“El mundo del yo individual es un mundo que puede volverse idealmente fascista”

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La frase es del filósofo Adrián Cangi, en diálogo con esta revista luego de expresar su singular y entretenida laudatio para el recientemente distinguido con el Doctorado Honoris Causa Prof. Eduardo Peñafort. Revista la U, a continuación de esta entrevista, publica ese discurso de elogio pronunciado por Cangi en el Edificio Central de la UNSJ.

Por Fabián Rojas

Sucintamente, Adrian Cangi, filósofo, ensayista e investigador, es doctor en Sociología y doctor en Filosofía y Letras. Trabaja en la Universidad Nacional de Buenos Aires y en la Universidad de Avellaneda. Además, es profesor en la Universidad Nacional de la Plata. También es autor de textos como “Gilles Deleuze. Una filosofía de lo ilimitado en la naturaleza singular” y “Linchamientos. La policía que llevamos dentro “(en colaboración). En la entrega del Doctorado Honoris Causa al Prof. Eduardo Peñafort el 3 de agosto pasado, Cangi le dedicó un jugoso discurso de elogio (laudatio). Luego, accedió a una entrevista con Revista la U.  

 -Es interesante cómo se imbrica la Filosofía con los contextos políticos y sociales…

-No hay forma alguna de que no lo esté. La Filosofía es una pregunta que uno se hace sobre las condiciones de vida, de las posibilidades de estar en un lugar, y el lugar en que uno está es donde hay que construir las posibilidades. No hay pregunta por la existencia abstracta, universal; es una pregunta situada. La Filosofía es un pensamiento situado en los lugares donde uno se formula modos de existencia, modos de vida, modos de experiencia. En ese sentido, está íntimamente vinculada porque no hay transformación de una comunidad, de un pueblo, de una ciudadanía si al mismo tiempo no está implicada una pregunta de fondo: hacia dónde queremos ir, qué queremos ser.

– ¿La Filosofía piensa entonces con los materiales de este “barro” de la Historia?  

– Piensa con la transformación de los sujetos históricos, piensa con las condiciones de las crisis económicas. Imaginemos si pensara sin eso, ¿sobre qué pensaría?… Sería un pensamiento universal y abstracto. Pero no, es un pensamiento situado, que prepara para el dolor, para la crisis, para las condiciones de experiencia, para la construcción colectiva. Prepara para desfondar el yo cuando éste se hace demasiado imponente, para dejarlo de lado y colocar allí otra condición.

– ¿Desde el pensamiento de ultraderecha qué se dice en Filosofía?     

– Hay Filosofía en todos los lugares. Hay siempre un actuar de la Filosofía que ejerce una pregunta. El problema es cuando la pregunta se vuelve una pregunta por la justificación individual para poder alcanzar las experiencias del poder individual. Ahí empieza una batalla enorme. No me atrevería a decir que no hay filosofía de derecha porque la hay, hay filósofos extraordinarios de derecha. Creo que el pensamiento más serio está en pensar que ahí no hay filosofía. No es así, es todo lo contrario.

– ¿Hay un principio ético que atraviesa el enunciar de la Filosofía?, ¿hay filosofía de bondad y filosofía de maldad?

-No me atrevería a ponerle esas palabras, pero me parece que sí hay un principio ético que atraviesa el acto de enunciación filosófico. Y creo que ese acto de enunciación filosófico está siempre de cara a eso que llamamos “el otro” y no al “sí mismo”. Si el problema está colocado hacia el otro, ahí hay unas bondades en las cuales las preguntas no se ejercen sobre el ombligo de uno sino sobre el mundo en que a uno le toca existir y compartir; si el problema está colocado sobre el ombligo de uno, crece el presuntuoso mundo del yo individual, y ya sabemos que ese mundo del yo individual es un mundo que puede volverse idealmente fascista. Por eso hay que achicar el yo individual y acrecentar las condiciones de los colectivos.

