La identidad latinoamericana en el Facundo

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En este breve ensayo, el autor desarrolla una tesis original sobre el primer libro de Domingo Faustino Sarmiento. Según sostiene el ensayista, en el Facundo, el escritor sanjuanino reniega explícitamente de Nuestra América a la vez que confirma implícitamente la identidad común de América Latina.

Por Elio Noé Salcedo*

Hay una diferencia entre considerar a América Latina como una unidad –unida por una historia, una cultura y un destino común-, o solo como un conjunto de países independientes y no interdependientes. En principio, dicha consideración tiene que ver con nuestra identidad o falta de ella que, sin duda, es el resultado de nuestra memoria y/o conciencia histórica.

En el Facundo, paradójicamente, si bien el autor  reniega de “la forma de ser” del pueblo latinoamericano y se pone del lado de Europa contra el “poder americano”, no obstante-, hombre de su época al fin-, reconoce al mismo tiempo la existencia del todo –Nuestra América- y la ligazón existente entre el todo y sus partes. Tanto es así, que en la introducción de su obra, Sarmiento reclama: “A la América del Sur en general, y a la República Argentina sobre todo, le ha hecho falta un Tocqueville…”, o sea un pensador e historiador que pudiere interpretar en su conjunto a nuestra patria grande, como lo había hecho Tocqueville al interpretar la otra América en “La democracia en América” (del Norte) (1).
Ante la disolución de Nuestra América, como la llamaba José Martí, Manuel Ugarte–un propulsor de la reunificación latinoamericana en los albores del siglo XX-  se preguntaba qué sería de ella de haber logrado la unión que habían alcanzado los países de la América sajona, que ha sido, sin duda, el secreto de su fortaleza y gran desarrollo.

 

Nuestra hipótesis

He aquí la síntesis de nuestra hipótesis: en el “Facundo” (1845), Domingo Faustino Sarmiento -tan despectivo con respecto a la extensión de nuestro territorio y “el modo de ser” de nuestro pueblo-, desarrolla su tesis explícita sobre “civilización” (europea) y “barbarie” (americana), aunque al mismo tiempo afirma implícitamente la identidad común del conjunto de América Latina y el Caribe.
Al denostarla tanto en su conjunto como en sus partes y elementos, Sarmiento la reconoce y considera implícitamente como una unidad y/o totalidad macronacional (estado de conciencia que los latinoamericanos contemporáneos no han podido recuperar hasta el momento, o han olvidado, y que no han reincorporado aún como una de sus verdades fundamentales).
En apoyo a nuestra presunción sobre la “identidad americana” de Sarmiento –casi lógica-, digamos que, hasta mitad del siglo XIX todavía estaba vigente en el imaginario y la memoria colectiva (a muy pocos años de ocurridos los hechos y con muchos de sus protagonistas todavía vivos): las batallas por la Independencia americana (1813 – 1826), el Congreso de Panamá convocado por Simón Bolívar (1826), la lucha de Bolívar hasta su muerte (1830), la presencia, aunque en el exilio, del Libertador del Sur del Continente (el Gral. San Martín fallece recién en 1850), e incluso el recuerdo fresco del intento de reconstitución –en parte- de la unidad perdida, a través de la creación frustrada de la Confederación Peruano- Boliviana del mariscal Santa Cruz (1836 – 1839). Entonces se sabía lo que hoy es necesario inferir.
Incluso en 1850, con argumentos “unionistas”, el propio Sarmiento lanzará a través de su libro “Argirópolis” –más allá de sus intenciones antirosistas- su proyecto de “los Estados Confederados del Río de la Plata” (2), con la reunión de las Provincias Unidas del Río de la Plata y/o del antiguo virreinato homónimo, es decir Bolivia, Paraguay, Uruguay y Argentina. Al final del libro, dicho proyecto resulta, en la pluma del apasionado sanjuanino, una apuesta a la formación de “los Estados Unidos de la América del Sur” (3).
En efecto, desde las primeras páginas del “Facundo”, Sarmiento considera con acierto a la Argentina una “sección hispanoamericana” (“La República Argentina es hoy la sección hispanoamericana que en sus manifestaciones exteriores…”), simple verdad que hoy parece extraña entre nosotros (4). Aunque al contrario de Manuel Ugarte, que advierte sobre “el peligro americano” del Norte, Sarmiento –despojado de esa parte de la identidad que es la conciencia nacional y víctima propicia de la colonización pedagógica (5)-, previene a los países europeos y a Francia en particular sobre el “poder americano” en el Sur “que desafiaba a la gran nación” europea.

