Texto, contexto y lectura de una historia inconclusa

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Los últimos años de la vida como la propia muerte de Facundo Quiroga todavía son motivo de diversas interpretaciones. La formación de una memoria histórica que nos permita aprender de nuestro pasado y conocer el dolor que nos costó la patria, nos lleva a profundizar sobre esta figura y su época que, sin duda, forma parte tanto de nuestra historia nacional como provincial.

Por Elio Noé Salcedo

A fines de 1834, Facundo Quiroga reside en Buenos Aires desde hace algún tiempo, alejado de su intensa lucha de apenas tres años atrás y con un grave reuma por el que, según él mismo lo define, “los ratos de despejo no compensan los del decaimiento y destemplanza que sufro”; y según entienden algunos también, “entregado” a Buenos Aires. En esas circunstancias, es invitado por el gobernador de Buenos Aires Manuel Vicente Maza –hombre de Juan Manuel de Rosas- para actuar como mediador en un conflicto suscitado en el norte argentino entre las provincias de Tucumán y Salta y entre ésta y Jujuy a su vez. La invitación es aceptada por Facundo Quiroga a pesar de su enfermedad y de los peligros que le acechan… y vuelve a tomar el camino del Norte.

Dejando de lado las razones psicológicas o de otro tipo que se arguyen –como vanidad personal, asfixia citadina, ausencia de opciones, dependencia porteña- para justificar la aceptación de esta misión por parte de Facundo, es legítimo preguntarse desde una perspectiva histórica provinciana y nacional, -y para nada contra fáctica, porque el hecho ocurrió, aunque sigue siendo motivo de interpretaciones-: ¿no es posible y hasta muy probable que Facundo, estando enfermo y cómodo en Buenos Aires, aceptara esa misión para –alejado de Buenos Aires- contrarrestar precisamente los planes de Rosas? ¿No había escrito Rosas en 1830, con argumentos rivadavianos, que la oportunidad para organizar a los pueblos y darles una Constitución sería cuando se acostumbren “a la obediencia y al respeto de los gobiernos”; que había agregado en 1832, “hasta tanto reparan sus males y calman sus pasiones”; y le había repetido al mismo Quiroga durante ese año de 1834, que el país podría organizarse en términos federales “tan luego como las provincias estuviesen en paz”? ¿Estaba Facundo realmente de acuerdo con estas ideas? ¿No quería Facundo incluso desempolvar la Constitución de 1826 con tal de que el país tuviera una Constitución? ¿No era ésta la oportunidad para Facundo de poner a los suyos en regla y no darle más excusas al poder central de diferir la organización nacional y la sanción de una Constitución Federal como él había pretendido siempre?

De hecho, de su gestión en el Norte surgirá un Tratado de Paz, Amistad y Alianza Especial suscripto en la ciudad de Santiago del Estero con la firma de Facundo Quiroga como garante y mediador y la de los gobernadores de Tucumán (Heredia), Santiago del Estero (Ibarra) y Salta (Moldes, en representación del gobernador Cornejo, que ha reemplazado a Latorre ante su derribamiento y deceso en la confrontación previa), a la que se suma la del representante de Jujuy, provincia dependiente hasta entonces de Salta y todavía no definitivamente constituida como tal.

“Los más hermosos y grandes proyectos” del federalismo mediterráneo
La firma del tratado de Santiago del Estero del 6 de febrero de 1835, tan solo diez días antes de iniciar su vuelta a Buenos Aires y enfrentar su muerte, como así también la resignada y silenciosa aceptación por parte del propio caudillo provinciano de su condena a muerte en Barranca Yaco –que podría haber evitado con solo elegir otro camino de vuelta, como le proponían sus seguidores-, ampara en nosotros la certeza de que la causa que guiaba a Facundo en sus últimos años era la misma que había defendido generosamente entre 1826 y 1832 en los campos de batalla, y que ahora retomaba y proseguía con igual convicción, aunque por otros medios y condicionamientos, en su misión al Norte de 1834/35.