– ¿La Política escucha a la Filosofía?

– Yo sé que es dura la práctica política de gestión, es otro universo el que se juega ahí, son otros problemas; pero la cuestión de que los políticos escucharan sobre el hacer filosófico tiene que ver con escuchar que ocupan un lugar de poder tremendo, y ese lugar de poder es el que hay que aprender a trabajar con ellos.   

– ¿Con qué definición de Filosofía le gustaría cerrar esta nota?

-Yo creo que la Filosofía es un largo proceso de preparación para atravesar el dolor de la existencia. No es otra cosa que eso. Todas las preguntas que uno ejecuta ahí no son solamente por “amor” a saber algo, sino que son una práctica de la experiencia para poder atravesar duros mundos.

 

 




Laudatio por el Doctorado Honoris Causa al Prof. Eduardo Peñafort
 

Estimados
Sr. Rector Ing. Tadeo Berenguer y Sra. Vicerrectora Dra. Analía Ponce
Sra. Decana Mgter. Myriam Arrabal y Sr. Vicedecano Prof. Marcelo Vázquez
 
Querido amigo Eduardo Peñafort
 
 
Dedico estas palabras a la psiquiatra Ruth Colombi;
                                                                               a Graciana, Gabriel, Guiomar, Carlos;  
 a las Dras. Cristina Genovese y Beatriz Podestá
 
 
 
Por Adrián Cangi
 
 
 
Un dicho latino llega hasta nosotros “Quien corta las flores que las naciones contienen debe saber que extermina a las abejas amarillas junto con los astros que las guían”. Mis conversaciones con Eduardo Peñafort comienzan así “Estaba en Albardón podando rosales y el limonero… y me enteré…”. Los narradores orales latinos de anécdotas de vida, son como las arañas que tejen hilos perlados de rocío en el desorden de los sentimientos y los días. Heredaron la philía como la más poderosa invención de instituciones, pero supieron de su límite en la franqueza de la parresía. Toda ética es al fin una política que se cuece al fuego de un acontecimiento –que no se puede decir ni pre-decir porque en ese caso perdería su singularidad–. Aún realizamos en nuestras instituciones este acto de honrar en lengua latina, aún somos demasiado romanos y poco americanos.
 
Me recuerda Peñafort “como dicen los jachalleros: ‘Después de los equívocos, vienen los perjudico’ y las famas no eran equívocos, sino posibilidades de perjudicos”. En una correspondencia privada escribe: “Querido amigo: una de las tareas de la vida, es redimir a los muertos. Nunca estaremos totalmente vivos, si no compartimos la vida con los que nos rodean, que van a morir o que ya murieron. Tal vez la circularidad es uno de los esbozos para ello, pero cada uno deberá diseñar la forma de su tiempo, según las formas de amor que les tenemos”. Me enseñaste que los muertos no lo están si les damos conversación y que los vivos requieren de una prolongación de la presencia. Instaurar un plus de existencia a un ser quiere decir la responsabilidad de acoger la conversación y fabricar ese excedente de vivencia. En este mismo sitio y por tu gestión, recibieron esta donación por la memoria y la obra entre otros, Osvaldo Bayer, Marilena Chauí, Ernesto Laclau, Horacio González. Y me dijiste: “Ellos se encuentran mucho más cerca de nuestra sensibilidad para reconocer la excelencia universitaria y pensar en ‘los usos del don’ en un devenir abierto más allá de nuestra Universidad”. Son ellos los que reunieron lo imposible de un mito maldito y acercaron a los distantes. Amigo he venido de la tierra que te rechazó y te acogió más tarde como académico; creo de pura fe en tus zapatos rotos y en tus viajes para ver a viejos zánganos unitarios incapaces de acoger un deseo de estudiar y de ser. 
 
