Cada año
con mayor fuerza y difusión
mediática se trata el tema del acceso de estudiantes
a la universidad. Este hecho está fundado en una
situación real: muchos jóvenes, que han
concluido sus estudios preuniversitarios, no pueden ingresar
en forma directa inmediata a realizar estudios superiores.
Otro tema recurrente es el alto desgranamiento en el primer
año de los estudios universitarios. Estos problemas
son complejos y su abordaje no tiene soluciones fáciles
ni únicas, como puede apreciarse en la forma en
que se encara en distintas partes del mundo. Ingresar
en la universidad constituye no sólo una cultura
de estudio diferente por el tipo de conocimiento que circula,
sino también un espacio social distinto.
En condiciones ideales, en un sistema
educativo armónico en el que se garantiza una calidad
educativa en todos los eslabones de esta cadena, el acceso
a los estudios universitarios debería estar sólo
condicionado a la aprobación con éxito de
los estudios secundarios. No es esta la situación
en Argentina. Existe una gran heterogeneidad en los niveles
de formación que brinda el sistema educativo en
las escalas previas a los estudios universitarios. Es
frecuente encontrar alumnos que, habiendo cumplido formalmente
el nivel secundario, no reúnen las condiciones
de conocimientos mínimos ni han desarrollado la
estructura mental que posibilita la adquisición
de conocimientos de mayor grado de abstracción
o dificultad. Esta situación está en general
asociada con los sectores socioeconómicos más
pobres. Así, el derecho que en una sociedad democrática
debe tener todo joven de acceder a los estudios universitarios,
no se cumple en el contexto argentino.
Para paliar la situación descripta
las universidades planifican estrategias a fin de compensar
estas falencias educativas. Con ese propósito se
instala el sistema de curso y examen de ingreso como mecanismo
tendiente a que el aspirante logre las capacidades mínimas
para adquirir nuevos conocimientos y modos de socialización
universitaria. No hay estudio universitario que no apele
al conocimiento crítico y a la capacidad de abstracción
para poder elaborar modelos y consecuentemente operar
con ellos. En este sentido el dominio del lenguaje natural
y el lenguaje simbólico de la matemática
o la lógica constituyen el fundamento para poder
entender, expresar y producir las ideas.
Debe quedar claro que la superación
del examen de ingreso no garantiza que no existan otros
obstáculos y dificultades, manifestados centralmente
en la deserción y el desgranamiento. Para ello
la universidad tiene además que instrumentar procedimientos
y acciones, tanto en lo académico como en lo social,
que apoyen al ingresante en su cursado para que pueda
realizar con regularidad sus estudios, especialmente en
la fase inicial. En el primer aspecto se pueden organizar
sistemas de tutorías, modalidades de evaluación
variadas, talleres complementarios, apoyo virtual a la
educación presencial, entre otras; y en el segundo
fortalecer los sistemas de becas como mecanismo de contención
social. Algunas de estas acciones con gran esfuerzo se
están implementando en la Universidad Nacional
de San Juan.
El éxito y el fracaso en el
aprendizaje dependen en gran parte de la capacidad de
la institución de adecuar contenidos y dispositivos
metodológicos a los nuevos ingresantes. Es preciso
desarrollar acciones innovadoras para adecuar la oferta
educativa a las condiciones sociales y culturales de vida
de los estudiantes. Este es uno de los desafíos
actuales más importantes de la universidad argentina.