Era la misma y profunda causa que lo guiaba, a pesar de la desacertada conducta que lo llevó a interceptar la correspondencia y “hacer públicas” (V. F. López) las disidencias con Rosas de los representantes de Córdoba y Corrientes, derivación de su discutible intención de dominio político de Córdoba también para su proyecto de federación. Si bien les contestaba personalmente a los dos hombres cuyas cartas y posición coyuntural él cuestionaba, admitiendo incluso sus coincidencias de fondo con ellos, no obstante, al poner de hecho en conocimiento de Rosas los cuestionamientos del federalismo del centro y litoral, le daba objetivamente la excusa que necesitaba el caudillo bonaerense para desbaratar los planes de reunión para un próximo congreso federal constituyente que la Comisión Representativa, creada por el pacto Federal de 1831, proyectaba en ese momento, con la sospechada resistencia de Buenos Aires.

Que la causa de la federación y organización constitucional de la república seguía siendo su causa entre 1832 y 1834, a pesar de todo, lo confirma la carta que Facundo Quiroga escribiera desde San Juan a Pío Isaac Acuña, gobernador delegado de la provincia de Catamarca con fecha del 1º de noviembre de 1833, “sobre la constitución particular que debe darse a esa provincia”, acerca de la cual le preguntaba el gobernador catamarqueño. Allí el caudillo nacional le recomienda a Acuña con profundo criterio autonomista y federal, sobre la necesidad de que “los pueblos hagan la constitución peculiar que caracteriza los derechos sociales, y arregle su régimen institucional para poder arribar a formar de este elemento, la constitución nacional”.

A diferencia de la Carta de Figueroa (20-12-1834), donde Rosas reniega de la capacidad de las provincias y de los hombres de provincia para concebir y redactar una constitución –porque en realidad Buenos Aires no la necesita y no la quiere, dueño como es de las rentas aduaneras y de las situaciones de provincia por esa misma razón-, Facundo le hace saber a su amigo catamarqueño, sobre “las dificultades que en todos los pueblos se tocarán por la falta de luces y de recursos, pero que es superable cuando se trabaja con buena fe en favor del bien general”, en tanto “los varios códigos que se han dado en las legislaturas de las demás repúblicas, y los que han salido de la nuestra, aunque no hayan tenido efecto, sirven para descubrir las cosas que deben ser objeto de la constitución, o enseñar, al menos, el sistema de organización. Y lo demás debe hacerlo el conocimiento práctico del país, sus necesidades y sus relaciones”.

El 8 de enero de 1834 –da cuenta el historiador Saldías, sumando argumentos a nuestra hipótesis-, la legislatura de Mendoza ha sancionado una ley invitando a las provincias de San Juan y de San Luis “a constituirse las tres en unidad, con el nombre de Provincia de Cuyo, para entrar, así juntas, en la Federación Argentina bajo la protección de Don Juan Facundo Quiroga”. Por su parte, por ese mismo tiempo, “el general Heredia, gobernador de Tucumán, habla del próximo Congreso Constituyente promovido por el general Quiroga”.

Hay asimismo una carta de Laciar a Alberdi, citada por David Peña, del 24 de junio de 1834 –seis meses antes de la misión de Facundo al Norte- que demuestra también el compromiso y disposición permanente de Quiroga, más allá de que se encuentre confundido entre la bruma del puerto de Buenos Aires y las delicias de la vida urbana- de “traer a su regreso los elementos necesarios para imponer a Rosas, velis nolis, la organización política de la República”. En aquella carta, Laciar le dice a Alberdi: “Todos aspiran a constituir el país y principalmente el general Quiroga”. Sin duda, el tema de la organización nacional y la Constitución está en las conversaciones de Quiroga en Buenos Aires. “También se dice –agrega Laciar en su carta al gran intelectual tucumano- que en caso de constituir el país Quiroga será el Presidente de la República!… y tu sabes que si Quiroga se enoja y se va para el interior, puede fácilmente alarmar: reunidas las provincias pueden con facilidad equilibrar contra Buenos Aires…”.