A pesar de la voz de Ruth en su advertencia: “San Juan es el desierto”, veo como construiste un vergel de potenciales que pueden aún ser grandes. Por eso creo en tu acción. No venero en este acto querido maestro, creo en el pase de los dones. Y el tuyo es de una emocionalidad de la creación que tejió contra terremotos y movimientos políticos sísmicos de todo tipo. Tus palabras se hicieron oír mientras recordaba: “El don debería ser un acontecimiento… Para que un don sea posible, para que un acontecimiento de don sea posible, es preciso en cierto modo que se anuncie como imposible”. Sabías que “para que haya don, no tiene que haber ni reciprocidad ni devolución, ni deuda ni contra-don, ya que si así fuera, estaríamos ante un caso de intercambio. Tampoco debería haber justicia”. Por eso recordaste que “Las meditaciones de Kierkegaard me acercan a la gratitud a partir del reconocimiento de que –quién dio el don– se regocija tanto como yo”. A pesar de tantos rechazos, lo puedo decir porque aún veo la elegancia de tus sandalias de campesino ilustrado y porque guardo el don de conocer tu jardín florido.
 
Me gusta que te vean en la entrada de la Universidad sentado como si fueras Diógenes, acompañado por tu obra y por tu vida con la elegancia de aquel que no porta ni una sola dosis de vergüenza. Los hacedores dejan heridas a sus espaldas. Y vos lo hiciste. Me recordaste con certeza “Somos todos culpables de todo y de todos, delante de todos, y yo más que los otros”. Poco importa eso hoy cuando el monumento existe a pesar de tus gestos equívocos. También me dijiste “Dostoievski opacó la complacencia del “sí mismo”  –que por supuesto me invadía– y la emoción que me provocaba el amor de mis amigos, para atender lo que estaba en la base de mis sentimientos”. La fórmula que contiene la pregunta para mirarte con los órganos sensibles, fue siempre para mí una sola: ¿Quid facti? Luego queda la de aquellos otros que inventan poco y solo tienen que defenderse para estar en pie usando el ¿Quid juris? Estas vivo para verlo con la sencillez de quien lo hizo, con la inteligencia sensible de quien comprendió sus errores y de quien dejo un puente para las generaciones del porvenir. Amigo, por suerte escapaste de la bolsa de Fortunato. No serás recordado por vender tu sombra, sino por soportar a cuerpo pleno tus amores y tus deseos. Amigo que tocaste tantas piedras, sabes que sólo existe lo rugoso. Lo que se pretende pulido y sin texturas da por lo menos para desconfiar.
 
Laudar sigue un discurso más o menos detallado de la propia persona honrada. Como “acto honorífico” es una acción de elogio con efecto público; su persistencia ritual y teológica lo vincula con un acto de “alabanza» y por ello se lo concibió como “loa”. En la tradición de la laudatio latina, o bien las palabras de esa historia las dejan escritas los que no están, o bien son construidas por los que quedan en su honor. César dice: “No se degüella a Cicerón. No se agrega noche a aquello que nos hace sombra”. Y pide que se recuerden estas palabras en el momento de su muerte. Solo agrega estas otras: “Me gustaba el poder y lo tuve todo”. Puede resultar un elogio exagerado, y si así fuera se lo llama “felicidad de alabanza”; aunque una “exageración humorística” también puede resultar bien intencionada, y si así ocurriera se lo llama “loa satírica”. La palabra latina laudatio constituye simultáneamente un género ritual anterior a la existencia de las instituciones modernas –tal como las concibe Vico– y simultáneamente reúne la notificación jurídica, el acto honorífico y la oratoria fúnebre. Se trata de un acto político: es un principio de ley, de honor y de recuerdo realizado al amparo de la constitución de Constantino. La laudatio en este caso es elogio con efecto público de ley, honor y recuerdo a la trayectoria académica del Prof. Eduardo Peñafort, en el pensamiento, docencia, investigación, gestión universitaria, vida política y pública argentina.
 
