edición 47
AÑO VII - Nº 47 | Mayo 2010
Columna de Cine
Todos somos extranjeros
Por Cristina Pósleman
Instituto de Expresión Visual - FFHA - UNSJ
El día lunes primero de marzo a la una y cuarto de la madrugada (hora argentina), se nos anunció –no entre tanta pompa soporífera como venía haciéndose con las otras categorías- el premio Oscar a la mejor Película Extranjera. Su director, Campanella, recibió el galardón por El secreto de sus ojos. Alegría, sí, y un infinito reconocimiento al trabajo de todos los que la hicieron.
Vamos ahora un poco más al fondo. La película es un policial, una historia de amor, de fraternidad, de venganza. Hay de todo para todo público. Permítanme detenerme en la línea que registra nuestra película en el ámbito del policial. Digamos que poco y nada en este film nos recuerda al tiempo cíclico de los episodios del policial blando inglés. En el universo cándido de Sherlock Holmes, por ejemplo, hay un cerebro-intuición perspicaz que efectivamente pergeña la solución y una justicia que está finalmente en condiciones de realizar la reparación. En sus orígenes, el moderno régimen del crimen incluye una justicia reparadora. Y funcionará, hasta cierto punto.
Volvamos a nuestra película. Tenemos entonces: la efectuación del crimen -en este caso la violación y asesinato de la novia del personaje de Pablo Rago-; y luego, la búsqueda del culpable... De ansiedad de justicia a desencantamiento forzado, casi todo desemboca en una renuncia, que más que abandono, es postergación, argentinísima postergación. Por eso se puede inscribir a El secreto…. como un policial duro, en la línea de Daschiell Hammett. Porque la reparación estará en perpetuo aplazamiento. Porque al esquema del tiempo cíclico lo sustituye un tiempo como línea recta marcada por una cesura, que distribuye un antes y un después no simétricos. Porque nos veremos lanzados, junto a este impotente Darín, por esta flecha quebradiza que dejará asomar, a cada instante, una especie de fondo sombrío que insiste e insiste en el film. Algo irrepresentable, excesivo, tendrá lugar. Y se hará patente un pasado-presente lleno de capítulos irresueltos que casi imperceptiblemente se ha ido naturalizando en la vida de los argentinos. Dejando una sensación de agotamiento. No obstante, poderosa y contundentemente, opera su fuerza por algunos instantes, la gran línea de la fraternidad. Y esto nos da un respiro. Otro mundo casi es posible.
Los griegos llamaban bárbaro al extranjero. Bárbaro viene de barbaroi, que significa “el que balbucea”. El bárbaro no sabe pronunciar la lengua, porque pertenece a otro territorio. Y como para los griegos el tiempo y el espacio son reducibles entre sí, bárbaro es también el extranjero del tiempo. No lo quiero decir, no lo quiero decir, pero… digamos que: “no existe”. ¿No consideran ustedes que en una cultura que se pretende cosmopolita, global, pluralista y etcétera, entregar un premio a la película extranjera es una contradicción palpitante? Y qué tienen que ver los griegos en todo este análisis? Más que los griegos, los americanos del Oscar. ¿No les parece que asumen esa lengua, ese territorio, ese tiempo, como si fueran únicos? ¿No les parece que ni siquiera atisban la sombría capa sobre la que se monta todo este circo? Ese sería el verdadero premio. Que la película contribuyera a disipar estas contradicciones. Desde entonces, Ricardo Darín ya no seguiría vagando errante por la flecha infinita. Habrá hallado a su amigo, a su hermano. Y ya nadie será extranjero.
Copyright © 2004 - 2010 Revista La Universidad | Universidad Nacional de San Juan - Argentina | Todos los derechos reservados | revista@unsj.edu.ar