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Edición N° 59 - Año IX - Noviembre de 2012    

En homenaje a Leonardo Favio

Fue uno de los directores que más apostó por y en el cine. Supo jugarse por el derecho a ser un poco autobiográfico, por el derecho a hacer arte militante, por el derecho a ser idealista.

¿Qué más parecido a vivir que apostar y jugárselo todo en un solo instante? Al respecto, las más variadas expresiones culturales -desde la literatura hasta la matemática-, han dedicado numerosísimas páginas a conjeturar sobre el azar y la necesidad, sobre la repetición y la diferencia, sobre lo probable y lo imposible. Todos estos, problemas que tienen que ver con el juego. Cuestión que sorprende, tratándose de temas tan serios y seriamente abordados, y que, como la etimología de la palabra nos lo indica, se trata de una actividad nada seria, en apariencia… ('Juego' viene de 'iocum y ludus-ludere', que quiere decir broma, chiste, diversión). En son de ser breves, podemos resumir todos los tipos de juegos en dos. Los hay con reglas predeterminadas, donde cada jugada apuesta una hipótesis y donde se gana o se pierde según, justamente, dichas reglas y lógica hipotética. Pero los hay también en los que se requiere inventar una regla en cada jugada, y en los que no hay hipótesis que comprobar, en los que el azar se juega entero cada vez y donde el tiempo ya no es el del antes y el después. Locos e increíbles juegos, que ponderan el tiempo de la instantaneidad, donde todas las jugadas son la misma y única, y donde ya no se trata de diferencias sólo numéricas entre jugada y jugada, sino de jugarse el azar todo entero en la apuesta única.
Sin ir muy lejos, el truco, es un intermedio entre estos dos tipos. Porque, como todo argentino aprende más o menos a los diez años, este juego cuenta con reglas predeterminadas, pero a las que es posible –y hasta diríamos, conveniente-, burlar. Juego en el que cada jugada parece parodiar el todo o la gran hipótesis, y en el que el azar está en manos de la astucia.
En una escena del film 'Juan Moreira', de 1972, Rodolfo Bebán, quien hace del gaucho protagonista, está teniendo un encuentro con la muerte. Allí se juega un célebre partido de truco, en el que al final, la muerte responde frente a una flor que Moreira canta impulsivamente: –Acepto, con treinta y siete-, responde ella. (Y ni siquiera de mano).
Un espectador apresurado concluye inmediatamente que la muerte gana siempre. Que ha pasado por alto no sólo las reglas, sino la astucia con la que es posible burlarlas.
Pero, en la penumbra de un atardecer de noviembre, Leonardo Favio, el convidado de piedra de esta jugada universal -que se repite y se repetirá por la eternidad, en múltiples y azarosas jugadas-, responde con un '¡contra flor!' a su contrincante… La muerte gana en el tiempo del antes y el después. El arte en el de la instantaneidad.

Con esta recreación de una de las mejores escenas del cine nacional, hemos querido homenajear a Leonardo Favio. Uno de los directores que más apostó por y en el cine. Homenajear a quien supo jugarse por el derecho a ser un poco autobiográfico, por el derecho a hacer arte militante, por el derecho a ser idealista. Un agradecimiento sincero.

Mg. Cristina Pósleman

Escribe:
Magíster Cristina Pósleman
Instituto de Expresión Visual
Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes - UNSJ

 
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Actualizado hasta 03/2012
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