E D I T O R I A L
por: Benjamín
Kuchen
Rector de la UNSJ
El
desafío es combatir la exclusión
La inseguridad
es un tema candente, motivo de noticias, análisis,
propuestas, movilizaciones y de conversación
cotidiana. La inseguridad o seguridad como tal no
nos dice mucho; podríamos referirnos a inseguridad
física, edilicia, jurídica, y muchísimas
más. Tampoco podemos comparar nuestra inseguridad
con las distintas inseguridades que existe en las
calles de Irak o en los vuelos de Estados Unidos,
trenes de España, en los caminos de Colombia
u otros lugares del mundo.
La inseguridad
que más parece preocupar a la sociedad, a los
medios y está en boca de todos es la inseguridad
asociada a la criminalidad, al delito. Movidos, quizás
por los últimos secuestros, la sociedad impulsa
un debate, exigiendo a políticos y legisladores
que hablen menos y hagan más para purgar las
instituciones responsables e impulsen el cumplimiento
de lo legislado o que instalen nuevas leyes o penas,
en general más estrictas. Esto es también
insuficiente ya que se hace un tratamiento del tema
de modo unidimensional: el delito.
Existe un inseguridad
más grave aún y es la inseguridad cotidiana
asociada a la subsistencia que aqueja a una proporción
importante de la población y que está
motivada por las dificultades vitales para poder comer,
cobijarse, curarse, educarse o reír. Es la
población marginada o excluida. Es aquel enorme
sector que no produce (porque no tiene trabajo) y
no consume (porque no tiene dinero). En el sistema
socio-económico no están contemplados,
no existen, o mejor dicho, sería mejor que
no existiesen porque perturban, molestan, están
mal vestidos... Pero la realidad es que “están”
y muy cerca de nosotros, aunque los querríamos
ignorar. Viviana Forester tomó notoriedad,
al escribir hace algunos años, el libro El
horror económico, en el cual trata esta gravísima
realidad (con leer sólo las primeras 50 hojas
es suficiente). Allí surge claramente que esta
exclusión es consecuencia del modelo económico
dominante en el mundo e inherente al mismo. Modelo
que está en plena expansión; es decir,
cada vez hay más exclusión. Asociada
a esa exclusión, surge como respuesta la inseguridad
que necesariamente provoca el excluido sobre quien
goza de los beneficios de la inclusión.
La dignidad es
algo que no debemos abandonar nunca y en ninguna circunstancia,
pero frente a la falta de comida para uno o para los
hijos debo admitir que aun hasta perder la dignidad
puede llegar a ser digno. Siendo excluido, todo es
válido y el marginado va a actuar naturalmente
para procurarse lo que necesita de esa sociedad que
tiene
bienestar y que él mira desde afuera.
Nuestra Universidad
intenta enfrentar este problema. Defender la gratuidad
de la enseñanza es una forma de incluir, de
contener. Otorgar becas, brindar servicios a los estudiantes
son paliativos que atenúan los efectos de tal
marginalidad y por eso hay que defenderlos. En la
Facultad de Ciencias Sociales se estudian y generan
programas y proyectos de control social y violencia.
Se hace capacitación a personal de penitenciaría
y policía bajo estos parámetros, estudios
en criminología, seguridad comunitaria, marginalidad,
derechos de los niños y consecuencias del modelo
socio-económico dominante. Son valorables estas
acciones. Sin embargo, creo que tenemos que dar un
paso más allá, tenemos que combatir
al propio modelo que nos lleva a estas situaciones.
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