edición 53
AÑO VIII - Nº 53 | agosto de 2011
Columna de Literatura
Los cien años de Ernesto Sabato
Por Magister Ricardo Luis Trombino
Escritor e Investigador de Literatura Sanjuanina. Subdirector Departamento de Letras - FFHA - UNSJ
El pasado 30 de abril murió Ernesto Sabato. Su emblemática presencia en la literatura argentina no creo que muera. Deja huella alguien que eligió el camino del arte con una convicción indudable y en medio de una crisis humana conmovedora. No abundan los que, con un futuro asegurado, como ya lo tenía Sabato en la ciencia, se replantean miradas y objetivos sobre el mundo y la vida y toman decisiones cruciales para su destino, aun cuando el entorno no los entienda o los juzgue duramente. Sabato percibió, en medio de fórmulas y seguridades, que la literatura lo seducía hacia un universo de infinitos mundos posibles, hacia viajes inconmensurables de la imaginación, hacia una libertad impensable. Y una vez elegido este camino no se apartó más de él: soportó los precios, le puso el pecho a tanta inquietud y comenzó a hurgar, a través de la palabra, las profundidades iluminadas y sombrías de la condición humana. En su óptica siempre estuvo presente una fuerte y comprometida conciencia de las circunstancias que atravesó. No fue un escritor aislado, ajeno a las peripecias del mundo circundante. Por eso sus agotadoras búsquedas por la política, en la que sufrió dolorosas desilusiones, por las pujas de poderes que suelen crear algunas ideologías. Por eso su buceo en el mundo del arte, de la cultura, de la historia, que dio lugar a su riquísima obra ensayística (Uno y el universo, Hombres y engranajes, El escritor y sus fantasmas, por nombrar algunos). Sus tres novelas (El túnel, Sobre héroes y tumbas, Abaddón el exterminador) son también una unidad de fuertes cruces entre problemáticas humanas tratadas con hondura existencial, psicológica, encuentros con la historia de nuestro país, con las permanentes búsquedas del hombre.
Su concepción sobre el oficio del escritor es vigente si se piensa en la frivolidad y el sinsentido cínico que a veces domina tanto arte actual. Dice en “El escritor y sus fantasmas”: “La inmensa mayoría escriben porque buscan fama y dinero, por distracción, porque meramente tienen facilidad, porque no resisten la vanidad de ver su nombre en letras de molde. Quedan entonces los pocos que cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura pero obsesiva de testimoniar su drama, su desdicha, su soledad. Son los testigos, es decir los mártires de una época. Son hombres que no escriben con facilidad sino con desgarramiento. Son individuos a contramano, terroristas o fuera de la ley. Esos hombres sueñan un poco el sueño colectivo”. Valor testimonial y a la vez poder catártico de la literatura, concepción que lo hizo un escritor comprometido con su tiempo.
Es importante recordar que luego de la ultima y nefasta dictadura militar, Ernesto Sabato presidió, a pedido del Presidente Alfonsín, la CONADEP, investigando sobre los desaparecidos, tarea que concluyó con la publicación del libro “Nunca más”.
Es posible que luego de esto se sumiera en una soledad que le depararon algunas dolorosa pérdidas familiares, sumadas a los vaivenes a veces incomprensibles y contradictorios de la vida política, social, cultural de la Argentina. También esa franja muy notable del mundo literario actual, donde domina la vorágine de esnobismos y modas estériles, ya había silenciado hace tiempo a Sabato. Él tomó su derecho a vivir alejado de tanto ruido, distante de tanta estupidización vigente.
En 2003 la UNSJ le otorgó el Doctorado Honoris Causa. Fueron momentos de plenitud, sala llena de expectantes asistentes que buscaban verlo y oír en él un pensamiento distinto, descontaminado, libre.
Entre sus últimos libros, “Antes del fin” y “La resistencia”, podemos todavía habitar los horizontes del pensador, del escritor, del ciudadano Ernesto Sabato, resistiendo el vértigo, rescatando la sensibilidad de la palabra, con la esperanza persistente. Este 24 de junio iba a cumplir cien años de vida. Homenajearlo es leerlo.
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