
Escriben: Dra. Vila Costa, María José (*) y Esp. Harracá, Mariano Andrés(**).
Las niñeces y juventudes son un constructo social, histórico y cultural, pero… ¿Quiénes lo construyen? ¿En el marco de qué relaciones de poder? A lo largo de estas últimas décadas, las niñeces y juventudes han sido ampliamente estudiadas, dando como resultado un vasto corpus teórico proveniente de disciplinas con fronteras bien establecidas. Tal es el caso de las miradas sobre la infancia y adolescencia provenientes de la psicología, y aquellas sobre la juventud provenientes de la sociología. Consideramos que, cualquier tipo de definición y delimitación hoy en día sería difusa y escurridiza. Además, observamos que, tanto en la ciencia como en la sociedad se ha constatado una perspectiva de desconfianza hacia este colectivo de sujetos, en un escenario de sospecha generalizada. Su condición de categoría de análisis, producto de numerosos reduccionismos, no ha hecho más que profundizar la construcción de sentido acerca de “lo que les falta” para llegar a ser comoese sujeto adulto “de antes”, tan idealizado en los imaginarios sociales que circulan. A partir de la serie “Adolescencia” (disponible en la plataforma de Netflix) que ha provocado una resonancia viralizada, nos gustaría reflexionar sobre estos temas, recuperando a su vez el concepto de dysphoria mundi de Paul Preciado (2022). Con total certeza de que estas operaciones de pensamiento -tanto la creación del producto audiovisual como este análisis- caerán indefectiblemente dentro del reparto de lo sensible, en tanto “recorte de los tiempos y de los espacios, de lo visible y de lo invisible, de la palabra y del ruido que define a la vez el lugar y lo que está en juego” (Rancière, 2014, p. 20), mantenemos la esperanza de que sirvan para abrir algunos caminos de comprensión a través de la puesta en suspenso de lo que concebimos como cotidiano, natural, normal. Nobleza obliga, esta reflexión contiene spoilers de toda la trama de la serie mencionada.
La miniserie se compone de cuatro capítulos de unos 50 minutos aproximados de duración cada uno, que cuentan la historia de Jamie Miller, un niño de 13 años que es acusado de asesinar a una compañera de clase, Katie. En primer lugar, queremos destacar las respuestas que se buscan generar en el espectador. En este sentido, el recurso cinematográfico utilizado es el plano secuencia, caracterizado por una toma sin cortes. Este mecanismo mantiene al espectador en una marcada intensidad dramática y lo expone a un realismo elevado (Calvo, 2025) desde el inicio hasta el final sin descanso, cuestión no menor en tanto efecto intencional provocado por el director.
En el primer capítulo se observa, con la escena del allanamiento, la violencia policial naturalizada -algo que Mariana Maggio (2025), en su análisis de esta serie, llama “violencias implícitas”-. Esta naturalización se acentúa con el contrapunto de una preocupación amable por el respeto al orden administrativo-burocrático (“si tiene alguna queja llene este formulario” dice el detective al padre de familia, luego de los actos de violencia), entrelazada a su vez con elementos cotidianos de la paternidad del propio detective a cargo (un audio de su hijo en el que le pide no ir a la escuela, cuyo sentido comprenderemos en el segundo capítulo de la serie). Esta presentación de lo burocrático se refuerza con una tensión puesta sobre lo gratuito público, al momento de asignarle un abogado defensor al protagonista imputado y el padre dice: “lo gratis no suele ser bueno, ¿verdad?”. En toda la trayectoria administrativa que recorremos en tiempo real, con el ingreso de Jamie a la comisaría y su posterior detención, hay un imaginario cristalizado que se referencia en que “todos odian los casos de niños”. Se evidencia así lo grotesco y violento de la situación, donde incluso el estar procesando a un niño puede quedar subsumido y justificado, bajo el frío e incontestable argumento burocrático. Otro detalle que resalta en estos primeros momentos, es que en numerosas oportunidades el padre se muestra distante de su hijo, con escaso contacto corporal entre ellos. Finalmente, luego de un incómodo interrogatorio, las imágenes de las cámaras de seguridad muestran el asesinato cometido. La reacción inmediatamente posterior del padre es el rechazo, “mirar para otro lado”, para concluir el capítulo con un abrazo desconsolado, de no comprensión, un “qué has hecho”.
