Revista de la Universidad Nacional de San Juan | Agosto 2005 | Año II - Nº 15

MARGINACIÓN, CRIMINALIZACIÓN Y EXCLUSIÓN DE NIÑOS Y NIÑAS

El estigma de la calle

¿Mediante qué mecanismos la sociedad controla los chicos y chicas en situación de calle? ¿Cómo construye la legitimidad del control social? ¿Qué connotaciones e implicancias tiene este control? ¿Cuáles son sus alcances?
En este texto, la autora intenta responder a estos y otros interrogantes. Lo que aquí publicamos constituye una síntesis del artículo “La legitimación del control social en chicos y chicas en situación de calle: de la marginalidad a la exclusión”, que forma parte del libro “Lo legal y lo legítimo en el discurso y en las prácticas”, compilación a cargo de Eva Giberti, Diana Coblier y Alfredo Grande.

En la actualidad, la situación de calle de chicos y chicas en los núcleos urbanos es una realidad masiva cuya estructuralidad se expresa en políticas públicas de las que estos grupos son objeto y en la discursiva oficial que nunca los olvida pero que se muestra contradictoria: de la actitud protectora, defensora respetuosa de la Convención Internacional de los Derechos del Niño, a los discursos represivos de descenso de edad de la imputabilidad1.
Así, la sociedad parece haberse hecho cargo de la existencia de estos grupos y decidido a ocuparse de ellos, sea por motivos de ciudadanía o bien para cuidarse de ellos, o por ambas cuestiones al mismo tiempo, buscando conocerlos, interpretarlos y recuperarlos –hay quienes hablan de “readaptarlos”- al ejercicio de una niñez y adolescencia definidos de manera genérica como “normal”.
Por lo tanto, para la mirada social, es legítimo -y casi siempre legal- que se ejerzan controles sobre los chicos en situación de calle. ¿Qué hacen? ¿Dónde están? ¿Quiénes son sus familias?, parecen ser inquietudes legítimas de una sociedad que fluctúa entre la responsabilidad, la curiosidad, la morbosidad y el temor.
Ahora bien, ¿Mediante qué mecanismos la sociedad controla los chicos y chicas en situación de calle? ¿Cómo construye la legitimidad del control social? ¿Qué connotaciones e implicancias tiene este control? ¿Cuáles son sus alcances?
El presente artículo discurre en torno a estos interrogantes, explorando los mecanismos a través de los cuales se consolida y legitima este control en el contexto social.

La noción de situación de calle

La denominación alude a los niños, niñas y adolescentes que, por motivos diversos transcurren una importante parte de sus vidas trabajando o deambulando en las calles. Se trata de un concepto en debate y reconstrucción teórica. El consenso en su uso radica en considerarlo teóricamente más adecuado que la denominación popular de chicos de la calle, que proviene de la traducción literal de la designación brasileña: menhinos da rua. Tal noción es discutida por estigmatizante de los chicos y chicas, dado que concentra la mirada en la situación actual y desconoce las historias personales. Los chicos de la calle aparecen como pertenecientes a la calle y condenados a ser parte de ella.
La noción de situación de calle denota en cambio, un estado temporal e incorpora un enfoque procesual2 de las trayectorias de vida, sin estigmatizar quienes designa y contemplando la historia personal/familiar de los mismos previa a la calle como explicativa de la situación de calle y como clave para la construcción de un futuro fuera de ésta.

