Revelaciones pedagógicas del autor de “Facundo”

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Sin intermediarios ni panegiristas, a través de sus primeros textos literarios, el propio Domingo Faustino Sarmiento revela las claves de su autoeducación y/o formación intelectual.

Por Elio Noé Salcedo

En “Mi Defensa”, considerada su primera publicación literaria (Chile, 1843), el propio Sarmiento nos revela las claves de la formación intelectual que daría dirección a sus ideas: “Así se ha formado esta educación lenta y oscuramente… llevada adelante, durante veinte años, en despecho de la pobreza, del aislamiento, y de la falta de elementos de instrucción en la oscura provincia en que me he criado”. De tal manera que, “en la infancia, en los viajes, en el destierro, en los ejércitos, en medio de las luchas de los partidos, en la emigración, en fin, no he conocido más amigos que los libros y los periódicos; no he frecuentado más tertulias que las de hombres de instrucción”. Primera revelación.

“De este modo y sin maestros ni colegios, he adquirido algunos rudimentos en las ciencias exactas, la historia moral y la filosofía, etc.”, acota el propio escritor en el mismo texto. Segunda revelación.

Por su parte, en “Recuerdos de Provincia”, revela: “Dábanme además una superioridad decidida mis frecuentes lecturas de cosas estrañas a la enseñanza, con lo que mis facultades intelijentes se habían desenvuelto a un grado que los demás niños no poseían”. Tercera revelación.

En la que podríamos considerar su cuarta revelación, que obviamente tiene como base las anteriores, confiesa Sarmiento: “Mis padres y los maestros me estimulaban desde muy pequeño a leer, en lo que adquirí cierta celebridad por entonces y para después una decidida afición a la lectura, a la que debo la dirección que más tarde tomaron mis ideas”. “Cuando he escrito sobre educación he manifestado mi firme creencia –reafirma Sarmiento- de que la perfección y los estímulos en la lectura pueden influir poderosamente en la civilización del pueblo”.

La primera revelación no deja dudas sobre la fuente exclusivamente libresca de su formación, que contextualiza los sentimientos despectivos sobre su provincia, como así también la declarada influencia de los “hombres de instrucción” en su pensamiento culturalmente eurocéntrico, porque ese era el pensamiento dominante y prevaleciente en los círculos “culturales” de la época, solo contrarrestable con un fuerte arraigo a la realidad viva y concreta.

La segunda revela la falta y necesidad de una educación sistemática y/o formal genuinamente nacional, como así también la necesidad de formación de maestros en ese espíritu de preferencia por el bien público y por lo nacional, más que por lo extranjero, como exigía Manuel Belgrano en el Reglamento para Escuelas de 1813. Asimismo, se descubre cierto elitismo intelectual en las apreciaciones de su tercera revelación.

En cuanto a la cuarta revelación, en la que afirma que fueron sus lecturas las que dieron dirección a sus ideas y sostiene que la lectura por sí sola puede formar ciudadanos (civitas)… resulta una verdad relativa, pues en definitiva la educación -o más precisamente la formación- depende del contenido de la lectura que escojamos o que nuestros maestros pongan en nuestras manos, y esto, como diría Arturo Jauretche, es sentido común más que ciencia.

En ese marco, veamos qué nos cuenta el propio Sarmiento en concreto sobre sus lecturas y aprendizajes, para tener una idea más cercana sobre las raíces de su pensamiento.

Las lecturas de Sarmiento
“Mi pobre padre, ignorante pero solícito de que sus hijos no lo fuesen, aguijoneaba en casa esta sed naciente de educación; me tomaba diariamente la lección de la escuela y me hacía leer sin piedad por mis cortos años la Historia crítica de España por Juan Masdeu, en cuatro volúmenes el Desiderio y Electo, y otros libretos abominables que no he vuelto a ver y que me han dejado en el espíritu ideas confusas de historia, alegorías, fábulas y países, como nombres propios”. Su padre, a la sazón su primer maestro, era “un buen hombre” que, según su hijo, no tenía “otra cosa notable en su vida que haber prestado algunos servicios en un empleo subalterno en la guerra de la Independencia”.

“Pueblos, historia, geografía, religión, moral política, todo ello estaba ya anotado como un índice: faltábame empero el libro que lo detallaba. Y yo estaba solo en el mundo, en medio de fardos de tocuyos y piezas de quimones, menudeando a los que se acercaban a comprarlos, vara a vara. Pero debe haber libros me decía yo –insiste Sarmiento-, que traten especialmente de estas cosas, que las enseñen a los niños; y entendiendo bien lo que se lee, pueda uno aprenderlas sin necesidad de maestros; y yo me lancé enseguida en busca de esos libros, y en aquella remota provincia (¿remota con relación a qué?), en aquella hora de tomada mi resolución, encontré lo que buscaba, tal como lo había concebido, preparado por patriotas (¿patriotas, de dónde?) que querían bien a la América (¡No se entiende por qué deberían quererla más que nosotros!) y que desde Londres (¡justamente desde Londres!) habían presentado esta necesidad de la América del Sur, de educarse, respondiendo a mis clamores los catecismos de Ackerman (¡criollazo!) que había introducido en San Juan don Tomás Rojo. ¡Los he hallado!”, exclamará finalmente ya satisfecho y agradecido el joven lector.

Ahora bien, ¿qué significaba que el joven lector, aparte de descalificar a su padre por su probado patriotismo, calificara de “remota” a su provincia y llamara patriotas a quienes desde Londres preparaban aquellos catecismos, sino un incipiente grado de colonización intelectual?

Pues bien, veamos qué habían preparado “aquellos patriotas” .

“Allí estaba la historia antigua, y aquella Persia, y aquel Egipto, y aquellas Pirámides, y aquel Nilo de que me hablaba el clérigo Oro. La historia de Grecia la estudié de memoria, y la de Roma enseguida, sintiéndome sucesivamente Leónidas y Bruto, o Arístides y Camilo, Harmodio y Epaminondas; y esto en tanto vendía yerba y azúcar, y ponía mala cara a los que me venían a sacar del mundo aquel que yo había descubierto para vivir en él”, y que alejaban cada vez más al joven Sarmiento de su “oscura” y “remota” provincia, alimentando, sin duda, su exilio intelectual.

Seguramente no podían estar nuestros héroes en aquellos libros escritos en Londres. Ya desde la revolución de nuestra Independencia, fue precisamente contra “Buenos Aires” y contra la dependencia política, económica y cultural de Londres –después de haber rechazado a esos invasores en 1806 y 1807-, que lucharon las provincias para realizar una patria grande, justa y soberana.

Totalmente opuesta sería la dirección que tomarían las ideas de aquel muchacho ávido de conocimientos, aunque mal orientado en el propósito de conseguirlos y de aplicarlos en la realidad que rugía bajo sus pies. Ya con 34 años, el fruto de sus lecturas lo llevaría a plasmar en el “Facundo” muchos de los prejuicios antinacionales y antipopulares que todavía hoy sostiene nuestra cultura en general, conformada inexplicable y absurdamente bajo el paradigma falaz de “civilización o barbarie”.

Imagen de portada: http://www.cervantesvirtual.com/