1944: entre la tragedia y la esperanza

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Apenas siete meses después de la sublevación de los coroneles que puso fin a la “década infame” (1930 – 1943), el 15 de enero posterior a la revolución militar se habían derrumbado casi todas las estructuras de adobe en que se sostenía la ciudad de San Juan.

Por Elio Noé Salcedo

El desastre había puesto en evidencia -afirma Mark Healey, autor de una exhaustiva investigación histórica sobre el terremoto de 1944- que la prosperidad de la provincia se había construido sobre la injusticia y la imprevisión”. De hecho, para el investigador, aquella fatalidad “fue una condena al viejo orden y una invitación a construir algo nuevo” *.

En la mañana siguiente al terremoto, dada la emergencia, la nueva intervención militar del comandante regional coronel José Humberto Sosa Molina (reemplazante del interventor Uriburu) decretó la ley marcial en la provincia. Ese mismo día, el flamante secretario de Trabajo y Previsión de la Nación coronel Juan Perón anunció por cadena nacional una colecta general de ayuda a las víctimas. La colecta movilizó a decenas de miles de argentinos y resultó ser un éxito de grandes proporciones. “Fue el primer paso en la formación de la perdurable alianza de Perón con los pobres”, dice el investigador citado, para quien el peronismo nació entre las ruinas del terremoto durante esos primeros pasos para la reconstrucción de San Juan.

El terremoto del 27 de octubre de 1894
Cincuenta años antes, San Juan había sufrido otro terremoto que, aunque causó solo veinte muertes, dejó importantes daños y afectó incluso a la recientemente estrenada Casa de Gobierno frente a la plaza principal. El geólogo Leopoldo Gómez de Terán, director de la Escuela de Minería y presidente de la primera comisión de reconstrucción de San Juan en esas circunstancias, señaló el peligro constante que significaba esa tumba abierta en la que se había convertido San Juan después de aquel tremendo sismo, con casi todos los edificios dañados y muchos derrumbados.

Sin embargo, la propuesta -hecha suya por el gobernador caucetero Justo P. Castro- de reconstruir la ciudad con nuevas técnicas de edificación, mejores materiales, juntas más fuertes, prohibición de fachadas altas (todas desplomadas) y con amplias calles y veredas, fue rechazada por la Legislatura provincial -expresión de intereses muy conservadores-, y San Juan fue reconstruida al finalizar el siglo XIX sobre el mismo damero -con calles y veredas angostas y altas cornisas-, utilizando los mismos materiales y las mismas técnicas de construcción aplicadas en el pasado.

En los años subsiguientes, con el auge de la vitivinicultura y la afluencia incesante de habitantes del sector rural del interior provincial, la ciudad se extendió más allá de sus avenidas principales hacia los departamentos vecinos que rodeaban el casco céntrico: Concepción al norte; Santa Lucía al este; Trinidad al sur; Desamparados al oeste, departamentos que más tarde conformarán en conjunto lo que hoy se conoce como el departamento Capital de San Juan.

A comienzos de la década del 40, la ciudad capital y esos departamentos aledaños albergaban ya casi cien mil personas, prácticamente la mitad de la población de la provincia. Fue el caso más pronunciado de primacía urbana sobre lo rural en toda la república. La ciudad de San Juan se había agrandado veinte veces más que las dos principales ciudades del interior sanjuanino: Jáchal (a 150 km de distancia) y Caucete (a 26 km de la ciudad capital). En esas condiciones, apenas cincuenta años después del anterior, sobrevino el terremoto de 1944.

La tragedia más grande de San Juan
A medida que las muestras de solidaridad inmediata se fueron disipando, “el desastre reveló y profundizó las fisuras sociales dentro de San Juan” -refiere Healey-, en tanto “gran parte de la elite local se había marchado o se había volcado afanosamente a la defensa de sus intereses” … “Para muchos, la tragedia no hizo sino terminar de desacreditar a las elites locales y reforzar la autoridad de los pocos que, como Cantoni (uno de los médicos que se quedaron en San Juan durante aquella adversidad), habían demostrado merecer la confianza de la gente”.

Un hijo de la propia elite sanjuanina, Juan Maurín Navarro (hijo de quien fuera gobernador de San Juan entre 1934 y 1938), hacía una observación concluyente sobre una profunda realidad que salía a la luz con la tragedia: “El extraordinario desenvolvimiento industrial que ha servido para transformar portentosamente el cuadro de los demás valores, ha sido hasta ahora incapaz de hacer nada en favor de nuestro valor hombre”. La intrínseca contradicción del sistema socio-económico vigente -resultado del monocultivo vitivinícola y la concentración de la riqueza a la vez-, había contribuido de hecho, en forma notable, a la desvalorización de los hombres y mujeres de trabajo, abonando la razón de ser del cantonismo y del movimiento nacional que pronto aparecería entre las ruinas de San Juan y el despertar de una Argentina desconocida.

Lo cierto es que el alcance de la destrucción, el descrédito paulatino de las clases gobernantes durante la década que llegaba a su fin, e incluso la impotencia de las autoridades locales para enfrentar tremendo desastre, perplejas ante la vehemente polémica iniciada sobre el lugar más conveniente para reconstruir la ciudad devastada, llevaron a hacer de la reconstrucción necesariamente una cuestión nacional que, aparte de compleja, no dejó de ser complicada por los intereses en pugna.

Tres acciones marcaron el tono de la respuesta e involucramiento inmediato del gobierno militar por la tragedia: a nivel humano y social, la colecta nacional de ayuda a las víctimas que organizó Perón al día siguiente de la catástrofe; en lo político e institucional, la visita del presidente Ramírez a San Juan dos días después del desastre; y en lo religioso, la misa especial por los muertos del terremoto celebrada el 25 de enero -diez días después de la terrible desgracia- en Buenos Aires.

Empero, diez mil víctimas, toda la ciudad destruida y los sobrevivientes viviendo a la intemperie tratando de auxiliar a las víctimas, buscando a sus familiares enterrados o desaparecidos y rescatando y enterrando a sus muertos, imponían decisiones políticas, sanitarias y sociales de emergencia. San Juan estaba completamente destruido; había que reconstruirlo. Por dónde empezar, cómo, con qué, dónde, con qué propósito. Esas preguntas pasaron a ser cruciales en la nueva etapa, y de no tan fácil respuesta.

* Mark Healey (2012). El peronismo entre las ruinas. El terremoto y la reconstrucción de San Juan. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores S.A.

Imagen de portada: www.cultura.gob.ar