 

Desarrollo y comprobación

Desde las primeras páginas, fiel a su hipótesis, y corroborando a la vez la nuestra, el escritor e intelectual alude a las mismas raíces y a las mismas causas que generan esa realidad común en América, asignando su parte “a la configuración del terreno y a los hábitos que ella engendra; su parte a las tradiciones españolas y a la conciencia nacional, inicua, plebeya, que han dejado la Inquisición y el absolutismo hispano…”.
Entiende que de haberse hecho ese estudio que él pretende, “entonces se habría podido aclarar un poco el problema de la España, esa rezagada de Europa…”. Por eso se pregunta a continuación, confirmando su tesis y la nuestra: “¡Qué! ¿El problema de la España europea no podría resolverse examinando minuciosamente la España americana, como por la educación y hábitos de los hijos se rastrean las ideas y la moralidad de los padres?”… “¡Qué! ¿No significa nada para la historia y la filosofía esta eterna lucha de los pueblos hispanoamericanos…?”(6).
Tal es la identidad de caracteres e intereses de la América indo-española, que la República Argentina, como reconoce Sarmiento, “produce, al fin, del fondo de sus entrañas, de lo íntimo de su corazón, al mismo doctor Francia (caudillo paraguayo) en la persona de Rosas…”, argumentando según su lógica “civilizatoria” (pro europea): “¿No se descubre en él el mismo rencor contra el elemento extranjero, la misma idea de autoridad del Gobierno, la misma insolencia para desafiar la reprobación del mundo, con más, su originalidad salvaje?” (7).
Respecto a Facundo Quiroga, el escritor manifiesta su misma convicción anti americanista a la vez que reafirma la identidad americana de territorio, personaje y cultura: “Facundo Quiroga… es la figura más americana que la revolución presenta”… “Porque en Facundo Quiroga no veo un caudillo simplemente, sino una manifestación de la vida argentina, tal como lo han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno(8), factores comunes a la formación de la realidad e idiosincrasia latinoamericana.
“Sin estos antecedentes –continúa Sarmiento, profundizando su tesis sobre la barbarie hispanoamericana, a la vez que confirma la identidad común de los pueblos que componen la América indo-española- nadie comprenderá a Facundo Quiroga, como nadie, a mi juicio, ha comprendido, todavía, al inmortal Bolívar”. “El drama de Bolívar –remata- se compone, pues, de otros elementos de los que hasta hoy conocemos: es preciso poner antes las decoraciones y los trajes americanos, para mostrar enseguida el personaje” (9).
Sin lugar a dudas, al menos en la tesis implícita sarmientina, tanto el caudillo paraguayo, como el bonaerense, el riojano o el venezolano, más allá de sus características particulares, responden al patrón común nuestroamericano.
Incluso en la carta a don Valentín Alsina que transcribe y con la que concluye su introducción al “Facundo”, sin dejar de lado sus ansias de grandeza personal, reafirma su propia identidad americana: “Este libro –imagina- irá bien pronto a confundirse en el fárrago inmenso de materiales, de cuyo caos discordante saldrá un día, depurada de todo resabio, la historia de nuestra patria, el drama más fecundo en lecciones, más rico en peripecias y más vivaz que la dura y penosa transformación americana ha presentado”. En su íntima convicción, no deja de anhelar el reconocimiento de los países europeos “si un pobre narrador americano se presentase ante ellos como un libro, para mostrarles, como Dios muestra las cosas que llamamos evidentes…” (10).

