Exilio e insilio
Una mirada sobre San Juan,
su universidad y las herencias del proceso
ESCRIBE
Chango Illánez
Facultad de Ciencias Sociales - UNSJ
(Intervención en el panel sobre el 24 de marzo en la
Facultad de Ciencias Sociales, el 22 de marzo del 2006)
El
exilio casi no necesita definición, siempre y cuando
se precisen sus alcances y sus límites. No
hay exiliados por razones de trabajo, por causas económicas
y sociales. El exilio es una posibilidad de la política.
Quienes van a otro país para trabajar no son exiliados,
son emigrados que se transforman en inmigrantes. Su realidad
es diferente, porque su memoria es diferente, y lo es también
su motivación para volver. No vuelve del mismo modo
el exiliado que el inmigrado. No elaboran del mismo modo ni
la nostalgia ni su visión del mundo, ni sus retornos.
El insilio sí requiere una caracterización:
se trata de aquel estar sin ser dentro de la propia patria
de uno que a uno se le presenta enajenada, pero no enajenada
exclusivamente en lo socioeconómico sino en el sentido,
en lo destinal, en el adonde va todo.
El insilio se caracteriza por el silencio. A veces ese silencio
es casi total. A veces es un discurso traducido, malversado,
revisado al extremo para que no revele huellas de la impronta
original y su fundamento. A veces ese silencio es alterado
por una cierta expresión que se extiende de un modo
sutil y corre siempre el riesgo de ser descubierta.
El insilio es una identidad vulnerada porque es una memoria
reprimida. Pero esa contención acumulativa tiende a
liberarse y entonces se transforma en cultura, es una conciencia
extrañada.
El exilio es una identidad expansiva porque es una memoria
liberada, aunque mediada por la nostalgia (nostos en griego
es estar lejos de la patria). Es una memoria larga y sustanciosa,
pero difícilmente transmisible porque los oídos
son casi incompatibles. El exilio no es un éxodo, no
es una diáspora.
El insilio no ha sido sólo tener que soportar el peso
del intento de legitimación deportiva del golpe y el
Proceso, ha sido insilio soportar la democracia controlada
y la entrega del Estado al neoliberalismo y los privatizadores.
El
insilio se trata de aquel estar sin
ser dentro
de la propia patria. es una identidad vulnerada porque
es una memoria reprimida. |
Circunscribirnos solamente al 24 de marzo
nos acotaría demasiado porque queda algo muy complejo
para responder: qué pasa con la continuación
del Proceso por otros medios. Hasta dónde la principal
motivación del golpe y del Proceso fue realmente vencida.
El insiliado lo está respecto de los autoritarios y
los despóticos, y también respecto de su propio
pueblo en mayor o en menor medida.
Lo insiliático no siempre es lo popular, o mejor, casi
nunca puede ser popular. No hay que confundir los términos.
Lo insiliático es lo profético que no puede
expresarse por los medios habituales que están a disposición
del poder y que el poder utiliza en la tarea de confinación
y encapsulamiento de lo insiliático.
En el exilio se tiene la ventaja y la desventaja de sentirse
extranjero. En el insilio se tiene la desventaja de ser nativo,
de compartir ciertos códigos comunicacionales. El insiliado
está en su propia tierra en calidad de desterrado.
Desde el insilio se puede decir que lo que parece propio es
ajeno. No se sale del insilio con sólo recuperar lo
simbólico.
El insilio no es la consecuencia de una simple conculcación
de derechos, ni es una sensación pasajera, es una cultura,
es decir, abarca el campo de lo expresivo, y es fuente de
conductas políticas, sociales, etc. La superación
del insilio es la explicitación pública de la
memoria, no sólo individual sino colectiva, muchas
veces de modo estético, no siempre de manera política.
Lo que hoy se considera progresismo es también una
forma de insilio, una expresión de éste pero
en el marco de una reconversión forzosa.
La Argentina vivió formas de insilio y de exilio combinadas.
La persistencia es singularmente fuerte en San Juan. La historia
del Proceso es la historia reciente de San Juan. En San Juan,
el Proceso no está situado en el pasado. No terminó
en 1983. Al contrario, ganó las elecciones de 1983,
de 1987, etc. Y se mantuvo.
No hay, no hubo dos demonios. La militancia popular, con todos
sus defectos en cualquiera de los sentidos, no fue demoníaca.
Era un conflicto social y político perfectamente claro
y evidente.
La Universidad tiene la obligación de autocriticarse
y de pedirle disculpas a la Sociedad. Porque aquí también
continúa el insilio y parece que no hubiera cambiado
nada desde entonces a hoy.
Fue el Proceso el que estructuró una Universidad que
no mirara y que no marcara a fuego sujetos reales e inocultables.
Esa situación se mantuvo hasta el punto de mantenerse
por muchos años insiliada en el miedo, a veces mirando
sin ver.
La Universidad tiene que autocriticarse por haber engendrado
intelectualmente tecnoburócratas que fueron funcionarios
calificados de la dictadura. Y tiene que hacer las investigaciones
necesarias para poner en claro que fue lo que pasó.
Y tiene que descubrir cuáles son los orígenes
de sus propios miedos. Está muy bien que la Universidad
homenajee a sus caídos en la lucha. Pero ello recién
cobrará la magnitud que merece cuando se diga cuáles
fueron los responsables de la política científica
oficial en esos años.
No
se trata de un simple golpe de Estado, o de un mero hecho
conspirativo, con todo lo grave que eso significa. Se trata
de un genocidio similar al de Aushwitz o Treblinka, sólo
cuantitativamente en escala menor, pero igual, de la misma
magnitud en lo cualitativo.
La provincia y la Universidad tienen que desprocesisarse,
obligando a la autocrítica pública institucional
y personal de quienes estructuraron en ella una máquina
colaboracionista que todavía se mantiene. Hoy no lo
es con los militares, pero sí lo es con negocios transnacionales
peligrosos. La misma Universidad del pozo de Gastre (aquél
basurero radiactivo en el que trabajaban científicos
de la Universidad) es la que colabora con los proyectos predatorios
y presta su consentimiento a ellos.
Desprocesisar es terminar con una ciencia fría y extinguidora
que suprime especies y margina clases y se mantiene en un
concepto utilitario e individual-posesivo del conocimiento.
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