Escribe: Silvia Montañez
La autora es licenciada en Sociología y Magister en Investigación Educativa.
Se desempeña en el Área Educación del Instituto de Investigaciones Socieconómicas de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNSJ.

Convivencia en el espacio social escolarizado

La relación familia-escuela emerge como punta de iceberg ante la presencia de distintas problemáticas sociopolíticas.
En este texto la autora expone algunos argumentos para empezar a pensar en los conflictos en la escuela y la participación que le cabe a esa institución y a la familia.

 

Nos "sorprende" la "violencia en la escuela" y nos quedamos con la explicación del sentido común de que es producto de la sociedad de violencia e inseguridad en que vivimos. Explicación que no deja, por cierto, de contener una aseveración concreta y tangible. Pero que sin embargo no permite comprender y aprehender las otras dimensiones de un fenómeno tan complejo. Y que además "paraliza" la búsqueda de alternativas de abordaje del problema, en algunos casos, y en otros justifica tal intento de búsqueda.

Considero pertinente para abrir el debate plantear que tanto la familia como la escuela son "instituciones formalizadas", en muy

diferentes momentos histórico-sociales, que por estar formalizadas culturalmente presentan y representan para la sociedad a la que refieren, determinados "modelos", esto es, referentes de lo bueno y malo. Esto hace que las mutaciones que ambas instituciones han manifestado -en general, en tiempos o momentos sociohistoricos desiguales- no siempre han sido re-conocidos y apropiados por los diferentes actores sociales que las componen.

El otro planteo que me parece oportuno es el de "mirar" más profundamente las concepciones de familia y escuela. Para ello, recupero el concepto de "diferente", no para quedarnos en un relativismo vacío de construcción, sino para buscar respuestas desde allí, desde cada una de las concepciones de familia y escuela, para aproximarnos a la verdadera equidad: igual calidad de vida para todos, revirtiendo las condiciones de partida de cada uno.

El artículo 2 de la Declaración de los Derechos Humanos establece taxativamente la igualdad de derechos "sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición". Declamación muy conocida, reiterada además, en el Artículo 19 de nuestra Constitución Provincial, sobre que "toda humillación a la persona por motivos de instrucción, condición socio-económica, edad, sexo, raza, nacionalidad, religión, ideas o por cualquier otra causa, es castigada severamente". Sin embargo, en la práctica cotidiana, se olvida fácilmente el respeto de los derechos de cada uno, independiente de su condición particular.

Es necesario remarcar lo diferente que se encubre en definiciones generalizantes al hablar de "la familia argentina" y "la escuela argentina", cuando es la heterogeneidad la que prima y no la homogeneidad.

"La familia argentina" es diferentes grupos y/o individuos que manifiestan intención de conformarla, cuya función esencial es la protección; "la escuela argentina" son diferentes formas de organización -en la que participan miembros de diferentes familias- cuya función esencial es la formación (transmisión de conocimientos y socialización). Hay violencia, entonces, cuando la familia no puede proteger a sus miembros cubriendo sus necesidades. Hay violencia cuando la escuela trasmite conocimientos no significativos, a veces desvalorizantes, para su comunidad. Incluso, emerge la violencia -porque hay exclusión- cuando la escuela le pide a los padres "colaboración" en aprendizajes ajenos a ellos. Igualmente, son situaciones de violencia -ausencia de derechos- cuando se obliga a los niños, desde las instituciones escolares, a respetar horarios y situaciones adversas que los adultos no cumplen frente a la misma circunstancia.

"En las escuelas privadas los padres tienen más compromiso", se escucha decir, y lo que no se dice, es que en las escuelas privadas los padres van a encontrarse con "otro igual", es una extensión de su grupo de pertenencia. En las otras escuelas, en cambio, los padres se encuentran con iguales -son los que "siempre vienen cuando se los llama"- y también con "diferentes" (intelectual, social, económicamente) y la escuela no siempre sabe resolver tal tensión.

Se "tolera", a veces, lo diferente, desde una mirada supuestamente generosa o comprensiva ("pobre no puede..., o no tiene...) y no desde un "otro" igual en esencia, con trayectorias vitales diferentes. Se habla de "tolerancia de lo diferente" en las instituciones escolares, pero se clasifica a los alumnos según el "tipo de familia", procedencia social, etc., asociándolo con las "condiciones o capacidades intelectuales o de conducta, del educando", simplificando peligrosamente el problema.

