edición 45
AÑO Vi Nº 45 | octubre 2009
Luis Suárez Jofré
Fue un notable artista, admirado docente, gran esposo, padre y amigo. Luis Suárez Jofré fue también el creador del escudo de la Universidad Nacional de San Juan, donde se desempeñó hasta 1998. En agosto pasado, “Polo” soltó amarras. Aquí, un homenaje a su memoria en los recuerdos de su esposa y un amigo.
Un 26 de agosto nació Julio Cortázar, vio la luz Fray Mocho, fundador de la Revista Caras y Caretas, y es el Día de la solidaridad, por el nacimiento de la Madre Teresa de Calcuta. Por designios inescrutables, justamente un 26 de agosto también llegó al mundo otra gran persona, otro valioso personaje: Polo, quien, como hoy cuentan los seres que compartieron significativos retazos de su vida, era un hombre inmensamente solidario. “Por muchas razones. El Polo ayudó mucho a chicos adictos de una comunidad. Trabajó con ellos varios años por el sólo hecho de ayudar. No los juzgaba, ni les preguntaba, sólo les enseñaba y los acompañaba”, dice Alberto Sánchez, quien primero fuera su alumno de Arte, y luego ya hablara de Polo como de “un amigo”.
Polo fue el notable artista cuyo DNI lo nombraba como Luis Suárez, y que usaba su apellido materno, Jofré. Nació aquel día de 1929 para crear, pintar, dibujar la vida, ordenar el paisaje y soñar. “Él siempre decía que la fama y el dinero eran para otros y no le importaba que así fuera, se conformaba con la gloria de haber dibujado –recuerda Alberto Sánchez-. Esa forma de pensar la transmitía a quienes estábamos cerca. Trabajaba. Trabajaba todos los días, todo el día. Le gustaba ir al cine y leer. Llevaba una modesta vida de artista”.

El novio, el padre

A Luis Suárez Jofré su apodo lo identificó desde su cuna: en realidad, Polo es una apócope de “pololo”, que en Chile significa novio. “Cuando él nació, en casa de mi suegra había una empleada chilena que le decía ‘mi pololo’, porque era un niño hermoso. Luego, cuando fue creciendo, a él empezó a no gustarle el sobrenombre y por su pedido todos sus allegados que lo llamaban así redujeron el apodo a Polo”, relata Adela Cortínez.
Fue ella, la propia Adela, quien, muchos años después, sí pudo llamar y sentir a Polo como su “pololo”, o novio, y un día casarse con él. “Fui su alumna en el ISA (Instituto Superior de Arte), fue mi profesor de Pintura. Formé parte de la primera promoción de esa escuela en 1967, y cuando egresamos él me invitó a participar de una galería que habían inaugurado con el profesor Federico Blanco. Allí exponían profesores y alumnos y yo fui una de sus invitadas –rememora Adela-. Él vino a mi casa a ver el material que yo tenía para exponer y cuando mi padre lo vio me dijo que existía un parentesco muy lejano entre su familia y la mía. Le comenté esto a Polo y él se interesó mucho por hablar con mi padre y saber más, porque siempre le fascinó la genealogía. Y así fue que tenemos un apellido en común, porque mi abuela era pariente de la abuela de él. Así empezó nuestra relación”.
Luis “Polo” Suárez Jofré era 14 años mayor que Adela. Estuvieron casados cuatro décadas y de esa relación nacieron Guadalupe (38) -magister en Arte latinoamericano en Teatro y desde hace algunos años también pintora- y Conrado (36), abogado. “Desde muy pequeños fueron muy regalones de él, porque era un padre sumamente tierno. El Polo sufrió mucho la pérdida de su padre, quien murió cuando él tenía 11 años, y fue algo que lo marcó mucho. Por eso cuando decidió tener sus hijos, a sus 41 y 43 años, fue un padre muy cariñoso y tierno”, asegura la esposa.