La trayectoria de la marginalidad a la exclusión

En la exploración de los mecanismos de legitimación del control social sobre chicos en situación de calle se ha considerado necesario incorporar el núcleo conceptual del trabajo, en cuanto para la modernidad el trabajo mercantilizado se asocia a la autorreproducción de las propias fuerzas de trabajo, y el no trabajo al tránsito de trayectorias de marginalidad y a la caída en la exclusión. De hecho, diversas conceptualizaciones de la exclusión, hablan de exclusión del trabajo, del mercado y del consumo3. Por cierto, los chicos en situación de calle, no serían trabajadores en los términos en que desde la modernidad se entiende esta categoría. Sin embargo, ellos y sus contextos familiares y grupales entienden como trabajo sus prácticas de autosubsistencia orientadas a la obtención de dinero, de comida o de recursos de diversa índole.
Los marginales generan en la sociedad un movimiento ambivalente: hasta hace muy poco, “ellos” formaban parte del “nosotros social” con una participación que distaba de ser plena en cuanto a ciudadanía se refiere, pero que no impedía el reconocimiento del “nosotros” de la sociedad. Así, el marginado es aún uno de “nosotros”, pero se ha desplazado a la periferia y esta periferialidad lo deslegitima, lo deprestigia, lo aisla, lo estigmatiza. La sociedad se ocupa de los marginados de manera ambigua: con políticas asistenciales los reconoce y atiende. Paralelamente, los relega y circunscribe, controlando su improbable retorno de la marginalidad, o bien certificando la ulterior transformación de marginal en excluido. La trayectoria del proceso de marginalización se iniciaría en una inclusión desde los bordes: los marginales aún en el nosotros social, aunque desde posiciones periféricas4, y desde esta posición se orientaría a la exclusión.
Este traspaso se concreta a través de un proceso de estigmatización y criminalización de esos marginales que se han desplazado hacia el borde social. En la profundización del proceso hacia la exclusión se produce un pasaje de ser en los bordes a ser otro, más allá del borde de lo marginal: de ser parte del nosotros, a constituir un no nosotros. Hay en este proceso una instancia de no retorno: un traspaso signado por un rito de separación a partir del que no se vuelve de la marginalidad a la inclusión. El rito de separación tiene una construcción social compleja y estigmática del individuo o grupo que se excluye, que discrimina por ser otro, y por lo tanto potencialmente peligroso.
La construcción de un acuerdo social acerca de la peligrosidad de los marginales, prepara el paso inevitable a su criminalización, la cual acaba por justificar y legitimar la exclusión5. Así, la exclusión social implica un ulterior alejamiento y puede presentarse como irreversible: de los excluidos ya no se espera nada, por lo tanto, tampoco se espera reincorporarlos al tejido social, puesto que nadie se reconoce en ellos, ni se les ofrecen mecanismos de interacción.
El objetivo último de estos procesos no sería otro que el del control social creciente de grupos considerados potencialmente peligrosos, acción legitimada desde la criminalización fundamentada en el proceso de estigmatización de los marginales.
A continuación se exploran estas categorías en los chicos en situación de calle, enfatizando las trayectorias de la marginalidad a la exclusión y el control social.

La situación de calle como rito de separación entre marginalidad y exclusión social

La pobreza no implica necesariamente marginalidad en todos los órdenes, pero sí en muchos de ellos. Un niño pobre que va ocasionalmente a la escuela, en un barrio urbano marginal, es efectivamente un marginal en el contexto escolar, además de ser, por su posición social un marginal en la sociedad. Pero no es un excluido porque aún es parte del nosotros social, aunque esté muy cerca del borde.
Cuando el niño sale del hogar para pedir o para changuear, como parte de una estrategia familiar de subsistencia o por decisión propia, se produce una transformación de la situación: el nosotros social marginal, pero todavía caracterizado como nosotros, sale a la calle.
El tránsito ritual de la marginalidad a la exclusión se centra en esta salida a la calle, que se articula con el descubrimiento de parte de la sociedad, de los chicos y chicas en la calle. El rito de separación entre el antes y después de la marginación, se estructura en una tensión doblemente conflictiva: la salida a la calle por trabajo, en cualquiera de los modos los chicos y chicas lo hagan (autosubsistencia, changa, limosna, etc.) se encuentra con la mirada social que los identifica y los nombra –los chicos de la calle- al tiempo que los excluye y estigmatiza7. La exclusión se concreta cuando, en el marco de esta tensión, los marginales quedan afuera, en situación de calle.

