Universidad Nacional de San Juan - Argentina - Nov.-Dic. 2006 - Año III - Nº 25

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Las páginas
que cuentan la Universidad

en noviembre de 2003, el “proyecto” se convirtió en el primer número de veinticuatro páginas impresas de la revista la u.

POR FERNANDA BORCOSQUE

Hace tres años esta revista institucional nacía como un espacio novedoso después de largas charlas acerca de qué y cómo debía ser una publicación universitaria.
Con la idea de Carlos Lizana, secretario de Extensión del Rectorado por ese entonces, y el desarrollo del proyecto a cargo de la licenciada en Comunicación Cecilia Yornet, el motivo para encarar un plan como éste fue contar qué pasaba en la Universidad y con sus agentes; incentivar el debate de temas; promover la expresión de docentes, creadores, investigadores y autoridades; generar una identidad de grupo en un ambiente muy disperso.
Así, la revista fue propuesta como un vehículo de integración, intercambio, como un documento de consulta, con el valor que tiene la permanencia de lo escrito, lo impreso. Contando con el apoyo de la versión digital (también puede accederse a los textos ingresando en www.unsj.edu.ar/revista), a lo largo de 25 números la revista pretendió anclarse en aquellos que hacen, viven y piensan la Universidad.

Como todo lo que es, crece y se multiplica, la revista La Universidad fue modificando su aspecto interno, el diseño general, la diagramación de las secciones, el estilo de redacción y titulación, pero no su esencia.
En noviembre de 2003 la revista La Universidad (La U) se constituiría en el número 1 año 1. La ilustración de Jorge Rodríguez en su portada, sería el sello característico de cada edición.
El incendio en el edificio del Rectorado, en febrero de 2004, no detuvo a esta publicación y así arrancó el siguiente número.
Las primeras once ediciones (2003-2004) se estructuraron en secciones fijas como el editorial, tema general, agenda, becas y libros, facultades, notas firmadas, deportes, cultura; otras secciones como Historias de los 31 y entrevistas no se mantuvieron después.
Hacia 2005 el equipo de producción de la revista rediseñó totalmente portadas e interior. Los docentes, investigadores y creadores comenzaron a mirarse más en esta publicación y a considerarla como propia. Esto generó un intercambio de información y propuestas de contenidos bastante enriquecedores. El año 2006 fue inaugurado con la idea de incluir a los estudiantes, quienes permanentemente están proyectando su carrera y su actividad universitaria en grupos de debates y discusión en sus disciplinas.

Cada edición es difícil: perseguir la actualidad que casi siempre se nos queda desactualizada; generar un espacio para que quienes envían artículos queden satisfechos por el resultado final; pelear el dato a aquellos que no quieren soltarlo; evaluar lo que es “conveniente” publicar en un ámbito en el que deben articularse opiniones encontradas.
Ser un vínculo, un instrumento de intercambio, propagación, enlace y sobre todo de relación entre las personas, o la “comunidad universitaria” en este caso, es el objetivo de cualquier medio de comunicación…
Todo un desafío es mantenerse y consolidarse en una universidad plural y compleja como lo es ésta; pero las ganas y la seriedad en el trabajo para que estas páginas lleguen a ustedes nos indicaron que sí se puede.

¡Felíz Año Nuevo!