Obras de Luis Suárez Jofré
El transmisor de experiencias

Cuenta Adela que Polo estudió Arquitectura, y que avanzó bastante en la carrera, pero que un día la abandonó porque se había definido como pintor. Pasaron los años y Polo se convirtió en un gran hacedor en el espectro artístico local. A fines de los años ’50 participó en la fundación de ese Instituto Superior de Arte en el que conoció a su esposa, aquel que luego pasara a ser el Departamento de Arte de la Universidad Provincial Domingo Faustino Sarmiento. “A nivel artístico el Polo tuvo un anclaje con grandes maestros nacionales de los años ’50 y ’60, y se interesó siempre porque el arte no fuera efímero. Nunca le interesaron demasiado las nuevas tendencias, creía en el arte de esas épocas, pero no era que se quedaba en el tiempo, sino que seleccionaba muy bien sus influencias a la hora de trabajar”, apunta Alberto Sánchez, quien hoy es profesor de Arte de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de la UNSJ.

Dicen que como profesor destilaba, más que fragmentos de teorías, experiencias. “Enseñaba dibujo porque era un gran dibujante y enseñaba pintura porque era un excelente pintor, entonces uno como alumno tenía la tranquilidad de que lo que nos enseñaba ya lo había experimentado antes”, dice Sánchez. Otro aspecto interesante de Polo como profesor es que abría el campo del saber: “Le gustaba relacionar las artes, y si tenías que pintar una figura humana –continúa su ex alumno- , él te decía ‘tendríamos que estudiar algo de teatro porque ahí podemos observar las expresiones del cuerpo humano’. Eso estaba bueno, porque uno cursaba dibujo, pero veía muchos otros temas que enseñaban a ver el dibujo”.

 
Legados

Luis Suárez Jofré fue el creador del escudo de la Universidad Nacional de San Juan, institución en la que fue docente. Se dice que Polo era un artista que se interesaba mucho por la emblemática. Su amigo Alberto Sánchez explica: “El escudo está dividido en campos y hace referencia a nuestro paisaje, que es desértico, y se representa con las rayas de la parte inferior que se ven en perspectiva; pero también cuenta con una estrella en la parte superior, que es una especie de luminaria que alude al conocimiento que engloba la UNSJ. Él lo pensó como un escudo, no como una marca ni un logo, se preocupó mucho por dejar eso en claro”.

Varias salas de artes de la provincia se engalanaron con las pinturas y grabados de Polo durante los años ’80, ’90 y hasta no mucho tiempo antes de su fallecimiento en agosto pasado. Otro de los legados públicos que dejó se encuentra en el hall del Teatro Sarmiento: un gran mural - tapiz al que rotuló como “Alegría de vivir”. “Polo dejó la imagen de un gran maestro, de alguien que no sólo da una clase sino que te abre la cabeza. Nos contagió su curiosidad, vivía leyendo y formándose constantemente. A los que fuimos sus alumnos, nos enseñó a mirar. Tenía una frase: ‘El paisaje está desordenado’. Quería decirnos que no miráramos el paisaje como un todo y lo pintáramos tal cual lo veíamos, sino que miráramos más allá. Ese orden del que hablaba era el orden del arte, una mirada reflexiva y subjetiva sobre las cosas”, señala Sánchez.
El paisaje, la realidad, lucen desordenados día tras día. Por eso tal vez Polo vivió gran parte de sus casi 80 años mirando más allá, ansioso por ordenarlos, y a cambio de nada. Ese afán de ordenarlo todo y de enseñar con sentimiento de artista no cesó nunca: “Cuando se jubiló en 1998 trabajó en la Comunidad Terapéutica Participar, en Santa Lucía. Pasó varios años dictando talleres para esos chicos con adicciones y disfrutaba enormemente esa tarea. Era un ser muy complejo. La forma de ser del Polo tenía mucha relación con el temperamento de un artista de fibra”, lo retrata su esposa. “En este último tiempo que estuvo enfermo, yo iba a visitarlo a su casa y me trasladaba en remis, de la misma remisera que contrataba él. Los remiseros me preguntaban si conocía al señor. Y me contaban que ellos se peleaban por hacer el viaje cuando llamaban de la casa del Polo, no porque el viaje era largo, sino porque era hermoso conversar con él por las historias que les contaba”, narra hoy su amigo Sánchez.

 
Polo, en el verdadero orbe | Por Mg. Alberto G. Sánchez Maratta
Dibujo de Luis Suárez Jofré

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