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Edición Nº ° 59 - Año IX - Noviembre de 2012    
Opinión

La industria cultural después de Horkheimer, Adorno y Benjamin

El concepto de industria cultural surgió en la década del '40, en un trabajo de Max Horkheimer y Theodor Adorno, y refiere básicamente a la alienación producida por el consumo de cultura convertida en mercancía. Casi 70 años después, en Argentina el concepto parece ubicarse cerca del pensamiento de Walter Benjamin, que se opone a la tesis de esos autores.

Por Fabián Rojas

Aún restaba un año más de locura antisemita y guerra cuando en 1944, en Los Ángeles, California, se publicaba "Dialéctica del Iluminismo. Fragmentos Filosóficos", escrito por Max Horkheimer y Theodor Adorno, pensadores de la alemana Escuela de Fráncfort y exiliados en Estados Unidos. De esa obra es el capítulo "La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas". Allí los teóricos expondrían una idea crucial, ícono para el pensamiento de izquierda de los nuevos tiempos que asomaban: la producción seriada de mercancías culturales, o la cultura propagada y popularizada como resultado del sistema de producción capitalista y como vehículo de alienación y conformismo masivo en pos del status quo, el orden social o el establishment.

Alienados por la técnica

"Quienes tienen intereses en ella gustan explicar la industria cultural en términos tecnológicos. La participación en tal industria de millones de personas impondría métodos de reproducción que a su vez conducen inevitablemente a que, en innumerables lugares, necesidades iguales sean satisfechas por productos estándar (…) No se dice que el ambiente en el que la técnica conquista tanto poder sobre la sociedad es el poder de los económicamente más fuertes sobre la sociedad misma. La racionalidad técnica es hoy la racionalidad del dominio mismo. Es el carácter forzado de la sociedad alienada de sí misma", dice el texto de Horkheimer y Adorno. Luego, los autores escriben: "La industria cultural ha llegado sólo a la igualación y a la producción en serie, sacrificando aquello por lo cual la lógica de la obra se distinguía de la del sistema social". Y más adelante, anotan: "El paso del teléfono a la radio ha separado claramente a las partes. El teléfono, liberal, dejaba aún al oyente la parte de sujeto. La radio, democrática, vuelve a todos por igual escuchas, para remitirlos autoritariamente a los programas por completo iguales de las diversas estaciones".
Habría que precisar si en los tiempos actuales, por los que transita una sociedad del pulgar, determinada ya casi maníacamente por la telefonía celular, ese teléfono "liberal" hoy deja efectivamente al usuario su "parte de sujeto", o si se trata de una individualidad traccionada, buscada, forzada y perseguida por el mismo sistema capitalista. Pero en rigor de contextualizar conceptos, hay que decir que tanto Horkheimer y Adorno, como otros filósofos de aquella Escuela, fundadores de la denominada "Teoría Crítica", mientras convivían con una democracia de masas en Estados Unidos, tenían en sus psiquis macabras huellas dejadas por un sistema cruelmente totalitario como el nacionalsocialismo alemán. De allí esos apuntes sobre remesas autoritarias a "programas por completo iguales", y muchos otros a lo largo del texto.

Benjamin y la otra mirada

Por lo demás, y al margen de ciertas radicalidades, es difícil escindirse de las descripciones de lo que representaba la industria cultural para Horkheimer y Adorno. Sin embargo, es posible hacerlo. Y quien tomó la posta fue un contemporáneo suyo: Walter Benjamin, colaborador de la Escuela de Fráncfort, a la que no obstante nunca estuvo directamente asociado.
Jesús Martín Barbero, en el capítulo "Industria cultural: capitalismo y legitimación" de su libro "De los medios a las mediaciones", hace una exégesis de una parte del pensamiento de Benjamin respecto de las nuevas posibilidades de las clases populares merced a la técnica: "¿Qué cambios en concreto estudia Benjamin? Los que vienen producidos por la dinámica convergente de las nuevas aspiraciones de las masas y las nuevas tecnologías de la reproducción. Y en la que el cambio que verdaderamente importa reside en 'acercar espacial y humanamente las cosas'. Ahí está todo: la nueva sensibilidad de las masas es la del acercamiento, ese que para Adorno era el signo nefasto de su necesidad de engullimiento y rencor, resulta para Benjamin un signo, sí, pero no de una conciencia acrítica, sino de una larga transformación social, la de la conquista del sentido para lo igual en el mundo (…) Antes, para la mayoría de los hombres, las cosas, y no sólo las de arte, por cercanas que estuvieran estaban siempre lejos, porque un modo de relación social les hacía sentirlas lejos. Ahora, las masas, con ayuda de las técnicas, hasta las cosas más lejanas y más sagradas las sienten cerca".
He ahí conceptos sobre acceso a bienes por parte de las masas que José Ortega y Gasset también describiera, aunque como realidad negativa, y que, no es difícil adivinar, bien suscriben los sectores hegemónicos de la Argentina actual (e histórica).

El acercamiento del Estado

Décadas después de las tesis de Horkheimer, Adorno e incluso de Benjamin, el mercado de bienes, culturales y en general, escaló vertiginosamente, avasalló y prácticamente lo ocupó todo. Pero también crecieron la pobreza y las asimetrías sociales en los países menos desarrollados. Entonces las cosas, aunque reproducidas magníficamente por las nuevas tecnologías y la digitalización, y por cercanas que estuvieran, siguieron lejanas para grandes sectores.
Particularmente en Argentina, fue el Estado, luego de la implosión de aquel país ficticio de los '90, quién tomó una iniciativa análoga a ese "acercar espacial y humanamente las cosas". Si se asume que el capitalismo ha triunfado y, con él, el mercado de la industria cultural, mal hubiera hecho el Estado en seguir dejando todo librado al dominio exclusivo de las fuerzas mercantiles, porque "no se dice que el ambiente en el que la técnica conquista tanto poder sobre la sociedad es el poder de los económicamente más fuertes sobre la sociedad misma".
La política estatal argentina hoy es bregar por el acceso igualitario, con distintas herramientas, a bienes culturales materiales e inmateriales e impulsar su producción. El cambio de paradigma se cristaliza en un amplio arco de acciones que van desde el reparto de libros en estadios de fútbol, pasando por la promoción y sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la creación de canales de TV con contenidos cinematográficos, educativos e infantiles, hasta la distribución gratuita de antenas y decodificadores de TV digital y de computadoras para estudiantes, por citar sólo algunas . Y ahora, también lo hace con la puesta en marcha del Mercado de Industrias Culturales Argentinas (MICA). "Nuestro objetivo es facilitar a los creadores la exhibición de sus productos, fomentar su relación con otros productores, promover los negocios con compradores nacionales y extranjeros, y brindarles capacitación son nuestras responsabilidades", manifestó en su momento Rodolfo Hamawi, director nacional de Industrias Culturales.
No sólo "hasta las cosas más lejanas y más sagradas las sienten cerca" hoy los ciudadanos. El Estado además concibió mecanismos para que, en ese "acercar espacial y humanamente las cosas", el camino sea más llano para que los propios sujetos sean, además de consumidores, agentes y productores en el mercado de la industria cultural. Formar una sola unidad de sentido con "mercado", "industria" y "cultura" produce, como mínimo, espanto, y las tesis de Horkheimer y Adorno entonces son catarsis. La ausencia de una mediación estatal haría más patética esa unidad de sentido.

 

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