opinión del lector
AÑO VII - Nº 47 | Mayo 2010
ESCRIBE: Carlos Fager
Docente de la UNSJ
“Mortus vivos docent”
En una desafortunada oportunidad ingresé en una de las salas de la morgue de un hospital en Bremen, Alemania. La sala en la que trabajaba el patólogo. Si bien no me animé a mirar mucho, me llamó la atención una frase escrita sobre el dintel de la puerta de acceso que, luego supe, se puede leer en la mayoría de las salas de disección del departamento de Anatomía e Histología Humana: “Mortus vivos docent” -“Los muertos enseñan a los vivos”-. Aunque sea innecesaria la explicación, cuan atinada es esta frase que postula el aprendizaje que se hace y la solución de enfermedades posteriores con el estudio de los cuerpos de personas fallecidas, objeto de estudio de patologías diversas.

Resulta cuanto menos, extraño hablar de la muerte en el ámbito universitario, como no fuera en las áreas humanísticas. Parece, más bien, un tema de los ámbitos religiosos. Pero sucede que en la universidad, en el mismo lugar destinado al aprendizaje, murió un joven. Para el caso, hubiera sido idéntico si se hubiera tratado de un niño o de un viejo.

Superados los momentos de dolor, impotencia, desazón, rabia, frustración donde todo es repentismo, actualización del hecho, conjeturas, señalamientos, los comentarios. “Si tal cosa… esto no hubiera sucedido”. Y “tal cosa” tiene las dimensiones del universo porque cada quien la resignifica desde el lugar que más le duele o que más le conviene.

Superadas estas instancias, decía, uno puede ver, con un poco de distancia (no afectiva) la “carnadura de la muerte”. La muerte tiene esas cosas. Pone negro sobre blanco. Desnuda (porque así de desnuda está ella); exhibe las miserias, enseña. Esa muerte terrible (como lo son todas), apenas sucedida, ya empezaba a mostrar, ya empezaba a desnudar, ya ponía en evidencia los distintos comportamientos humanos e institucionales. Ninguno de esos comportamientos podía volver atrás el tiempo; ninguno podía hacer que Fernando Reinoso recuperara su vida. Esta muerte desnudó imprevisiones. Desnudó falencias y carencias. Desnudó negligencias. Pero también desnudó otras cosas.

“Antes de que el gallo cante dos veces, tú me negarás tres…”
Jesús a Pedro en el Monte de los Olivos

La ética de Bart Simpson (“yo no fui”) como fiel expresión de una moral pervertida por un modelo que ha causado innumerables muertes en el mundo y ha destruido redes sociales fue la que rápidamente se instaló en el escenario. Uno puede entender el miedo, el temor ante la muerte, la fuerza y el compromiso de la responsabilidad; responsabilidad, ésta, que asumimos cuando decidimos cumplir roles y funciones en cualquiera de las instancias de conducción dentro de la universidad.

Se puede entender un a priori de distancia; momentáneo, pero no el comportamiento pertinaz. Mucho menos la miseria desnudada de quienes pretenden lucrar con una muerte, ya sea vendiendo una noticia (como ya nos tienen acostumbrados algunos medios de comunicación), o lo que sería peor aún, porque raya en lo perverso, utilizando esta muerte pretendiendo sacar rédito político hacia el interior de una institución muy golpeada ya por el poder de quienes, en esta provincia, no toleran su autonomía y su independencia de criterio a la hora de asumir el compromiso social que toda universidad debe tener.

Nada puede, como ya dijimos, devolverle la vida a Fernando. Lo que sí se puede hacer, y en eso se trabaja en toda la universidad, es reducir al mínimo las condiciones de riesgo que pudieran provocar otros hechos como éste, y que este “sinsentido” adquiera algún sentido como si en una especie de oblación de órganos masiva, esta emblemática muerte hubiera conjurado los factores de riesgo, y de ese modo, hubiera permitido que todos los que trabajamos y estudiamos en la universidad pudiéramos seguir haciéndolo sin poner en peligro nuestra vida. Pero también debe servir para mostrar a los alumnos, a los futuros profesionales -porque de esto también (y fundamentalmente) se trata la educación-, que hay valores éticos que deben regir nuestras conductas como ciudadanos comprometidos con la vida, las normas y las responsabilidades y obligaciones que estas imponen, dentro y fuera de la universidad. Los aprendizajes suelen (¿deben?) costar, pero no tanto.

Devolvámosle a los seres queridos de Fernando Reinoso, ya que no su hijo, padre, hermano, esposo, cuanto menos una imagen digna de quienes habrán de darle valor a esta pérdida, por lo que mostró hacia atrás, por lo que significa hacia delante, fundamentalmente como terrible y doloroso aprendizaje reflejado en la insoportable metáfora con la que inicié este escrito: “Mortus vivos docent”.

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