edición 45
AÑO Vi Nº 45 | octubre 2009
Polo, en el verdadero orbe
Por: Mg. Alberto Guillermo Sánchez Maratta
Docente del Departamento Artes Visuales - FFHA - UNSJ
La obra de Polo ha sido definida en numerosas ocasiones como “barroca”, tal vez porque, de modo evidente, la construcción de sus escenas nunca nos otorga una definición total, sino que la fragmentación y la obsesión por el detalle nos impiden encerrar bajo una mirada única lo que aparece representado.
Pienso en sus paisajes, que siempre son una summa de paisajes vistos desde algún presente, pero también desde la memoria innumerable.
Pienso en las escenas teatrales de sus dibujos, cuyo tema no es el teatro, sino el mundo como teatro de las cosas, bestias, seres humanos, santos y demonios.
Recuerdo sus lacas, con el craquelado de la superficie buscado a propósito, como otro modo de resquebrajar la apariencia.
¿Nos deja algún mensaje la obra de Polo?
Sé que él nunca le brindó importancia a tal pretensión, y que más bien pensaba en divertirse de un modo nostálgico con eso que se llama Arte.
Tal vez, las escenas construidas con espacios distintos, fragmentos de lugares y de cosas, nos puedan hacer pensar que, después de todo, nosotros mismos somos sólo instantes, pero que unidos producimos mundo y sentido.
Entre las modestas varillas de madera de esas pinturas, existe un sencillo mundo de sucesión de momentos, que es también el nuestro.
Y pienso que del otro lado de la pintura está Polo, viviendo en el verdadero orbe, el mismo que presienten los locos y los niños, pero también los que piensan y ven más allá de lo visible.
Acaso atravesar ese umbral tembloroso de un cuadernito de dibujo haya sido el primer gesto voluntario de un Polo niño, y también el último de un viejo amigo. Por ahora.
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