La legitimación del control social como punto de llegada: estigmatización y criminalización

El punto de llegada de la trayectoria desde la marginalidad a la exclusión es el control social de grupos a los que el pensamiento hegemónico de la sociedad les asigna peligrosidad8. Los modos para neutralizar a los excluidos y convertirlos en extraños al tejido social se articulan en un doble proceso de estigmatización/criminalización de los mismos.
A continuación se explora este proceso en relación a los chicos en situación de calle, a partir de tres dimensiones: localidad, que alude a las personas que ocupan lugares diferentes a los que la sociedad les ha asignado8; denominación, que refiere el nombre social que un determinado grupo asume, su carga potencialmente positiva o negativo/estigmática9; y ocupación, que designa los desempeños esperados, los papeles sociales que las personas están destinadas a tener.
En cuanto a la localidad, los chicos y chicas viven buena parte de sus vidas en la calle. Están allí, en un lugar extraño a los espacios físicos asignados a la niñez, aunque como espacio social, la calle sea un lugar donde cohabitan los distintos miembros de la sociedad. Sin embargo, cuando se habla de los chicos de la calle, se les asigna una exclusiva pertenencia a la calle, soslayando que tienen otros espacios de desarrollo, familiar, escolar, comunitario, etc. La lectura social se expresa crudamente en la denominación: son nombrados como chicos de la calle, asignando los atributos de la calle a niños a los que se les niega la condición de la infancia. El nombre estigmatiza y ahistoriza, (no hay un antes o un después de la calle), facilitando que los sectores decisionales puedan desresponsabilizarse de las tutelas que les tocaría ejercer. Respecto al qué hacen en la calle, su ocupación, los chicos y chicas están trabajando, deambulando, pidiendo, changueando. Pero esta no es la tarea que la sociedad asigna y espera de ellos, lo cual los pone nuevamente afuera, esta vez, del rol asignado, y de-sarrollando tareas / conductas ajenas a la condición de niños.
Pero la estigmatización de la ocupación de los chicos en situación de calle tiene otros efectos: el trabajo infantil, el deambulamiento, y el limosneo tienen penalización legal (no de los niños, pero sí de sus familias por favorecer o permitir estas actividades). De este modo, irrumpe la situación de delito en el pensamiento hegemónico de la sociedad que confluye en reubicar a las familias y a los chicos en el espacio delictual, criminalizándolos.
La condición familiar de los chicos y chicas en situación de calle es compleja y se aleja de los modelos socialmente esperados10. Se trata de familias humildes, con frecuentes abandonos y con mujeres al frente de buena parte de las mismas. La tutela del Estado (salud, educación) es precaria y conflictiva. La mayoría de los miembros en edad productiva son desocupados o subocupados11. En familias de estas características se entiende la salida a la calle de los chicos y chicas, como una estrategia de sobrevivencia familiar.
La transferencia de delictualidad a lo familiar interpreta que la familia que admite que sus niños trabajen, en realidad los expulsa y empuja al delito. Esta interpretación desprovee a la familia de funciones afectivo-contenedoras, a pesar de que a menudo los chicos vuelvan sistemáticamente a sus casas y colaboren económicamente, especialmente con sus madres cuando están al frente del hogar12.
Sin argumentar discursos justificatorios del trabajo infantil (los niños no deberían trabajar pues es su derecho no hacerlo13), deben considerarse qué alternativas quedan cuando el Estado se retira de lo social14. Sobre todo, cuando los chicos y chicas que trabajan aportan sustancialmente a sus familias y a su propia subsistencia.
Por ello, la criminalización a la que son sometidos, es por lo menos perversa: deslegitima el aporte a las economías familiares e impide cualquier tutela que no sea penal. Además, el trabajo infantil es conflictual por “competir” con los adultos en el marco de una sociedad con fuerte precarización laboral y desempleo15. La criminalización los hace vulnerables de ser explotados y sometidos por redes criminales, que los usan porque son legalmente inimputables.
Otro aspecto se vincula con el precoz manejo de dinero. Esta variable pasa a formar parte de su cotidianeidad y se constituye en un factor de poder en su núcleo comunitario. Por ello, cuando los chicos y chicas inician una trayectoria de situación de calle, no retornan de ella a menos que reciban desde otro espacio contenciones económicas, afectivas e institucionales capaces de retenerlos fuera de ella.

