Otras revelaciones sobre la educación de Sarmiento

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De los recuerdos del propio autor de “Facundo” se desprenden nuevas informaciones acerca de su autoeducación.

Por Elio Noé Salcedo

En verdad, la educación que Domingo Faustino Sarmiento había recibido en su primera infancia tanto de su madre y su padre como de sus maestros criollos era en cuanto a religión, católica, de tradición española, no anglosajona, y políticamente emparentada con el federalismo político del interior, que el absorbente lector se empecinaba en refutar a través de sus lecturas. Esas ideas contradictorias con su primera educación las trasladaría también a toda su acción política e intelectual al iniciar su vida pública.


En efecto, las enseñanzas que le proporcionaban sus lecturas autoelegidas eran de raíz liberal y de origen anglosajona (también protestante en lo que se refiere a religión), emparentada política e ideológicamente con el liberalismo unitario, librecambista y eurocéntrico, o sea la antítesis de lo que había aprendido en su cuna. De allí también su religiosidad y liberalismo controvertidos.

Según el mismo escritor cuenta, el cura Castro Barros (asambleísta del Año XIII, congresista de Tucumán y confidente de Facundo Quiroga) echó la primera duda que lo atormentaría sobre aquella tradición nacional, y el primer disfavor contra las ideas religiosas en las que se había criado y crecido. Desde entonces se desarrollaría su tenaz oposición a aquellos ideales afines al federalismo provinciano, genuinamente nacional, tan arraigados en sus paisanos. Desde que escuchara a ese sacerdote católico, que llevaba la voz cantante contra la “reforma eclesiástica” de Rivadavia, se lanzaría a la lectura de cuanto libro pudiera contradecir las ideas políticas, religiosas y filosóficas proclamadas por aquél en ese momento.

Pedro Ignacio de Castro Barros

En cuanto a su primera formación religiosa -la de su familia y la de su tío José Oro-, reconoce que la lectura de la Biblia le ocupó “más de un año”; sin embargo, “donde decía blanco, no obstante que yo leía negro”, se empecinaba Domingo, lo que lo llevó a buscar otras opciones, tal como él mismo lo cuenta: “La teoría de Paley, Evidencias del Cristianismo, por el mismo autor, La verdadera idea de la Santa Sede, y Feijoo, que cayó por entonces en mis manos completaron aquella educación razonada y eminentemente religiosa, pero liberal –aclara-, que venía desde la cuna transmitiéndose desde mi madre al maestro de escuela, desde mi mentor Oro hasta el comentador de la Biblia Albarracín”. Aunque Sarmiento confunda el liberalismo extranjerizante con el liberalismo nacional, aquellas lecturas contrariaban las enseñanzas de sus primeros maestros criollos. Lo demostrarían la aplicación de sus ideas y sus opciones políticas.

El nacimiento del manantial
De sus libros en particular, “fue el primero la Vida de Cicerón por Midleton (anglosajón), con láminas finísimas, y aquel libro me hizo vivir largo tiempo entre los romanos… El segundo libro fue la vida de Franklin (norteamericano), y libro alguno me ha hecho más bien que éste”, recuerda el escritor.

“La Vida de Flanklin fue para mí –afirma Sarmiento- lo que las vidas de Plutarco para él (para Franklin); para Russeau, Enrique IV, Mme. Roland y tantos otros”.

En su “Historia de Sarmiento”, Leopoldo Lugones confirma que, efectivamente, el escritor sanjuanino “pasó a la lectura de una obra sólidamente liberal: La Vida de Cicerón de Conyers Midleton, precursor del moderno romanismo histórico y del método racionalista de la historia, que Voltaire y David Hume aplicarían por la misma época con certeza tan eficaz…”, en Europa.

En lo que respecta a la Vida de Franklin, afirma Lugones: “Fue su segundo libro revelador; de aquí seguramente provienen sus inclinaciones angloamericanas, su racionalismo (filosófico), iniciado por aquellas lecturas protestantes, y su predilección literaria por las biografías”. Y agrega: “Hemos dado a no dudarlo con el nacimiento del manantial. Lígase con esto también su resentimiento con el clérigo Maradona, ministro de Benavides, al cual imputa la desaparición del Zonda”.

“Yo me sentía Franklin”, admite Sarmiento. ¡Cuánto mejor hubiera sido que se sintiera San Martín, Bolívar, Belgrano, Moreno o el mismo Facundo Quiroga! Tratándose de un país naciente, en lucha por su identidad, ello era decisivo. Pero eso no era todo.

“La Vida de Franklin –exigía el joven intelectual- debiera formar parte de los libros de la escuela primaria”. Consecuentemente, “escribir una vida de Franklin adaptada para las escuelas, ha sido uno de los propósitos literarios que he acariciado largo tiempo y ahora me creía en aptitud de realizarlo”, nos confirma en “Recuerdos”. Pero, “llevado de las mismas ideas, lo ha efectuado M. Mignet, por encargo de la Academia Francesa, con un éxito completo”.

No obstante, nos advierte con lógica preocupación: “Mi plan era diverso, más popular y más adaptable a nuestra situación”. Sin embargo, perdida esa oportunidad, “tal cual como es el libro de Mignet -se arrepiente-, pedílo (lo pedí) a Francia y lo he hecho poner en castellano para generalizarlo”, sin adaptarlo como pensaba, “porque yo sé por experiencia propia cuánto bien hace a los niños su lectura”.

La imitación del norteamericano resultaba prácticamente imposible, pues no existían aquí las condiciones en las que Franklin se había formado, y de cuyo estudio resultaría, seguramente, la respuesta a la razón de su personalidad y de sus experiencias, pero no la oportunidad de imitarlo en otras condiciones históricas diferentes.

Es justamente en el estudio de nuestra realidad y en la afirmación de nuestra identidad donde se encuentra el secreto de nuestra evolución genuina como país y como personas, pues, como decía Ricardo Rojas, “cuanto más de su tiempo y de su país es uno, más es de los tiempos y de los países todos. El llamado cosmopolitismo es lo que más se opone a la verdadera universalidad”.

Todo ello llama la atención sobre una de las principales funciones de la intelectualidad de un país naciente, en desarrollo, inconcluso o en proceso de reconstrucción: la de reunir los datos de la propia realidad e interpretarlos a la luz de los intereses nacionales y de los propios habitantes de la Nación. Sarmiento seguramente buscaba la verdad argentina y americana, pero la buscó desde los preconceptos y prejuicios europeos o anglo norteamericanos de su formación que, lógicamente, más que acercarlo, lo alejaban de la verdad nacional.

Imagen de portada: www.cultura.gob.ar

Imagen de Castro Barros: www.nuevarioja.com.ar