Se trata de apartar algunos intervalos de una vida, instantes privilegiados –que resultan de un modo de actuar– y algunos comentarios biográficos. Los relatos son siempre más verosímiles que las vidas que reúnen, y que reconstruyen bajo la forma de intrigas y de pequeños detalles acordes. La historia está sometida a la intriga, aunque solo sea porque la política intriga cuando no resume la vida de un pueblo o de una historia de familia. Y sabemos lo difícil e improbable de resumir del “animal tasador” en que supimos convertirnos. Los historiadores tienen miedo y fingen que lo que sucede en el mundo de las vidas tenga algo de coherente. La historia está sometida a la intriga y una vida no se sintetiza en cuatro líneas. Nunca alcanza la enumeración de algunos actos para decir del otro. Nuestra política requiere de rituales, liturgias e instituciones; precisa de tradiciones, mitos y poéticas. Sin estos no hay memoria o recuerdo de cómo el desierto se volvió vergel. En una sola idea e intensidad vale decir que nuestro presente reclama el reconocimiento de quienes inventaron, construyeron y fortalecieron la vida pública para una educación democrática y para una donación al común. 
 
No es cuestión de invocar una historia o de negarla, todo tiene una historia. Y esta ceremonia ritual convive con simposios y banquetes, como un pacto de lealtad entre pares. Laudamos a un filósofo que vive como un hombre común. Como Diógenes el cínico, pisa sobre sus sandalias de cuero para cantar al sol y a la lluvia en sus lares; como Francisco de Asis, enseña que hay que aprender a perder si se quiere salvar algo. Ninguno de ellos temió a los monstruos ni al poder. Peñafort cuida su jardín entre los pájaros de Albardón y sabe vivir bajo la cruda luz de lo colectivo. Conoce su lugar primordial y su donación política. No es solo una vida entre vidas, sino una vida que necesito de la filosofía para vivir como un hombre común. Estamos frente a un filósofo de la tradición oral, que no dejó de expresar su pensamiento en letra de molde. Atrajiste como orador con la ayuda de tu voz, quedó detrás de ti la cosecha de la lectura. Al fin recordaste que en el umbral de tu retiro, Horacio González anticipó –aunque te pareció un juicio temerario– que los congresos de filosofía ya estaban inscriptos en las crónicas de la filosofía vernácula.
 
Tiempo hecho escritura, hecho congresos, hecho comunicación, hecho post-grados, hecho en la comprensión de un mundo muy amplio. Hoy tomo conciencia –me dijiste– que me ponía desde un ángulo para ver Άιώn y que pretendía romper con Cronos”. Desde 1983 al presente tu pluma acuña –solo o en colaboración– textos para Jornadas, Encuentros, Congresos Nacionales e Internacionales, publicaciones en libros, en extensión universitaria, periódicos, revistas nacionales, provinciales y catálogos de exposiciones de artes plásticas. Tus preocupaciones se centran sobre tres ejes: la filosofía argentina y latinoamericana, la política institucional y el pensamiento estético. Así lo muestran tus textos sobre  “La filosofía como espectro de la política argentina”, “La cuestión geopolítica: articulaciones actuales de la filosofía argentina y latinoamericana”, “Reconstitución del discurso filosófico y restauración democrática en argentina”, “El saber estético en el Facundo”, “Contribución a la historia de las ideas de Manuel Ugarte”, “El pensamiento filosófico en la obra de Miguel Ángel Virasoro”, “Bases teóricas en el pensamiento de Arturo Roig”, “Juan Adolfo Vázquez y la historia del pensamiento argentino”, “La función utópica y el recomienzo de la historia”, “Instituciones y formaciones filosóficas”, “Pautas hermenéuticas para la interpretación del arte en San Juan”, “La disputa sobre el valor estético”, “Arte y liberación en Nuestra América”.
 
