Un año crucial en la historia argentina

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El año 1820 resulta ser crucial en la historia argentina. Descubrimos dos de sus hitos más importantes y las causas, consecuencias y derivaciones que esos acontecimientos trajeron aparejados en el vasto territorio de las provincias argentinas por muchas décadas, algunos de cuyos problemas siguen pendientes de solución.

Por Elio Noé Salcedo

Imagen de portada: https://billiken.lat

Si hacemos una síntesis del Año XX del siglo XIX, que ciertamente resulta ser un año crucial en la historia argentina, debemos destacar dos hechos fundamentales de los que se derivan consecuencias históricas y políticas que aun hoy son motivo de debates. Esos dos hechos son: la sublevación militar de Arequito (Bustos, Paz, Heredia), con explícito signo federal y anti directorial (8/1/1820), y la batalla de Cepeda del 1/2/1820 (López, Ramírez), que depone al Directorio porteño y derriba para siempre la institución directorial. Esos dos hechos producen una verdadera revolución en todo el país de los argentinos, cuyas consecuencias inmediatas son:

1. El nacimiento de un nuevo movimiento federal –de carácter defensivo-, con dos fuertes alas: el ala mediterránea (encabezada precisamente por los líderes de la sublevación de Arequito) y el ala del Litoral (encabezada por los triunfadores de la batalla de Cepeda), que ocupan el lugar que deja vacío el artiguismo (primera expresión nacional del federalismo argentino en la primera década patria), con su líder derrotado, traicionado y exiliado, paradójicamente, durante ese mismo año XX.

2. Con el nuevo movimiento federal se forja la era de los caudillos federales del interior argentino o “democracia de a caballo”, con participación efectiva de las masas rurales del Interior (“una lanza, un voto”) –“democracia” hasta entonces concentrada en las ciudades-, entendiendo con Alberdi que “los caudillos son la democracia”, y que tal nombre es nuestra forma original de llamar al “jefe de las masas, elegido directamente por ellas, sin injerencia del poder oficial, en virtud de la soberanía de que la revolución ha investido al pueblo todo, culto e inculto”.

3. Se produce una “eclosión de autonomismo” en todo el interior mediterráneo (Córdoba, Santiago del Estero, La Rioja, Tucumán, Salta y Cuyo), que redunda en la aprobación de Constituciones y leyes e instalación de un verdadero orden legal en las provincias adheridas, al contrario de Buenos Aires, que aunque también se autonomiza como las demás provincias, vive una verdadera “anarquía” (tres gobernadores en un mismo día), que los próceres de la “contrarrevolución” endilgan a las provincias. Recordemos que el término “revolución” y “contrarrevolución” fue utilizado con verdadero acierto por San Martín y Vicente López y Planes en su correspondencia de 1830 para señalar la grieta entre los sectores nacionales y los sectores rivadavianos.

4. Dueño de la situación en esta parte del país, el general Juan Bautista Bustos convoca al Congreso Federal de Córdoba, incluso con el apoyo de San Martín y Güemes.

5. Buenos Aires, a pesar de haber sido derrotada militarmente, comienza a conspirar contra la República Federal para imponer nuevamente sus designios.

6. La conspiración de Buenos Aires, con Rivadavia a la cabeza, produce el boicot y fracaso del Congreso de Córdoba de 1821, al que hasta el general Martín Miguel de Güemes –autonomista de hecho-, desde Salta, envía sus representantes, convencido definitivamente del ideario federal.

7. Con las autonomías provinciales –el autogobierno-, comienzan a aparecer progresivamente en el orden del día de los asuntos nacionales a resolver por las provincias, distintas necesidades políticas, institucionales y económicas, según se va ir explicitando en el tiempo con la maduración del movimiento federal: la institucionalización del sistema federal (necesidad de organización nacional y de una Constitución Federal), y con la organización institucional, administrativa y económica de la República Federal, la necesaria democratización, federalización y/o nacionalización de los recursos financieros que depara el Puerto Único y sus exclusivas rentas, que Buenos Aires monopoliza para su uso exclusivo y excluyente, sustrayéndolas al conjunto de las provincias que las necesitan para poder gobernarse, vivir y desarrollarse también.

Sin embargo, si bien la oposición de Buenos Aires a los designios federales en esta oportunidad va a reanudar la lucha civil, es necesario saber también que tanto la aparición del Artiguismo, como la del federalismo provinciano en el interior mediterráneo (Córdoba, Cuyo y el Norte) y en las provincias del Litoral (Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones) contra Buenos Aires, responde a múltiples y profundas causas históricas y no solo coyunturales.

La política de Buenos Aires, causa eficiente del federalismo argentino
La aparición del artiguismo en la Provincia Oriental –todavía provincia argentina-, así como en las regiones de nuestro litoral mesopotámico a poco de la revolución de Mayo, da cuenta eficiente de una situación de rebeldía que eclosionó entre 1813 y 1814, dada en principio por la rivalidad entre los puertos de Buenos Aires y el de Montevideo, pero también por factores económicos específicos que hacían peligrar el sistema de vida del gauchaje y de los pastores criollos.

El anulamiento de las posibilidades fluviales de la zona litoral por obra del monopolio aduanero bonaerense; los arreglos vergonzosos y abusos de las autoridades porteñas y montevideanas, a espalda de los pueblos de ambas orillas del río Uruguay; la tolerancia porteña a la invasión lusitana a la Banda Oriental; los sacrificios impuestos a las masas por el esfuerzo de la guerra de la Independencia; y la negativa centralista a reconocer el derecho de cada provincia a elegir sus propias autoridades, fueron factores que se conjugaron para crear un generalizado malestar en esa extensa región del Plata. “Todo confluía –dice Jorge Abelardo Ramos- para hacer del gobierno directorial de la ciudad de Buenos Aires (1814 – 1820) el poder más impopular del país”.

