Algunas aclaraciones necesarias:
Primera: Soy miembro de la comisión organizadora del Foro Minería y Sociedad dispuesto e impuesto por el Consejo Superior de la UNSJ (Resol. 037 CS/09).
Segunda: Este rol me ha valido algunos calificativos (ninguno agraviante, debo reconocer) que me posicionan –según pretenden- en un “a priori” o en un prejuicio “antiminero” (así de genérico) que quiero desmentir categóricamente. No se concibe un San Juan sin minería.
Tercera: Es en función de esa ubicación que se me ha dado que, en una publicación nacional (Prensa Geo Minera…) -concediéndome una entidad desmedida- se refieren a mí como referente “no-neutral” del foro en cuestión. En este sentido, la aclaración es que efectivamente soy no-neutral pues, y esto lo sabemos todos, no existe nadie (más allá de los esfuerzos) que –toda vez que somos sujetos- renuncie a su subjetividad. El asunto es que aquellos que sostienen el discurso único, llaman no-neutral a quienes no piensan como ellos.
Si se toman en consideración los sucesivos epígrafes que en este escrito funcionan como paratexto, se puede reconocer, sin suspicacias, mi forma de pensar que no es ni más ni menos que otra posible mirada que desmiente el discurso único sobre este tema. No obstante, en mi función de organizador de este foro, comprometo todo mi respeto por la participación, la diversidad de opiniones y el debate esclarecedor.
“Del mar los vieron llegar
mis hermanos emplumados,
eran los hombres barbados
de la profecía esperada…” (*)
En primer lugar, el asunto es cuál es el papel de las universidades en el debate del rol del conocimiento en el desarrollo social.
En segundo lugar, las universidades tienen autonomía, lo que, para este caso que planteamos, es bueno en dos sentidos, esto es, la libertad para desenvolverse según los criterios instituidos por el gobierno universitario, pero también esa libertad es el compromiso ético de responder a la sociedad que la sostiene y la resignifica permanentemente con sus requerimientos. Esa libertad/autonomía supone (obliga) analizar, discutir, desarrollar teorías y/o herramientas de conocimiento orientadas a dar respuesta efectiva al desarrollo de la comunidad. Este es el compromiso social de la universidad. Este es el significado de la universidad como bien público. Sus conocimientos científicos, tecnológicos y culturales deben estar al servicio del interés social. Y es en función de estos conocimientos que debe obligarse a investigar, indagar, profundizar sobre los entornos sociales y las acciones que inciden en esos entornos, a fin de anticiparse para prevenir los efectos dañinos y potenciar los efectos beneficiosos de esas acciones, reduciendo o eliminando efectos colaterales no deseados.
Todo esto, en coincidencia o divergencia con lo que planifique y lleve a cabo el poder político (Gobierno).
“Se oyó la voz del monarca
de que el dios había llegado
y les abrimos la puerta
por temor a lo ignorado…” (*)
Pero nuestra universidad está en deuda en este sentido.
La década de los ‘90 instaló un modelo de universidad que todavía subsiste, orientada a dar respuestas a las demandas del mercado y las grandes empresas.
En esa misma década confluyen políticas de inversión de los más importantes capitales mineros (de predominio extranjero) y la explotación a cielo abierto, unidos al gran salto del precio internacional de algunos metales. Todo esto, y una particular forma de encarar este negocio, repercute profundamente en lo económico, social y político en los lugares donde se realiza la explotación.
“Se nos quedó el maleficio de brindar al extranjero
nuestra fe, nuestra cultura, nuestro pan, nuestro dinero.
Hoy les seguimos cambiando oro por cuentas de vidrio
y damos nuestras riquezas por sus espejos con brillo.” (*)
En este contexto, el persistir por parte de la universidad en el modelo instalado en los ’90, configura (para este o para cualquier otro tema que comprometa los intereses sociales) un profundo desencuentro entre sociedad y universidad, toda vez que esta última reduciría ostensiblemente sus fines, quedando reducida a los de una agencia de colocaciones o un sindicato de trabajadores. Pero es igualmente dañino el constituirse en un ámbito de trabajo “puertas adentro”, negando, o por lo menos ignorando un “afuera” que la sostiene, la legitima y sigue confiando en ella.
“Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero,
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo.” (*)
Es fundamental formar para el trabajo, pero también es necesario que el resultado de esa formación se exprese en un egresado que asuma un compromiso social si se pretende conformar una masa crítica de profesionales dispuestos a dar respuestas a las desigualdades y a las injusticias -entre varios males- a los que ciertos modelos económicos refieren como “males necesarios” producto del crecimiento.
La universidad debe estar siempre abierta y dispuesta a reflexionar junto con la sociedad sobre las cuestiones que le preocupan o le interesan.
Hoy, la cuestión es qué tipo de minería queremos. Pero hay otros temas que deben ser tratados con la misma preocupación en lo sucesivo.
Ese es el compromiso que la universidad tiene con la sociedad.
San Juan, tierra de diversidad y de universidad, escuché decir a alguien.
Una universidad que –creemos- ha madurado en el conocimiento como para no aceptar ya discursos maniqueos, ni discursos únicos, ni voces de mando de adentro o de afuera. Una diversidad que hoy se expresa en un Foro que se llama, justamente, “Minería y sociedad”.
“Oh, maldición de Malinche,
enfermedad del presente
cuándo dejarás mi tierra,
cuándo harás libre a mi gente”. (*)
(*) “La maldición de Malinche”, de Gabino Palomares. |