Quien así se pronuncia como lo hizo Peñafort, sabe que lo vivo yace “ahí” –en el pagus– o en la singularidad del lugar en el que ha buscado sus huellas. El verbo griego “noein” que se traduce como pensar, quería decir primero “oler”. Pensar es “olfatear” la cosa que surge del aire circundante. Homero medita sobre un perro. Los signos o las huellas de lo viviente fueron llamadas en griego “sémata”, e indican los excrementos de los animales perseguidos, luego las marcas de su camino y finalmente los astros que jalonan su recorrido. Parménides anticipo la palabra latina “sideral” al percibir los signos de este cosmos. Pensar es leer un camino por el olfato en un ambiente sideral –como en La Pampa del Leoncito donde los vientos arrecian y esculpen en todas las direcciones lo que se volverá después relieve en el campo visual–. Provenimos de una especie de predadores. La presa engullida no se contempla sin una agresión simultánea. La contemplación –en griego theorein– indica la visión de los restos de un predador saciado. El que conoce el pagus, se sabe rastreador de sensaciones y de huellas. La “noesis” o el acto de pensar oliendo lo sideral, indica algo que es propio e indaga en lo propio. Así lo prueban textos inolvidables: “Estética y artesanía”, “La tensión culto/popular”, “Aspectos estéticos de la artesanía tradicional sanjuanina”, “Situación actual de la producción artesanal tradicional sanjuanina”, “Producción artesanal y migración”, “Las artesanías entre la tradición y la globalización”. Amigos, enfrentamos a un payador y a un rastreador en nuestra lengua –a un hacedor de vida pública y política que consuma una estética del pensamiento– cuando se repliega en un escondite que le es propio, aunque la cavidad de ese escondite sea lo más recóndito de la cordillera sanjuanina. La ambición que alimentaba a un antiguo romano en tiempos de las laudatios de la República, era la de ser llamado “querido” y ser “recordado” por sus amigos en vida y después de ser incinerado.
 
Eduardo Peñafort abrazó la filosofía como provocación y consuelo, porque nunca dejó de inquirir sobre el dolor de vivir; cualquier vida pública o privada tiene un rostro doliente, y la filosofía enseña a asumir y soportar ese dolor –para estar a la altura del acontecimiento de existir– sin queja alguna. Tu problema central es la anécdota de una vida como figura de pensamiento. La filosofía también es una disciplina que exige una vida de artista o una vida de santo. Meditar es contemplar para la tradición de una memoria, contemplar con el cuerpo lo inmediato y lo lejano. La vida de un filósofo no es una vida especial, no está eximido de vulgaridades y de lo común de las existencias terrestres. Es quien trabaja por un botín no atesorable: ni místico ni sabio ni poeta ni juez. Aunque sabemos que no hay lenguaje ni escrito ni hablado sin pretensión de poder, sin presunción de autoridad, sin una cierta voluntad de dominación. Los nombres cercanos que te acompañaron a pensar fueron Sarmiento, Ugarte, Virasoro, Vázquez y Roig. Los lejanos, han sido bibliotecas posibles de ser imaginadas por goce.
 
