La concepción histórica del revisionismo federal provinciano

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Antes de proseguir o concluir con esta breve historia o repaso del federalismo provinciano, el autor cree conveniente hacer una reflexión sobre las concepciones o visiones que le dan vida a la interpretación de la historia y que explican, además, desde dónde o desde qué punto de vista singular el autor de estas notas aborda los hechos históricos que aquí se comentan.

Por Elio Noé Salcedo

Imagen de portada: www.foropatriotico.com

La historiografía argentina ha dado paso a distintas concepciones o interpretaciones básicas de nuestra historia, según el punto de vista en la que los observadores (historiadores) se paran para mirar los hechos y sus protagonistas. Por ejemplo, Juan Bautista Alberdi -considerado un precursor del revisionismo histórico- hablaba de “dos países” antitéticos: Buenos Aires y las Provincias. De acuerdo a esa realidad vigente durante casi todo el siglo XIX, existen dos interpretaciones básicas de nuestra historia teniendo en cuenta esos dos espacios geopolíticos desde donde se la mira.

No obstante, existen diferencias dentro de dichas interpretaciones de uno u otro lado, que responden ora al lugar de pertenencia geopolítica de los observadores en el momento de los hechos históricos que se comentan o se informan (como entiende Alberdi), ora a la clase social a la que pertenecen o de los intereses sectoriales que representan (a veces sin ser del todo conscientes de ello) en el momento de los hechos o a posteriori, ora a la posición política e ideológica que defienden o con la cual se identifican en el pasado o en el presente  histórico esos observadores.

En ese sentido, Norberto Galasso -doctor Honoris Causa de la UNSJ y cultor de la misma interpretación de la historia que suscribe el autor de esta nota- descubre varias corrientes historiográficas “que responden a las distintas ideologías en pugna” y que nosotros podemos resumir con criterio didáctico en: a) la Historiografía Oficial, Liberal-Conservadora o Mitrista y sus variantes; b) El Revisionismo Histórico Rosista y sus variantes; y c) el Revisionismo Histórico Federal Provinciano y Latinoamericano y sus variantes, que los revisionistas de esta corriente autodefinen como el Revisionismo Científico, o sea, el más cercano a la verdad histórica, en tanto representa los intereses efectivos de un universo mayor y representativo: de todo el territorio argentino y de las mayorías nacionales y populares de todas las épocas en su continuidad histórica. “Revolución y contrarrevolución en la Argentina”, de Jorge Abelardo Ramos, es la obra que, en forma integral y sin agotar su cometido, inicia esta visión de la historia.

Esta concepción del pasado argentino, definitivamente distinta a las otras dos, exhibe, sobre todo, una clara diferencia y/o divergencia con la historiografía mitrista (exclusiva y excluyentemente “porteña”), aunque también con el revisionismo rosista, a quien el revisionismo federal provinciano considera una interpretación que adopta, aunque desde un punto de referencia más nacional y popular que la anterior, el punto de vista de Buenos Aires y/o de los intereses de la campaña bonaerense y en particular de su clase ganadera (representada por Rosas), dejando en un lugar secundario los intereses y figuras del federalismo provinciano, reivindicado como el auténtico federalismo argentino durante el siglo XIX por la tercera corriente historiográfica mencionada.

En algún momento, estas dos corrientes -la liberal-porteño-unitaria-mitrista (la única durante un largo período) y la rosista-federal bonaerense (a partir de 1930)- fueron las únicas dos corrientes historiográficas antitéticas, hasta que apareció esa nueva corriente que adoptaba una verdadera y genuina tercera posición (1940 – 1950), representando al país que las dos corrientes mencionadas ninguneaban o denigraban (en el caso de la primera), o simplemente -adoptando los criterios clásicos de la historiografía argentina anterior- lo concebían en un lugar secundario y no como verdadero eje de la historia argentina (en el caso de la segunda), desconsiderando que las provincias fueron la representación de las mayorías nacionales y populares en lucha contra los privilegios de “Buenos Aires” desde la misma revolución de mayo de 1810 y, sucesivamente, durante el Primer Triunvirato, el Directorio y el predominio centralista de Rivadavia, Rosas y Mitre, e incluso hasta la federalización de Buenos Aires y, con ella, la creación -con la última batalla entre provincianos y porteños- de un Estado Nacional en 1880.    

