“¿Cómo se forman las ideas?”

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En esta nota, el mismo autor de “Recuerdos de Provincia” nos proporciona algunas de las claves de su formación intelectual y la de cualquiera que tenga acceso a “los libros”.

Por Elio Noé Salcedo

Al describir y explicar el derrotero de su educación, Domingo Faustino Sarmiento se preguntaba: “¡Santas aspiraciones del alma juvenil a lo bello y perfecto! ¿Dónde está entre nuestros libros, el tipo, el modelo práctico, hacedero, posible, que pueda guiarlas y trazarles un camino?”.


En el Capítulo II de “Civilización o Barbarie”, había adelantado su pensamiento al respecto: “Si un destello de literatura nacional puede brillar momentáneamente en las nuevas sociedades americanas, es el que resultará de la descripción de las grandiosas escenas naturales, y, sobre todo, de la lucha entre la civilización europea y la barbarie indígena, entre la inteligencia y la materia…”.


Por aquella misma época fundacional, el maestro del libertador Bolívar -Simón Rodríguez- se había hecho el mismo cuestionamiento, aunque, de acuerdo a su formación, había obtenido otra respuesta: “¿Dónde iremos a buscar modelos? La América es original. Original han de ser sus instituciones y su gobierno. Y originales los medios de fundar unas y otro. O inventamos o erramos”.


Como vemos, ya desde entonces estaba en discusión el modelo de sociedad y cultura: uno que prefería trasplantar “el espíritu europeo al americano” y el otro que apuntaba a desarrollar a nuestra América en su originalidad e idiosincrasia, desde sus propias raíces.


¿Trasplantar o crear?
Las primeras lecturas de Sarmiento habían creado en él la necesidad y obligación de aprender aquellos idiomas de los países cuya bibliografía calmaban su sed intelectual, llevándolo a alejarse cada vez más de la posibilidad de comprender política e ideológicamente el “idioma” nativo (según la idiosincrasia de su pueblo), que no hablaba ninguno de los autores que consultaba y leía.


Toda la educación que el escritor había recibido de sus maestros criollos había sido desechada y contradicha por él, como sinceramente lo admite: “Donde decía blanco, no obstante que yo leía negro”. Sin embargo, le debía al clérigo Oro el haber estudiado latín, lengua que rechazaba por ser “una lengua muerta”, pero que paradójicamente lo había dotado “de una máquina sencilla de aprender idiomas, que he aplicado con suceso a los pocos que conozco”, tan eficazmente, que “para los pueblos de habla castellana -entendía-, aprender un idioma vivo es sólo aprender a leer, y debiera uno por lo menos enseñarse en la escuela primaria”.


Escapado de ser fusilado por el fraile Aldao en 1829 en Mendoza, volvió a la provincia de San Juan donde tuvo su “casa por cárcel y el estudio del idioma francés por recreo… Con una gramática y un diccionario prestados, al mes y once días de principiado el solitario aprendizaje –asegura- había traducido doce volúmenes y entre ellos las “Memorias de Josefina”. Sobre la inteligencia de Sarmiento no quedan dudas, y la capacidad de trabajo es una de sus grandes virtudes, que deberían ser motivo de mayor difusión e imitación.


El aprendizaje de otros idiomas lo entusiasmó de tal modo, que “la vela se extinguía a las dos de la mañana”. “Y cuando la lectura me apasionaba –recuerda el escritor-, me pasaba tres días sentado registrando el diccionario. Catorce años he puesto después en aprender a pronunciar el francés, que no he hablado hasta 1846 después de haber llegado de Francia”.


Si una lengua “muerta” como el latín no perjudicaba a nadie y abría la mente de cualquiera, pues es la base de nuestro idioma castellano y de todas las lenguas romances (italiano, francés, portugués, español, rumano), por su parte, los idiomas vivos como el inglés o el francés mataban el espíritu nacional del intelectual argentino si, al final, terminaba pensando en esos idiomas o adoptando sus paradigmas, que es lo mismo.


El método de aprendizaje y la clave del problema
Era demasiado tiempo el que había gastado Sarmiento en aprender esos idiomas, cuando las necesidades de los argentinos por aquel entonces eran otras. Pero la falla estaba en el método de aprendizaje. Al arribar a Francia se desilusionaría de su admirada Europa, tal cual lo confiesa, y desde entonces volvería sus ojos hacia América… pero desafortunadamente hacia América del Norte, que también visitaría en sus “Viajes”, relatados -eso sí- con eximia pluma en el mejor de sus libros, como lo admite Manuel Gálvez, su crítico y más completo biógrafo.

Debió haber conocido y estudiado críticamente con sus propios ojos tanto Francia como Inglaterra, antes de perder tantas horas y años de su vida en conocerlas y admirarlas por los libros, para luego desilusionarse de ellas. Además, ni esos idiomas extranjeros ni sus viajes a aquellos lugares admirados podían ayudarle mucho, si de conocer y entender mejor a su patria se trataba.


El otro idioma que había aprendido era el inglés. En 1833, estando en Chile, destinó parte de su sueldo de dependiente de comercio “para pagarle al profesor de inglés Richard”, dándole “dos reales semanales” al sereno del barrio para que lo despertase “a las dos de la mañana para estudiar mi idioma inglés”, cuenta en Recuerdos. Después de mes y medio de lecciones, “Richard me dijo que no me faltaba sino la pronunciación”.

Pero eso era lo de menos. Lo peor estaba en la dirección que tomarían sus ideas. Allí estaba la clave del problema.


“¿Cómo se forman las ideas? –razonaba con certeza y sinceridad el propio intelectual-. Yo creo que en el espíritu de los que estudian sucede como en las inundaciones de los ríos, que las aguas al pasar depositan poco a poco las partículas sólidas que traen en disolución y fertilizan el terreno”.

Desechada como válida la formación de sus maestros nacionales; ávido y prolífico lector y traductor de obras francesas e inglesas principalmente; tal como sucede con las inundaciones de los ríos, las aguas del cosmopolitismo regaron el espíritu del joven lector, embebiéndose de sólidas partículas europeizantes y angloamericanas que fertilizaron y coparon el terreno de su mente absorbente y apasionada.


Cuando en el suelo incultivado o mal cultivado de nuestra mente no hay otras semillas que hayan echado raíces, aquellas semillas foráneas copan nuestro terreno cerebral sin tropiezo. Esta es una de las razones de la “colonización pedagógica” y de la necesidad de descolonizar nuestra educación, nuestra cultura y nuestra conciencia, como demanda el pensamiento nacional desde siempre, e incluso nuevas corrientes académicas que abrogan por la descolonización epistemológica en las aulas de nuestra América Latina.

Imagen de portada: www.historiahoy.com.ar