Escribe:
Arquitecto Jorge Alberto Martín
Profesor Adjunto a cargo
Cátedra Teoría, Historia y Crítica
Arquitectónica III.
SAN JUAN A 60 AÑOS
DEL TERREMOTO DE 1944
¿La ciudad
sin historia o de la nueva historia?
A
los sanjuaninos nos costó años reconciliarnos
con la ciudad anterior al terremoto de 1944, tratar
de conocerla -o reconocerla- y comenzar a valorarla,
más allá de la tragedia que la hizo
desaparecer. En ese proceso, que aún continúa,
han sido fundamentales los aportes de la Facultad
de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la UNSJ,
cuyas cátedras e institutos de investigación
llevan años trabajando para la recuperación
y consolidación de la memoria urbano-arquitectónica
sanjuanina.
La ciudad, su
patrimonio y la percepción de ellos es una
construcción cultural mucho más compleja
que el fenómeno físico por el cual percibimos
las cosas. La ciudad, probablemente la principal expresión
material de la cultura de los pueblos, nos permite,
a partir de los testimonios, huellas y trazas de su
historia, realizar lecturas condicionadas por el conocimiento
y la experiencia, las pautas culturales y valores,
tradiciones y costumbres, descubriendo rasgos de identidad
de la sociedad que le dio origen y que en ella "vive".
En el año
del 60º aniversario del terremoto del 15 de enero
de 1944, un grupo de docentes e investigadores que
desarrollamos a través de nuestras asignaturas,
Proyectos de Investigación y de Extensión
en esta línea de trabajo, acompañados
de alumnos y egresados, mantenemos más que
nunca nuestro compromiso de construir y consolidar
la Memoria Colectiva.
Existe un San Juan invisible que es necesario exponer,
explicitar mediante su conocimiento e incorporación
a la vida cotidiana. Solo así será posible
la valoración de nuestro patrimonio, asumiendo
que "solo se quiere lo que se conoce".
La ciudad de San
Juan, fundada según los lineamientos que España
había consagrado para las colonias, respondía
a una estructura simple compuesta de una cuadrícula
de cinco por cinco manzanas, destinando la central
a la Plaza Mayor. El modelo colonial pondera los espacios
abiertos como ámbitos para el encuentro y escenario
de la vida comunitaria. La Plaza Mayor constituye
un caso particular por el emplazamiento en su perímetro
de las principales instituciones públicas.
La calle, en tanto, constituye un espacio lineal,
estrecho, desprovisto de forestación y delimitado
por fachadas continuas de altura regular que envuelven
la manzana.
Una instancia
particular de ordenación de la ciudad la constituyó
la decisión, hacia 1814, de estructurar la
expansión de la trama refundacional y delimitar
un recinto urbano, operación que se materializó
a partir de la consolidación de cuatro "callanchas"
o calles anchas, actuales calles 9 de Julio, 25 de
mayo, Rawson y Salta. Estas calles constituirán
un elemento de delimitación y mediación
entre la ciudad y su suburbio y el entorno rural.
Junto a la apertura de las cuatro "callanchas",
hacia fines de siglo XIX, con la llegada del Ferrocarril,
se produjo la segunda expansión planificada,
mediante la extensión de la cuadricula hasta
la calle de acceso a la estación, actual avenida
España. Esto trasladó a la calle de
la estación el concepto de borde, caracterizado
por las instalaciones ferroviarias.
Era característico
en la arquitectura doméstica sanjuanina de
entonces la construcción sobre la "linea
Municipal", sin dejar retiros de frente ni laterales.
Mediante un pasillo o zaguán se accedía
al patio, en torno del cual se estructuraban los ambientes
principales: sala, recibidor, comedor. Normalmente
mediaba en la relación entre las habitaciones
y el patio un espacio de transición semicubierto,
la galería. Esta, además de circulación
y nexo entre los locales, cumplía múltiples
usos y constituía una respuesta acorde a los
condicionantes del medio.
La
arquitectura institucional era simple y austera, aunque
entre fines del siglo XIX y principios del XX se inicia
una etapa de refinamiento. Ejemplo de ello fue el
edificio de la Casa de Gobierno, ubicada en calle
Gral. Acha Nº 436. Su construcción en
el tradicional solar del Cabildo frente a la Plaza
Mayor, comenzó con ritmo calmo en 1870 durante
el gobierno de José María del Carril;
la obra fue concluida aceleradamente por Anacleto
Gil e inaugurada en 1884, en ocasión de la
visita de Domingo F. Sarmiento. Fue un bello edificio
de sobrias líneas, dos plantas y frontis de
factura clásica, con un pórtico de tres
puertas rematadas en arcos de medio punto.
