edición 41
AÑO Vi Nº 41 | mayo 2009
2 de abril: Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas
El Crucero General Belgrano fue hundido en la tarde del 2 de mayo de 1982. De los 1093 tripulantes, sobrevivieron 770, de los cuales 365 fueron rescatados por el Aviso ARA Francisco de Gurruchaga, en el que prestaba servicios el cabo primero Daniel Gómez, hoy empleado de la UNSJ.
Daniel Mario Gómez había zarpado el 6 de enero de 1982 a bordo del Aviso ARA Francisco de Gurruchaga, un pequeño buque remolcador de altura con capacidad de tripulación para 60 personas, en el que cumplía tareas en cubierta. Para el entonces cabo primero de la Marina se trataba de un viaje más de los tantos que realizaba con destino a la Isla de los Estados, donde prestaba, junto al resto de la tripulación, servicios rutinarios de seguridad marítima. Sin embargo, aquel viaje no se parecería en nada a los anteriores: a cuatro meses de partir de Puerto Belgrano las frías aguas del Atlántico se tiñeron de sangre y dolor, y su vida cambió para siempre.
Daniel había iniciado su carrera militar en 1975; por entonces tenía 17 años y la firme convicción de querer servir a la patria desde la inmensidad del mar. Con ese propósito había ingresado en la carrera de suboficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). En la misma situación y con los mismos sueños a cuestas estaba quien sería su compañero de ruta, el también sanjuanino Waldo Moreno. “Viajamos juntos desde San Juan y nos hicimos muy amigos en la escuela”, recuerda Daniel.
A mediados de febrero del año ‘82, el comandante del ARA Gurruchaga recibió una serie de órdenes del Estado Mayor que, tiempo después, tras el desenlace de los hechos, confirmarían las sospechas de la tripulación de que algo extraordinario estaba por ocurrir. “Primero nos mandaron a la Isla Puerto Parri (una de las pequeñas islas que forma la Isla de Los Estados) a llevar un chatón con 50 mil litros de combustible para el Crucero General Belgrano, y luego, en marzo, cuando estábamos en Ushuaia, nos informaron que debíamos hacer base en la Isla Puerto Parri, porque nuestro buque quedaba afectado exclusivamente a la asistencia del Belgrano”, rememora Daniel.
En la tarde del domingo 2 de mayo, un mes después del inicio de la guerra, la tripulación del ARA Gurruchaga recibió la orden de concurrir al escenario del conflicto en auxilio del General Belgrano que había perdido la propulsión, según las escuetas indicaciones que se recibieron del Estado Mayor. Al mismo tiempo, las radios chilenas -las únicas que se escuchaban en la zona- anunciaban que el gran crucero argentino había sido alcanzado por un torpedo a 35 millas al sur de la zona de exclusión, y que sus restos se hundían en las heladas aguas del mar austral. “Había una enorme confusión, no sabíamos quién estaba mintiendo”, relata. La verdad los esperaba varios kilómetros al sur.

El remolque tardó 20 horas en llegar al encuentro de las primeras balsas cargadas de náufragos. El comandante dio la orden de rescatar sólo a los que presentaban signos vitales. El cabo primero Daniel Gómez y toda la tripulación se enfrentaron al horror. “Fue mucho peor que en la película del Titanic”, dice, y describe el escenario y los hechos: “Hacía mucho frío, la térmica era de 20 grados bajo cero; tiramos una red al costado del buque y empezamos a subir a los sobrevivientes. Toda la gente que prestaba servicios en la sala de máquinas venía muy quemada; recuerdo que al levantar a uno de los maquinistas me quedé con su piel en las manos. El problema era la falta de lugar, nuestra embarcación no estaba preparada para esa tarea. A los más heridos los poníamos en las mesas y al resto en el piso. Para la asistencia médica sólo teníamos un enfermero. Trabajamos durante 40 horas y rescatamos a más de 360 hombres, de los cuales creo que sólo 3 o 4 murieron antes de llegar al continente”.
Para Daniel, el rescate de aquellos cuerpos semi congelados tenía una motivación que trascendía la obligación de las circunstancias y su vocación de servicio. Es que su amigo Waldo, el mismo que 7 años antes lo acompañó desde la desértica provincia de San Juan a Buenos Aires para hacer carrera en la Marina, era uno de los 1093 tripulantes que prestaban servicios en el malogrado crucero. “En cada cuerpo que subíamos buscaba la cara de Waldo”, dice Daniel.
El 6 de julio, después de haber dejado a los sobrevivientes en Ushuaia, desde donde fueron trasladados al continente por avión, el Aviso ARA Gurruchaga y su tripulación arribaron a Puerto Argentino, dando por culminada sus tareas. También la guerra había terminado.
Daniel continuó prestando servicios en la Marina hasta el año ’85, cuando renunció. “Me asqueó todo lo que pasó durante la guerra y la dictadura, y que se supo después”, dice. Nunca más volvió a subir a un barco ni a visitar Punta Alta, la ciudad en la que vivió en su etapa de marino.

Daniel Mario Gómez tiene hoy 50 años y trabaja en la UNSJ como coordinador del servicio de transporte de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Recuerda a la guerra, en particular el rescate de los sobrevivientes del Belgrano, como “la experiencia más fuerte” de su vida; y cada vez que visita a sus padres en el cementerio de Rawson se detiene ante el monumento de los caídos en Malvinas, y frente a la foto de su amigo Waldo Moreno recuerda los tiempos en que ambos soñaban con el mar.

 
ARA Francisco de Gurruchaga  
Los tripulantes del ARA Francisco de Gurruchaga (arriba) debieron acudir en auxilio de sus compatriotas. Las radios chilenas -las únicas que se escuchaban en la zona- anunciaban que el Crucero General Belgrano (abajo) había sido alcanzado por un torpedo y que sus restos se hundían en las heladas aguas del mar austral.  
Crucero General Belgrano  

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