edición 48
AÑO VII - Nº 48 | JULIO 2010
Columna de Literatura
13 de junio: Día del Escritor
El escritor en la sociedad
Por Magister Ricardo Luis Trombino
Escritor e Investigador de Literatura Sanjuanina. Subdirector Departamento de Letras - FFHA - UNSJ
Tal vez en el encuentro del escritor y su obra con sus receptores, comienza el tallado de esa figura que cada creador presenta en la sociedad, en el mundo en que se mueve.
Por lo general, el escritor, en su cotidiano devenir, deja a menudo su quehacer estético-literario para ocuparse en otra actividad que le ayude a sobrellevar las comunes y lógicas necesidades diarias. Es raro el escritor que vive de su oficio de creador, más aún en lugares alejados de grandes urbes o centros culturales que suelen centrifugar en el seno de sus vertiginosos andamiajes a los creadores y a los artistas, creando a la vez, y nutriendo, pequeños o grandes circuitos de difusión, sostenimiento, legitimación de estéticas, modas, esnobismos, a la vez que fuertes espacios donde de pronto la competencia, la comparación por ver quién adquiere en menor tiempo y en mayor medida la fama y el podio, se vuelven ámbitos que simultáneamente suelen bastardear la esencia y la autenticidad de la libertad creadora.
El escritor, además del solitario quehacer en su obra, suele tomar diversas iniciativas: conforma grupos literarios, coordina talleres, dirige y edita revistas, plaquetas, libros, se agrupa en proyectos editoriales; organiza y participa en encuentros, concursos, congresos; intenta compartir lo suyo y tal vez también lograr el reconocimiento de su tarea en el medio en que vive. Ocupa espacios, oficios, puestos institucionales, desde los cuales la sociedad lo percibe, lo contiene o desplaza, lo valora o mira de soslayo.
La sociedad suele observar al escritor como “un bicho raro”. Otras veces lo admira y lo distingue, aunque esto suele suceder en una suerte de respeto que de tan distante termina siendo indiferencia.
Ser escritor es -como diría Borges- un destino, y como tal implica una jugada, una opción de vida, una inquietud permanente, un desacomodamiento, ser voz que desenmascara las cáscaras del discurso cotidiano, ser inconformista con la realidad diaria que suele ser algo mezquina.
A veces el escritor es un golpe de conciencia en un mundo que se regodea y se conforma con el confort y el aburguesamiento que dan las cosas, los objetos.
Las estatuas, los epitafios, los homenajes post-mortem, suelen ser modos de salvar el sentimiento de culpa de una sociedad que en vida no se dignó ni atrevió a valorar a ciertos escritores. Suelen ser “celebraciones tardías”. Pero siempre hay una oportunidad para apreciarlos en su justa dimensión: leer su obra, conocerlos en su ser y en su hacer.
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