En el segundo capítulo nos metemos en el corazón de la escuela, otra vez naturalizando el ingreso de la fuerza policial y su interrogatorio a estudiantes, con la violencia simbólica que esto implica. El panorama no difiere de lo observado en algunas escuelas en San Juan (aunque esté un poco hipertrofiado en la serie como recurso dramático), por lo menos en las múltiples expresiones de esta misma violencia, esta vez entre pares estudiantes, de docentes a estudiantes, entre pares docentes. Al respecto recomendamos el trabajo recientemente publicado “La escuela como refugio» de Carina Kaplan (2024), que presenta resultados de investigaciones en la temática. La serie muestra además, una escuela que cumple múltiples funciones que exceden lo pedagógico. Los policías definen la “escuela como corral” y entra bajo sospecha la concreción de los aprendizajes en dicho espacio. En la charla que tienen el padre detective y su hijo estudiante (el del audio del primer capítulo, que va a la misma escuela a la que asistían los chicxs implicados) se observa una brecha generacional inmensa, ejemplificada en el uso del lenguaje. El padre tiene que ser guiado y acompañado por su hijo en la comprensión de estas subjetividades, ya que su análisis de los mensajes entre Jamie y Katie, se revela como absolutamente insuficiente al desconocer los códigos implícitos en esta comunicación. Allí los emoticones sirvieron como criterio de demarcación generacional, sorprendiendo a todos los no iniciados (entre los cuales nos incluimos) por su capacidad expresiva y la potencia de sus efectos. En este capítulo queda expuesta la porosidad de la autoridad en instituciones como la escuela y la policía.
En el capítulo tres, la serie nos lleva a una institución “de encierro”, donde Jamie espera su juicio y recibe a terapeutas que deben evaluar su condición mental. El capítulo resalta el eufemismo que se usa acerca de la institución, la que se presenta como un centro de entrenamiento, ante lo que Jamie denuncia “¿aquí me entrenan para qué?”. Este capítulo es quizás, el que más directamente busca crear una tensión explícita, cuando irrumpen acciones de violencia del niño, que toman por sorpresa a la psicóloga clínica asignada al caso y a nosotrxs como espectadores. Su profesión es llevada al límite en la implicación personal con el caso, sin embargo esta profesional logra hacer circular la palabra. Queda latente la pregunta voyeurista por la posible patología mental de Jaime, que como espectadores nos hacemos en nuestra propia necesidad de etiquetar. Dicha pregunta es sugerida en los abruptos cambios de humor y conductuales del protagonista, sin embargo, no resulta una cuestión menor que en el capítulo final Jamie toma la decisión de asumir la responsabilidad del asesinato.
En el capítulo cuatro, nos llevan al mundo intrafamiliar intentando responder a la pregunta acerca de dónde viene Jamie. La sospecha sobre el padre se reaviva instalando la duda acerca de la pedofilia a partir de un escrache social en el barrio. A la pregunta acerca de dónde viene ese pibe-asesino, se nos responde: de una clase media trabajadora, criado por un padre compulsivo (dejando más de una pregunta abierta acerca de él), una madre que reprime su vulnerabilidad para hacer la amalgama que todo lo sostiene, y una hermana criada por un mismo “modelo” pero con un diferente resultado.
¿Por qué nos parece importante recuperar a Paul Preciado? Porque consideramos necesario hacer un análisis crítico de este producto audiovisual bordeando el orden de lo sensible presentado, es decir, lo que se espera que sintamos, digamos y pensemos. Preciado (2022) nos presenta la palabra dysphoria, que se compone del prefijo dys, el cual retira, niega o indica dificultad, y el adjetivo phoros derivado del verbo pherein llevar, acarrear. Esta noción señala un problema de carga, una dificultad de resistencia, la imposibilidad de soportar el peso y transportarlo. Para la psiquiatría “la disforia es un trastorno del ánimo que hace que la vida cotidiana se vuelve imposible de llevar” (p.23).
