edición 54: ESPECIAL DOMINGO F. SARMIENTO
AÑO VIII - Nº 54 | SEPTIEMBRE de 2011
Por Ing. Julio César Carmona
Egresado
Facultad de Ingeniería - UNSJ

Hablar de Domingo Faustino Sarmiento es un ejercicio fácil y a la vez ciertamente complejo. Se trata de la personalidad más trascendente que la Argentina crió proyectada hacia el mundo.

De Sarmiento se ha escrito tanto, tan variado, a favor o en contra, que es mucho más útil elegir un libro sobre él y conocer detalles de su vida y su personalidad. O mejor, alguno de sus propios libros y, ahí sí, aprender. Esto es lo más recomendable.

Pero siempre se puede hacer ejercicios intelectuales, y eso es lo que intento hacer con este ensayo.

Faustino (porque así se llamaba, lo de Domingo era "postizo"), fue esencialmente un genio curioso, no había para él temas prohibidos, todo quería conocer y experimentar. Si bien su obsesión fue la educación, quizá por no haber podido asistir a la escuela formal, o por comprender que la democracia sólo era posible si el ciudadano estaba debidamente educado, su inclinación fue LA CIENCIA, así, con mayúscula, precursora del progreso humano.

Y de su vocación científica, esa que lo cautivó en sus viajes por Europa y EE.UU., no es aventurado proyectarlo al siglo XX. Faustino nació en plena revolución industrial, cuando la ingeniería salió de los ejércitos y se difundió en la sociedad civil, llevando (y adaptando) la tecnología al servicio de mejorar la calidad de vida de la gente. Si recordamos que los estudios formales de ingeniería en esta parte del mundo se crearon en 1860, tendremos una visión de la escasez de ingenieros en esa época.
Faustino pudo haber sido un verdadero ingeniero sin título, porque leía vorazmente de todo y quería experimentar todo lo que aprendía, como cualquier ingeniero. Tenía una cabal comprensión acerca de la vinculación entre la ingeniería y el futuro, el control de la naturaleza y el progreso.

A veces lo imagino ciudadano de este mundo actual, con sus salidas geniales y su carácter rebelde, desbordante. Por supuesto, provocando y polemizando aquí, allá y mas allá. Pero paladeando cada novedad tecnológica en todos los campos.

Lo veo "twiteando" en siete idiomas, mientras escribe su nuevo libro sobre modernización del ferrocarril para duplicar la red ferroviaria articulada a la nueva red de autopistas que ha propuesto en su libro anterior.
Por supuesto que ha fundado su propia editorial e-book, que tiene abierta al pueblo para estimular a lectores y escritores. No se priva de nada, no hay tirano que lo amordace, no necesita tener dinero para darse el gusto de discutir de igual a igual con Obama o con Krugman.
Mientras lee y escribe, escucha música en un i-pod flamante, adquirido luego del implante cloquear con un equipo de última generación con el que disimula la sordera.

La semana próxima viajará a Shangai para apuntalar un convenio que permitirá instalar un nuevo observatorio de radiofrecuencias en El Leoncito, pues sigue siendo un impulsor incansable de la investigación espacial. La parte argentina será pagada con aceite de soja.

Faustino es miembro honorario del INTA, y por ello tiene acceso a los programas de investigación más avanzados. Particularmente está interesado en la reforestación de flora autóctona de la pampa semi-húmeda argentina, devastada por la instalación del ferrocarril en el siglo XIX y olvidada hasta hoy.
También sigue de cerca las investigaciones de variedades transgénicas en cereales y hortalizas, pues sostiene que la humanidad tiene en la ciencia la respuesta al hambre de muchos pueblos del mundo, y al deterioro del equilibrio natural del planeta.

El mes pasado Faustino participó de un debate en la Universidad Nacional de Cuyo, donde rebatió en gruesos términos (¡cuándo no!) la opinión de algunos técnicos mendocinos que intentan limitar la proliferación de pasos internacionales entre la Argentina y Chile. Sostiene que la única posibilidad de crecer económicamente es multiplicar las vías de comunicación y transporte para facilitar el comercio, tema que –de paso- desarrolló en un seminario el año pasado en Brasil.

A propósito, se ha convertido en campeón del Mercosur. No en vano se parece a esa vieja utopía de Argirópolis, soñada con la Argentina en la vanguardia, pero igualmente fantástica para concretar el sueño de los Estados Unidos de America del Sur de los próceres fundadores.
No se olvida de su origen humilde, y eso lo mueve a visitar muy a menudo los hospitales de las afueras, allí donde parece que la sociedad del conocimiento no llegó, donde el médico lucha aislado contra la enfermedad como si estuviera trasplantado al siglo XIX, pues los aparatos de la moderna bioingeniería están tirados, meros trastos inservibles por la mala gestión de la autoridad.

De todo esto también escribe, manda correos francamente agresivos para con los responsables. Putea sin rodeos contra la maquinaria asistencialista, que enseña al pobre a haraganear. No le vengan a dorar la píldora a él, el primero en arremangarse cuando de hacer se trata.

Se ha convertido en el paladín de la minería. Sueña con sumar muchos Rickard a los miles de ingenieros argentinos que se empeñan en abrir las montañas para crear más riqueza, más recursos que impulsen el desarrollo de la Nación. Pero ha propuesto un sistema de asociación para que los argentinos reciban su parte de tamaña riqueza. Lo vio en Chile y lo mejoró.

También está empeñado en integrar verticalmente la actividad, para realizar en el país las tareas de fundición y refinación de metales y exportar con más valor agregado.

Lo veo tan fogoso y entusiasta como siempre, pero embelesado con este mundo lleno de promesas e investigaciones, proyectado al futuro como la sociedad del conocimiento. Y también lo veo combativo y terminante a la hora de condenar la claudicación moral e intelectual de los dirigentes indignos.
Me imagino combativo por sus irreverencias, pero seguidor incondicional de su genio impar.

Claro que estoy seguro: Faustino, de haber nacido en este siglo, sería sin dudas ingeniero y habría multiplicado su genio transformador, de la mano de la tecnología disponible.

Quizá nunca pueda ser el artífice de la conciliación de los pueblos. Su potencia ejecutiva, su dimensión humana, lo meten siempre en la confrontación, en el vértigo del progreso.

Me parece que cada vez que leo alguno de sus escritos, vuelvo a imaginarlo acá, entre nosotros, luchando para avanzar.

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