¿Soy en el
cuerpo que pretendo mío?
Una mirada desde la educación
física como aporte a la formación integral.
ESCRIBEN
Rubén Oscar Díaz
Gustavo Edgardo Álvarez
Profesores de Educación Física - UNSJ
Sabemos
bien que somos animales de la clase de los mamíferos,
del orden de los primates, de la familia del homínido,
del género homo de la especie sapiens: que nuestro cuerpo
es una máquina de 30.000 millones de células,
controlado y procesado por un sistema genético, el cual
se constituyó en el transcurso de una evolución
natural a los largo de 2 o 3 millones de años.
Que el cerebro con el cual pensamos, la boca con que hablamos,
la mano con que escribimos, son órganos biológicos.
Sabemos que nuestro organismo está constituido por combinaciones
de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno.
Todo este saber puede ser inoperante, pero desde Darwin admitimos
que somos hijos de primates, pero no que nosotros mismos seamos
primates. Estamos convencidos que una vez descendidos del árbol
genealógico tropical en que vivían nuestros ancestros
nos hemos alejado para siempre de él, y que hemos contraído
al margen de la naturaleza, el reino independiente de la cultura.
Nuestro destino es en relación al de los demás
animales, al que hemos denostado, reducido, rechazado o puesto
entre rejas o en reserva.
Hemos edificado ciudades de piedra y acero, construido máquinas,
creado poemas, sinfonías, navegado por el espacio, llegado
a la luna, queremos ir a Marte, queremos clonar al hombre, manipularlo
genéticamente para modificarlo. ¿Cómo no
creer que, aunque salidos de la naturaleza, no seamos, a pesar
de todo ello, sobrenaturales o extranaturales?
Desde Descartes pensamos contra natura, seguros que nuestra
misión consiste en dominarla, someterla y conquistarla.
El hombre es un sujeto en un mundo de objetos y soberano en
un mundo de sujetos. A pesar de que todos los hombres pertenecen
a la misma especie "homo sapiens", este rasgo común
nunca ha dejado de serle negado al hombre por el propio hombre,
pero éste no reconoce a un semejante en el extranjero
(quiere acaparar para sí la calidad de hombre). Los filósofos
griegos veían bárbaro a todo persa y como objeto
animado a un esclavo.
En la actualidad nos sentimos obligados
a admitir que todos los hombres somos tales, pero también
a este grupo algunos los denominamos inhumanos. A pesar de
todo, el tema de la naturaleza humana no ha dejado de plantearse
al hombre de todas las épocas como un inquietante problema
a resolver. Somos tan diferentes en el espacio y el tiempo
y nos transformamos según las sociedades en que estamos
inmersos, que debemos admitir que la naturaleza humana no
es más que una materia maleable a la que sólo
puede darle forma la cultura o la historia. Esta idea se ha
visto paralizada por el capitalismo con el objetivo de usarla
a modo de freno ante los cambios sociales: la idea de progreso
ha llegado a la conclusión de que para que se produzcan
cambios no es necesario que exista ninguna naturaleza humana.
Así, acosada por todas partes,
vaciada de virtudes, riquezas, dinamismo, la naturaleza humana
aparece como un residuo amorfo, inerte y monótono:
no ya como la base sobre la que sustenta el hombre, sino como
algo que ha sido superado.
¿Pero acaso la naturaleza humana no lleva en su seno
los principios de variedad, transformación y de evolución
que la ha conducido hasta "ser hombre"?
¿Qué nos pasó? ¿Fue un determinismo
o estábamos predeterminados para alejarnos de esa naturaleza
en búsqueda de la felicidad?
En el transcurso de la modernidad el cuerpo era el paragolpes
del alma, pero en el alma encajaba el impacto, regulaba la
desesperación y administraba los estragos que las experiencias
del cuerpo modificado o humillado pudieran hacer infiltrar
en el ánimo. La ascética religiosa consistía
en una serie de técnicas espirituales destinadas a
preparar al creyente para afianzarse ante la proximidad del
dolor.
En la actualidad huimos del dolor, en
tanto no nos preparamos para afrontarlo. Al cuerpo le devino
una mercantilización del mismo, sea como fuerza del
trabajo en el ámbito laboral o como apariencia en las
relaciones interpersonales, como mercancía carnal o
carta de presentación como producto social.
Desde una aceptación del dolor
y una confortación a través de quienes se preparaban
para asistir espiritualmente como único remedio, hoy
la confortación se encuentra o la buscamos a través
del confort para resguardar a la personalidad agredida en
el contexto urbano, industrial y tecnológico; por lo
que se intuye que una de las formas para resguardar la personalidad
es "desear lo menos posible".
El cuerpo es la última y radical verdad de la existencia
y de que la satisfacción sensorial es un imperativo
y no una opción, da forma a la idea actual de la felicidad.
Hoy esta felicidad es fluctuante debido a que en la medida
que nos abstraemos del dolor o del sufrimiento que causa un
deseo recuperamos la felicidad, pero la perdemos al instante
siguiente por otro padecimiento. La felicidad es valorada
también en la medida en que logramos preservar el deterioro
del cuerpo; y el avance irreversible del mismo, genera infelicidad.
La obsesión por la belleza, la
juventud, la salud corporal y el alejarse de la muerte, responden
a causas irresolubles y son las utopías actuales. Estas
realidades devienen desde el siglo XIX cuando se proponía
eliminar en lo posible el dolor, desde la política
y las ciencias que ambicionaron reducir el sufrimiento en
el orden laboral y en la justicia social a través de
la protección del cuerpo. Las innovaciones, técnicas
y tecnologías que avanzaron a pasos agigantados, dejaron
retrasada a la política, le ética y el arte;
por eso la experiencia del confort sigue siendo la idea-fuerza
con que se tamiza la comprensión de la tecnología,
tanto en el hogar como en lo laboral.
La realidad social posiciona el cuerpo
como instrumento de ascenso social en todo su espectro. Hoy
la belleza física sexuada permite esta movilidad, impensada
para quienes pretenden el ascenso social desprovisto de este
bien carnal. Esta configuración de la belleza sexuada
reproduce un sinfín de industrias que lo apuntalan,
promueven, renuevan y mejoran para su mejor consumo a la vez,
sustentado publicitaria y económicamente por ellas
mismas.
El hombre es un engranaje más del
proceso de desarrollo de una sociedad, por lo tanto el cuerpo
es el instrumento psicofísico diferenciado, a su vez
masificado y mercantilizado en sus distintas formas. Si el
contexto es el mercado, el cuerpo es el centro gravitacional
de esas operaciones sociales, lo que lleva al sufrimiento
eterno al no asimilar la vorágine del bombardeo al
que es sometido.
Esa ilusión insatisfecha es una utopía que roza
con la existencia misma del hombre porque lo lleva a su propia
autodestrucción, poniendo en juego todos sus vínculos,
su entorno y su hábitat. Todo conlleva a un conformismo
social a la mayoría de los hombres; y es el sentido
común el que refuerza la idea de que "está
todo bien". En todo sentido común lo que subyace
es lo político y sobre todo la idea-fuerza de dominación.
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