Estudio de Agriculturas de Proximidad y Definición del Modelo Agroalimentario

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El periurbano expresa una situación de interfase entre el campo y la ciudad, dos términos aparentemente delimitados. Se relocaliza, extiende, desplaza o muda sus componentes; su abordaje no ofrece al observador garantías de permanencia. Antes bien, si se revisan las investigaciones que reflexionan sobre su carácter, éstas advertirán, por regla general, su atributo de indefinición, su condición transicional.

Por Pablo Federico Tapella (*)

El periurbano expresa una situación de interfase entre el campo y la ciudad, dos términos aparentemente delimitados. Se relocaliza, extiende, desplaza o muda sus componentes; su abordaje no ofrece al observador garantías de permanencia. Antes bien, si se revisan las investigaciones que reflexionan sobre su carácter, éstas advertirán, por regla general, su atributo de indefinición, su condición transicional.

El desplazamiento de la frontera urbana sobre el espacio que circunda las ciudades afecta directamente los cinturones hortícolas que suministran alimentos a la población. Los anillos atraviesan cambios que condicionan la emergencia de conflictos por el uso del suelo y contornan la competencia entre viabilidades diversas, solapadas en un mismo espacio físico.

Los fenómenos son subsidiarios de procesos económicos relativos a la valorización capitalista de secciones de los territorios, en razón de la incorporación real o potencial de tierras que se transforman en nuevos bienes de la economía inmobiliaria. Estas explotaciones de proximidad son especialmente vulnerables a los fenómenos vigentes de reestructuración territorial. La interfaz rural-urbana recoge efectos de las tendencias globales de la producción agropecuaria, la localización, la especialización y la industrialización de las prácticas agrícolas, y de la peri-urbanización que comanda el capital.

El plan de investigación de quien escribe comprende el abordaje comparativo de espacios que asientan explotaciones agrícolas de proximidad, en el análisis de la configuración de los sistemas agroalimentarios. Este estudio se desarrolla en el marco de una beca doctoral de CONICET desde el PETAS, Instituto de Investigaciones Socioeconómicas de la Facultad de Ciencias Sociales (UNSJ), bajo la dirección del Dr. Pablo Rodríguez Bilella y Dr. Daniel M. Cáceres.

Durante el último año y medio, los medios nacionales de prensa recogieron sucesivas acciones de protesta, organizadas en el pedido de tratamiento y curso del proyecto de Ley de Acceso a la Tierra, impulsada y defendida por la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), y la denuncia del actual orden de cosas en el sistema agroalimentario argentino. Las protestas asumieron dominantemente la forma de “verdurazos”, es decir que productores directos ofrecieron alimentos frescos en plazas públicas, a precios muy inferiores a los valores de mercado.

En junio último, durante un verdurazo en Plaza de Mayo, Nahuel Levaggi, coordinador de la UTT, decía: “Las familias que hoy producen lo que comemos todos los días (…) no son dueñas de la tierra. [Hay] que empoderar a los sectores que producen alimentos y que desconcentran.” 

Tierra y mediería 

En las explotaciones de proximidad que se sitúan en los cinturones hortícolas más extensos del país predominan relaciones de mediería. La mediería es, en principio, un contrato agrario de naturaleza asociativa, una forma “flexible” de organizar el trabajo y satisfacer la provisión de mano de obra en la quinta. Estas relaciones tienen por condición una distribución desigual de los factores productivos. Formalmente, existe una posición que aporta la tierra y el capital y otra que ofrece su fuerza de trabajo y agrega el resto de los insumos, correspondiéndole a cada parte una mitad, una remuneración igual (media) de lo que se obtenga.

El arreglo más regular en los cinturones hortícolas del área metropolitana de Buenos Aires, consiste en que las familias que intervienen como labor en la relación “medianera” reciban un porcentaje del dinero que se obtiene cuando el dueño del establecimiento vende la producción[1]. Es, pues, un tipo de contrato que transforma en variable un costo de mano de obra que aparecería fijo si, en cambio, funcionara una relación salarial permanente o transitoria.

La situación permite al propietario territorial transferir hacia abajo las violentas fluctuaciones de precios y rentabilidad que caracterizan la horticultura. La desigualdad de medios, condición en la definición de mediería, se acentúa en lo concreto, al revisar la actualidad de las relaciones, quinta adentro, entre familias medieras y dueños de la tierra. Es infrecuente que la distribución del ingreso por la venta del producto, entre dueños y quienes labran una tierra que no es suya, comprometa dos partes iguales (un argumento recurrente es que los trabajadores rara vez agregan su parte en la dotación de insumos, lo que reduce la porción que les correspondería al momento de repartir los ingresos de la venta).