Hacer una revista buena

Por Cecilia Yornet

Hacer una revista buena, en la que comunicar todo lo que pasa en la UNSJ; hacerla para todos y también con todos; hacerla distinta, especial, pero también económica, para que todos pudiéramos tener una; mantenerla en el tiempo, y cumplir también con una periodicidad estable: que todos supieran que el mes que viene sale otra, y el otro mes otra y que eso es posible aunque nunca antes se hubiera podido hacer en la UNSJ; que los textos fueran atractivos, aunque no todos los temas lo fueran por sí solos. Hace tres años estas eran las intenciones. Seguro que no todas se cumplen, pero seguro también que cada mes hay un equipo que trabaja para lograrlas y no en las mejores condiciones. Y aunque no siempre es cierto eso de que la intención es lo que vale, creo que lo que sí vale es el compromiso de haberla hecho cada mes, siempre para lograr lo mejor. No es fácil hacer un trabajo que está periódicamente en la vidriera, y –en este caso- no en cualquier vidriera. Por todo eso creo que más que el aniversario de la revista, este es el tercer cumpleaños de un esfuerzo comprometido y prácticamente anónimo. Porque es relativamente fácil tener utopías; lo que no es sencillo es trabajar cotidianamente para hacerlas realidad, exponer los resultados de ese esfuerzo cada mes ante miles de personas, recoger las críticas o los silencios y seguirlo intentando. Por eso, mi más sincero reconocimiento más que a la autoridad -que al publicar cumple con su deber-, a las personas que hacen esta revista, que no se conforman con tener sueños sino que se arriesgan a cumplirlos, con toda la carga de frustraciones y alegrías que ese riesgo trae.


La “U”, la “EFU”, los “tres”, los “veinticinco”

Por Carlos Fager, Vicente Celani, Adrián Campillay,
Eduardo Torres, Jorge Rodríguez

Tres años. Veinticinco números. Veinticinco es un cuarto de cien. ¿Y qué es cien? No sé. Una referencia. Se habla del cien por ciento para indicar la totalidad de algo. (Tiene, como en el caso del “tres”, la entidad de “número bíblico”). Si así fuera, ¿tenemos un cuarto de la totalidad de la publicación de la revista de la Universidad? Espero que no. Si cien es la totalidad, el final, lo acabado, prefiero pensar que 25 no es un cuarto de nada. Es sólo eso: 25 números de la revista la U. Curiosamente, esa “U” mayúscula, por alguna razón me remite a la “U” de Utopía. (El no lugar; el no cien), y me entusiasma pensar en los 25 números desde y hacia la “U”. 25 números que muestran una realidad construida y una por construir, y además…
Galeano lo expresa mucho mejor: “Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía?, para eso sirve: para caminar”. (Las palabras andantes)

Gracias por el espacio brindado a nuestra editorial. Gracias por el vehículo que nos ayuda a caminar hacia la “U” que soñamos.


