Coronación y despedida

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Esta crónica describe las solemnes y a la vez asombrosas ceremonias incas, lo que habla de la magnificencia y poderío del Imperio incaico, a la vez que descubre algunas de sus características religiosas más controvertidas.

 

Por Elio Noé Salcedo*

Uno de los grandes acontecimientos sino el más grande del mundo incaico era la fiesta de coronación del nuevo Emperador o Sapa Inca (Único Inca), cargada de ritos y ceremonias que debían cumplirse a rajatabla.

Dentro de esa liturgia, el Sapa Inca estaba obligado a respetar “con minucia el ayuno de sal y ají y el retiro silencioso que precede a la coronación”, mientras “de todas las provincias se enviaban los niños y niñas más bellos, de entre cuatro y diez años, que estaban destinados a los sacrificios humanos de coronación” (1).

Cumplido el mes de ayuno y soledad, “mientras las mamacunas tejían las telas que acompañarían en las ceremonias”, el Inca a ser coronado hacía las carreras rituales por el valle del Cuzco entre los distintos lugares sagrados, “vistiendo la ropa ceremonial, negra y blanca, con pinturas rojas y llevando en manos alabardas de plata y oro, el ‘sunturpancar’ y el ‘champi’, los emblemas del poder” (2).

Después de aquello, el elegido volvía a la plaza del Cuzco “con gran estruendo” y comenzaban los sacrificios previos a la fiesta. Los niños enviados para la fiesta eran sacrificados y a algunos se les arrancaba el corazón “para pintar con esa sangre pura las waqas reales y las momias de los Incas que presenciaban las ceremonias en medio de la multitud de dignatarios y orejones” (3). Luego empezaban las fiestas “con abundante chicha preparada en esos días y los cantos y bailes, ‘taquis’, acompañados por las trompetas, ‘quepayc’, y los tambores, ‘huancacmac’, de las unidades militares” (4).

Y así comenzaba a gobernar el nuevo Sapa Inca, único Inca, “encargado de dar a todos los pueblos la verdad de las creencias y su protección como Intip-Churi, hijo del Sol, que no solo guardaba el orden de todas las cosas en el cielo y en la tierra, sino que también prodigaba a los pueblos los dones de las plantas, los animales, las habilidades y las técnicas perfeccionadas y sistematizadas por el poder cusqueño” (5).

La virtud mayor del Inca, refiere Daniel Larriqueta, “era proteger al pueblo de su soledad. Él era el padre de todos y les ofrecía no solo su protección sino su comunicación con el todo. Y para eso estaba organizado el reino y sistematizado el conocimiento de las cosas de cielo y tierra, que se expresaba en todas las minuciosas ceremonias rituales y sacrificiales y que aprendían los hijos de la nobleza en la escuela de Cusco, que durante cuatro años de estudios enseñaba los misterios de la religión, el lenguaje de los quipus, el significado de las waqas, la memoria de los incas anteriores y sus hazañas” (6).

En ese sentido, “la religión inca era revelación y favor, explicación de cómo funcionaba lo existente, de la unidad entre la vida y la muerte, que no podían separarse, y enseñanza cotidiana para el bienestar y el progreso… (7). Era un culto de la armonía que también unía el tiempo y el espacio, que no en vano se llamaban de la misma manera, “pacha”” (8).

En la sociedad prehispánica, apunta Tzvetan Todorov, “el individuo no representa en sí mismo una totalidad social, sino que solo es el elemento constitutivo de esa otra totalidad, la colectividad” (9). En ese sentido, “el porvenir del individuo está ordenado por el pasado colectivo: el individuo no construye su porvenir, sino que este se revela: de ahí el papel del calendario, los presagios, de los augurios” (10) que proveen los sacerdotes del imperio “en función de la armonía universal” (11). De allí también que el destino individual estuviera atado al destino del Imperio y a sus códigos religiosos.

 

Las ceremonias de despedida

Del mismo modo que en su coronación, cuando el Emperador moría, estrictas ceremonias y ritos representaban la liturgia de despedida de los Incas. Su muerte desencadenaba una serie de preparativos para el año de “duelo duro y cruel” con el ceremonial que ya había establecido el gran Pachacuti. Mientras desde lo más alto del poder se vigilaba el cumplimiento de “la voluntad sucesoria”, muchas mujeres y servidores solían inmolarse para acompañar al Inca en su nueva morada celestial (12).

