edición 44
 
AÑO Vi Nº 44 | Septiembre 2009
Violencia social
La otra pandemia
Cada año, más de 1,6 millones de personas en todo el mundo pierde la vida por actos de violencia. Este flagelo es una de las principales causas de muerte en la población de edad comprendida entre los 15 y 45 años.
ESCRIBE: Juan R. López Giugno
Medico Psiquiatra Psicoterapeuta
Director Cátedra UNESCO en Argentina
Presidente de FADAH
(Fundación Argentina de Acción Humanitaria)
Especial para Revista La Universidad
Juan López Giugno
La paz es un elemento indispensable para el desarrollo de cualquier sociedad. Si una sociedad se inclina a utilizar la violencia como vínculo permanente entre sus ciudadanos, las consecuencias sobre ellos estarán reflejadas en una mayor pérdida de vidas humanas, pérdidas materiales, imposibilidad de construir un orden político y degradación de los valores de convivencia e integración social.
Nuestra cátedra UNESCO, titulada “Abordaje de la violencia, desafío transdisciplinario”, desarrolla un programa sobre esta pandemia a nivel Europeo y Latinoamericano. Estudios realizados entre los países participantes (México, Chile, Argentina) muestran que la violencia como fenómeno de nuestras sociedades es uno de los principales obstáculos para alcanzar una mejor calidad de vida.
El desgaste general de la ciudadanía, los cambios de conductas y comportamientos, la tendencia al aislamiento, la desconfianza, el individualismo, los miedos, la aparición de trastornos psíquicos graves, son algunas de las innumerables secuelas que deja este flagelo.
Cada año, más de 1,6 millones de personas en todo el mundo pierde la vida por actos de violencia. La violencia es una de las principales causas de muerte en la población de edad comprendida entre los 15 y 45 años y la responsable del 14% de las defunciones en la población masculina y del 7% en la femenina (Informe Mundial sobre violencia y Salud. OMS, 2002).
En nuestro continente el panorama es oscuro, ya que alrededor de 300.000 personas, la mayoría hombres jóvenes, mueren cada año por homicidios, suicidios y accidentes de tránsito. Otros indicadores globales muestran que cada año, entre el 30 y el 75% de las mujeres de la región son sometidas a violencia física por parte de su pareja y la violencia contra los niños prevalece.
Junto a las heridas, las muertes, los profundos problemas de la salud mental, las enfermedades sexualmente transmisibles, los embarazos no deseados, los problemas del comportamiento, la violencia no es sólo un problema de la salud pública, sino la expresión más vergonzosa de los límites de la aceptación del otro junto a uno. En la familia, en la escuela, en el ámbito de trabajo, en la calle, en cualquier lugar que se esté con otros, la violencia no es sólo un fenómeno social, una pandemia, un problema de gobiernos o un fruto podrido de la posmodernidad, sino el acto relacional de un ser humano sobre otros que causa sufrimiento y muerte.
 
“La violencia no es sólo un problema de la salud pública, sino la expresión más vergonzosa de los límites de la aceptación del otro junto a uno.”  

Toda acción humana es relacional. Comprender ese aspecto es esencial para entender los orígenes de los actos violentos, y las estrategias que podrían ser útiles para prevenirlos. Toda la historia de la violencia incluye, inevitablemente, a las vidas de los victimarios, y en el momento que nos damos cuenta de esto, entramos en el territorio de la tragedia.
La violencia, como enfermedad social en la Argentina, esta ligada a factores poli causales complejos, donde, desde una perspectiva de la contención, el Estado nación abandonó desde hace un tiempo importante a sus ciudadanos. Este abandono está presente en la falta de políticas globales, coherentes, de aplicación y seguimiento continuo, que permitan atacar frontalmente la violencia en todas sus formas, con planes de prevención y tratamientos efectivos, y no simplemente slogans o afiches oportunistas realizados por funcionarios inescrupulosos y faltos de conocimiento.

 
“La violencia en Argentina esta ligada a factores poli causales complejos, donde, desde una perspectiva de la contención, el Estado abandonó a sus ciudadanos.”  
Observamos en el campo delictivo un aumento de estos hechos seguidos de muerte, donde se infiere que el consumo de drogas sería el principal causal del delito. Frente a esto, una sociedad completa asiste estupefacta a través de los medios de comunicación a las consecuencias de la violencia urbana, donde los secuestros extorsivos, robo a mano armada, muerte de personas por ataques a la propiedad privada, etcétera, impregnan nuestras estadísticas con víctimas que difícilmente puedan recuperarse física y/o psicológicamente.
En el marco de nuestro programa de formación e investigación de UNESCO sobre la violencia en la educación, hemos constatado que la violencia familiar bajo sus distintas formas (mujeres golpeadas, niños maltratados, hombres violentos, abusadores) es una de las principales causas de asimetría relacional entre la escuela (enseñantes) y los adultos (padres) responsables del crecimiento de sus hijos. En este contexto, la violencia se presenta como una nueva forma de relación que aparece en condiciones de impotencia instituyente de la escuela y la familia, es decir, parecen haber perdido potencia enunciativa los discursos de la autoridad y saber de los padres y docentes, quienes antes habían tenido la capacidad de formar y educar.
La violencia como enfermedad desatada en el campo de las violaciones sexuales deja al descubierto las infranqueables dificultades de todos aquellos que trabajamos en este campo. Las falencias del procedimiento jurídico en este terreno exponen al conjunto social a situaciones de riesgo que salen a la luz únicamente y a veces de manera equívoca a través de los medios de comunicación. Las victimas de delitos de violaciones sexuales deben ser tratadas de manera inmediata, bajo estrictos protocolos de procesos de desvictimación, los cuales, cuando se aplican a tiempo, evitan procesos de enfermedades psíquicas crónicas.
 
“Parecen haber perdido potencia enunciativa los discursos de la autoridad y saber de los padres y docentes, quienes antes habían tenido la capacidad de formar y educar.”  

El terreno más propicio para que esta pandemia llamada violencia social se instale está en las calles, siendo los adolescentes el grupo de riesgo con más posibilidad de cambiar hábitos y conductas en detrimento de su propia calidad de vida. El desorden de los sistemas de control vehicular, el consumo indiscriminado de alcohol y droga, conforman una de las principales causas da la violencia social expandida en todo el territorio nacional.
Ante las atrocidades tenemos que tomar partida, la posición mental ayuda siempre al opresor, nunca a la victima. El silencio estimula al verdugo, nunca al que sufre. (E. Wiesel. Nobel de la Paz. 1986).

 

 
Defensas sociales bajas
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