Tres años después

Por Carlos Lizana

A comienzos del milenio, son notables las transformaciones en las condiciones de vida y de trabajo de los seres humanos. La vertiginosidad del desarrollo tecnológico ha provocado cambios en las relaciones sociales, cada vez más mediatizadas por la existencia de aparatos celulares, computadoras personales, correos electrónicos, redes inalámbricas, etc.
El triunfo del mercado, el consumismo, el individualismo, la competitividad, el éxito medido por TV, han contribuido a convertir el conocimiento en mercancía; lo que ha impactado en la forma en que se desarrolla la docencia y la investigación en nuestras universidades.
Estos nuevos parámetros, en tiempos en que se escucha hablar de la “sociedad del conocimiento”, resultan ser una mezcla explosiva, al interior de la universidad. Programa de incentivos, categorizaciones, acreditaciones, etc., lejos de contribuir a integrarnos como conjunto, pareciera que nos separa y hasta nos enfrenta. Es doloroso y contradictorio aceptar que los resultados del conocimiento están más al servicio de unos pocos, que pensando en beneficiar a las grandes mayorías postergadas. Más que sociedades del conocimiento, parecemos ser “sociedades de la desigualdad”.
Tal vez recordando con cierta nostalgia, frases como: “de esto salimos entre todos o no sale nadie”; o pensando en recuperar el sentido de palabras como “solidaridad”, “igualdad”, “justicia”, “libertad”, es que con gran convencimiento, quisimos generar un instrumento de Comunicación entre la comunidad universitaria, a través de la revista “La Universidad”.
Cuando hace tres años se editó el primer número, se esperaba que la revista contribuyera a crear un espacio para el debate de ideas, de discusiones epistemológicas, de construcción de conocimiento transdisciplinar.
Su permanencia ha permitido poner en cuestión el papel de la Universidad y del conocimiento científico en la realidad sanjuanina, difundir actividades, y otorgar un Sentido de Pertenencia, de discusión de identidades y de diversidades.
Muchos recordarán la crisis del 2001-2002, cuando la universidad no podía pagar los servicios, ni se conocía el presupuesto que se ejecutaba. En esas condiciones, nos planteamos la necesidad de contarnos qué pasaba por adentro de nuestras unidades. Asumimos la responsabilidad de editar la revista, sostener una página desde un portal “edu.ar”, y nos propusimos recuperar la política de Extensión a través del financiamiento de Proyectos que favorecieran nuestra vinculación con el medio.
Creemos que sostener un vínculo de comunicación como la Revista, es contribuir a cuestionar el sonambulismo intelectual, que permanece neutro e indiferente ante la realidad de nuestro tiempo. La publicación de trabajos, ideas, visiones de la realidad, posibilita encontrarnos en los lugares comunes y construir desde la disidencia, si es necesario, una nueva propuesta para una sociedad mas justa que nos incluya a todos.
Quisiera terminar recordando un comentario de Gandhi, que rescata Ernesto Sábato en La Resistencia: “La verdadera libertad no vendrá de la toma del poder por parte de algunos, sino del poder que todos tendrán algún día de oponerse a los abusos de la autoridad”. Y termina diciendo Sábato: “Esta es una gran tarea para quienes trabajan en la radio, en la televisión o escriben en los diarios (o revistas); una verdadera gesta que puede llevarse a cabo si es auténtico el dolor que sentimos por el sufrimiento de los además”.


A la una, a la dos
y a las... ¡tres!

Por Jorge Rodríguez

Una mañana de invierno de 1957 me senté a la orilla del parral de mi casa, en Alto de Sierra, que mi tío Saturnino estaba arando para abonar. Desde el otro extremo de una melga vi que se acercaba el Negro (¡cómo habría de llamarse un caballo manso de pelaje oscuro!), que tiraba del arado, seguido de mi tío.
Al comienzo el conjunto era una figura borrosa. Luego, al avanzar hacia mí, se convirtió en una masa potente que se apoderó de mis ojos y mis oídos. Y me atrapó. El tranco rítmico acompañado por los movimientos de la cabeza; el sonido de la reja del arado rompiendo la tierra; los chorros de vapor que manaban de los ollares del caballo; el roce de las cadenas en el pechero y el lomillo; los chasquidos con los que mi tío animaba al Negro y el contraluz, que modelaba el movimiento de los músculos del caballo, se convirtieron en un espectáculo que marcó mi vida.
Ese verano mi papá me recortó, en el papel plateado de los cigarrillos “Máximos” que fumaba, la silueta de un caballo. De inmediato me puse a copiarla en el patio de tierra de mi casa. Un palito, una piedrita, fueron mis primeros instrumentos de dibujo a mis cinco años. Ese humilde gesto de mi papá me decidió: sería dibujante.
Desde entonces ir a la escuela, jugar, comer, dormir, se volvieron meras interrupciones que me alejaban momentáneamente del dibujo.
Cada vez que me encuentro frente a un papel para ilustrar una nota se repiten los relampagueos de aquellos dos sucesos cruciales en mi vida. Los he adoptado como el rito previo, necesario, a respirar hondo y zambullirme a hacer mi oficio. Un trazo de más o de menos puede determinar el acierto o el desacierto.
Trabajar número tras número en esta revista de tres primaveras pone a prueba mis condiciones. Cada artículo se planta ante mí y con gesto desafiante me dice: “A ver cómo te las arreglás con este texto. ¿Te animás?”.
Y uno, que no es de piedra, contesta: “¡Claro que me animo!”.
Tomo el lápiz y respiro hondo. Allá voy.

 

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