 

Breve recorrido por Facundo

Desde el capítulo I hasta el capítulo IV, antes de abordar la biografía comentada de Facundo Quiroga, Sarmiento reafirma su íntima convicción (y contradicción) existencialmente americanista, e ideológica y políticamente antiamericanista.
Comienza por reconocer que la República Argentina formó parte de un espacio mayor llamado Provincias Unidas del Río de la Plata (actuales Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay), en tanto “al norte están el Paraguay, el Gran Chaco y Bolivia, sin límites presuntos”. En ese gran Chaco, “un espeso bosque cubre, con su impenetrable ramaje extensiones que llamaríamos inauditas si en formas colosales hubiese nada inaudito en toda la extensión de la América” (11).
Enseguida, aunque afirma que la República Argentina, por su naturaleza, es “una e indivisible”, se corrige al marcar la diferencia entre Buenos Aires y las provincias según su conocido dilema de “civilización o barbarie”, identificando a las provincias con el carácter y espíritu americano, y a Buenos Aires con el espíritu y carácter europeo, con lo que termina sosteniendo la acertada tesis de M. Guizot (que figura en la Introducción), vigente hasta nuestros días: la existencia de dos partidos en América: el Partido Americano y el Partido Europeo (Extranjero), al que América debería secundar o sujetarse si pretende “civilizarse” (12).
Su íntima contradicción –que demuestra nuestra hipótesis- se pone de manifiesto en las siguientes afirmaciones del capítulo I: “Las ciudades argentinas tienen la fisonomía regular de casi todas las ciudades americanas”; “El hombre de campo lleva otro traje (distinto al de la ciudad), que llamaré americano, por ser común a todos los pueblos”; “Es preciso ver a estos españoles, por el idioma únicamente y por las confusas nociones religiosas que conservan para saber apreciar los caracteres indómitos y altivos…” (13).

Comparaciones que confirman nuestra identidad común

Ya en el capítulo II, nos advierte sobre las dificultades de ser nosotros mismos, sin separarse de su lógica contradictoria (que a la vez que reconoce nuestra identidad común, la repudia por no ser la europea que él supone superior, “civilizada” y progresista): “… de las condiciones de la vida pastoril, tal como la ha constituido la colonización y la incuria, nacen graves dificultades para… y mucho más para el triunfo de la civilización europea”. De eso se trata para Sarmiento: “De la lucha entre la civilización europea y la barbarie indígena (del nativo), entre la inteligencia y la materia: lucha imponente en América” (14).
De tal modo, “así, hallamos en los hábitos pastoriles de la América reproducidos hasta los trajes, el semblante grave y hospitalidad árabes” (15). En esta comparación, Sarmiento confirma la fuerte identidad que poseen (y que él entienden que poseen) los pueblos latinoamericanos, al compararla nada más ni nada menos que con la fuerte y compacta idiosincrasia común árabe. Al respecto, el historiador Roberto Ferrero refiere: “A diferencia de América Latina, que aún constituye una nación en status nascente, los árabes conforman una realidad -más allá de obvias diferencias de matices presentes en toda estructura social- de gran homogeneidad nacional (ya se trate de argelinos, egipcios o iraquíes)… El continuum territorial, una cultura secular, una religión y un idioma comunes, una arabización, que precede a la expansión del islamismo del siglo VII, y el entrelazamiento de las diversas economías regionales son las bases de un pueblo y una fisonomía particular, que ha dado a la civilización universal más de lo que Occidente quisiera reconocerle” (16).

 

