El método de conocimiento de la realidad nacional

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En su última conferencia, el 22 de mayo de 1974, tres días antes de fallecer, Arturo Jauretche habló sobre el tema del título de este artículo que el autor de esta nota comenta para nuestra revista digital.

Por Elio Noé Salcedo

Como lo había dicho en su conferencia anterior, Jauretche insiste en que “no puede haber una teoría del método, que es una acumulación de casos, de casuísticas, que crean el método en el ejercicio mismo de la indagación, porque el método consiste en liberarse de las fórmulas en que generalmente se empieza a pensar partiendo de supuestos que no son los nuestros”. De esa manera, “el eje del método consiste en situarse en presencia de nuestra realidad, para ir obteniendo conocimiento y llegar después a conclusiones, lo que supone recurrir al método auténtico de la ciencia, el método inductivo y no el deductivo, que es el que se ha aplicado generalmente”, de acuerdo al paradigma semicolonial de hacer Europa en América.

            Si fijamos nuestra mirada en la Argentina, dice Jauretche, surge la pregunta de si nuestro país ¿es un país desarrollado o subdesarrollado? Atento a nuestra realidad, el gran pensador argentino advierte que la respuesta no es fácil “porque todas las características formales son de un país de bastante desarrollo relativo”; no obstante, “esto se da de patadas con la existencia de un imperialismo explotador o de un sistema extraño al país, que precisamente frena el desarrollo y lo convierte en subdesarrollo”. Semejante verdad se puede verificar al evaluar los sucesivos gobiernos de signo opuesto y las sucesivas marchas y contramarchas que nos hacen avanzar durante una década y retroceder en la siguiente, debido al cambio de gobierno y a la dirección que adopta uno y otro. Sin solución de continuidad, con gobiernos civiles o militares, con democracia o dictaduras, eso ha sucedido desde hace doscientos años. Por eso seguimos, generación tras generación, en esa especie de círculo vicioso en el que no somos ni una nación desarrollada ni un país subdesarrollado, a medio camino de ser o “no ser nada”. 

            ¿Cómo se ha operado esa situación que confunde: una parte de la nación próspera y otra atrasada o rezagada, en un país de tantas riquezas y tantos recursos naturales; una parte de la población que come bien todos los días y otra que lo hace mal o de vez en cuando? Lo que ha sucedido es que “la renta diferencial” que surge de la venta de la materia prima por parte de una clase ganadera y terrateniente en el marco de una economía exportadora e importadora, ligada y asociada a “compradores únicos” en el pasado y a la hegemonía y monopolio de países y empresas extranjeras, creó un espacio próspero (la ciudad de Buenos Aires y algunas grandes ciudades) y benefició fuertemente a un sector o clase social (los ganaderos, cerealeros e intermediarios de la exportación e importación y las clases aledañas). Ese sector generó la existencia de los “dos países” de los que hablaba Alberdi: promovió en algún momento muy próspero “el desarrollo del país”, pero limitado a algunas regiones y no alcanzable para la mayoría de los argentinos.  

No fue el desarrollo que el país hubiera querido -sostiene Jauretche-, pero era lógico (que así resultara) dentro de la estructura mundial” en la que se movía la Argentina (estructura imperialista a partir de 1890), que todavía no hemos podido contrarrestar, a pesar de solo tres gobiernos nacionales y populares y anti imperialistas en un siglo, produciendo “el desarrollo fragmentario del país”, con provincias ricas y provincias pobres, argentinos privilegiados y argentinos marginados. La tarea sigue inconclusa.

Progreso y anti progreso

            Jauretche redobla la apuesta en su razonamiento y explicación. “Y no se equivocan quienes decían que la aplicación del sistema representó en una etapa el progreso de la Argentina”; no obstante, ese progreso “fue deformante, pero fue un progreso real”. De allí la pregunta inicial. Lo curioso fue que, gracias a los pocos gobiernos nacionales y populares, al desarrollarse “un fuerte mercado interno de consumo, esa política que había sido progresista, se hizo antiprogresista”, y ya en plena época del imperialismo como sistema mundial, la política oligárquica “trató de frenar el desarrollo del país que iba a entrar en el proceso del desarrollo industrial y en la integración de sus regiones, queriendo impedir que pasara de un límite de población y (propendiendo a) que quedara restringido a un solo mercado”: el externo, beneficioso sólo para unos pocos y no para la mayoría de los argentinos y de todas las provincias argentinas. De allí las características y diferencias sustanciales entre unos y otros gobiernos, de una y otra política de Estado y la desembozada lucha entre un sistema y otro en defensa de los intereses de una minoría o, por el contrario, de las mayorías nacionales.

Sin embargo, aquella “renta diferencial” que terratenientes y ganaderos disfrutaron por muchos años sin compartirla (y persisten en hacerlo), a partir de los gobiernos populares (del siglo XX y parte del siglo XXI) debieron compartirla con el resto del país: de allí el desarrollo industrial alcanzado -aunque atenuado y desigual- que supimos lograr. Ahora bien, pensaba Jauretche, “si el país no ha encontrado otras salidas, especialmente en su consumo interno, el desarrollo de su propia producción y el ahorro consiguiente de divisas” es porque “ese aprovechamiento de la renta diferencial ha llegado a sus límites”, sea porque ya no alcanza para el total de la población argentina (hoy casi 50 millones de argentinos, lo que implica repensar el país desde otra perspectiva más inclusiva) o porque es tal el egoísmo y perfidia de sus acopiadores, que el resto del país (sin saber mucho qué pasa, dada la política de medios y de justicia, de un poder real resistente a todo cambio) asiste escandalizado y confundido a la desembozada conducta de una minoría que negocia los recursos, las divisas y el porvenir de argentinas y argentinos sin que atinemos a terminar con semejante escándalo.

Al no situarse en el lugar, no indagan

            Volviendo al plano del método jauretchiano, y refiriendo casos como el del estudio del paludismo, cuya investigación y tratamiento dio paso a su eliminación en todo el territorio nacional, Jauretche presenta el caso del Dr. Carlos Alberto Alvarado (colaborador en la gestión del Dr. Ramón Carrillo y antes compañero de Facultad), a quien los “libertadores” echaron en el 55, aunque terminó contratado en Europa como director mundial de la lucha antipalúdica de Naciones Unidas. Jauretche atribuye al Dr. Alvarado las siguientes virtudes metodológicas: 1) Se planteó el problema, aquí, hoy, en la observación de nuestra realidad; 2) Puso la mente y la ciencia al servicio de lo que surge del estudio de la realidad; 3) Comprobó efectivamente que la larva de anofeles que producía la endemia palúdica en el noroeste de nuestro país (Jujuy y Salta fundamentalmente) era distinta de la otra: no era la de las zonas de aguas estancadas del noreste (Formosa, Chaco, Misiones, Corrientes), donde se producían solo brotes epidémicos) sino la de aguas corrientes, inversamente a lo que ocurre en las zonas palúdicas habituales. De esa manera, el paludismo pudo ser eliminado en la Argentina (que volvió cuando se dejó de pensar en términos nacionales y populares). El problema del método del conocimiento de la realidad no estaba solo en pensar sino “en el modo de pensar”.

Sin duda, desconocer ese método -por izquierda o por derecha- significa estar a expensas de contraer ciertas enfermedades o vicios intelectuales o académicos más difíciles de extirpar que el paludismo y seguir reproduciendo ese círculo vicioso.  

En imagen de portada, el Dr. Carlos Alberto Alvarado (colaborador en la gestión del Dr. Ramón Carrillo y antes compañero de Facultad), científico que cumplía con la metodología expresada por Jauretche.