edición 37
AÑO V Nº 37 | septiembre 2008
entrevista
ADOLFO PEREZ ESQUIVEL | Premio Nobel de la Paz 1980
Titular de la cátedra Cultura de Paz y Derechos Humanos
Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de Buenos Aires (UBA)
Adolfo Pérez Esquivel
La universidad como un instrumento para la paz

Antes de viajar a Estados Unidos, donde participará de la reunión anual de la entidad que agrupa a los premios Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel le concedió unos minutos a esta revista para dar su opinión sobre la universidad argentina de hoy, y la que debiera gestarse a partir de una nueva ley de Educación Superior. Advertido sobre el tema de la entrevista, y antes de escuchar la primera pregunta, el premio nobel abrió la conversación: “Lo primero que hay que hacer es elevar el nivel académico de las universidades, para lo cual hay que jerarquizar a los docentes y asignar más presupuesto”.
Pérez Esquivel sabe de lo que habla; sustenta sus opiniones en situaciones cotidianas que le toca vivir como docente de una de las universidades más grandes y pobladas de Latinoamérica, la UBA. “Cuando vas a la universidad y te encontrás con tantos profesores y ayudantes de cátedras que no cobran un centavo, porque trabajan ad honorem, te das cuenta por qué la educación está como está; en la Facultad de Sociales, por ejemplo, llevamos años esperando que terminen el nuevo edificio para tener un lugar digno donde dictar clases para todos los alumnos. Y eso que ocurre hoy en las universidades es lo mismo que está pasando con los centros de investigación científica”, explica.

-¿Pero es sólo un problema presupuestario el de las universidades?
-No; es un problema político, de no tener objetivos claros para el país. Primero tendríamos que definir el país que queremos y luego ver cuál es la universidad que necesitamos. No obstante, la cantidad de estudiantes universitarios aumentó muchísimo en los últimos años y el presupuesto quedó igual. Uno que viaja por el mundo ve que en otros lugares por donde también pasó el neoliberalismo haciendo estragos la cosa en educación es diferente. Brasil, por ejemplo, que antes estaba por debajo del a Argentina, hoy está mucho más adelantado que nosotros en presupuesto, en nivel universitario y en políticas educativas en general. Pero no es sólo Brasil, acabo de estar en Ecuador y también ahí la universidad tiene más apoyo del Estado, algo que aquí, cuando ocurre, se lo considera casi como un accidente. Creo que hemos perdido el camino, estamos en un proceso involutivo muy fuerte. Yo suelo decir que Argentina perdió 50 años, y si en verdad queremos recuperar algo de ese tiempo, hay que hacerlo a través de la educación, de la conciencia crítica y la conciencia del pueblo.

Pérez Esquivel asegura que el sistema universitario debe ser el motor que ayude a pensar un modelo de país, por lo tanto debe estar encuadrado en determinadas políticas directrices. Desde esta perspectiva, el célebre militante por la paz cuestiona la autonomía universitaria, si por ésta se entiende un “cheque en blanco” para que las universidades se muestren más proclives a considerar los interés del mercado que las necesidades públicas. “Autonomía no significa que las universidades puedan hacer lo que se les antoje y que luego terminen como están ahora. Tiene que haber una regulación del Estado y políticas universitarias claras; y esas políticas hay que desarrollarlas con los científicos, docentes, estudiantes y con todos los que tengan algo para decir. La autonomía es importante y hay que mantenerla, pero con un ente regulador y dentro de un modelo de país”, dice.

-¿Qué cuestiones más específicas debería señalar la nueva ley?
-Debería establecer mecanismo para que no vuelva a repetirse que por cada mil nuevos abogados se gradúen solo cincuenta médicos o científicos de otras especialidades. También debería garantizar que los egresados sean obligados a devolver lo que el país les dio. En países como Noruega y Suecia los estudiantes becados devuelven al país esa formación cuando se reciben. Por otra parte, hay que generar las condiciones para que la gente capacitada no se tenga que ir a otros países donde le pagan mejor, y le ofrecen todos los equipos de trabajo que necesita. Otro aspecto que debe considerarse es la inclusión en los planes de estudio de la educación para la paz y los derechos humanos.

-La universidad podría hacer mucho por la cultura de paz y la no violencia…
-Sí, claro; nosotros lo estamos haciendo, pero resulta muy poco en relación a lo que está pasando en la Argentina y en el mundo entero. La paz debe entenderse no sólo como la ausencia de guerra o conflicto, sino como una forma de vida que privilegia la armonía, tanto entre las personas como entre los pueblos. Eso debe ser una dinámica permanente en la formación, esa es la forma de avanzar en una cultura de la paz e integración social. Hoy vivimos en una cultura de violencia total, y en eso tienen mucho que ver los medios de comunicación. También ése es un tema que hay que regular, lo que no significa censurar, sino contribuir a tener un desarrollo más integral como personas y como pueblo.

Desde su lugar de hombre comprometido con los derechos humanos y la justicia social, el Nobel de la Paz no imagina para el futuro del país otra forma de educación universitaria que no sea pública, gratuita y al servicio de las necesidades de las mayorías. Una educación que contribuya a la formación de ciudadanía y al desarrollo de una cultura de no violencia. Para Adolfo Pérez Esquivel, como no podía ser de otra manera, la universidad no puede ser otra cosa más que una herramienta al servicio de la paz.

 

Un hombre de Paz

Adolfo Pérez Esquivel nació en Buenos Aires en 1931. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes y en la Universidad Nacional de La Plata, donde fue formado como arquitecto y escultor.
Fue profesor de arquitectura, y durante 25 años enseñó en escuelas primarias, secundarias y en la universidad, además de trabajar como escultor. En los años sesenta, empezó a trabajar con grupos latinoamericanos cristianos pacifistas.
En 1974 fue elegido coordinador general para una red de comunidades latinoamericanas para promover la liberación de los pobres a través de la No violencia, y un año después participó en la creación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. En 1980 se le concedió el Premio Nobel de la Paz por su lucha en favor de los Derechos Humanos y al poco tiempo fue designado miembro del comité ejecutivo de la Asamblea Permanente de las Naciones Unidas sobre Derechos Humanos.
En la actualidad preside la Fundación Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ), una organización internacional que promueve la construcción de modelos sociales inclusivos basados en la protección integral de los derechos humanos, y ejerce la docencia en la UBA.


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