Manipulación mental y colonización cultural

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La realidad social que construimos, generalmente sigue la agenda de los medios de comunicación dominantes y a la vez monopólicos y hegemónicos, lo que constituye un caso de verdadera manipulación de la conciencia social e individual, como aseguran distintos estudios científicos y/o académicos.

Por Elio Noé Salcedo

Imagen de portada: es.dreamstime.com

Es sabido que, generalmente, se define como totalitario a un gobierno que detenta el monopolio de los medios de comunicación y hegemoniza la opinión pública a través de un “pensamiento único” que circula a través de las distintas emisoras que conforman el sistema de medios oficiales. Eso sucede en la Argentina, aunque en este caso, esa condición totalitaria no es atribuible al gobierno sino a los medios privados que conforman un verdadero predominio de la opinión pública gracias al monopolio mediático que ejercen, imponiendo una verdadera dictadura sobre los oyentes y audio-espectadores en general, sin que sus víctimas atinen a darse cuenta. Solo unos pocos medios de comunicación están al margen de dicho monopolio y conforman la excepción, contando el gobierno con una sola señal pública nada más para defender la política oficial legítimamente elegida en elecciones totalmente democráticas. Dicha situación implica una flagrante desigualdad y competencia desleal en menoscabo de los intereses nacionales y populares.

Pues bien, en esas condiciones se produce un fenómeno que necesitamos analizar. Si es cierto que las palabras de odio anteceden a los hechos de odio, también es cierto que esas palabras son precedidas por la ideología del odio de minorías privilegiadas y resentidas por la democratización de los derechos políticos, económicos, sociales, culturales y educativos de las grandes mayorías a través del tiempo. Baste mencionar entre esos derechos generales: el voto universal y secreto, el voto femenino, la justa distribución de la renta productiva entre capital y el trabajo, la sindicalización, leyes laborales, jubilaciones, aguinaldo, vacaciones e indemnizaciones, la salud pública, el mejoramiento del nivel de vida de las grandes masas y la escuela y la universidad públicas, entre otros. De allí la responsabilidad no solo de los que detentan ese odio de clase para conservar sus privilegios, y la de los propios órganos de la pretendida democracia que permiten su circulación social por acción u omisión, sin castigarla, sino también en particular, la propia responsabilidad intelectual de los medios de comunicación que transmiten en estado puro a sus lectores, oyentes y espectadores la ideología del odio de sus dueños y mandantes.

El poder de los medios

Si se repara en el discurso que repiten los consumidores de los medios dominantes -recurrente, imitativo y cuasi idéntico o textual- podríamos inferir que estamos ante un caso de “persuasiónque, dada las condiciones en las que se produce, se trata en realidad de una verdadera “persuasión coercitiva”. En efecto, esa situación resultante se ampara precisamente en el monopolio de esos medios (condenable como el monopolio comercial y la “competencia desleal”) que, al imponerse por la fuerza que le brinda su poder monopólico, ejerce una suerte de imposición y manipulación en sus destinatarios, sobre la base de un aspecto adicional también que debería ser penalizable: la desinformación, tergiversación o transmisión sesgada de los hechos, falsas noticias, mentiras y engaño, apelación a la emotividad con prescindencia del raciocinio, repetición hasta el cansancio y al unísono de consignas, en lugar de información, de interpretación veraz de los hechos y/o de una opinión fundamentada.

¿No se parecen estas campañas “desinformativas” y/o “formativas” de la falsa conciencia de sus destinatarios, a las operaciones de manipulación mental conocidas como “lavado de cerebro”? ¿Qué es lo que implican estas operaciones mediáticas?

Si partimos del conocimiento “vulgar” al que nos remite Wikipedia cuando habla de manipulación mental, “lavado de cerebro” o “persuasión coercitiva”, estamos ante ciertas estrategias psicosociales de persuasión, en cualquiera de sus variantes, que producen una reforma del pensamiento, una educación, reeducación o adoctrinamiento, mediante las cuales el manipulador (“domante) obliga “a un individuo o sociedad” a someter sus “creencias, conducta, pensamiento, comportamiento… con el propósito de ejercer sobre ellos reconducciones o controles políticos, morales y cualquier otro”. De hecho, esas son sus consecuencias, más allá de que el proceso sea consciente o inconsciente, voluntario o involuntario, en un marco de retroceso de la conciencia nacional debido a factores o determinantes históricos, políticos y sociales en los que se sostiene dicho proceso.

Como coinciden en señalar distintos estudios, existen dos bases psicosociales sobre las que se apoya esta estrategia: 1) despojar al individuo de su “yo” y crearle una nueva conciencia sobre los cimientos de lo que se ha destruido o deconstruido (su anterior conciencia o desconciencia individual, social y nacional); o 2) actuar más sobre el grupo de individuos destinatarios de la manipulación (distintos tipos de audiencia), con el fin de obtener mejores o más amplios resultados para modelarlo, haciéndole creer incluso que la manipulación de la que es objeto es parte de su “libertad” para pensar y decidir.

Monopolio cultural y colonización mental

Un dato clave para entender el fenómeno de “la persuasión coercitiva” es que “la creación de esa nueva conciencia” se fundamenta en el previo apoliticismo, partidismo clasista y/o elitismo (anti todo lo que sea popular), falta de identidad, memoria histórica y conciencia nacional (anti todo lo que sea verdaderamente nacional), ambigüedad o indefinición social, que crean en el individuo tal inseguridad, hasta llevarlo a adjurar y desertar de la realidad, que comienza a ver con los ojos de sus “domantes”. Como contrapartida, existe un grupo o centro de poder político, económico y social (con gran “poder de fuego” mediático), que hace gala de coherencia, sentido común e independencia de criterio, que monopoliza y/o hegemoniza “la verdad” (y la mentira) gracias al poder hegemónico que detenta.

De hecho, a través del monopolio del aparato cultural, que responde a intereses de una minoría oligárquica asociada al amo extranjero, se ha producido históricamente en los países periféricos y dependientes, tanto por derecha como por izquierda, lo que se conoce como “colonización cultural”, “colonización pedagógica” y/o “colonización epistemológica”.

En “Lavado de cerebro: la ciencia del control del pensamiento” (Brainwashing: The Science Of Thought Control, 2004), la profesora Kathleen Taylor, del departamento de Fisiología de la Universidad de Oxford, asegura que “el lavado de cerebro se tiene que llevar a cabo en dos fases: en primer lugar, hay que eliminar las creencias anteriores y, en segundo término, hay que instaurar las nuevas creencias«. En ese caso, en un sistema cultural ya colonizado y con un campo popular a la defensiva y/o en retroceso (por diversas razones y circunstancias), los manipuladores y colonizadores corren con ventaja, pues la primera parte del trabajo ya está hecha, en la medida en que la identidad nacional y social del sujeto ya está seriamente debilitada.

En esas condiciones, se forma la “opinión pública” y el sentido de la realidad en la Argentina de hoy desde los medios monopólicos.