La dysphoria mundi, según el autor, es una “condición somatopolítica, el dolor que produce la gestión de la necropolítica de la subjetividad” (p.27). Con esta afirmación se pone a la luz que existe un régimen político de conformación de los cuerpos y un tipo de gestión y gobernabilidad de la subjetividad particular a este espacio-tiempo. El concepto de necropolítica es recuperado de Mbembe, y en esta ocasión, lo tomaremos en una de sus posibles acepciones, como cosificación del ser humano propia del sistema capitalista contemporáneo que utiliza diversas estrategias de mercantilización del cuerpo. El concepto de dysphoria mundi no acaba allí, porque también señala la potencia de los cuerpos vivos en el planeta, su posibilidad de extraerse de la genealogía capitalista, patriarcal y colonial a través de prácticas de inadecuación, de disidencia y de desidentificación (Preciado, 2022).
Ensayemos, junto con el autor, una breve contextualización del mundo contemporáneo. Las condiciones de precariedad y control se expresan en la segmentación social de clase, género, raza, sexualidad y diversidad funcional a nivel mundial. Una sociedad poscovid que se encuentra debilitada por el extractivismo capitalista, la depredación ecológica, la violencia sexual y racial, la migración forzada y su criminalización. Estos condicionamientos son parte de los puntos de partida que no pueden dejarse de lado en ningún análisis.
Probemos aquí, entonces, de otra manera. No criminalicemos (más aún) a nada ni a nadie, ni a las niñeces y juventudes, ni a los padres y madres, y mucho menos a la escuela. Vamos a realizar el esfuerzo de pensar que en lo “mostrado” hay mucho que queda afuera y vamos a diseñar líneas de acción ante esto que está frente a nuestros ojos. Vamos a comprender que estos casos son los que constatan que a las generaciones adultas hay cosas que se le escapan de su entendimiento y de su control (¿será esta una característica de la humanidad en todos sus tiempos o tan sólo un mal de época?). Es innegable, como elemento que se repite en su múltiples variaciones, el malestar en y de los cuerpos, descripto como la primera fuente de sufrimiento desde el psicoanálisis de Freud. Aquí va entonces la propuesta, el llamado a la acción de cualquier espacio educativo comenzar a habitar el cuerpo, lo gravitatorio de un espacio y tiempo compartidos, el peso de la propia vida y su materialidad. Esto nos da una alternativa frente a la aceleración que “destruye la subjetividad social, debido a que esta última se funda en el ritmo del cuerpo deseante, que no puede ser acelerado más allá del punto de espasmo” (Berardi, 2019). Integrar el cuerpo, transmutar esta fuente de malestar inmanente a nuestra cultura. Jugar(nos), mirar(nos), sentir(nos), crear(nos). Y esto implica, también, exponernos, abrir sensibilidades y vulnerabilidades ¿Qué exigencias y expectativas, conceptos anacrónicos y malestares propios tenemos que dejar de lado lxs adultos para ser capaces de dar este paso? ¿Cómo creamos contextos educativos que den cobijo, morada, y así habiliten expresiones singulares sin juzgarlas ni etiquetarlas? ¿Qué territorios comunes somos capaces de crear para habilitar lo nuevo que traen nuestras niñeces, adolescencias y juventudes?
Referencias
Berardi, F. (2019). El aceleracionismo cuestionado desde el punto de vista del cuerpo. En Avanessian, A. y Reis, M. (comp.) Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo. Caja Negra.
Calvo, A. [SensaCine]. (27 de marzo de 2025). Crítica “Adolescencia” (Adolescence). [Video]. YouTube.
https://www.youtube.com/watch?v=KGW8SNLQMY0&t=452s
Kaplan, C. (2024). La escuela como refugio. Homo Sapiens
Maggio, M. (25 de marzo de 2025). “Adolescencia” y la crianza (escasamente) poderosa. Infobae.
https://www.infobae.com/educacion/2025/03/25/adolescencia-y-la-crianza-escasamente-poderosa
Preciado, P. (2022). Dysphoria mundi. Anagrama
Rancière, J. (2014). El reparto de lo sensible: estética y política.
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(*)Dra María José Vila Costa (FFHA-IDICE), Prof. titular Epistemología (Prof. Química y Física), Prof. adjunta a cargo Práctica Profesional Orientada a la Investigación (Prof. y lic. en Ciencias de la Educación), Directora proyecto Cicitca “Problemáticas adolescentes en entramados situados. Investigación- acción en escuelas de Nivel Medio de la provincia de San Juan.
(**)Esp. Mariano Andrés Harracá (FFHA-IDICE), Prof. adjunto a cargo Metodología de la investigación 2 (Prof. y lic. en Ciencias de la Educación), miembro investigador del IDICE.