillos de los juzgados penales y quienes lo hacían por los pasillos de los juzgados civiles. Los sectores penales estaban llenos de madres pobres con sus niños, mientras que el otro pasillo estaba ocupado mayoritariamente por abogadas y abogados bien vestidos. Esta situación muestra una clara selectividad del sistema judicial. Si bien el sistema normativo no establece diferencias entre ricos y pobres, incluidos y marginados, el acceso a la justicia es desigual. La norma se funda en una ficción: la igualdad. El poder punitivo del estado opera centralmente con los sujetos periféricos, los marginados del poder, mientras que contiene a los más cercanos con mayor poder político o económico.

Los actores del sistema judicial son básicamente abogados (advocatus, el que habla o alega por otro), lógicamente formados en una universidad. La importancia de la institución universitaria en la formación de estos actores sociales es evidente. Más allá de la relevancia del conocimiento acabado de la disciplina y de las normas, sitúo el problema de la formación profesional en un plano de mayor trascendencia: el de la ética, el de la práctica de la justicia que implica los valores éticos que identifican a un abogado capaz de defender a un excluido con el objetivo central de realizar la acción de justicia. Estos valores aparecen en los fines que la universidad explicita intencionalmente y que no se limitan sólo a la formación de los abogados, sino que se extienden a todos los profesionales que prepara la institución. Así lo expresa nuestro Estatuto cuando plantea como finalidad la formación integral del alumno dando pautas claras en esta dirección (Título I del Estatuto Universita-rio).

Mi formación profesional es muy distante respecto del campo de las ciencias jurídicas y sólo opino como ciudadano. Desde esta perspectiva, considero que no puede existir justicia cuando hay exclusión social y este es el punto central donde hay que poner el esfuerzo para intentar cambiar estructuras injustas.

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