Aún más
relevante fue el Palacio de Justicia, lindero con
la Casa de Gobierno, en calle Gral. Acha Nº 460.
Construido en 1910, era el más nuevo del grupo
de edificios del gobierno. Representativo de la arquitectura
ecléctica, dos pares de columnas del alto del
edificio como símbolo del sostén de
la justicia flanqueaban la entrada y con el balcón
la enmarcaban como punto focal de la fachada.
De los edificios eclesiales, la Catedral era sin dudas
el más relevante. Levantado frente a la Plaza
Mayor, en la esquina de la calle Real de las Carretas
y del Portón, se había habilitado en
1767. La imagen austera fue modificada con diversas
intervenciones acordes a la jerarquía que paulatinamente
fue adquiriendo.
Esta ciudad y
su arquitectura habrían de soportar, el 15
de enero de 1944, una de las pruebas más duras
con las que somete el medio al hombre y a su hábitat.
Literalmente "de la noche a la mañana",
el terremoto demolió años de tradición
construida y, en definitiva, marcó el camino
seguido.
La arquitectura como la habíamos descripto,
sucumbió casi totalmente; perdió la
ciudad su componente material. Apenas el trazado de
las calles, algunas recientemente pavimentadas, las
plazas y algunos edificios, sería el legado
del pasado para afrontar el futuro.
A partir de ese conjunto heterogéneo de acontecimientos
y hechos que comúnmente, y con un grado de
generalización significativa, llamamos "Reconstrucción
de San Juan", la ciudad no volvería a
ser la misma, fundamentalmente en sus aspectos socioculturales.
La reconstrucción sería considerado
por muchos urbanistas el mal necesario y la oportunidad
para ensayar las pautas del Movimiento Moderno. San
Juan ya había recibido la influencia de este
movimiento, que se había plasmado en el Plan
Regulador de San Juan de los ingenieros Carrasco y
Guido, presentado en 1942. Sin embargo esta sociedad
conservadora resistía la asimilación
de estos modelos. Solo los efectos del sismo harían
considerar su factibilidad.
¿Qué
había cambiado?¿Qué hacía
entonces deseable algo que solo cuatro años
antes era resistido?. El cambio puede fundamentarse
en la negación del pasado, de la tradición
arquitectónica. Lo "viejo", asociado
a las construcciones hasta ese momento tradicionales
y principalmente al sistema constructivo empleado
(el adobe), se convirtió en lo que debía
ser rápidamente sustituido y, si fuese posible,
olvidado. Recuérdese que estaban allí
indemnes los pocos edificios que a la fecha se habían
levantado con sistemas constructivos "contra
temblores" como se los llamaba. De ellos, los
más eran "insolentemente modernos".
Estos habrían de convertirse en modelos paradigmáticos
de la modernidad y marcarían el camino a la
seguridad tan anhelada.
Por cierto, en la determinación de tal rumbo
incidió el accionar de promotores de la modernidad
y el progreso, formadores de opinión, bien
intencionados unos, oportunistas quien sabe, los más.
Jamás se construyó tanto en tan poco
tiempo. Este flujo de fondos se materializó
en la ciudad mediante la utilización idealizada
del paradigma del movimiento moderno, entendido como
inequívoco indicador de progreso y status.
Así se incorporaron al glosario cotidiano términos
tales como "moderno", "funcional",
"pujanza", etc., no siempre acompañados
por las circunstancias que supuestamente definían.
La negación del pasado explica, en función
de cierto orden formal (puesta en línea de
fachadas, por ejemplo), la demolición de edificios
que no habían sufrido daños. Tal negación
toma fuerza al reconocer la prácticamente nula
conciencia que en general se tiene del patrimonio
que persiste y el hecho de que mucha gente recuerda
detalles de la reconstrucción inmediata al
sismo, sin embargo muy pocos pueden describir edificios
que fueron destruidos por él.
Entendemos la
preservación del patrimonio cultural como un
problema social antes que técnico. Por encima
de las acciones puntuales tendientes a la preservación
de algún edificio, es necesario alguna "terapia"
que traiga a la luz los aspectos en juego, restableciendo
los vínculos generacionales entre quienes vivieron
aquella ciudad y quienes no perciben las persistencias
intangibles que, aún ignoradas, están
presentes.
Tal vez de esta manera logremos reconocer el patrimonio
heredado y solo así podamos estructurar acciones
que, partiendo de la valoración individual,
alcancen el compromiso colectivo de la comunidad.
Tal fin vale el intento. |