edición 54: ESPECIAL DOMINGO F. SARMIENTO
AÑO VIII - Nº 54 | SEPTIEMBRE de 2011
Por Dra. Ana María J. García
Instituto de Historia Regional "Héctor D. Arias"
Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes - UNSJ
La historia de las mujeres constituye un tema de estudio e investigación de gran actualidad, impulsado por movimientos historiográficos renovadores del siglo XX, que propiciaron el progresivo ensanchamiento del campo histórico. A medida que los historiadores se interesaban por las conductas y mentalidades de los hombres comunes, se desarrolla la historia de género.
A comienzos de la década de los '90, Duby y Perrot escribieron la primera historia general de las mujeres, y en su introducción se preguntaban si hay que escribir una historia de ellas. "Durante mucho tiempo la pregunta careció de sentido o no se planteó siquiera. Destinadas al silencio de la reproducción maternal y casera, en la sombra de lo doméstico, que no merece tenerse en cuenta ni contarse ¿tienen acaso las mujeres una historia?" La actividad historiográfica de las últimas décadas indica una voluntad de saber sobre su pasado, antes inexistente.
Escribir la historia de las mujeres significa, según estos autores, tomarlas en serio, otorgarles un peso en los acontecimientos o en la evolución de las sociedades.
Ubicado el tema en la historia argentina, cabe un capítulo importante del mismo a Domingo Faustino Sarmiento, referido a su pensamiento y acción. Su preocupación casi obsesiva por la educación la extendió a la mujer, convirtiéndola en autora privilegiada de este proceso.
Varios trabajos de sus Obras Completas están dedicados a la mujer, a su situación histórica y a su condición actual, y abunda, fiel a su estilo, en argumentos para defender la legitimidad de su causa, que no era otra que convencer al Estado de la necesidad de educar a la "mitad invisible de la historia", según expresión del historiador Luís Vitale.
De estos textos se nutren las reflexiones siguientes.
Con respecto a la situación histórica, el camino recorrido por el género femenino muestra su huella de servidumbre y humillación. Sarmiento estaba convencido de que "puede juzgarse el grado de civilización de un pueblo por la posición social de sus mujeres", situación que dependía de la opinión de los hombres y del rol que le fuese asignado en la sociedad a las mismas.
Entre los pueblos salvajes se ocupaban de las tareas domésticas más duras, como el transporte de las tiendas de campaña durante las migraciones o la labranza de la tierra, mientras que en los pueblos bárbaros de Asia las mujeres son vendidas en los mercados, para proveer a los goces de los poderosos.
Un paso inmenso hacia el futuro de su posición en la sociedad fue el momento en que el hombre reconoció sólo una mujer legítima, asignándole desde entonces el alto rango de compañera. Misión que completó el cristianismo al colocar a la familia en un lugar de privilegio.
En la carrera hacia la civilización que han hecho las sociedades, Sarmiento reconoce que el siglo XIX se plantea una gran cuestión, cual es la preocupación por mejorar intelectual y socialmente la condición de la mujer. "Todo concurre a prepararle un nuevo y noble porvenir". La herramienta apropiada para ello sería la educación, que ya aplicaban con éxito algunos países de Europa y Estados Unidos, más avanzados en la valoración y en la importancia asignada al papel femenino.
Una educación apropiada a su condición y al momento en que vivían, permitiría a las mujeres "gozar con mesura y discreción de la libertad de la que de hecho disfrutaban". Además de prepararlas para desempeñar con dignidad el rol de esposas y madres, ya que les corresponde una alta misión social, a través de la formación de sus hijos, los futuros ciudadanos de la patria, y de la conservación y multiplicación de la civilización.
No menos importante fue la convicción sostenida por el sanjuanino en torno a que la instrucción y los conocimientos generaban, en la mujer, una compensación más adecuada para sobrellevar los avatares o contingencias de la suerte y el azar, que no siempre podía superar con las cualidades morales o las virtudes domésticas.
Domingo Faustino Sarmiento pudo aplicar y dar forma a sus ideas en su provincia natal. El 23 de marzo de 1839, de regreso de su primer exilio en Chile, fundó en San Juan el Colegio de Señoritas de la Advocación de Santa Rosa de América, en colaboración con damas de la sociedad local y del Obispo Oro. El júbilo que generaba esta experiencia inicial privada ha quedado impreso en las páginas del periódico El Zonda, cuyos dos primeros números publican los discursos que se pronunciaron en oportunidad de la apertura de sus aulas.
El gran objetivo que debía cumplir un establecimiento de este tipo, el primero en su género en la provincia, según lo establecía el Prospecto de creación, redactado por el propio Sarmiento, fue preparar a sus destinatarias para cumplir las funciones que su época les demandaba a través de: mejorar sus facultades intelectuales, ponerlas a nivel de las exigencias de la sociedad moderna, ilustrarlas sobre sus deberes, predisponerlas a ser esposas tiernas y tolerantes, madres ilustradas y morales, cabezas de familia hacendosas y económicas.
El plan de estudios fue redactado por el inspirador del colegio, para lo que reunió cuantas obras elementales de educación pudieran servir a sus intereses, y estableció relaciones con jóvenes ilustrados de Buenos Aires y de la República de Chile.
Las materias de estudio constituían toda una novedad, porque permitirían una formación integral de las jóvenes a través no sólo de la lectura, escritura y ortografía, sino de disciplinas como aritmética, gramática, idiomas, geografía, religión, moral, música, baile e industrias. No olvidemos que Sarmiento siempre sostuvo que la naturaleza dotó a la mujer de dones innatos para el ejercicio sublime de educar y formar a los niños y jóvenes como maestras, sin desmedro de la posterior instalación de las Escuelas Normales.
Espíritu visionario el de Sarmiento, que fue capaz de escribir en el año 1841 que "de la educación de las mujeres depende la suerte de los Estados", y que "jamás podrá alterarse la manera de ser de un pueblo sin cambiar primero las ideas y hábitos de las mujeres.
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