El revisionismo provinciano, federal y nacional en acción

A propósito, en el Prólogo a “Historia de Córdoba (1810 – 1880). Luchas políticas, guerras civiles y formación del Estado”, del Prof. Alejandro E. Franchini (cuyo libro es un claro ejemplo de revisionismo provinciano y federal), el historiador Roberto A. Ferrero -uno de los principales historiadores de esta corriente- pondera la obra de Franchini en la medida en la que “se hace cargo de una mirada historiográfica que va del Interior a la ciudad-puerto y no al revés”, como sucede con las otras interpretaciones históricas.  

Como señala el Prof. Franchini en la Introducción a esa historia cordobesa desde una mirada nacional, “los programas de estudio de la asignatura Historia en el nivel medio (donde Franchini ha sido profesor durante treinta años) se han estructurado habitualmente en base a dos ejes: la Historia “mundial” (fundamentalmente europea) y la Historia argentina”; aunque esta última, “ha sido desarrollada, en general, desde una visión “porteño céntrico”, en parte porque casi la totalidad de la oferta editorial de libros de texto proviene de Buenos Aires”. Así las cosas, “desde esta concepción, las realidades provinciales juegan un papel totalmente aleatorio” y secundario, no desmentida ni contradicha por las corrientes historiográficas en boga, a excepción de la corriente Federal Provinciana.

En el Prólogo de “Claves de la historia de Córdoba” (1996), obra de Alfredo Terzaga -iniciador en el Interior de esta corriente que conforma una verdadera tercera posición historiográfica-, Roberto A. Ferrero realiza algunos comentarios sobre la concepción histórica del pensador e historiador cordobés con relación a la Historia Oficial y al Revisionismo Rosista. En cuanto a este último, refiere Ferrero: “Terzaga reconocía en sus cultores el mérito de haber “reducido a escombros” a la historia oficial, “tarea previa e indispensable a los lineamientos de una nueva interpretación”, pero le imputaba no ser sino una versión “dada vuelta” de la misma historiografía mitrista combatida, en la que simplemente los próceres liberales (porteños) -de Rivadavia al mismo Mitre- eran desalojados del Olimpo argentino para instaurar en su sitio al nuevo ídolo: Juan Manuel de Rosas”.

Al no tener opinión sobre las etapas anteriores y posteriores a la que privilegiaba (aunque siempre desde la misma visión histórico-céntrica, mas no provinciana, federal ni nacional latinoamericana), “la historiografía rosista admitía tácitamente los valores usuales manejados por los autores mitristas”. Más ello obedecía, dirá Terzaga comentado por Ferrero, “a la circunstancia subyacente de que el héroe legendario de Ibarguren, Irazusta y Font Ezcurra (después actualizado y mejor enfocado por autores como José María Rosa) había practicado durante todo su gobierno, y aún antes, una política puramente porteña (puerto único, monopolio porteño de las rentas aduaneras, negación y postergación sine die de la organización nacional y de la promulgación de una Constitución Federal), que continuaba el centralismo de Rivadavia y sería continuada por el unicato porteño del general Mitre” (quien abriría de par en par la puerta del Plata a la producción británica), contrariando los deseos, intereses y banderas del  federalismo provinciano.

Cabe mencionar aquí, en qué medida, uno de los gobernadores y líderes del federalismo provinciano juzgaba imprescindible realizar sin demora la organización nacional y poseer una Constitución Nacional, que Rosas evitó siempre.