En semejante situación –apunta Roberto A. Ferrero-, “la rebelión gaucha se extendió como un incendio desde las llanuras santafesinas hasta el corazón de las antiguas misiones jesuíticas”, en tanto “durante los meses finales de 1813 y los primeros de 1814 las divisiones porteñas enviados a reprimir el alzamiento”, retrocedían derrotadas. En marzo de 1814, todo el territorio mesopotámico y la campaña de la Banda Oriental reconocía la supremacía de Artigas y se había dado sus propios gobiernos federales. Por su parte, en las duras circunstancias que generaba la lenta crisis de las economías mediterráneas, colige Ferrero, “se incubaban las condiciones para el surgimiento de los primeros caudillos” del centro, norte y oeste del país. Ello tenía a su vez una explicación histórica.

La creación del Virreinato del Río de la Plata con cabecera en Buenos Aires, había roto el equilibrio logrado por las economías del Norte y Cuyo, agravada dicha situación por el derrumbe de los antiguos circuitos comerciales del Alto Perú y del Pacífico. A esto se sumó la crisis económica y social que la guerra de la Independencia, por un lado, y la política librecambista del Puerto Único, por otro, que terminaron de imponer y generalizar una situación angustiante en el Interior. Reparemos en que las provincias mediterráneas carecían de puertos y sus productos artesanales o industriales eran arrasados por la competencia de los productos extranjeros más baratos, insertados en el mercado local en grandes cantidades, sin ninguna ganancia tampoco en el intercambio comercial, de la que solo se beneficiaban los exportadores e importadores porteños, socios de los industriales ingleses.

Las poderosas familias de comerciantes de provincia debieron reorientar sus circuitos comerciales hacia Buenos Aires “para recoger las migajas de los importadores porteños”, refiere Alfredo Terzaga. El malestar fue adquiriendo “caracteres cada vez más acusados, cuando el Interior, después de haber perdido su salida y comunicación con el Norte, perdió también, a raíz de la ocupación portuguesa y de la guerra brasileña, su salida por la Banda Oriental y por el Puerto de Montevideo”, completa el historiador y pensador nacional.

No hay duda de que “el federalismo provinciano –como sostiene Ferrero- nació como una reacción defensiva del interior ante el avasallamiento del centralismo portuario, que destruía sus instituciones y cegaba sus fuentes productivas”, sin descontar que “Buenos Aires se opone a cualquier intento de organizar el país, si la iniciativa parte de las provincias”, como advierte a su vez Denis Conles Tizado. Para Buenos Aires, lo importante era “organizar la nación bajo su hegemonía” (tesis unitaria de Rivadavia y Mitre), y si no, no organizarla y seguir dominando a las provincias por el usufructo de sus recursos y por su debilidad institucional y económica, separando o aislando a unas de otras (tesis “federal” de Rosas), con la ilusión de una soberanía que no podían ejercer efectivamente mientras no se constituyeran nacionalmente y fundaran un Estado nacional y federal que las representara por igual a todas.

En esta nueva fase defensiva del federalismo del Año XX, las provincias, como que sus hijos habían conformado los ejércitos de la Independencia, y sus caudillos habían sido sus jefes militares contra godos y portugueses (Artigas, Güemes, Bustos, Ibarra, Heredia), aparte de las reivindicaciones concretas respectivas –autonomía, proteccionismo y luego nacionalización de la Aduana de Buenos Aires, entre otras-, estaban de consuno con la causa general de libertad, independencia y unidad americana (Bolívar, San Martín y el mismo Artigas) contra la Ciudad-Puerto, que, además de mandar los ejércitos de la patria a reprimirlas (con la patriótica desobediencias de ellos), le negaba sus recursos tanto a las provincias como a la gesta libertadora continental, y prefería pensar solo en sus negocios con el extranjero.

Al parecer esa historia no ha terminado, cuando nuevamente la clase de financistas, intermediarios, exportadores e importadores de la Ciudad Puerto –con nuevos privilegios y poderes a partir de haber sido convertida en ciudad autónoma (1994)- presiona sobre el Estado Federal para volver a hacer su voluntad a expensas de todos.

Tampoco es en vano insistir para el presente y futuro inmediato de nuestra región, que el Corredor Bioceánico, que uniría los océanos Atlántico y Pacífico -partiendo desde Uruguay y Sur de Brasil, pasando por las provincias del Litoral, Córdoba, La Rioja y San Juan, y por allí a La Serena y al Puerto de Coquimbo en Chile-, restablecería de alguna manera aquel viejo equilibrio perdido en 1776 con la creación del virreinato platense con cabecera en Buenos Aires.

 

Obras consultadas: Roberto A. Ferrero (1996). La saga del artiguismo mediterráneo. Córdoba: Alción Editora; Alfredo Terzaga (1914). Federalismo Nacional o Federalismos Regionales. Córdoba: Edición del Compilador. Jorge Abelardo Ramos (2006). Revolución y Contrarrevolución en la Argentina. Tomo I: Las masas y las lanzas. Buenos Aires: Dirección de Publicaciones del Senado de la Nación; Denis Conles Tizado (2001). Juan Bautista Bustos. Córdoba: Ediciones del Corredor Austral. Juan Bautista Alberdi (2007). Grandes y pequeños hombres del Plata. Buenos Aires: Editorial Punto de Encuentro.