Poesía, música, tipos y costumbres

A continuación, en el mismo capítulo, transcribe sendos poemas de Echeverría y Domínguez, donde este último dice: “De las entrañas de América / dos raudales se desatan: / el Paraná, faz de perlas, / y el Uruguay, faz de nácar” (17).
Sabido es, por otra parte –profundiza Sarmiento-, que la guitarra es el instrumento popular de los españoles, y que es común en América. En Buenos Aires, sobre todo, está todavía vivo el tipo popular español, ‘el majo’” y “el jaleo español vive en el ‘cielito’”(18).
Después de hablar del rastreador, el baqueano, el gaucho malo y el cantor, Sarmiento agrega: “Aun podría añadir a estos tipos originales muchos otros igualmente curiosos, igualmente locales, si tuviesen, como los anteriores, la peculiaridad de revelar costumbres nacionales, sin lo cual es imposible comprender nuestros personajes políticos, ni el carácter primordial y americano  de la sangrienta lucha que despedaza a la República Argentina” (19).
De igual modo, al describir en el capítulo III “La Pulpería”, el escritor revela otra elemento común que identifica al hombre nuestroamericano: “El gaucho anda armado del cuchillo que ha heredado de los españoles: esta peculiaridad de la Península, este grito característico de Zaragoza: ¡Guerra a cuchillo!, es aquí más real que en España(20).
Es más, confiesa a continuación el escritor: “Doy tanta importancia a estos pormenores porque ellos servirán a explicar todos nuestros fenómenos sociales y la revolución que se ha estado obrando en la República Argentina”. Y explica:
Había antes de 1810, en la República Argentina, dos sociedades distintas, rivales e incompatibles, dos civilizaciones diversas: la una española, europea, culta, y la otra, bárbara, americana, casi indígena; y la revolución de las ciudades solo iba a servir de causa, de móvil, para que estas dos maneras distintas de ser de un pueblo, se pusieran en presencia una de otra, se acometiesen y, después de largos años de lucha, la una absorbiese a la otra” (21).
El capítulo IV comienza así: “He necesitado andar todo el camino recorrido, para llegar al punto en que nuestro drama comienza. Es inútil detenerse en el carácter, objeto y fin de la Revolución de la Independencia. En toda la América fueron los mismos, nacidos del mismo origen, a saber: el movimiento de las ideas europeas. La América obraba así porque así obraban todos los pueblos…” (22).
Tal es el carácter que presenta la montonera desde su aparición -completa Sarmiento, complementando la segunda parte de su tesis- que no ha debido nunca confundirse con los hábitos, ideas y costumbres de las ciudades argentinas, que eran, como todas las grandes ciudades americanas, una continuación de la Europa y de la España” (23).
Más allá de sus prejuicios citadinos y cosmopolitas, Sarmiento compara seguidamente a Buenos Aires con La Habana (Caribe), es decir dos ciudades a uno y otro extremo de Nuestra América, pero a las cuales une una misma identidad: “Que Buenos Aires venga a ser, como La habana, el pueblo más rico de América, pero también el más subyugado y más degradado…”. Por su parte, Santa Fe (la ciudad del litoral platense) “es uno de los puntos más favorecidos de la América” (24).
¡Y esto sucede en América en el siglo XIX!”, exclama. “Veinte años atrás, San Juan era uno de los pueblos más cultos del interior, y ¿cuál no debe ser la decadencia y postración de una ciudad americana, para ir a buscar sus épocas brillantes veinte años atrás del momento presente?”… Y “puedo decir que si alguna vez se ha realizado en América algo parecido a las famosas escuelas holandesas descritas por M. Cousin, es en la de San Juan” (25).

 