Durante un mes se ejecutaban las ceremonias para facilitar al Inca su paso a la eternidad. Los príncipes y sacerdotes visitaban los lugares donde el Inca había sembrado o cosechado en todo el reino, “vestidos y adornados para la ceremonia, y en cada sitio los miembros de la gran comitiva lo invocaban diciendo: `contempla los vestidos que solías ponerte´”, y en los lugares indicados por la memoria, le recordaban: “mira el arma con la que venciste y sometiste a una provincia y los caciques que eran señores en ella”. Y entonces el máximo dignatario de la comitiva contestaba: “Está en los cielos con su padre, el Sol” (13).

Luego se realizaban las ceremonias militares en Cuzco “con luchas simuladas”, y entonces los actos funerarios entraban en su último tramo, “el de los sacrificios, la capocha”. Los vestidos usados en las ceremonias de adiós se quemaban en una gran hoguera, a la que también se arrojaban “mil llamas y alpacas finamente enjaezadas y otro millar de crías recién nacidas” (14). Asimismo, otras tantas o más llamas se mataban para alimentar con su carne a los concurrentes y en todo el reino se mataban animales en cada lugar que había visitado el Inca ahora muerto (15).

En las ceremonias de despedida de Topa Inca -hijo de Pachacuti, padre HuaynaCápac y abuelo de Atahuallpa- “para que lo acompañaran y sirvieran en la nueva vida se enterraron un millar de muchachos y muchachas en los lugares de residencia habitual de Topa Inca” (16). La momia del Inca muerto, el “mallqui”, fue vestida con todo el lujo imperial y con “las cenizas depositadas en el interior del Punchao, la imagen sagrada del Sol representado como un joven sentado y muy alhajado de quien salían rayos solares, serpientes y leones, según la visión legendaria que había tenido Pachacuti en una de sus revelaciones místicas” (17).

La momia del Inca era colocada en un lugar privilegiado, donde “desde entonces se la atendería y reverenciaría con toda pulcritud para que siguiera viviendo y participando de la vida del Cusco y de las ceremonias principales” (18). Y todos sus bienes y tierras “quedaban al servicio y bajo la custodia de sus familiares, su panaca, lo que engrosaba el grupo ya vasto de familias-panacas descendientes de otros Incas, todos residentes en el Cusco”, lo que sin duda era “creciente motivo de inquietud por los conflictos frecuentes y el enorme gasto de esas vidas dispendiosas” (19).

De todas maneras, no había separación entre la vida y la muerte, y cualquier sacrificio debía entenderse como la voluntad divina de Ticci Viracocha –ordenador del mundo-, a la que los Incas debían su existencia, poderío y grandeza.

Como apunta Tzvetan Todorov en su libro sobre los aztecas, «un mundo sobredeterminado forzosamente habrá de ser también sobreinterpretado» (20). De alguna manera, eso fue lo que selló el destino de aztecas e incas: si según las profecías debían llegar alguna vez los hombres barbudos del mar, y sucedió, un acontecimiento tan extraordinario como aquel no podía sino ser sobreinterpretado “como anuncio de otro acontecimiento… infausto” (21) que debía ocurrir. En las circunstancias dadas,  ocurrió.

 

* Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana.

 

Notas

(1) Larriqueta F. (2014). Atahuallpa. Memoria de un dios. Buenos Aires: Edhasa, pág. 23.

(2) Ídem.

(3) Ídem.

(4) Ídem, pág. 24.

(5) Ídem, pág. 10.

(6) Ídem, pág. 12.

(7) Ídem, pág. 10.

(8) Ídem, pág. 12.

(9) Todorov T. (2014). La conquista de América. El problema del otro. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, pág. 81.

(10) Ídem, pág. 84.

(11) Ídem, pág. 84.

(12) Larriqueta, Ob. Cit., pág. 19.

(13) Ídem.

(14) Ídem.

(15) Ídem, pág. 20.

(16) Ídem.

(17) Ídem.

(18) Ídem.

(19) Ídem.

(20) Todorov, Ob. Cit., pág. 79.

(21) Ídem.


Imagen de portada:  El Imperio de los Incas fue desde el punto de vista de organización política, fue una monarquía absolutista y teocrática.El poder estaba centrando en el Inca a quien se le consideraba de origen divino. Fuente de la imagen: historiaperuana.pe