Silencio de radio… y solidaridad

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El terremoto del ’44 desató la solidaridad de las provincias vecinas. Desde alimentos y abrigo hasta médicos y enfermeras fueron llegando a un San Juan en ruinas.

 

Por Elio Noé Salcedo

Era sábado, y aunque las actividades de la semana habían menguado y todos se preparaban para disfrutar de una de esas nochecitas sanjuaninas típicas de enero, la vida de la ciudad se desarrollaba en forma normal, incluidas las transmisiones de radio locales, esas por las que San Juan se destacó desde los inicios de la radiofonía argentina.

De pronto, “al sentirse el sacudimiento, la estación emisora dejó de funcionar”. Y con aquel silencio de radio, la propia emisora fue fácil presa del pánico: “Los locutores, los artistas, los empleados y algunos visitantes comprendieron enseguida que los amenazaba un grave peligro dentro del local y buscaron la salida”. El edificio de la estación radiofónica quedó completamente destruido, como tantos otros de la ciudad. No obstante, aunque sus ocupantes lograron llegar a la calle, no todas las personas que se encontraban allí tuvieron tiempo de ponerse a salvo, siendo las primeras infortunadas víctimas de aquel desastre.

Las noticias que trascendían los límites geográficos de San Juan a través de los corresponsales en Mendoza y las pocas informaciones recibidas desde el lugar de los hechos daban cuenta de que la edificación de la ciudad se consideraba totalmente destruida, y de que la capital sanjuanina, al igual que otros centros departamentales, había quedado en ruinas.

 

La situación en los departamentos

De acuerdo al teniente coronel Berreta, jefe de las fuerzas de auxilio en Albardón y Caucete, junto con la ciudad de San Juan, los efectos del sismo alcanzaban en esos departamentos las proporciones de un desastre, debido a las numerosas víctimas que allí se denunciaban. Incluso, durante el terremoto se habían producido en esos lugares muchos incendios que, ante la imposibilidad de que los bomberos pudieran actuar, se habían apagado por sí mismos. Por esa razón, las familias que habían quedado sin hogar comenzaban a ser refugiadas en las carpas instaladas por el Ejército.

En Calingasta, en cambio, no había que lamentar daños. Por su parte, en Rivadavia, aprovechando los daños sufridos por el edificio de la cárcel de Marquesado, numerosos presos habían logrado fugarse.

Dada la gravedad de la situación, la Subsecretaría de Prensa de la Casa de Gobierno en Capital Federal expedía a su tiempo el siguiente comunicado: “Por disposición del Superior Gobierno de la Nación, con motivo de la catástrofe ocurrida en la provincia de San Juan, que enluta a tantos hogares y que acongoja al pueblo argentino, quedan suspendidos todos los espectáculos públicos y transmisiones musicales en todo el territorio de la República. Las radioemisoras quedan autorizadas para irradiar informativos de carácter general y noticias relacionadas con el terremoto y exclusivamente música sacra”.

 

La solidaridad mendocina

Conocida la noticia en Mendoza, la gente comenzó a averiguar dónde estaba el epicentro del sismo, que también se había sentido con fuerza allí, y cuáles habían sido las poblaciones azotadas, estableciéndose poco después que en la provincia de San Juan muchos edificios se habían derrumbado y el número de víctimas era considerable. Inmediatamente, las autoridades hicieron un llamado a los médicos, enfermeros y practicantes radicados en la vecina provincia, los que acudieron prontamente a integrar las comisiones de auxilio que debían partir presurosamente para San Juan.

Pasado el mediodía, el corresponsal en Mendoza informaba a Crítica: “La asistencia médica resulta deficiente debido a que los hospitales sufrieron también, como es lógico, las consecuencias del sismo. Pero esta circunstancia dramática va perdiendo sus perspectivas angustiosas debido al número de médicos y de ayuda que va llegando hora tras hora desde las provincias vecinas, usando todos los medios de transporte”.

En Mendoza, aparte de los médicos, diversas personas e instituciones habían puesto manos a la obra para conseguir la ayuda que San Juan necesitaba. La señora Catalina Ferrari de Vargas encabezaba la Comisión de Ayudas para recolectar ropa, medicamentos, camas y muebles para los millares de personas que habían quedado en absoluto desamparo. Por su lado, la organización de los Canillitas de Mendoza había cedido el local de su dependencia para atender a los heridos que llegaban de la hermana provincia, para lo cual los asociados facilitaron camas y algunas ropas.

Así, al extraordinario número de personas que ofrecían sangre y a tantas comisiones de auxilio que partían en la madrugada del día 16 para llevar ayuda a San Juan desde la vecina provincia, se iban agregando minuto a minuto nuevas caravanas de vehículos transportando toda clase de elementos de sanidad, víveres, agua potable, frazadas, ropa, etc. Se podría decir que no quedaron particulares ni instituciones oficiales ni privadas que no acudieran de alguna manera en socorro del pueblo sanjuanino. Los panaderos mendocinos, por nombrar otro ejemplo, pedían que se les enviara toda la harina disponible en la provincia, porque era su propósito trabajar sin descanso a los efectos de elaborar pan destinado a la población sanjuanina.