Consideraciones finales

La exclusión es un punto de llegada desde la marginalidad. Se concreta con la paulatina estigmatización de los grupos que se excluyen y se completa con su criminalización, en cuanto grupos a los que se asigna peligrosidad, posibilitando justificar las acciones que se tomen sobre estos grupos y legitimando el control que se haga sobre ellos.
Es paradójico este movimiento sistemático de asignación de peligrosidad a sectores que, lejos de ser peligrosos, son vulnerables e indefensos –chicos y chicas en situación de calle, sus madres y sus familias-. Pero cabe la hipótesis de que este no sea un error de conceptualización, sino una acción deliberada –y legitimada- de control y de neutralización. Cabría indagar el vínculo entre esta imputada peligrosidad criminal y las políticas asistenciales o represivas de las que estos grupos son objeto.

NOTAS
1 Que a partir del 2004 se sintetiza en lo que podría denominarse el “pensamiento blumbergiano”.
2 SCANDIZZO, G. (2002) Políticas Públicas de Infancia. Una mirada desde los derechos. Ed. Espacio. Buenos Aires.
3 GRIMA, J. M. & LE FUR, A. (1999) ¿Chicos de la calle o trabajo chico? Ed. Lumen/Hvmanitas. Buenos Aires.
4 SAN ROMÁN, T. (1990) Vejez y cultura. Hacia los límites del sistema. Ed. Fundacio Caixa de Pensions. Barcelona.
5 JULIANO, D. (2001) Género y exclusión social. En Gutierrez Valencia Ed. Exclusión Social y construcción de lo público en Colombia. Cidse. Cerec. Bogotá.
6 La noción conceptual de estigmatización que aquí se ha tenido como referencia se basa en el conocido trabajo de Goffman (GOFFMAN, E.
-1998- Estigma. La identidad deteriorada. Amorrortu Ed. Buenos Aires).
7 Juliano, D. (2001) Op. Cit.
8 Por ejemplo los piqueteros, los okupas.
9 Hay abundantes trabajos acerca del “poder demiúrgico del nombre”: el nombre como modo de dar vida. La mexicana Rossana Reguillo Cruz, especialista en comunicación y cultura, explora la condición de existencia a partir del ser nombrado. REGUILLO CRUZ, R. (2000) Estrategias del desencanto. Ed Norma. Buenos Aires.
10 Por cierto, que cualquier modelo de familia es una construcción social / cultural.
11 MORALES, Liliana A. (2001) Mujeres jefas de hogar, características y tácticas de supervivencia. Una intervención desde el trabajo social. Ed. Espacio. Buenos Aires.
12 El tema se desarrolla en detalle en MATEOS, P. H. (2004) Trayectorias y aprendizajes sociales de chicos y chicas en situación de calle. Artículo. En CARLI, S. (compiladora) Escenas de la infancia contemporánea: de la calle al shopping. El campo de la niñez Libro en preparación a editar en Paidós.
13 ONU - Asamblea General (1989) Convención de los Derechos del Niño. Incorporada a la Constitución de la Nación Argentina Ley 23849.
14 Bustelo define esta retirada del Estado como hegemonía de Estado de Malestar, en BUSTELO, E. (1991) La producción del Estado de Malestar: Ajuste y política social en América Latina. UNICEF Argentina. Dcto. de Trabajo Nº 6, citado en Minujin y Kessler (1995) La nueva pobreza en Argentina.
15 “Hoy, sin dejar de ofender(nos), la menor posibilidad de acceso al trabajo que padecen los mayores es el mal mayor de una época en la cual, paradójicamente, el trabajo pasa a constituir el menor de los males que sufren los menores”. En GRIMA, J. M. & LE FUR, A. (1999) ¿Chicos de la calle o trabajo chico? Ed. Lumen/Hvmanitas. Buenos Aires.

 

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