Universidad Nacional de San Juan - Argentina - Octubre 2006 - Año III - Nº 24

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¿Soy en el cuerpo que pretendo mío?

Una mirada desde la educación física como aporte a la formación integral.

ESCRIBEN
Rubén Oscar Díaz
Gustavo Edgardo Álvarez
Profesores de Educación Física - UNSJ

Sabemos bien que somos animales de la clase de los mamíferos, del orden de los primates, de la familia del homínido, del género homo de la especie sapiens: que nuestro cuerpo es una máquina de 30.000 millones de células, controlado y procesado por un sistema genético, el cual se constituyó en el transcurso de una evolución natural a los largo de 2 o 3 millones de años. Que el cerebro con el cual pensamos, la boca con que hablamos, la mano con que escribimos, son órganos biológicos. Sabemos que nuestro organismo está constituido por combinaciones de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno.
Todo este saber puede ser inoperante, pero desde Darwin admitimos que somos hijos de primates, pero no que nosotros mismos seamos primates. Estamos convencidos que una vez descendidos del árbol genealógico tropical en que vivían nuestros ancestros nos hemos alejado para siempre de él, y que hemos contraído al margen de la naturaleza, el reino independiente de la cultura. Nuestro destino es en relación al de los demás animales, al que hemos denostado, reducido, rechazado o puesto entre rejas o en reserva.
Hemos edificado ciudades de piedra y acero, construido máquinas, creado poemas, sinfonías, navegado por el espacio, llegado a la luna, queremos ir a Marte, queremos clonar al hombre, manipularlo genéticamente para modificarlo. ¿Cómo no creer que, aunque salidos de la naturaleza, no seamos, a pesar de todo ello, sobrenaturales o extranaturales?
Desde Descartes pensamos contra natura, seguros que nuestra misión consiste en dominarla, someterla y conquistarla. El hombre es un sujeto en un mundo de objetos y soberano en un mundo de sujetos. A pesar de que todos los hombres pertenecen a la misma especie "homo sapiens", este rasgo común nunca ha dejado de serle negado al hombre por el propio hombre, pero éste no reconoce a un semejante en el extranjero (quiere acaparar para sí la calidad de hombre). Los filósofos griegos veían bárbaro a todo persa y como objeto animado a un esclavo.

En la actualidad nos sentimos obligados a admitir que todos los hombres somos tales, pero también a este grupo algunos los denominamos inhumanos. A pesar de todo, el tema de la naturaleza humana no ha dejado de plantearse al hombre de todas las épocas como un inquietante problema a resolver. Somos tan diferentes en el espacio y el tiempo y nos transformamos según las sociedades en que estamos inmersos, que debemos admitir que la naturaleza humana no es más que una materia maleable a la que sólo puede darle forma la cultura o la historia. Esta idea se ha visto paralizada por el capitalismo con el objetivo de usarla a modo de freno ante los cambios sociales: la idea de progreso ha llegado a la conclusión de que para que se produzcan cambios no es necesario que exista ninguna naturaleza humana.

Así, acosada por todas partes, vaciada de virtudes, riquezas, dinamismo, la naturaleza humana aparece como un residuo amorfo, inerte y monótono: no ya como la base sobre la que sustenta el hombre, sino como algo que ha sido superado.
¿Pero acaso la naturaleza humana no lleva en su seno los principios de variedad, transformación y de evolución que la ha conducido hasta "ser hombre"?
¿Qué nos pasó? ¿Fue un determinismo o estábamos predeterminados para alejarnos de esa naturaleza en búsqueda de la felicidad?
En el transcurso de la modernidad el cuerpo era el paragolpes del alma, pero en el alma encajaba el impacto, regulaba la desesperación y administraba los estragos que las experiencias del cuerpo modificado o humillado pudieran hacer infiltrar en el ánimo. La ascética religiosa consistía en una serie de técnicas espirituales destinadas a preparar al creyente para afianzarse ante la proximidad del dolor.

En la actualidad huimos del dolor, en tanto no nos preparamos para afrontarlo. Al cuerpo le devino una mercantilización del mismo, sea como fuerza del trabajo en el ámbito laboral o como apariencia en las relaciones interpersonales, como mercancía carnal o carta de presentación como producto social.

Desde una aceptación del dolor y una confortación a través de quienes se preparaban para asistir espiritualmente como único remedio, hoy la confortación se encuentra o la buscamos a través del confort para resguardar a la personalidad agredida en el contexto urbano, industrial y tecnológico; por lo que se intuye que una de las formas para resguardar la personalidad es "desear lo menos posible".
El cuerpo es la última y radical verdad de la existencia y de que la satisfacción sensorial es un imperativo y no una opción, da forma a la idea actual de la felicidad.
Hoy esta felicidad es fluctuante debido a que en la medida que nos abstraemos del dolor o del sufrimiento que causa un deseo recuperamos la felicidad, pero la perdemos al instante siguiente por otro padecimiento. La felicidad es valorada también en la medida en que logramos preservar el deterioro del cuerpo; y el avance irreversible del mismo, genera infelicidad.

La obsesión por la belleza, la juventud, la salud corporal y el alejarse de la muerte, responden a causas irresolubles y son las utopías actuales. Estas realidades devienen desde el siglo XIX cuando se proponía eliminar en lo posible el dolor, desde la política y las ciencias que ambicionaron reducir el sufrimiento en el orden laboral y en la justicia social a través de la protección del cuerpo. Las innovaciones, técnicas y tecnologías que avanzaron a pasos agigantados, dejaron retrasada a la política, le ética y el arte; por eso la experiencia del confort sigue siendo la idea-fuerza con que se tamiza la comprensión de la tecnología, tanto en el hogar como en lo laboral.

La realidad social posiciona el cuerpo como instrumento de ascenso social en todo su espectro. Hoy la belleza física sexuada permite esta movilidad, impensada para quienes pretenden el ascenso social desprovisto de este bien carnal. Esta configuración de la belleza sexuada reproduce un sinfín de industrias que lo apuntalan, promueven, renuevan y mejoran para su mejor consumo a la vez, sustentado publicitaria y económicamente por ellas mismas.

El hombre es un engranaje más del proceso de desarrollo de una sociedad, por lo tanto el cuerpo es el instrumento psicofísico diferenciado, a su vez masificado y mercantilizado en sus distintas formas. Si el contexto es el mercado, el cuerpo es el centro gravitacional de esas operaciones sociales, lo que lleva al sufrimiento eterno al no asimilar la vorágine del bombardeo al que es sometido.
Esa ilusión insatisfecha es una utopía que roza con la existencia misma del hombre porque lo lleva a su propia autodestrucción, poniendo en juego todos sus vínculos, su entorno y su hábitat. Todo conlleva a un conformismo social a la mayoría de los hombres; y es el sentido común el que refuerza la idea de que "está todo bien". En todo sentido común lo que subyace es lo político y sobre todo la idea-fuerza de dominación.

 

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