Neoliberalismo y después…

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Se cumplen veinte años de la crisis económica, política y social de diciembre de 2001. Una ruptura espasmódica de un modelo ficticio que pretendió diseminar un imaginario de Primer Mundo. Diferencias y similitudes del “que se vayan todos” respecto de ideas actuales. La mirada de una politóloga y un economista de la UNSJ.

Por Fabián Rojas

“La Argentina acaba de salir del silencio al cual quedó reducida, en 30 años, dos veces: la primera, por el terror; la segunda, por los efectos de derrota que este terror ejerció sobre la subjetividad” (Silvia Bleichmar, en “No me hubiera gustado morir en los 90”, publicado en 2006)

     El dólar igual a un peso argentino, el modelo “pizza con champagne” -el que a la vez aludía a la vida común de mayorías y a una clase media que por fin volaba alto- y el shock de privatizaciones ya habían pasado. La década menemista del noventa dejaba casos de corrupción entre el Estado, funcionarios y empresas privadas; los horrores de la Embajada de Israel y la Amia; la explosión en Río Tercero; desocupación; precariedad laboral y monotributo; baratijas importadas y todo por dos pesos; fábricas cerradas, y un hito de la protesta popular para la posteridad: los piquetes. Quedaba una bomba por estallar como herencia. Con la Alianza de De la Rúa – Álvarez acabarían por romperse el sistema económico financiero, el arco político y el tejido social. Llegaba 2001 y los estallidos sociales del 19 y 20 de diciembre en Argentina eran epílogo de esa ficción primermundista de los noventa, decenio que reforzó lo impuesto entre 1976 y 1983 a fuerza de desapariciones y exilios. La crisis de 2001 representó el final de la segunda ola neoliberal. Hubo una tercera hasta hace un par de años. Aunque en realidad podría decirse que fue la cuarta, porque «el neoliberalismo como tal tuvo su primer ensayo con la autodenominada Revolución Libertadora que derrocó a Perón en 1955», apunta el escritor y diplomado en Historia Elio Salcedo, también redactor de Revista la U

Más ajuste

     Para enfrentar la pesada deuda externa heredada, la Alianza contrajo más deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), algo que anunció como “blindaje” y que derivó en más fuga de divisas. Las condiciones impuestas para ese nuevo desembolso ocasionaron, además, más ajuste neoliberal. En 2000, se aprobó una reforma laboral que languidecía aún más los derechos de trabajadores/as (se reveló que hubo coimas para aprobarla). Y así, con un gobierno sin rumbo ante una economía en llamas, retornó un insigne de la década anterior a la cartera de Economía: Domingo Cavallo. Aprobaron un “megacanje” de bonos de la deuda por otros de vencimiento a mayor plazo e interés más alto. Luego vino un plan de “déficit cero” que implicaba un recorte a los sueldos de estatales y jubilados/as. Las provincias recibían menos transferencias, por lo que imprimieron bonos.

El corralito
     Alarmados, los grandes, medianos y pequeños ahorristas comenzaron a retirar sus billetes de los bancos, dólares que equivalían a pesos, y así Cavallo estableció el “corralito”. “Fue una disposición que pretendía cortar la fuga de depósitos. Cuando se anunció el corralito, en lugar de generar tranquilidad, generó todo lo contrario. El sistema financiero ya no aseguraba poder retirar dólares cuando se había depositado pesos, ni incluso cuando se había depositado dólares (ver aparte). Hoy no puede ocurrir eso porque nadie puede sacar dólares del banco si depositó pesos. Y a su vez, hoy si alguien deposita dólares en los bancos, éstos sólo lo pueden prestar a empresas que puedan conseguir luego esas divisas porque trabajan en el sector externo. Entonces ese riesgo cambiario de la convertibilidad se limitó”, expone el economista y docente de la Universidad Nacional de San Juan, Fabián Saffe. Luego del corralito, el FMI anunció que suspendía los desembolsos. El sistema financiero colapsó.

Fabián Saffe: «Hoy no puede ocurrir eso (no poder retirar ahorros) porque nadie puede sacar dólares del banco si depositó pesos».

      Por efecto de esa crisis, un 54 por ciento de la población cayó por debajo de la línea de pobreza y un 27, bajo la línea de indigencia. La desocupación, en tanto, superó el 20 por ciento. Grandes franjas populares y de sectores medios quedaron en situación económica y social vulnerable. “La clase media perjudicada con el corralito lo fue porque tuvo capacidad de ahorro en ese tiempo. Pero no todos la tenían; de hecho, había argentinos que ni siquiera tenían trabajo. Las crisis económicas siempre son sociales y siempre en Argentina tienen que ver con la restricción de dólares y los ciclos ‘stop and go’ (N. Del R.: ‘stop and go’ refiere a que luego de un período de auge industrial, la demanda de manufacturas es tan alta que las divisas en el país son insuficientes para seguir importando maquinarias e insumos necesarios para fabricarlas). Y así se pega un salto de un tipo de cambio a otro más alto y la crisis cambiaria origina una crisis económica y social”, analiza Saffe.

