Neoliberalismo y dictadura

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De qué manera el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional que asaltó las instituciones el 24 de marzo de 1976 intervino en la vida económica para liberalizar el mercado. Una política que, a sangre y fuego, fue sellada para la posteridad argentina.

 

Por Fabián Rojas

Horas antes de morir asesinado por un grupo de tareas del gobierno de facto, el escritor y periodista Rodolfo Walsh enviaba a las redacciones de diarios argentinos y a corresponsales de medios extranjeros un texto filoso con números y datos de la obra del gobierno que se había instalado en la Casa Rosada justo un año antes, el 24 de marzo de 1976. En el escrito Walsh describe y denuncia crímenes de esa dictadura, pero es claro al señalar que esos hechos “no son, sin embargo, los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino”.

En esa conocida “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, el autor de “Operación Masacre” es contundente: “En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”. Y describe: “En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales”. Es decir, Rodolfo Walsh sabía que tanto terror y muerte en las calles del país tenían como base la imposición de una realidad económica y social. “En este primer año de gobierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40%, el de ropa más del 50%, el de medicinas ha desaparecido prácticamente en las capas populares (…)  Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han reducido ustedes el presupuesto de la salud pública a menos de un tercio de los gastos militares, suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares de médicos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror, los bajos sueldos o la ‘racionalización’”, escribe Walsh.

La piedra en el zapato

Como dicen en su libro “Memorias de otro territorio. Genocidio y control social de la dictadura en San Juan” los investigadores de la UNSJ Víctor Algañaraz y José Casas, el neoliberalismo, en términos generales, es dejar en manos del libre mercado la obtención y asignación de los recursos, “puesto que ya no es el Estado – ni tampoco sus empresas- el encargado de proporcionar los bienes y servicios que la sociedad requiere, pues se considera ineficiente su provisión por parte del Estado”. Es ese el discurso que ha trascendido largamente aquel periodo oscuro entre 1976 y 1983 y llega hasta estos días del presente. Algañaraz y Casas explican que, en ese sentido de liberalizar al mercado de las ataduras estaduales, aquel ministro de Economía de la dictadura militar, Alfredo Martínez de Hoz, comenzó por congelar los salarios, mientras la inflación continuaba y, por lo tanto, los trabajadores perdieron un tercio de su poder adquisitivo. “Para evitar el ejercicio del derecho de protesta –escriben-, dispuso, con el concurso del gobierno, la disolución de la CGT, la suspensión de las actividades gremiales, del derecho a huelga”. Había una gran piedra en el zapato que había que eliminar para dar libertad al poder financiero. Esa piedra era el gremialismo, idea muy en boga en estos últimos años en Argentina.

El tema era, como argumentan estos autores de la UNSJ, el fin del modelo de industrialización sustitutiva de importaciones que había imperado en este país desde aproximadamente 1930. Entonces, para llegar a ese fin, era urgente el achicamiento del Estado (otra vez, tópico recurrente en el discurso actual de la derecha), privatizando sus empresas y distribuyendo ingresos a favor de los sectores dominantes. “No se advierte ninguna forma de redistribución de ingresos desde el Estado hacia los sectores populares. Fue notable la disminución del presupuesto para educación y salud. Se privatizaron empresas cuya producción significaba importantes recursos estratégicos para el país”, dice “Memorias de otro territorio”, citando a Ana Chanfreau.

El monstruo culpable

Fabián Saffe, economista de la UNSJ, apunta que la dictadura militar (autodenominada Proceso de Reorganización Nacional) sostenía que había que achicar el Estado para agrandar la economía. Para estos precursores de un sistema excluyente, el Estado era un monstruo culpable, no sólo de las limitaciones de crecimiento y desarrollo del país, sino también del desorden social y político. “Así las cosas, había que desestructurar todo mecanismo de protección de la industria nacional y la competencia con la industria extranjera iba a generar un mejor y más dinámico sector industrial. Obviamente, nada de esto ocurrió y la economía argentina se primarizó y se extranjerizó”, destaca Saffe. Y agrega que, mientras tanto, se estructuraba un sistema financiero especulativo y liberalizado que facilitó el endeudamiento externo y la valorización financiera, es decir, la conocida “bicicleta”. “La industria se quedó sin crédito, sin mercado, porque caía el poder adquisitivo, y quedó en desigualdad de condiciones para competir con empresas transnacionales. Así, la industria perdió 15 puntos en la participación del PBI; en cambio, se apuntaló el sector primario y el financiero con el ingrediente de su extranjerización”, refiere.

“Lo que le cuesta al Estado…”

El espíritu de estas políticas económicas ronda por tiempos recientes y por discursos del presente. Como grafica Fabián Saffe, el modelo de extranjerización y privatización de la economía pudo verse bien en los noventa. “Incluso se llegó a extranjerizar y privatizar los hidrocarburos de YPF, únicos en la historia del capitalismo”. Y en la actualidad, esos modelos encuentran ecos. “Cuando, por ejemplo, se reclama que todo régimen de protección industrial es ineficiente o cuando se habla de lo oneroso que es YPF o Aerolíneas Argentinas. Además de las voces de siempre que hablan de déficit fiscal como el único gran mal de la macro y olvidan los déficits externos financieros y comerciales, y los megaendeudamientos. En realidad, no quieren un Estado que se sustente, lo que quieren es un estado más chico. Y esto no asegura generar más ahorro fiscal, tampoco asegura crecimiento ni desarrollo”, sentencia Saffe.

Acabar con el festín 

En aquellos años setenta, Walsh describía lo que ahí sucedía y, sin saberlo, advertía lo que podría acontecer más acá: “El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una semana ha sido posible para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos por ciento, donde hay empresas que de la noche a la mañana duplicaron su capital sin producir más que antes, la rueda loca de la especulación en dólares, letras, valores ajustables, la usura simple que ya calcula el interés por hora, son hechos bien curiosos bajo un gobierno que venía a acabar con el ‘festín de los corruptos'».

Imagen de portada: Télam