Exclusión y nuevos desafíos del pensamiento nacional

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En la historiografía, historia y cultura argentina y latinoamericana existe una estrecha relación y correspondencia que se repite a lo largo de toda nuestra vida histórica. Sobre la continuidad de ese persistente patrón y su necesidad de superarlo nos habla esta nota.

Por Elio Noé Salcedo

Imagen de portada: www.agenciapacourondo.com.ar

En los escritos póstumos de Juan Bautista Alberdi encontramos un señalamiento claro de la visión excluyente y no inclusiva de la historiografía vernácula: “En nombre de la libertad, y con pretensiones de servirla -escribe el pensador tucumano-, nuestros liberales… han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la revolución de Mayo, sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas…”. Cabe recordar que Alberdi, al abandonar sus ideas liberales extranjerizantes y pensar el país desde una visión provinciana y nacional, fue desterrado -como tantos- del aparato político y cultural porteño por esa sola razón.    

Asimismo, el Martín Fierro (1872) -un libro emblemático de nuestra cultura popular y nacional-, en su texto poético, expresión testimonial del drama social de los argentinos durante gran parte del siglo XIX, da cuenta de esa exclusión civilizatoria, confirmando la persecución del hombre de nuestra tierra: “Andaba siempre juyendo, / siempre pobre y perseguido, / no tiene cueva ni nido / como si juera maldito; / porque el ser gaucho – ¡barajo!, / el ser gaucho es un delito. A lo largo de la historia argentina, al parecer, ser gaucho, provinciano, cabecita negra o pensador nacional ha resultado “un delito”.

El principio de tanta injusticia lo apunta el mismo poema hernandiano: “En su boca no hay razones / aunque la razón le sobre; / que son campanas de palo / las razones de los pobres… ¡Dele azote, dele palo, / porque es lo que él necesita! / De todo el que nació gaucho / esta es la suerte maldita”. A propósito, el historiador Norberto Galasso titularía “Los malditos” a su reivindicación de hombres y mujeres excluidos de la historia y de la cultura oficial de los argentinos.

Por oposición, en el Facundo: civilización y barbarie en las pampas argentinas, Sarmiento profundizaba sus prejuicios y denigración europeístas contra los pueblos del Interior, víctimas de las injusticias de “Buenos Aires”: “Tal es el carácter que presenta la montonera desde su aparición que no ha debido nunca confundirse con los hábitos, ideas y costumbres de las ciudades argentinas, que eran, como todas las grandes ciudades americanas, una continuación de la Europa y de la España”. Tales razonamientos destituían a unos y empoderaban a otros.

En Política Nacional y Revisionismo Histórico, Arturo Jauretche atribuye esa visión no inclusiva de la historia y de la cultura a “razones de partido”, “iniciada por combatientes que, en el mejor de los casos, no expresaron el pensamiento profundo del país; por minorías que la realidad de su momento rechazaba de su seno por su afán de imponer instituciones, modos y esquemas de importación, hijos de una concepción teórica de la sociedad en la que pesaba más el brillo deslumbrante de las ideas que los datos de la realidad”. A ello contribuyó fuertemente -aparte del exclusivo usufructo de las rentas aduaneras- el monopolio del aparato cultural por parte de la ciudad puerto.

En carta a José María Paz, Sarmiento daba asidero tanto a la tesis alberdiana como jauretchiana, al enviarle un ejemplar del Facundo, “que he escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritus”, que “no tiene otra importancia que la de ser uno de los medios para destruir un gobierno absurdo y preparar el camino a otro nuevo”. Detrás del gran relato estaban los intereses políticos y económicos que impidieron el desarrollo integral de nuestro país y de América Latina hasta nuestros días.

Desafíos y contexto de la tercera década del siglo XXI

El siglo XXI depara nuevos desafíos a la inteligencia nacional, en un contexto de guerra entre dos modelos internacionales en pugna: un mundo unipolar, asimétrico, muy desigual, arbitrario e injusto, y otro multipolar al que todavía le falta definir sus reales y definitivas características, y del que nosotros argentinos y latinoamericanos no deberíamos estar ausentes. De hecho, se ha renovado en estos días (estaba por concretarse en tiempos de la presidencia de Cristina Kirchner) la propuesta de integrar el BRICS junto a los países emergentes (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que con nuestra incorporación pasaría a llamarse BRICSA. 

Si bien ese sería un gran paso adelante para los argentinos, y es sabido igualmente desde los tiempos del ABC del general Perón, Getulio Vargas y el general Ibáñez (Argentina, Brasil y Chile), que la asociación entre Argentina y Brasil constituye la base de lanzamiento del desarrollo, liberación e integración de América Latina, no obstante, la incorporación al BRICS (importante por cierto) no resulta suficiente si seguimos actuando en forma aislada y divididos y no de manera conjunta como un verdadero bloque de América Latina y el Caribe, camino a la construcción de una Federación o Confederación de Naciones: los Estados Unidos de América Latina y el Caribe. A su actual organismo representativola CELAC– el dirigente latinoamericano Evo Morales ha propiciado, con acierto, convertirlo en una nueva OEA, sin EE.UU. de Norteamérica. La reconstitución de la Patria Grande, a la vez de convertirnos en un bloque mundial con suficiente fuerza para tallar en las decisiones de ese nuevo mundo multipolar que aparece en el horizonte, permitiría poner en valor el pensamiento nacional latinoamericano -desde Bolívar a nuestros días- y a la inteligencia nacional de América Latina y el Caribe, que lleva a sus espaldas casi doscientos años de soledad y ninguneo.

Ciertamente, el olvido y omisión del proyecto bolivariano es la demostración palmaria de la invisibilización (en muchos casos persecución, destierro o desaparición) de nuestros estadistas, pensadores y del pensamiento nacional mismo desde los tiempos de nuestra independencia hasta hoy. De hecho, se conoce poco y nada sobre las bases de ese pensamiento nacional, latinoamericano y/o continental, que el propio Bolívar expresara en su activa correspondencia. En su Carta de Jamaica, Bolívar habla de Nuestra América como la Patria común a consolidar. Se refiere al virreinato del Perú (seis Estados) como “aquella porción de América”; a Venezuela, como “el orgullo de la América”; a Nueva Granada (Colombia y Panamá), como “el corazón de América”. Sobre Puerto Rico y Cuba se pregunta: “¿no son americanos estos insulares?”. Y después de advertir sobre “las divisiones internas y guerras externas” en el Río de la Plata, alienta a sus habitantes, “acreedores a la más espléndida gloria”, al mismo tiempo que San Martín organiza su ejército para liberar el sur de América.

Como si se dirigiera a nosotros, Bolívar escribe en esa carta: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo Gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse”. Ese mandato espera su pronta, prioritaria y definitiva ejecución antes de embarcarnos en cualquier otro proyecto.