Americanismo vs. Civilización europea

Habiendo incursionado ya desde el capítulo V en la biografía de su famoso personaje, en el capítulo VI (“El comandante de campaña”), vuelve sobre sus macro reflexiones anteriores para anotar: “Pero volvamos a La Rioja. Habíase excitado en Inglaterra un movimiento febril de empresa sobre las minas de los nuevos Estados americanos: compañías poderosas se proponían explotar las de México y las del Perú; y Rivadavia, residente en Londres entonces, estimuló a los empresarios a traer sus capitales a la República Argentina” (26).
Después de reivindicar (Capítulo XI: “Guerra Social”) que “solo la defensa de la civilización europea, la de sus resultados y formas”, es la que “ha dado, durante quince años, tanta abnegación, tanta constancia a los que, hasta aquí, han derramado su sangre o han probado la tristeza del destierro” (27), se termina preguntando (capítulo siguiente) -ratificando su tesis explícita de lo que él entiende por “civilización”-, ¿por qué no vemos levantarse de nuevo el genio de civilización europea, que brillaba antes, aunque en bosquejo, en la República Argentina?” (28).
Sin embargo, casi al finalizar el capítulo XIV (“Gobierno unitario”), Sarmiento admite explícitamente que “el bloqueo francés fue la vía pública por la cual llegó a manifestarse sin embozo el sentimiento llamado propiamente americanismo” (29).
Al descubrir ese “americanismo” que identifica a los que viven en América y según ella y no a Europa, el escritor e intelectual sanjuanino reconoce en esencia a nuestra América como una unidad, una totalidad, la esencia común que le da identidad propia y original, más allá de que al mismo tiempo reniegue de ella.
En el capítulo XV (el último de su libro), sin adjurar de su admiración por Francia y el Partido Europeo (dispuesto a entregar nuestro territorio y riquezas al mejor postor), Sarmiento debe reconocer finalmente la identidad común e incluso al poderío de Indo-Hispano-América y los indo-hispano-americanos.
El bloqueo de Francia –escribe- duraba dos años hacía, y el Gobierno americano animado del espíritu americano hacía frente a la Francia, al principio europeo, a las pretensiones europeas…”.
De hecho, admite: “Rosas ha probado –se decía por toda la América y aún se dice hoy- que la Europa es demasiado débil para conquistar un Estado americano que quiere sostener sus derechos(30).
En estos últimos párrafos del Facundo -intuitivo como gran artista y escritor que es-, además de confirmar nuestra identidad común latinoamericana, y más allá de su ideología “civilizatoria” (es decir colonial, pro europea) y antifederal, paradójicamente y a contrario sensu de la tesis desarrollada a lo largo del Facundo, Sarmiento nos transmite implícitamente la clave de nuestra realización como Nación: la única manera de ser, es ser nosotros mismos y sostener a rajatabla nuestros derechos sobre territorio, economía, cultura e identidad.

 

*Diplomado en Historia Argentina y Latinoamericana.

Notas:

(1) Sarmiento D. F. (2010). Facundo. Bs. As.: Ediciones Colihue, 2° Edición, 5° Reimpresión, pág. 15.

(2) Sarmiento D. F. (1968). Argirópolis o la Capital de los Estados Confederados del Río de la Plata. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, pág. 3.

(3) Ídem, pág. 125.

(4) Sarmiento, Facundo, pág. 14.

(5) Salcedo E. N. (2013). Memorias de la Patria Chica. Crónicas de una historia inconclusa. San Juan: Editorial Universidad Nacional de San Juan. Segunda Parte: La colonización pedagógica en la educación de Sarmiento.

(6) Ídem, pág. 15. (7) Ídem, pág. 16. (8) Ídem, pág. 22. (9) Ídem, pág.  22. (10) Ídem, pág. 25-26. (11) Ídem, pág. 29-31. (12) Ídem, pág. 17. (13) Ídem, pág. 38. (14) Ídem, pág. 47. (15) Ídem, pág. 49.

(16) Ferrero R. A. (2017). Acerca de la Cuestión Nacional y Latinoamericana. Córdoba: Ediciones del CEPEN, pág. 53.

(17) Sarmiento, Ob. Cit., pág. 51. (18) Ídem, pág. 53. (19) Ídem, pág. 62. (20) Ídem, pág. 65. (21) Ídem, pág. 69. (22) Ídem, pág. 71. (23) Ídem, pág. 75. (24) Ídem, pág. 76. (25) Ídem, pág. 79. (26) Ídem, pág. 111. (27) Ídem, pág. 181. (28) ídem, pág. 203. (29) Ídem, pág. 252. (30) Ídem, pág. 255.


Imagen de la portada: primera edición de Facundo. Autor de la imagen desconocido. Fuente
«Juan Facundo Quiroga. Como personaje principal de Facundo representa a la barbarie que es la antítesis de la civilización.» Fuente:  Anónimo – Biblioteca Nacional de la República Argentina. Reproducción de un conocido retrato pictórico del caudillo riojano argentino apodado «El tigre de los llanos».