Hoy más que nunca comprendemos que las vidas filosóficas no se hacen solas si no han pervivido en sus cuidados, conversaciones y alianzas con mujeres capitales. Deseo recordar la trayectoria de Eduardo Peñafort por el arte de la conversación a través de los estudios antropológicos con Cristina Krause, de los estudios en letras con Berta de Abner y Berta Clemen. “Las Bertas” fueron capitales en su vida; junto a Berta Clemen realizaron la Universidad para adultos mayores. Sus derivas histórico-políticas las compartió con Margarita Ferra y con Isabel Girones. En el dominio de los lenguajes de las artes mantuvo largas conversaciones con Leonor Rigau de Carrieri. En la creación del Instituto de Filosofía y en su primer proyecto de investigación sobre “La vida de Manuel Ugarte”, fue acompañado por Cristina Genovese. En el campo de la investigación lo circundaron Beatriz Mattar, Mercedes Palacios, Patricia Ciner, Beatriz Podestá; y en su vida privada la inteligencia de la psiquiatra Ruth Colombi. En tus palabras lo dijiste así: “el goce de perderse en el errante / Río del tiempo (río y laberinto) / Y en los lentos colores de las tardes”. En efecto no podemos decir en qué pensamos, puesto que se piensa con lo perdido. Sentir y pensar no son opiniones: ni sentido común ni buen sentido moral. Los antiguos sabían que un sentimiento y pensamiento son un ir que no olvida el camino por el que va. Un ir que avanza volviendo ¿Paradoja absoluta? El término pensamiento –como un ir que no olvida (noos)– es imposible de concebir sin el regreso (nostos). Pensar y Sentir son modos de errar añorando el regreso, que sin embargo se olvida en aquello que se piensa.
 
La historia está sometida a la intriga y una vida no se sintetiza en cuatro líneas. Nunca alcanza la enumeración de algunos actos para decir del otro. Y ahora percibimos mejor porque nuestra política requiere de rituales, liturgias e instituciones; precisa de tradiciones, mitos y poéticas. Allí se escriben los relieves del sentimiento en el campo visual, que forman al fin lo único contemplable. Sin éstos no hay memoria o recuerdo de cómo el desierto se volvió vergel. En una sola idea e intensidad vale decir, que es por la potencia y algunos actos que nuestro presente reclama el reconocimiento de quienes inventaron, construyeron y fortalecieron la vida pública para una educación democrática y una transformación social. Los maestros que fundan y desfondan nos dan, como lo haces querido amigo con tu pluma y acción, el inmenso don de creer en una tradición, pero sobre todo el humor en la derrota. Ese gesto necesario que asume y soporta un modo y una manera de vivir y de ser. También aquí se elogiaron épicas abiertas de revoluciones, prisiones y persecuciones impredecibles – como la de Evo Morales y Lula da Silva –.
 
Finalmente me escribiste: “En el ‘49 un discurso se inició declarando que no se trataba de un ‘discurso filosófico’, aunque fundó una lengua filosófica de la que todavía abrevamos. En el ‘87 esa misma lengua precedente fue intervenida por el ‘giro lingüístico’ para incorporarse al mundo prometido por la filosofía en los albores del fin de la guerra fría. Más importante desde mi punto de vista, fue el hecho de que frente al fracaso de plantear la restauración de los ‘derechos humanos’ de la mano del lenguaje formalizado, se abriera el espacio para escuchar las voces de los derrotados. Solamente corresponde mencionar sobre el 2007, que el discurso más esperado empezó con un enunciado terrible: ‘No soy filósofa, ni lo quiero ser’. ¿Se podía suponer que la enunciadora necesitó en el ejercicio de gobierno de una Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional o que las desavenencias de la coalición de gobierno se iban a dirimir entre cartas de intelectuales? La respuesta es negativa, pero todavía no sabría describir la naturaleza de la lengua actual, tal vez porque no alcanzo a escuchar todas las hablas y enfrente de ellas, está el murmullo de la rutina y la iteración”. Querido amigo, la fatiga es la única recompensa a los esfuerzos cuando el odio ya no gobierna la vida; tal vez se trate de una larga preparación para la cruel piedad del arte de existir. Después de recorrer juntos con Beatriz Podestá las tierras sanjuaninas de Natividad Páez –la maestra tejedora ciega que me puso de cara a Huarpes y a una larga tradición diaguita–  me escribiste: “tu texto es un tejido en sentido estricto, un abrigo” y me ayudaste a continuar escribiendo. El don retorna como un poema “si un hombre / si / un hombre / atravesara / el paraíso / en ensueños / si recibiera una flor / como prueba / de su pasaje / y si al despertar / encontrara / esa flor / en sus manos / qué decir / entonces / yo era / ese hombre”.