Por su parte, aunque solo es otra muestra, David Peña reproduce un pasaje elocuente de la autobiografía de Alberdi en la que reafirma nuestras presunciones: “Con ocasión de este fin trágico –escribe el tucumano Alberdi-, me escribió el general Heredia lamentándolo por haber perecido con él los más hermosos y grandes proyectos. Yo supuse que los habían acordado juntos antes de regresar a Buenos Aires. Nunca los conocí de un modo positivo, pues poco después fue asesinado Heredia. Yo he maliciado que se referían a planes y proyectos de la Constitución de la República…”, concluye Alberdi.

Un tratado no afín a Buenos Aires
El Tratado del 6 de febrero de 1835 es la demostración cabal de que Facundo Quiroga, lejos de haber dejado de lado los intereses de las provincias mediterráneas, arriesga su salud y su vida para defenderlos y hacerlos registrar en ese documento que él firma junto a los representantes de las cuatro provincias norteñas.

Su biógrafo Peña resalta la importancia del Tratado, en primer lugar por la participación de Quiroga como su garante, aunque también por cuanto “los gobiernos contratantes se reservan ocurrir a uno, dos o más gobiernos de la República, en caso de cualquier emergencia, solicitando su mediación, sin que precisamente se determine como árbitro al de Buenos Aires”, al que tanto le molestan los conflictos provincianos. El tratado faculta asimismo “al gobierno de Tucumán a dirigirse en nombre de los tres a los demás de la República –Heredia queda como cabeza de ese tratado- para que se adhieran al presente tratado si lo reputan interesante al bien nacional, debiéndose comunicar el resultado oportunamente”.

Es necesario saber que, apenas fue conocido por Rosas este acuerdo, casi al mismo tiempo que era asesinado Facundo Quiroga en Córdoba, el tratado fue rechazado “rápida, clara, firmemente” por el mandamás bonaerense que, además, en cartas a Felipe Ibarra, aunque con tres años de diferencia, además de prevenirlo de los peligros que corría también el santiagueño, se refiere en forma respectiva tanto a Quiroga como a Heredia –después de muertos-, con la misma falta de respeto a su memoria en ambas misivas, con el argumento de que “es preciso no contentarse con hombres ni con servicios a medias y consagrar el principio de que está contra nosotros el que no está del todo con nosotros”. Cabe preguntarse entonces: ¿eran acaso incompatibles el federalismo del Interior y la “santa federación”?

El 7 de marzo de 1835, Rosas es elegido por segunda vez como gobernador de Buenos Aires, en esta ocasión con facultades extraordinarias y la suma del Poder Público, y el 13 de abril asume la gobernación con el manejo de las relaciones exteriores en representación de las provincias. El general Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán y líder de las provincias del Norte es asesinado el 12 de noviembre de 1838. La organización nacional y la Constitución Federal tendrían que esperar hasta 1852.

La muerte de Quiroga, y la de Heredia después, y la impotencia del federalismo argentino durante estos diecisiete años, postergará la organización nacional y la consecución de una Constitución Federal, que Rosas le había negado expresa y explícitamente al caudillo riojano en forma escrita poco antes de morir, en carta fechada el 20 de diciembre de 1834 desde la Estancia de Figueroa, documento que resultó, al fin y al cabo, la plataforma de justificación y fundamento del caudillo bonaerense –aparte del monopolio de la Aduana de Buenos Aires y sus portentosas rentas- para no ceder durante toda la extensión de su gobierno pretendidamente federal, las banderas genuinamente federales que exigían las provincias argentinas.

Imagen de portada: www.elhistoriador.com.ar

Obras citadas: David Peña (1953). Juan Facundo Quiroga, 5ª Edición; Vicente Fidel López (1960) Historia de la República Argentina, Tomo VI, Sexta Edición; Adolfo Saldías (1911). Historia de la Confederación Argentina. Tomo II; Juan Bautista Alberdi (1901). Escritos Póstumos. Tomo XV.