Universidad Nacional de San Juan - Argentina - Mayo 2006 - Año III - Nº 20

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Cuando el arte ataca

Pintar la vida

POR SUSANA ROLDÁN

“Es como tener otra familia”, dice Rosa. Cinco palabras apenas para resumir, con la sencillez que da la sabiduría de haber vivido la vida, no de verla pasar solamente, lo que significan los talleres de arte que todas las semanas la Secretaría de Extensión de la UNSJ ponía a su alcance. Institucionalmente, los talleres llevan el nombre de “Imaginario sanjuanino en murales” y se inscriben en el marco de los proyectos de extensión universitaria que la UNSJ implementa desde 1998.
Este taller en particular comenzó a principios de 2005 en el Barrio CGT Rawson, hoy “Jorge Luis Borges”, coordinado por el licenciado Alejandro “Ozzy” Carrizo y la profesora Adriana Guajardo. Su objetivo principal fue la integración de los vecinos del barrio, entre sí y con el propio barrio a través de los murales, utilizando el dibujo y la pintura como motor de esa integración. El resultado se sintetiza en la frase de Rosa, una de las participantes del taller: “Es como tener otra familia”.

Tejiendo historias

Si cada casa es un mundo, como dice la sabiduría popular, cada barrio es una sumatoria de todos esos mundos. Por eso, es imposible conocer y entender la realidad de ese microcosmos que es un barrio, sin conocer a quienes forman parte de él. Y si el barrio está compuesto nada menos que por 540 viviendas, la historia se enriquece. Pero ¿cómo se llega a contarlas, a ser parte, a ayudar a cambiar realidades que no siempre son color de rosa? Para Ozzy Carrizo y Adriana Guajardo, el camino es a través del arte: y esa es, precisamente, la razón de ser de la extensión universitaria.
El barrio CGT Rawson es sumamente heteorogéneo. Entre las más de 500 familias que lo habitan hay empleados públicos, docentes, bancarios, de comercio, jubilados. También hay una importante población de niños y adolescentes. Encontrar una actividad que pudiera interesarlos a todos fue sencillo, hubo que buscar en los escasos puntos en común que tenían grandes y chicos. Como en el barrio existían paredes de construcciones en los espacios de uso común, la iniciativa fue encarar la realización de murales en ellas.
Entre mate y mate, Ozzy y Adriana entusiasmaron a los vecinos. Como siempre, los más chicos fueron los primeros en prenderse a la iniciativa. Pinceles en mano, idearon un diseño y de a poco, las paredes antes deslucidas empezaron a llenarse de color. A la par, nuevos vecinos se acercaron para ver “de qué se trataba”, y pronto el taller recaló en el fondo de la casa de Rosa.

Uno de los diseños elegidos para los murales fue la figura de Jorge Luis Borges. El barrio había sido re-bautizado con su nombre, pero la resistencia de los vecinos era notoria. Se sentían más identificados con la denominación de “CGT Rawson” que con el nombre de “ese señor que no sabemos quién es”. Por eso, el trabajo del taller fue primero conocer sobre la figura del escritor, ver videos sobre su vida y dialogar al respecto. “Cuando vimos la película que nos trajo el profesor, entendimos. Era una persona importante, pero tuvo una vida un poco triste ¿no? Siempre solo y para colmo, ciego”, comentaban después. De allí a concretar el mural donde aparece el escritor, hubo sólo un paso.
Pero el taller ya había cobrado vida propia. Cuando los murales estuvieron terminados, nadie quería despegarse de aquel grupo. Entonces el fondo de la casa de Rosa fue la transición natural para seguir encontrándose y pintando. Y a medida que lo hacían, entendieron que tenían mucho más en común que una tarde por semana en torno a las telas en blanco: tenían historias, con elementos comunes como la exclusión y la falta de horizonte, pero al mismo tiempo, las ganas de salir adelante.
“Para aprender, hay que bajar la cabeza y ser humilde. Muchos jóvenes de hoy no saben eso, no quieren aprende”, sentencia María (58), toda una vida trabajando en la lavandería de un hotel. “Son doce o catorce horas por día que hay que estar parada, la columna queda hecha un desastre”, dice María, que ahora encontró en la pintura un motivo para expresarse. Rosa, que se jacta de “no haber faltado nunca al taller”, aprovecha el tiempo que le dejan sus catorce hijos para aprender a pintar. “Yo no quería ni salir a la calle, estaba triste. Ahora hago mis cuadritos, le regalo a la gente que quiero y hasta algunas personas me piden para comprarlos”, dice sonriendo, mientras exhibe orgullosa un cuadro que pintó para su marido.

equipo
Al equipo que integraron Ozzy Carrizo y Adriana Guajardo, se sumó la valiosa colaboración del arquitecto Jorge Martín, de la FAUD, y la Unión Vecinal del Barrio Jorge Luis Borges, sin los cuales no hubiera sido posible desarrollar el proyecto.

Sobre la mesa conviven las semitas, el biscochuelo recién horneado y las galletitas, porque cada uno trajo algo para la rueda del mate. “Es que venir al taller es una fiesta. Aquí nos conocimos, nos apoyamos, no es nada más que venir a pintar. Uno aprende a ver las cosas de otra manera. Compartimos todo lo que nos pasa”, dicen. Gladys asiente y cuenta que el taller la ayudó a salir de la depresión. “Encontrar un lugar como este, cuando uno siente que ya no tiene por qué vivir, eso es salvarse a uno mismo”. Elsa, que aparenta mucho menos de los 27 años que tiene, sueña con una carrera universitaria. “Antes estudiaba, vendía maicenitas para pagarme el colectivo y las fotocopias. Pero tuve que dejar, porque no me alcanzaba. El taller me sirvió para recuperar las ganas, saber que puedo hacer cosas y como me gustan los niños, voy a estudiar para maestra de Nivel Inicial”. Mientras Pablo (19) saca fotos, los chicos revolotean alrededor, porque en el taller también hay espacio para ellos. Todos puede expresarse y para las mamás, el taller también ha sido una forma de “sacarlos de la calle”.
Aunque el proyecto de extensión que permitió este y otros talleres ya llegó a su término, Ozzy y Adriana siguen yendo a la casa de Rosa. Sabedores del poder que tiene el arte para comunicar a las personas entre sí, renuevan el compromiso de seguir en contacto. “Si nos enfermamos o si alguien tiene un problema, siempre llamamos a los profesores. Ellos ya son parte de nosotros y siempre están presentes”, concluye Rosa. Y en esa frase, tan simple como la del inicio de esta nota, está la respuesta a quienes se preguntan para qué sirve la extensión: para estar, pertenecer, atravesar los límites de la institución hasta llegar a una comunidad donde hay mucho trabajo por hacer .

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