El proceso de inclusión-exclusión es tan cotidiano y naturalizado en ambas instituciones que casi "no se ve" y es uno de los primeros hechos de violencia que se genera en la tensión familia-escuela. Es un acuerdo tácito de elegir y no elegir determinada escuela (incluirse en y excluirse de) desde un sector -el de la familia- y de "indicar" o "encubrir" condiciones de ingreso desde el otro sector, el de la escuela.

La nueva Ley de Educación brinda herramientas de participación familiar potencialmente ricas, aunque requieren un largo proceso de construcción de relaciones entre familiares y docentes, ruptura de tradicionales imaginarios de ambas partes sobre quién detenta el poder intelectual y quién no y las estrategias de confluencia de ambos.

Cuando las trayectorias familiares de elección de una escuela para sus hijos han sido por exclusión: "no quiero que vaya a esa escuela porque allí van los de la villa", aunque sus condiciones sean muy próximas socialmente, la familia está depositando expectativas de lograr reconvertir su presente, otorgándole a la escuela un poder casi mágico. Allí la integración familia-escuela requiere re-construir todo un sistema de relaciones para que la participación no sea simbólica sino real, para que no termine primando la visión del docente por sobre los intereses familiares.

Cuando el caso es diferente y las trayectorias familiares detentan el poder de elegir el establecimiento educativo, las familias depositan en la escuela expectativas de mantenimiento de tal poder y controla el espacio escolar como parte de "su espacio social", produciéndose entonces situaciones de violencia -encubierta o manifiesta- cuando los docentes se sienten "controlados" por los padres.

En una escuela hay familias, trabajan miembros de unas familias, aprenden miembros de unas familias. La institución escuela es un producto social que no piensa independientemente del individuo, pero que legitimada, consolidada, puede tomar decisiones fundamentales que implican principios que comprometen a las familias. Si las familias dejamos en manos de otras instituciones que se las clasifique, se las incluya o excluya, que se sancione o no, es decir, si delegamos nuestra participación en las decisiones educativas, omitimos nuestro compromiso en la formación del niño.

Pero insisto en que tal participación es real y posible sólo para ciertos sectores con capitales culturales próximos a los de los miembros de las instituciones educativas. En los otros casos la participación en cuerpos colegiados institucionales es sólo formal y simbólica, manteniendo el poder de la decisión en quienes detentan el poder intelectual.

En los sectores socieconómicos altos la violencia adquiere características diferentes a la de los sectores intermedios, o de los sectores bajos, pero en todos hay manifestaciones de violencia, entre los padres, y entre docentes y alumnos. No hay una receta para resolver "la violencia en la escuela"; puede haber tantas recetas como espacios sociales generen la confluencia de una institución escolar con su o sus comunidades.

Se hace imprescindible recordar que el Artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos expresa que "toda persona tiene derecho a la educación. La educación debe ser gratuita, a menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental.... La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones... Los padres tendrán derecho preferente para escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos". Es este principio el que debería guiar las acciones del Estado y sus instituciones como responsables del servicio y las familias como solicitantes del mismo. El "dejar hacer", el "mirar para otro lado" convierte a las partes en responsables de los fracasos, ya sea por acción o por omisión.

Recurro para cerrar, por su pertinencia en el tema, a una cita de un trabajo de Inés Dussel(1) quien citando a Hannah Arendt (1954) expresa que la educación es "el punto en el cual decidimos si amamos al mundo lo suficiente como para asumir una responsabilidad por él, y de esa manera salvarlo de la ruina inevitable que sobrevendría sino apareciera lo nuevo, lo joven. Y la educación también es donde decidimos si amamos a nuestros niños lo suficiente como para no expulsarlos de nuestro mundo y dejarlos librados a sus propios recursos, ni robarles de las manos la posibilidad de llevar a cabo algo nuevo, algo que nosotros no previmos; si los amamos lo suficiente para prepararlos por adelantado para la tarea de renovar un mundo común".

 

  Principal
  Editorial
  Agenda
  Becas
  Libros
  Historias
  Cartas
  Números Anteriores
  Equipo
  Escríbanos
Copyright © 2004 Revista la U - Universidad Nacional de San Juan. Todos los derechos reservados.