Al protestar ante las autoridades nacionales por la usurpación de nuestras Islas Malvinas en 1833 -como bien señala el historiador santafesino Gustavo Battistoni, comprometido con esta visión “interior” de la historia-, Estanislao López no solo condenaba la injerencia británica en nuestro territorio insular sino que la atribuía, “en medio de la indignación que semejante atentado ha causado”, esencialmente (como otros males de la época), a la “inconstitución en que se encuentra el país, y en la figura poco digna que por ella representa”, frente a otras naciones ya constituidas y en desarrollo, y que era, parafraseando a José Martí, la razón de que “lo subestimen o lo tengan a menos”.  

Recordemos también que, aparte de negarse a organizar y constituir el país en forma efectiva y eficiente, ante los hechos ya consumados por el general provinciano Justo José de Urquiza, Buenos Aires primero se separará de la Confederación Argentina en 1852 y solo accederá en 1860 a considerar la Constitución de 1853, recién cuando pueda hacerle las modificaciones necesarias para beneficio de Buenos Aires, contrarrestando sus beneficios para el país, en detrimento de una verdadera y profunda organización nacional y federal. Porque es necesario admitir, además, que una cosa es “constituir” un país y otra “construirlo” consecuente y convenientemente para el bien de la patria y el bienestar del pueblo en general y de cada uno de sus integrantes sin distinción de lugar, clase, raza, género, condición, oficio o profesión, edad, etc.

Sin duda, la más importante y verdadera diferencia de Rosas con Rivadavia y Mitre, estuvo dada por la defensa de la Soberanía Nacional en el Paraná como representante de las provincias en sus Relaciones Exteriores, lo que le valió al gobernador de Buenos Aires el sable del Gral. San Martín por su digna conducta.

Hasta la misma Ley de Aduanas de 1835 -aunque resultó un paso adelante respecto a la política rivadaviana,  como bien dice Enrique Barba, citado por los historiadores sanjuaninos Carmen Peñaloza de Varesse y Héctor Daniel Arias-, “significaba la protección de los productos e industrias de todas las provincias, aunque no libraba a éstas de la tutela porteña”, ya que, “aunque se gravaba con fuertes derechos y hasta se prohibía la introducción en Buenos Aires de artículos extranjeros que pudieran competir con los porteños o con los de las demás provincias, el sistema comercial -para nada federal- seguía siendo el mismo. Solo el puerto de Buenos Aires era el habilitado para el comercio de ultramar (y para el cobro de los derechos de exportación e importación que retenía Buenos Aires), con lo que se obligaba a las provincias a sujetarse a la marcha económica de Buenos Aires y a sostenerse con sus propios recursos”, al menos hasta que se produjere “el derrame”, que nunca llegó, al menos hasta la conformación de verdaderos gobiernos nacionales.

Así se conformó nuestra vida nacional y el atraso provinciano en la primera mitad del siglo XIX.

 

Obras consultadas:

Alberdi, Juan Bautista (2007). Grandes y pequeños hombres del Plata. Buenos Aires: Editorial Punto de Encuentro.

Galasso, Norberto (2011). Historia de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner. Buenos Aires: Editorial Colihue.

Terzaga, Alfredo (1996). Claves de la historia de Córdoba. Estudio preliminar de Roberto A. Ferrero sobre La concepción histórica de Alfredo Terzaga. Río Cuarto: Universidad Nacional de Río Cuarto.

Franchini, Alejandro (2018). Historia de Córdoba (1810 – 1880). Luchas políticas, guerras civiles y formación del Estado. Córdoba: Ediciones del Corredor Austral.

Battistoni, Gustavo (2022). Estanislao López. Nuestro contemporáneo. Rosario, Santa Fe: Germinal Ediciones.

Peñaloza de Varesse, Carmen, y Arias, Héctor D. (1966). Historia de San Juan. Mendoza: Editorial Spadoni S.A.

Salcedo, Elio Noé (2022). San Juan, Su Historia (todavía inédito).