Eso sirve para explicar por qué, en algunas zonas, los hombres y las mujeres que integran el segmento mayoritario de la fuerza de trabajo en las explotaciones, dicen de sí mismos que son “porcentajeros”[2]. Ese nombre describe su posición más precisamente, puesto que la suya no alcanza a consistir nunca media parte del dinero que se obtiene mediante la comercialización del producto. Asumen, por lo tanto, una parte sustantiva de los riesgos económicos de la producción, y el momento efectivo en que la venta se realiza se concreta a menudo lejos suyo.

En virtud de su forma, estos términos pueden inscribirse en las discusiones actuales acerca de la flexibilidad de los modelos productivos, como caso del debilitamiento de la condición ordenadora que implicara la relación entre trabajo familiar y propiedad de la tierra o como aspecto de los procesos, en curso, de diferenciación social.

Así, un aspecto cardinal de la actividad hortícola consiste en el solapamiento físico entre la unidad productiva y la reproductiva. Aun cuando la circunstancia de vivir en el mismo lugar en que se trabaja es extensa en el medio agropecuario, y decisiva en las agriculturas familiares, lo distintivo de las tratadas aquí es que los trabajadores viven y producen en una tierra que no es suya, sin sostener relaciones salariales, de arriendo o aparcería con el propietario de la explotación.

La circunstancia, que interviene regularmente en las estrategias de acumulación y subsistencia, verifica además la informalidad que califica el arreglo laboral y aproxima los márgenes de incertidumbre que caracterizan estas relaciones sociales-productivas.

La configuración territorial de las periferias hortícolas está vinculada a la historia migratoria argentina y a la intervención de los migrantes en el espacio de sus metrópolis. La fuerza de trabajo mayoritaria en las periferias hortícolas bonaerenses está compuesta por migrantes que provienen de áreas rurales del Estado Plurinacional de Bolivia. Los territorios que sitúan estas explotaciones comprenden, acentuadamente desde la década 1990, la sustitución, mediante el establecimiento de migrantes bolivianos, de contingentes otrora afiliados a corrientes de migración ultramarina.

La procedencia, residencia rural en áreas campesinas de Bolivia y conocimiento original del trabajo agrario, puede considerarse una condición favorecedora, en la forma de prácticas de intensificación del laboreo familiar o de ahorro vía contracción del consumo, de las inserciones de destino (en los términos del tipo extendido de mediería y la realización de las tareas quinta adentro -la combinación entre flexibilidad ecológica y trabajo familiar-).

Entre las variables de contexto de los procesos de cambio en las explotaciones familiares argentinas, están el despliegue de las políticas nacionales de apertura económica y desregulación, la supresión de la serie de medidas de protección, promoción y estímulo vigentes durante la mayor parte del siglo veinte (eliminación de subsidios, precios sostén, cuotas, cupos y aranceles) y el desarme de los órganos estatales que regularon el mercado de créditos y productos agropecuarios.

Un efecto de estas desregulaciones, que temporalmente interseca los flujos migratorios que vienen a sustituir la fuerza de trabajo primaria en la horticultura bonaerense, es la pérdida de centralidad de los mercados de abasto que funcionaron como núcleos de concentración de la producción frutihortícola. De los treinta y dos mercados de venta mayorista en el Área Metropolitana de Buenos Aires, veintiuno se instalaron en los últimos veinticinco años[3]. Mercados como “Colectividad Boliviana de Escobar” (Escobar), “Mercado Pancochi” (Escobar), “Cooperativa de provisión frutihortícola de Moreno” (Moreno), “Copacabana” (Luján), “Cooperativa 2 de septiembre del Pilar” (Pilar) y “Norchichas” (Florencio Varela)[4].

Se trata de un fenómeno poco revisado en la literatura, sujeto al asentamiento de esta migración, a la sostenida demanda de alimentos en fresco de las ciudades y a la consolidación de las áreas hortícolas. En un sentido similar se anotan otras experiencias, por casos las nuevas ferias frutihortícolas de venta directa, cada vez más frecuentes en áreas metropolitanas.

Agriculturas y programa campesino

En el plano de la investigación, entre las perspectivas con las que se tratan los sistemas agroalimentarios, están las que suponen la inclusión, o exclusión, de este segmento primario de agricultores y explotaciones, de “tipos” agrarios.

