Cuando el arte ataca
Pintar la vida
POR SUSANA ROLDÁN
“Es
como tener otra familia”, dice Rosa. Cinco palabras
apenas para resumir, con la sencillez que da la sabiduría
de haber vivido la vida, no de verla pasar solamente, lo que
significan los talleres de arte que todas las semanas la Secretaría
de Extensión de la UNSJ ponía a su alcance.
Institucionalmente, los talleres llevan el nombre de “Imaginario
sanjuanino en murales” y se inscriben en el marco de
los proyectos de extensión universitaria que la UNSJ
implementa desde 1998.
Este taller en particular comenzó a principios de 2005
en el Barrio CGT Rawson, hoy “Jorge Luis Borges”,
coordinado por el licenciado Alejandro “Ozzy”
Carrizo y la profesora Adriana Guajardo. Su objetivo principal
fue la integración de los vecinos del barrio, entre
sí y con el propio barrio a través de los murales,
utilizando el dibujo y la pintura como motor de esa integración.
El resultado se sintetiza en la frase de Rosa, una de las
participantes del taller: “Es como tener otra familia”.
Tejiendo historias
Si
cada casa es un mundo, como dice la sabiduría popular,
cada barrio es una sumatoria de todos esos mundos. Por eso,
es imposible conocer y entender la realidad de ese microcosmos
que es un barrio, sin conocer a quienes forman parte de él.
Y si el barrio está compuesto nada menos que por 540
viviendas, la historia se enriquece. Pero ¿cómo
se llega a contarlas, a ser parte, a ayudar a cambiar realidades
que no siempre son color de rosa? Para Ozzy Carrizo y Adriana
Guajardo, el camino es a través del arte: y esa es,
precisamente, la razón de ser de la extensión
universitaria.
El barrio CGT Rawson es sumamente heteorogéneo. Entre
las más de 500 familias que lo habitan hay empleados
públicos, docentes, bancarios, de comercio, jubilados.
También hay una importante población de niños
y adolescentes. Encontrar una actividad que pudiera interesarlos
a todos fue sencillo, hubo que buscar en los escasos puntos
en común que tenían grandes y chicos. Como en
el barrio existían paredes de construcciones en los
espacios de uso común, la iniciativa fue encarar la
realización de murales en ellas.
Entre mate y mate, Ozzy y Adriana entusiasmaron a los vecinos.
Como siempre, los más chicos fueron los primeros en
prenderse a la iniciativa. Pinceles en mano, idearon un diseño
y de a poco, las paredes antes deslucidas empezaron a llenarse
de color. A la par, nuevos vecinos se acercaron para ver “de
qué se trataba”, y pronto el taller recaló
en el fondo de la casa de Rosa.
Uno de los diseños elegidos para
los murales fue la figura de Jorge Luis Borges. El barrio
había sido re-bautizado con su nombre, pero la resistencia
de los vecinos era notoria. Se sentían más identificados
con la denominación de “CGT Rawson” que
con el nombre de “ese señor que no sabemos quién
es”. Por eso, el trabajo del taller fue primero conocer
sobre la figura del escritor, ver videos sobre su vida y dialogar
al respecto. “Cuando vimos la película que nos
trajo el profesor, entendimos. Era una persona importante,
pero tuvo una vida un poco triste ¿no? Siempre solo
y para colmo, ciego”, comentaban después. De
allí a concretar el mural donde aparece el escritor,
hubo sólo un paso.
Pero el taller ya había cobrado vida propia. Cuando
los murales estuvieron terminados, nadie quería despegarse
de aquel grupo. Entonces el fondo de la casa de Rosa fue la
transición natural para seguir encontrándose
y pintando. Y a medida que lo hacían, entendieron que
tenían mucho más en común que una tarde
por semana en torno a las telas en blanco: tenían historias,
con elementos comunes como la exclusión y la falta
de horizonte, pero al mismo tiempo, las ganas de salir adelante.
“Para aprender, hay que bajar la cabeza y ser humilde.
Muchos jóvenes de hoy no saben eso, no quieren aprende”,
sentencia María (58), toda una vida trabajando en la
lavandería de un hotel. “Son doce o catorce horas
por día que hay que estar parada, la columna queda
hecha un desastre”, dice María, que ahora encontró
en la pintura un motivo para expresarse. Rosa, que se jacta
de “no haber faltado nunca al taller”, aprovecha
el tiempo que le dejan sus catorce hijos para aprender a pintar.
“Yo no quería ni salir a la calle, estaba triste.
Ahora hago mis cuadritos, le regalo a la gente que quiero
y hasta algunas personas me piden para comprarlos”,
dice sonriendo, mientras exhibe orgullosa un cuadro que pintó
para su marido.
equipo
Al equipo que integraron Ozzy Carrizo y Adriana
Guajardo, se sumó la valiosa colaboración
del arquitecto Jorge Martín, de la FAUD,
y la Unión Vecinal del Barrio Jorge Luis
Borges, sin los cuales no hubiera sido posible desarrollar
el proyecto. |
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Sobre la mesa conviven las semitas, el
biscochuelo recién horneado y las galletitas, porque
cada uno trajo algo para la rueda del mate. “Es que
venir al taller es una fiesta. Aquí nos conocimos,
nos apoyamos, no es nada más que venir a pintar. Uno
aprende a ver las cosas de otra manera. Compartimos todo lo
que nos pasa”, dicen. Gladys asiente y cuenta que el
taller la ayudó a salir de la depresión. “Encontrar
un lugar como este, cuando uno siente que ya no tiene por
qué vivir, eso es salvarse a uno mismo”. Elsa,
que aparenta mucho menos de los 27 años que tiene,
sueña con una carrera universitaria. “Antes estudiaba,
vendía maicenitas para pagarme el colectivo y las fotocopias.
Pero tuve que dejar, porque no me alcanzaba. El taller me
sirvió para recuperar las ganas, saber que puedo hacer
cosas y como me gustan los niños, voy a estudiar para
maestra de Nivel Inicial”. Mientras Pablo (19) saca
fotos, los chicos revolotean alrededor, porque en el taller
también hay espacio para ellos. Todos puede expresarse
y para las mamás, el taller también ha sido
una forma de “sacarlos de la calle”.
Aunque el proyecto de extensión que permitió
este y otros talleres ya llegó a su término,
Ozzy y Adriana siguen yendo a la casa de Rosa. Sabedores del
poder que tiene el arte para comunicar a las personas entre
sí, renuevan el compromiso de seguir en contacto. “Si
nos enfermamos o si alguien tiene un problema, siempre llamamos
a los profesores. Ellos ya son parte de nosotros y siempre
están presentes”, concluye Rosa. Y en esa frase,
tan simple como la del inicio de esta nota, está la
respuesta a quienes se preguntan para qué sirve la
extensión: para estar, pertenecer, atravesar los límites
de la institución hasta llegar a una comunidad donde
hay mucho trabajo por hacer .
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