La última etapa en la educación de Sarmiento

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Después de un intenso recorrido por la Escuela de la Patria y su autoeducación posterior, llega a su fin la formación de Sarmiento y el momento de tomar sus primeras decisiones políticas. Esta es la breve crónica de esas circunstancias.

Por Elio Noé Salcedo

   “En 1838 -nos cuenta el escritor en “Recuerdos de Provincia”- alimentaron por largo tiempo mi sed de conocimientos… Villemain y Schlegel en literatura; Jouffroi, Lerminnier, Guizot, Cousin en filosofía e historia; Tocqueville, Pedro Leroux en Democracia; la Revista Enciclopédica, como síntesis de todas esas doctrinas; Carlos Didier y otros cien nombres hasta entonces ignorados por mí…”. “Pero no han parado aquí mis constantes esfuerzos para formar mi razón y mi espíritu”, insiste el intelectual.

     En efecto, en el año 1839 -continúa el escritor-, “formamos en mi país (en San Juan, en plena época de Benavides) una sociedad para entregarnos a los estudios literarios. Los doctores Aberastain, Quiroga, Cortínez, otro joven y yo, nos hemos reunido durante dos años consecutivos, casi sin falta de una sola noche por mi parte, a darnos cuenta de las lecturas que hacíamos, y formamos un sistema de principios claros y fijos, sobre literatura, política y moral, etc.”. Asimismo “hemos estudiado de una manera crítica y ordenada la literatura francesa. Entonces he conocido a Hugo, Dumas, Lamartine, Chauteaubriand, Thiers, Guizot, Tocqueville, Lerminier, Jouffroy, y los de la Revista Enciclopédica, cuyos escritos sólo nosotros poseíamos, las revistas europeas y muchos otros escritores de nota que servían de texto a nuestros estudios. Esta útil e instructiva asociación duró hasta el momento en que las persecuciones políticas nos desparramaron”.

     No obstante, y más allá de sentirse perseguido por la misma persona que lo había nombrado director del Boletín Oficial y autorizaba la impresión de El Zonda en la Imprenta del Estado, de todo esto resultó para Sarmiento que, aunque “discutíamos las nuevas doctrinas, las resistíamos, las atacábamos”, a falta de doctrinas propias, “terminábamos concluyendo al fin por quedar más o menos conquistados por ellas”.

     Y termina admitiendo: “Todas mis ideas se fijaron clara y distintamente, disipándose las sombras y vacilaciones frecuentes en la juventud que comienza, ya llenos los vacíos que las lecturas desordenadas de veinte años habían podido dejar, buscando la aplicación de aquellos resultados adquiridos a la vida actual, traduciendo el espíritu europeo al americano, con los cambios que el diverso teatro requería”.

      A propósito, reflexiona don Arturo Jauretche, uno de nuestros máximos pensadores nacionales: a falta de doctrinas propias, “nuestro intelectual se va metiendo sin darse cuenta en el barco de los intereses creados de la ‘cultura’, y cuando se acuerda está enterrado hasta la verija y ya no puede salir. Por eso, más que un tránsfuga o un desertor, es un esclavo que lame la cadena”.

     Ahora bien, ¿podía traducirse o trasplantarse el espíritu europeo a América? ¿O se trataba por el contrario de descubrir las raíces, naturaleza y caracteres del espíritu americano para poder desarrollarlo?
 

       El origen del equívoco sarmientino estaba según Jauretche en el esquema inicial de “civilización o barbarie”: “Primero se confundió civilización con cultura, y de un deslumbramiento de ‘parvenus’ en los mismos suburbios de la civilización, se conjeturó que la sociedad a que se pertenecía no tenía una cultura. La cultura que provenía de las raíces hispano-indígenas fue considerada barbarie y por consecuencia civilizar fue derogar lo preexistente. De tal manera, la cultura no tenía que nacer tal como el árbol, siguiendo el proceso desde la semilla, sino del trasplante”.

     Las condiciones económicas del siglo XIX, propicias a la incorporación de la pampa húmeda al mercado mundial, facilitaron esa tarea de trasplante, ofreciendo un suelo virgen de ocupación anterior. Ni intereses, ni construcciones, ni hombres, ni nada que demoler: el espacio ideal para el trasplante.

 

El comienzo de su vida pública
     En cuanto a la inmediata toma de posición política, después de concluir lo que podríamos llamar su autoeducación, Sarmiento nos lo cuenta así: “Hasta la casualidad me empujaba a las luchas de los partidos que aún no conocía…”.

    Recordemos que el gran lector que era Sarmiento había ocupado mucho tiempo en conocer la realidad y los idiomas de otros países.

    Y prosigue: “El Partido Federal, encabezado por Quiroga Carril (no Salvador María del Carril) estaba a punto de irse a las manos con el partido unitario, a quien yo servía sin saberlo, en aquel momento, de punta. Al día siguiente era yo Unitario. Algunos meses más tarde conocía la cuestión de los partidos, en su esencia, en sus personas y en sus miras. Porque desde aquel momento me aboqué al proceso voluminoso de las opiniones adversas”.

     Llegado a este punto, el espíritu del joven Sarmiento, “espejo reflecto hasta entonces de las ideas ajenas”, como él mismo admite, no podía “moverse y marchar” hacia una dirección propia con relación a las circunstancias y realidad que se vivía en América. De allí también el cosmopolitismo de su obra Facundo, de sus ideas en general y de su inmediata conducta política.

    Por falta de una educación nacional, o sea de arraigo e identidad (misión que le compete a la educación pública), nuestra Inteligencia llega a jugar en definitiva un papel contrario al que requiere y espera de ella la Nación como realidad, como identidad y como proyecto. Ésa es a su vez la razón por la que seguimos siendo una semicolonia y a la vez una nación inconclusa, y por la que se hace imprescindible la descolonización cultural, pedagógica y epistemológica.

    Es a la Inteligencia de una nación, sobre de todo de una nación inconclusa, a quien le toca esa función creativa de fundar, desarrollar e impulsar una visión nacional integral –para dilucidar el pasado, entender el presente y concebir el porvenir-, que tenga su razón de ser, no en ideas prestadas, sino en la propia realidad y en las propias raíces.

     Dilucidar cuáles son los intereses nacionales y cuáles los antinacionales, es y debe ser la primera gran tarea de nuestra Inteligencia.

Imagen de portada: http://www.memoriachilena.gob.cl