Disidencias en la trinchera

Comparte

Una reflexión para el Día el Internacional de lucha contra la homofobia, lesfobia, transfobia y bifobia.

Por Sergio Daniel González (*)

“No se puede corregir a la naturaleza, palo que nace dobla’o jamás su tronco endereza” El Gran Varón – Willie Colón (1989)

Para iniciar este texto, me resonaba en la cabeza la canción que cito como epígrafe, presente además en mi memoria como parte del repertorio escuchado en algunas reuniones familiares en mi infancia. El Gran Varón se popularizó en 1989, habla de Simón, unx disidente sexual que emigra para poder llevar a cabo una transición de género frente al rechazo de su familia. Su padre, es el otro protagonista de esta historia. Habría sido una de las primeras canciones en español en hacer referencia al VIH/SIDA.

En sus versos finales señala: “No te quejes Andrés, no te quejes por nada… Si del cielo te caen limones aprende a hacer limonada”, y tomo este fragmento para una analogía. Pienso que Andrés podría encarnar el cisheteropatriarcado, ejerciendo el rol disciplinador que detenta en nuestra sociedad. Inclusive la letra señala respecto a Simón: “Fue criado como los demás, con mano dura, con severidad, nunca opinó (…) Óyelo bien, tendrás que ser el gran varón”. Esto da cuenta de los mandatos sociales que debemos cumplir en este orden. Pero, lejos de aceptar lo que le toca, el cisheteropatriarcado, nos expuso y expone a una serie de dispositivos cuyo horizonte es la normalización de nuestras prácticas, lo que incluye la corrección de las desviaciones del camino demarcado. A partir de este punto es que me gustaría reflexionar sobre algunas cuestiones.

En primer lugar, quiero contextualizar la construcción de este escrito en el marco de la conmemoración del “Día Internacional de la lucha contra la Homofobia, Lesbofobia, Transfobia y Bifobia” (también conocido como IDAHOT, por sus siglas en inglés). Esta fecha responde a que el 17 de mayo de 1990, la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud, eliminó a la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales. Un antecedente a este día fue en 1973 cuando la Asociación Norteamericana de Psiquiatría, retiró a la homosexualidad como trastorno de las desviaciones sexuales (Contenido en DSM – II).

En segundo lugar, vincular estas reflexiones con mi proceso de investigación en el que, a nivel general, indago acerca de los procesos de visibilidad de las disidencias sexuales en el suelo sanjuanino. La revisión de antecedentes me ha llevado a seleccionar el periodo 2010-2020 como espacio temporal en el que se implementan diferentes estrategias por parte de estos colectivos, con el objetivo de construir visibilidad para la demanda del reconocimiento de derechos y diversas reivindicaciones identitarias. Con anterioridad al periodo señalado, han existido en Argentina y en diferentes latitudes del mundo, experiencias organizativas por parte de las disidencias sexuales. Sin embargo, es clave considerar que la visibilidad no es una construcción que se da de una vez y para todas. Se disputa constantemente y es necesario pensarla como situada ya que las condiciones contextuales influyen en nuestras oportunidades de aparecer en el espacio público.

Por último, me gustaría exponer una serie de antecedentes vinculados con el hecho que se conmemora. La decisión de este organismo internacional de desclasificarnos como enfermxs mentales podría entenderse como la ruptura de una larga tradición de patologización. La realidad nos muestra que no solo se trataba de ubicarnos en alguna clasificación que resolviera las inquietudes en el contexto del desarrollo de la sexología y las ciencias psi acerca de la homosexualidad. Además era necesaria la difusión de estos conocimientos para la conformación de una estructura con diferentes actores (familia, iglesias, fuerzas de seguridad, médicos, jueces, Estado) que guardaran el orden cisheteropatriarcal.

Si hacemos un salto al contexto argentino de fines de siglo XIX y principios del siglo XX, en Buenos Aires existió una compleja y visible cultura de homosexuales, maricas y travestis. De acuerdo a Abrantes y Maglia (2010) representaron una fuerte amenaza para el proceso que instituía al nuevo sujeto argentino. Algunos intelectuales, consideraron que “la homosexualidad representaba la incubación de terribles males sociales“.

Los médicos y psiquiatras (entre los que podemos ubicar a Francisco de Veyga y a José Ingenieros) se dedicaron a investigar y escribir sobre la patología del invertido, teniendo como lugar de trabajo la Sala de Observación de Alienados (o Depósito 24 de Noviembre). Comenzaron a circular conceptos que se instalaron en la sociedad, estigmatizando a la disidencia e identificándola como un mal a erradicar. No estuvieron solos, claro, las fuerzas policiales colaboraron para que estos médicos contaran con el material para llevar a cabo sus estudios. Respondiendo al paradigma de la higiene social, arrasaron con nuestrxs antecesores interrumpiendo el escándalo que significaban sus existencias en el espacio público.

Si avanzamos en este trayecto, inclusive podemos encontrar evidencias de la patologización en los años 60’s. Pensemos en Héctor Anabitarte (uno de los fundadores de la organización Nuestro Mundo). De acuerdo con Fernández Galeano y Queiroz (2021) este militante envió en 1966 una carta a la Federación Juvenil Comunista (FJC) planteando una reflexión acerca de la homosexualidad. La respuesta que recibió fue que viera a un psiquiatra comunista, quien lo envío al hospital psiquiátrico Borda donde estuvo internado un mes.