En el tren que partió a las 23 del mismo 15 de enero con destino a San Juan, remitido por las autoridades de la Intervención Federal en Mendoza, y por el cual se transportaban médicos y enfermeras, material sanitario, carpas y otros elementos de auxilio, los mendocinos habían enviado ya su propio corazón para que el de San Juan volviera a latir nuevamente después de semejante ataque al centro vital de su existencia.

 

Sangre para la ciudad devastada

A las 4 horas del día 16 de enero, apenas siete horas después del derrumbe, en el Hospital  Clínicas de Buenos Aires se recibió una comunicación del director de la Asistencia Pública, doctor Alejandro Astraldi, en la que solicitaba se le entregara la máxima cantidad de sangre disponible a fin de enviarla a San Juan por vía aérea. “Inmediatamente –relataba la gacetilla de Críticael cuerpo de practicantes del hospital, bajo la dirección del director interino, doctor Andrés A. Santos, y del médico interno doctor Pedro Jurado, se puso a la tarea conjuntamente con el personal del Instituto de Transfusiones que dirige el doctor J. Gabriel Oliver”. Fue así que, “en poco más de una hora (5 de la mañana del día 16) se prepararon 10 litros de sangre que fueron puestos a disposición del director de la Asistencia Pública, quien dispuso su inmediato envío a San Juan”.

En esa patriada de solidaridad, como ocurrió en otros tantos centros de salud del país, “tanto los médicos y practicantes del hospital, como el personal de enfermeros donaron espontáneamente su sangre. A ellos se unieron numerosos socios del Club de Dadores Voluntarios y otras personas que, como los agentes de policía, acompañantes de enfermos y transeúntes, concurrieron al hospital con el mismo objeto”. El parte del Instituto de Transfusiones rezaba así: “Con el fin de formar una considerable reserva de sangre y plasma, ante la posibilidad de nuevos pedidos, el Instituto de Transfusiones seguirá trabajando continuamente durante el día de hoy”.

Ya era domingo. En el país, la mayoría se aprestaba al descanso dominical o a la semanal costumbre de asistir a los oficios religiosos. Pero ese domingo… muchos argentinos conmemoraron el día de la Resurrección entregando su sangre para salvar a los hermanos sanjuaninos que todavía conservaban esperanza de vida.

La ayuda voluntaria y espontánea había estado precedida por la acción oficial. Desde Buenos Aires, el presidente Ramírez había impartido órdenes a los organismos pertinentes para que hicieran llegar en forma urgente auxilio a la ciudad devastada; el ministro de guerra Farrel había dispuesto que las tropas de San Juan, Mendoza, La Rioja y Catamarca, al mando del coronel José Humberto Sosa Molina, operaran y cooperaran fehacientemente en la zona afectada; el coronel Perón, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, había tomado a su cargo la organización y coordinación de la ayuda social a los damnificados, que se contaban por miles; por su parte, el Gral. Perlinger, ministro del Interior, llegaba a San Juan en un avión que traía a la provincia cuyana sangre, cirujanos, traumatólogos y equipos completos de material sanitario para prestar asistencia a las hasta ese momento incontables víctimas del terremoto.

Y no podía faltar Chile, la antigua cabecera de la Capitanía que San Juan y Mendoza habían integrado en sus primeros doscientos años de vida.

Del otro lado de la cordillera llegaba en horas de la tarde un avión transportando gran cantidad de sulfamidas en polvo e inyectables, gasas y otros elementos de asistencia enviados en nombre del pueblo chileno por parte de su presidente Ríos, que dejaría marcado nuestro mapa urbano con el nombre de la enfermera Medina, el capitán Lazo, el mecánico Mella y el doctor Hugo Bardiani, entre otros, fallecidos en un accidente aéreo cuando venían en nuestra ayuda.

Como en las grandes batallas de la Patria Grande, la tragedia había logrado unir los brazos, la sangre y el corazón de todos, sin distinción de ninguna clase. Ese fue el espíritu que sobreabundó en aquel enero de 1944, a pesar de la desgracia.

 

Elio Noé Salcedo es Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana de la UNSJ (San Juan) y de la UNVM (Córdoba).

 

Notas:

Fuente principal: diario Crítica de Buenos Aires del 16/01/44.


Imagen: El Palacio Legislativo, donde en 1944 funcionaba la Secretaría de Trabajo y Previsión fue sede de la colecta nacional de ayuda a las víctimas del sismo. Fuente: www.legislatura.gov.ar