Primera vez en la historia
    El estallido social de diciembre de 2001 recreó lo que ya había ocurrido, en menor escala, en 1989: los saqueos en el contexto hiperinflacionario de la última parte del gobierno de Alfonsín. Lo de la etapa de la Alianza fue protagonizado por sectores populares y por los de clase media que apelaron a los cacerolazos. Desde el 12 de diciembre ya se habían producido manifestaciones contra el gobierno y su política económica y el corralito. En Guaymallén, Mendoza, se produjo el primer saqueo por parte de familias pobres a supermercados. Eso se replicó después en varias ciudades, incluida San Juan. Empezaba una movilización social con pocos precedentes. El 19 de diciembre hubo saqueos en comercios de todo el país y cortes de ruta, marchas y enfrentamientos callejeros protagonizados por trabajadores y desocupados. En la tarde de esa jornada, sectores medios coparon las calles vociferando su miedo a su extinción como estrato social. En la noche, el presidente De la Rúa implantaba el Estado de Sitio por treinta días y estalló el cacerolazo.

   Cerca de la medianoche, cuando en la Plaza de Mayo de Buenos Aires la Policía Federal tomó posiciones defensivas frente a la Casa Rosada, un solo grito tronó desde los manifestantes: “Que se vayan todos”. Cerca de las 3 am trascendía que Cavallo había renunciado y las cacerolas ensordecieron. Las protestas continuaron y la represión a las manifestaciones dejaría 29 muertos. “La gesta popular y el clamor del ‘que se vayan todos’ configuraron la política argentina en la década siguiente. Recuerdo que en esos años yo comenzaba a estudiar Ciencias Políticas y observé cómo la política socialmente pasó de ser una ‘mala palabra’ a entenderla como la capacidad transformadora y de construcción de proyectos colectivos inclusivos”, reflexiona la politóloga de la UNSJ, Yanina Jotayán.

     Todo aquello culminaría en la presentación de la renuncia por parte de De la Rúa el 20 de diciembre. El 21 le fue aceptada, pero tuvo tiempo para derogar el Estado de Sitio. El fin de su presidencia es el único caso en la historia argentina en que un gobierno elegido en democracia debió dejar el poder por un movimiento civil, sin intervención de militares.

Yanina Jotayán: «La novedad libertaria radica en minar a la democracia desde sus propias instituciones, a través de consignas reaccionarias que socavan el principio de igualdad que supone toda sociedad democrática»

Minar la democracia
   El “que se vayan todos” advertía sobre el fastidio social hacia los políticos. Hoy, los movimientos libertarios demonizan a la “casta política” (así le llaman). ¿Hay diferencias? “Estas nuevas derechas que encarnan en el movimiento libertario se enmarcan en una crisis del neoliberalismo, no en términos de su agotamiento, sino en consideración de sostenimiento y viabilidad como un compatible con la democracia y la dignidad humana. La novedad libertaria radica en minar a la democracia desde sus propias instituciones, a través de consignas reaccionarias que socavan el principio de igualdad que supone toda sociedad democrática. El movimiento libertario entiende a la sociedad como una suerte de darwinismo social que piensa que la mera existencia no concede ningún derecho, y que cada sujeto es responsable de su propia suerte. Como señala Pablo Stefanoni en su libro ‘¿La rebeldía se volvió de derecha?‘, los libertarios son sujetos desilusionados que decidieron que una cosa es la libertad y otra la democracia, y que ya no se pueden lograr cambios mediante la política”, sostiene Jotayán.

 

Fuentes: “Historia de la Argentina. Biografía de un país. Desde la conquista española hasta nuestros días” (Ezequiel Adamovsky) e “Historia económica, política y social de la Argentina. 1880 – 2003” (Mario Rapoport)

Imagen de portada: Telam 

 

      Cae un simbolismo    

“La convertibilidad era un sistema de caja de conversión, en que los bancos comerciales, cuando los clientes les solicitaban dólares, le pedían al Banco Central esos dólares y el Central se quedaba con los pesos. Era como sostener un tipo de cambio fijo con el dólar, por ejemplo, ahora, a un valor de 200 pesos, y dejarlo quieto durante mucho tiempo. El Central lo sostenía con intervenciones cambiarias en los mercados. Había un simbolismo en eso de que cada peso nacional era visibilizado como que valía un dólar, y se ponía en parangón con el Primer Mundo y su desarrollo. Pero en los hechos, en la realidad, era una caja de conversión qualunque con un tipo de cambio fijo uno a uno. La convertibilidad existió mientras entraban dólares y se podía mantener la caja de conversión. Los dólares frescos llegaron por las privatizaciones, pero también mediante otro ciclo de endeudamiento externo”, explica Fabián Saffe.