Los antecedentes expuestos versan en general sobre la homosexualidad, pero esto puede complejizarse si comenzamos a pensar en las poblaciones trans o en las intersex, donde se dieron intervenciones específicas, algunas de ellas descriptas en los trabajos de Mauro Cabral. Antes de continuar, me resulta necesario poder pensar en la experiencia de las lesbianas, pues creo que en la mayoría de los casos quedan subsumidas en la categoría homosexual, lo que debería llamarnos la atención a fin de no invisibilizar sus experiencias. Sería importante revalorizarlas, una tarea pendiente porque aquí me apremia la extensión.

Continuando con lo señalado, en el caso de las personas trans, la patologización además ha estado orientada en comprobar si efectivamente las personas experimentan la identidad de género que dicen que poseen. Lo médico se articuló además con instancias judiciales y exposiciones a entrevistas de lo más invasivas para determinar que hay una vivencia negativa del cuerpo (algo que es insoportable e insostenible) y que de alguna manera otorga legitimidad al deseo de una transición de género. Esto sintetiza una larga trayectoria a la que las personas trans han sido expuestas y a lo que la sanción de la Ley de Identidad de Género ha contribuido hasta cierto punto a cambiar. Lo digo porque la ley implica el reconocimiento de la autopercepción de género, sin la necesidad de exponerse a que otros definan la identidad que una persona siente y experimenta,  lo que en otras partes del mundo (la autorización judicial y la intervención sobre el cuerpo) continúan siendo requisitos. No debo dejar de expresar que la lucha por la despatologización trans continua, ya que si bien se han dado modificaciones en relación a la transexualidad en el ámbito de los organismos de salud internacionales, se continúa hablando de incongruencia de género.

Con relación a las personas intersex, es importante señalar que sus padecimientos estuvieron vinculados a la práctica médica orientada a la corrección de su genitalidad en forma inmediata al nacimiento. El binario que rige el género y el sexo, masculinx/femeninx, no deja lugar a las zonas indefinidas. Por esta razón es que estas intervenciones han sido moneda corriente en estos casos. Sin embargo, podemos reconocer un avance con la Declaración de Malta que contribuye al reconocimiento de las personas intersex y a dar lugar a su posibilidad de autopercepción y modificación registral en caso de ser necesario.

Este recorrido puede parecer inacabado y con algunos baches entre medio. Sin embargo, creo que de alguna manera cumple la intención de exponer algunas de las experiencias (hay muchas más por contar) que las disidencias sexuales hemos experimentado con relación a las lógicas patologizantes. Es importante pensar que la patologización es solo una de las caras de las múltiples violencias a las que hemos estado históricamente expuestxs. Más allá de los consultorios, las internaciones involuntarias, las instancias judiciales, existe una estructura social en la que las violencias se articulan entre diferentes actores para velar por el orden cisheteropatriarcal (o la tranquilidad de Don Andrés).

Algunas de nuestras experiencias han cambiado, en parte gracias al avance del reconocimiento en materia de derechos humanos. Ejemplo de ello pueden ser las recomendaciones contenidas en los Principios de Yogyakarta (2006) sobre la aplicación de la legislación internacional de Derechos Humanos en relación con la orientación sexual y la identidad de género. Podemos pensar también en la explicitación de la ley de salud mental (26.657) respecto a la prohibición de realizar diagnósticos en el campo de la salud mental “sobre la base exclusiva de la elección o identidad sexual”. Incluyamos también aquí la Ley de Matrimonio Igualitario, la mencionada Ley de Identidad de Género. O las más recientes como el Cupo Laboral Travesti/Trans, la Ley Nacional de respuesta Integral al VIH, hepatitis virales, otras infecciones.

No me gustaría cerrar sin sostener que estos cambios no se han dado por la voluntad de los sectores del poder, sino que todo refleja un proceso de politización desde abajo (a la manera de Nancy Fraser). Aquello que se ha convertido en realidad en el plano de lo público, forma parte del ejercicio de nuestro derecho a la aparición, que en muchos casos ha costado vidas y con ellas historias que tal vez nunca lleguemos a conocer.

A la par del avance de la patologización, la criminalización y la discriminación (entre otras prácticas), la resistencia disidente ha sido significativa. Si el peligro estaba en lo público, nuestrxs antecesores se las ingeniaron para continuar lo suyo en lo clandestino. Agazapadxs en baños y en sótanos, hemos esperado la oportunidad de acuerparnos en las calles y reclamar lo que nos prohibieron, articulando acciones que construyan visibilidad porque, cómo señaló Jáuregui en 1987: “para que algo deje de ser temido, rechazado, u odiado, debe ser previamente conocido”. 

(*)  Licenciado en Trabajo Social. Diplomado en Educación Sexual Integral. Se desempeña como docente e investigador en la UNSJ. Becario doctoral CONICET, en el Doctorado en Ciencias Sociales (FACSO-UNSJ). Investiga sobre políticas de visibilidad implementadas en la provincia de San Juan por el colectivo LGBTTTIQ+. 

Ilustraciones de DANIEL ARZOLA (Venezuela)