Del león al topo
Javier Milei y la demolición del Estado Social
El autor de este texto sostiene que cuando el Presidente habla del “Estado”, de su inutilidad, de su peso, de su torpeza, de su corrupción, cabe preguntarse: ¿de qué Estado habla?

Imagen: IA Meta
Por Jorge García (*)
«Amo ser el topo dentro del Estado, yo soy el que destruye el Estado desde adentro».
Con esta inusual declaración, el presidente de Argentina, Javier Milei, sorprendió a
los medios norteamericanos, consolidando algo que nunca había negado: ser el
encargado de destruir un Estado que, según él, es el mal de todos los males, causa del
gasto desmedido. y, por lo tanto, el verdadero obstáculo para el crecimiento y el
porvenir del país. En la retórica de Milei hay algo de perverso y transgresor. El amor,
que suele entenderse como un espacio de unión y construcción, para este
presidente—quien ha hecho de la inversión de los sentidos un ejercicio
político—coincide con la destrucción.
En su confesión aparece también la figura del topo. Este no es el primer animal con
el que Milei se identifica; todos conocemos ya su imagen icónica del león, el
cuadrúpedo rey de la selva, que simboliza la voluntad del presidente y que además se
ha convertido en el emblema de su espacio político. El león es una figura cargada de
significado. En la historia argentina, los anarquistas de principios del siglo XX
recurrieron a la potencia de esta imagen cuando llamaban a sus camaradas a dejar de
ser la «máquina productora al servicio de los demás» para convertirse en leones:
«¡Hora es ya de que ¡Mostraréis los dientes!» La semántica política corre por las
venas de la historia, conectando como un reflujo elementos que parecen dispares.

corregir las desigualdades mediante una intervención pública más amplia,
garantizando derechos colectivos en áreas clave como la educación, la salud y la seguridad social».
Nada que objetar: Milei tiene algo de anarquista, pero también—y sobre todo—de capitalista. En la filosofía nietzscheana, el león cumple una función singular: enfrentarse y rugir ante el dragón de los valores establecidos, desafiando al statu quo. El león ruge, avanza sobre el Estado—sobre el gran Leviatán—para desgarrarlo y así crear un nuevo orden de prosperidad y progreso. Es una imagen fascinante, pero quizás una exaltación demasiado apresurada.
Cuando el presidente habla del “Estado”, de su inutilidad, de su peso, de su torpeza, de su corrupción, cabe preguntarse: ¿de qué Estado habla?
El sociólogo frances Robert Castel, en su ya obra clásica “La metamorfosis del Estado Social”, nos enseña a diferenciar, por un lado, el Estado Liberal, aquel que en Argentina tiene su origen a fines del siglo XIX. Este Estado se caracteriza por una mínima intervención estatal, una fuerte protección de la propiedad privada y una confianza casi ciega en que el mercado regula las dinámicas económicas y sociales.
Este tipo de Estado favorece a los grandes propietarios y al capital que domina las reglas del juego, lo que inevitablemente genera exclusión y desigualdades.
Por otro lado, según Castel, existe el Estado Social , que en Argentina algunos
historiadores han llamado «Estado de bienestar» o «benefactor», cuyo nacimiento se
sitúa a mediados del siglo XX. En contraste con el liberal, el Estado Social surge para
corregir las desigualdades mediante una intervención pública más amplia,
garantizando derechos colectivos en áreas clave como la educación, la salud y la
seguridad social. Este Estado no solo protege las libertades individuales, sino que
también establece una red de seguridad para aquellos que quedan fuera de las lógicas
del mercado.
Estos dos modelos de Estado han convivido, con sus crisis y tensiones, para intentar
contener a todos los actores y sectores sociales. Pero es este delicado equilibrio el que
viene a corroer y desarmar un noble, pero nada indefenso, animalito: el topo.
Según el presidente, su tarea es ahondar y carcomer las estructuras del Estado para
hacerlo tambalear desde sus raíces. Curiosa labor la de un ser que, en teoría, debería
estar acostumbrado a la oscuridad, la privación de aire y de luz. Sin embargo, esto
parece poco compatible con la frecuente y espectacular exposición mediática a la que
Milei nos tiene acostumbrados. Aquí, las acciones constriñen el relato.
Cuando el presidente habla de destruir el Estado, lo que realmente está aniquilando
es el Estado Social , no el Estado Liberal . Sus propuestas no apuntan a recortar los
privilegios de los grandes evasores ni a reducir la protección de la propiedad privada
o del capital. En cambio, su objetivo es desmantelar los servicios sociales que
garantizan derechos básicos a la mayoría de la población, como la educación pública,
la salud y las pensiones. Presenta al Estado como el enemigo de la libertad y del
crecimiento, pero en realidad deja intactos, e incluso fortalece, los mecanismos del
Estado Liberal: la protección de los grandes capitales, la evasión fiscal y la defensa de
la propiedad privada.
La astucia del artilugio de Milei radica en su retórica de distracción. Nos presenta un
Estado monolítico que, supuestamente, es el objeto de la furia del león, cuando en
realidad lo que está siendo carcomido desde sus profundidades es el Estado Social.
Desmontar la red de protección social equivale a condenar a gran parte de la
población a la precariedad, la inseguridad y el abandono, algo que el mercado nunca
ha podido, ni podrá, subsanar. El Estado Social ha sido un motor de crecimiento e
inclusión, y por eso la fábula se transforma en tragedia cuando el topo prepara el
terreno para las fieras, que solo rugen en defensa del poder.
(*) Profesor de Filosofía en la Escuela de Comercio «Libertador Gral. San Martín» de la UNSJ. Doctorando en el Doctorado de Filosofía de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de la UNSJ. Su campo de investigación es la Filosofía Política.