Espacios de propiedades como “campesinos”, “pequeños productores”, “farmers”, “chacareros”, “asalariados rurales” funcionan como tipologías ordenadoras del corpus en sociología rural.  Lo propio ocurre con el concepto de “agricultor-a familiar”, su recurrencia y amplitud en el plano de las políticas y programas públicos, en la selectividad de la unidad destinataria de las intervenciones, sirve como ejemplo para indicar el peso efectivo que estos modos de nombrar tienen en la reproducción concreta de los colectivos.

En términos políticos, cada uno de esos nombres importa genealogías específicas, y las selecciones en que se los implique recoge diferentes tradiciones históricas, estrategias de lucha y reivindicaciones. “Somos una organización nacional de familias pequeño productoras y campesinas que luchamos por una sociedad más justa e igualitaria con soberanía alimentaria”.  “Nos organizamos para poder garantizar condiciones de producción y de vida dignas para todas las familias campesinas y pequeño productoras”. Unión de Trabajadores de la Tierra (2022)[5]

Sucede así que en la asunción de una u otra categoría política los grupos muden, de objeto en condición de destino o sumisión a fenómenos que les son exteriores (un sitio en un encadenamiento productivo, un sistema o en una política pública que se les oriente o los desatienda) a sujeto, que se identifica a sí mismo y se organiza en un determinado ejercicio afirmativo, diagnóstico, programático.

Por ejemplo, como parte del “campesinado”, el control territorial se traslada al centro de la demanda, se suma a las dimensiones específicamente productivas la preservación de una forma de vivir y trabajar, y su rol histórico como productor directo de alimentos se realza, interpelando las poblaciones urbanas.

“Si accedemos a la tierra propia mejoramos nuestras condiciones de vida, mejoramos la calidad de la alimentación del pueblo y enriquecemos nuestros suelos degradados.”.  “(…) a través de los almacenes de UTT, los verdurazos, los feriazos y las distintas estrategias que tiene la organización para relacionarse con los habitantes de las ciudades y para construir vínculos (…) a favor de la soberanía alimentaria…”. Unión de Trabajadores de la Tierra (2022)[6]

Entonces, darse un programa y una acción que discuta, integralmente, la cuestión alimentaria, la situación agraria, el sistema jurídico y la relación entre técnica y naturaleza. Aproximando una idea de justicia ambiental, es decir señalando las dimensiones ambientales de la injusticia social.

Ninguna de las condiciones comentadas tuvo como ataño el retroceso ni refrenó la difusión de la horticultura de los cinturones. En este sentido, atender la horticultura en su función de suministro de alimentos y considerar su posición estratégica implicando las relaciones que sostiene con el medio local, los consumidores y el sistema agroalimentario, configura un terreno sugerente para acercarse a la potencialidad de los complejos en términos de autosuficiencia y alimentación comunitaria. Es decir, para considerar su carácter crucial en la formulación de modelos de desarrollo y en las condiciones de soberanía y seguridad alimentaria de cada territorio.

 

[1] García, M., (2014). Fuerza de trabajo en la horticultura de La Plata (Buenos Aires, Argentina). Razones y consecuencias de su competitividad. NB – Núcleo Básico de Revistas Científicas Argentinas (Caicyt-Conicet). Nº 22. Santiago del Estero, Argentina.

[2] Dahul, M.; Tapella, P. (2018). Los soportes físico-territoriales de la horticultura en General Pueyrredón. X Jornadas de Sociología de la UNLP, 5 al 7 de diciembre de 2018, Ensenada, Argentina. EN: Actas. Ensenada: Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Departamento de Sociología.

[3] Grenoville, S.; Radeljak, F.; Bruno, M., (2020). Informe: Los Mercados Mayoristas de frutas y verduras del Área Metropolitana de Buenos Aires. INTA.

[4] Que funcionan en un escenario -el de los mercados de concentración y distribución del AMBA cuya fundación antecede los procesos mencionados (Central de Buenos Aires, Mercado de La Plata, de Mar del Plata, de Tres de febrero)- al que son transicionales, de lógicas alternativas, distintas.

[5] Ibídem.

[6] Ibídem

(*) Pablo Federico Tapella: Sociólogo, graduado de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Becario de grado de la UBA, equipo de estudios sobre mercados de trabajo agropecuarios con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani. Investigador del Proyecto “Agregado de Valor y Tramas Productivas. Cadenas inclusivas de valor, desarrollo territorial y vulnerabilidad en el Área Metropolitana de Buenos Aires” del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Becario doctoral de CONICET (2020-2024). Investigador del Programa de Estudios del Trabajo, el Ambiente y la Sociedad (PETAS) de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNSJ. 

Imágenes:  Leticia Gotlibowsky y Elisa Biete Josa