edición 50
aÑO VII - Nº 50 | noviembre 2010
Columna de Cine
El cine llegó en tren
Dra. Beatriz Della Motta
Directora del Instituto de Expresión Visual |FFHA - UNSJ
Los trenes –en la realidad y en la ficción cinematográfica- han agregado a su cuasi condición de caballos de acero un tinte de felicidad y melancolía: llegadas y partidas; encuentros y despedidas.
Por ser un asunto central en nuestra vida cotidiana, a la par que generador de un nutrido imaginario colectivo, es que convocamos hoy a los ruidosos trenes porque aún –y sobre todo los provincianos– no nos hemos consolado de su pérdida. Como fue parte constitutiva de nuestra cultura, porque como arterias de un cuerpo vivo se abrían las redes desde la Capital hacia el Norte y otras hacia el Sur; cuando en el siglo pasado, hacia los ’90, era de un liberalismo feroz que borró el Estado y lo repartió a las corporaciones concentradas. Con la impunidad que da el poder, quedaron los caminos de acero dormidos desde la llanura hasta la cordillera. Así como a fuerza de machetazos en el corazón del país fueron muriendo los pueblos que vivían, trabajaban y soñaban al calor de los caminos de hierro.
¿Por qué decimos qué el cine llegó en tren? Porque el 28 de diciembre de 1895 los hermanos Lumiere, en Paris, Boulevar de los Capuchinos, exhibieron a un grupo de conmocionados curiosos 10 películas (vistas, decían), entre ellas “El desayuno de un bebé” y “La llegada de un tren” (L’arriveé d’un train), que sorprendió y atemorizó a los 35 espectadores, que creían que el tren se les venía encima.
Estas películas eran de 16 metros cada una y con su presentación culminaba una serie de experiencias previas. Los Lumiere recaudaron 35 francos. Años después Edwin S. Porter, en EE.UU., aplicó en 1903 la técnica realista a un argumento de ficción. Inauguró una salita de 200 localidades que daba a la Quinta Avenida, siendo esta salita el Primer Cine de Nueva York, y que dio inicio “nikel odeon’s”.
El film “El gran robo del tren” muestra escenas de ladrones, trenes y caballos en escenarios naturales. Ya hay un montaje alternado: escenas de crímenes y sentimientos, de inspiración teatral en decorados pintados. Nace un estilo propio de narración. Es considerado el primer film de terror.
Y qué decir de Buster Keaton, el genio de rostro de “una impasibilidad dolorosa”, que unía lo cómico y lo sentimental y que en una filmografía monumental escribió, actuó y dirigió en 1927 “El Maquinista de la General” o “La General”, conduciendo un tren delirante y denso.
Saltamos a 1939, cuando Ernst Lubisch, director alemán conocido por una trayectoria irónica, leve, mordaz, impuso un género cinematográfico con una clave expresiva: “el toque Lubisch”, con sugerencia y la alusión mediante elipsis. Ese año hizo “Ninotchka”, con Greta Garbo en el rol de una energúmena bolchevique. Garbo, la efigie sublime del cine, aparece en el film entre el humo que arroja la locomotora del tren que la trae de Rusia a Paris, donde al fin perderá su empaque y ganará en amor y alegría.
En 1942 “el fuera de la ley” por excelencia: Humphrey Bogart, transformado en el dueño de un bar en el norte de África, en “Casablanca”. En realidad es un estadounidense héroe de la Resistencia exiliado de su país y de Francia para olvidar a Ilse (Ingrid Bergman), quien el día de la invasión nazi lo deja esperando en un tren que se aleja bajo la lluvia.
En la República Checa, Jiri Menzel, en 1967, dirige “Trenes rigurosamente vigilados”. Ambientada en los años de guerra, cuenta la iniciación sexual de un adolescente en el marco de la Resistencia.
Sin orden cronológico saltamos a Milán, Italia, donde en “Stazione Termini” el joven italiano que encarna Montgomery Clift se enamora de Jennifer Jones. El gran Vittorio de Sica, que la dirigió, supo tocar la cuerda más sensible del actor.
Y sin ser exhaustiva ni mucho menos, dejé para el final “Los transportes”, que en la Alemania nazi salían de distintos lugares de Europa. Con paradas sobre el riel -en pleno campo-, trenes con cientos, miles de judíos, gitanos, enfermos, disidentes, encerrados, sin aire ni agua, llegaban a los campos de exterminio desde Dachau a Auschwiz para ser aniquilados en las cámaras de gas. En este caso, cosas de trenes y de la “banalidad del mal”.
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