La educación y el mito de “civilización o barbarie”

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Desde hace 176 años la cultura argentina está orientada por el paradigma y la dicotomía de civilización o barbarie. El autor aborda el tema desde una perspectiva crítica.

Por Elio Noé Salcedo

Si hablamos de educación, tal vez sea tiempo de analizar célula por célula el cuerpo de ese mito nacional que es el del paradigma de “civilización o barbarie”, madre de muchos prejuicios antipopulares y antinacionales.

Esa falsa dicotomía -porque no se trata de un problema geográfico ni de formalidades- es la raíz de muchas cosas que nos dividen y que no nos ayudan a entender nuestra propia idiosincrasia, penetrada por un pensamiento universalista, cosmopolita y globalizante, que nos niega en nuestra identidad y en nuestra cultura genuina y a la vez universalmente latinoamericana. Instituido Sarmiento como Maestro de América por la cultura dominante, nuestra educación heredó, sin más, el mito de civilización o barbarie.
Tan peligroso es dicho paradigma y dicha dicotomía que, en definitiva -en las condiciones de alta colonización y despersonalización cultural que vivimos en el marco de la globalización reinante, ser “civilizado” significa ser ciudadano del mundo, y, causalmente, ser ciudadano del mundo significa no tener pensamiento propio sino globalizado. De allí que, aunque el paradigma de la globalización –emparentado sanguíneamente con el de civilización o barbarie-, se disfrace de multiculturalismo para dividirnos (y no porque les interese nuestros orígenes o nuestras culturas matrices), en el fondo no significa otra cosa que la negación de nosotros mismos como integrantes de esa Nación cultural que conforma asimismo Latinoamérica en su conjunto.
No hace falta ir a Europa, Estados Unidos o Canadá para encontrar argumentos al respecto. Los podemos encontrar aquí y ya en la mitad del siglo XIX.
La primera e importante discusión sobre el tema se dio en el marco de un intercambio de ideas entre dos grandes intelectuales provincianos justo a mitad del siglo mencionado (1852). Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, ambos pertenecientes a la generación liberal de 1837 fueron sus protagonistas, aunque uno y otro adoptaron caminos distintos a partir de la caída de Rosas, de la conformación de la Confederación Argentina con sede en Paraná, y de la separación de Buenos Aires, que le dio la espalda a toda solución provinciana y nacional.
Sarmiento, aliado y funcionario de ese Estado de Buenos Aires separado de la Confederación, del que llegó a ser su ministro de Gobierno y Relaciones exteriores en la gobernación de Mitre, sostuvo la tesis “civilizatoria”, cosmopolita y europeizante. Alberdi, por el contrario, sostuvo la tesis provinciana y genuinamente nacional que aquella otra suponía barbarie.

La tesis civilizatoria
Sarmiento seguía sosteniendo la tesis de 1845 (Civilización o barbarie en las pampas argentinas): “Los progresos de la civilización –pensaba- se acumulan en Buenos Aires sólo”, pues “la pampa es un malísimo conductor para llevarla y distribuirla en las provincias…”. “Ignoro si el mundo moderno presenta un género de asociación como éste tan monstruoso… Así pues, la civilización es del todo irrealizable, la barbarie es normal”. Incluso más: la raza americana “se distingue por su amor a la ociosidad e incapacidad industrial, cuando la educación y las exigencias de una posición social no vienen a ponerle espuelas para sacarla de su paso habitual. Mucho debe haber ayudado a producir este resultado desgraciado la incorporación de indígenas que hizo la colonización».
Contradiciendo las grandes verdades que José Hernández nos revelaría en el “Martin Fierro”, para Sarmiento, por el contrario, “la vida del campo ha desenvuelto en el gaucho las facultades físicas sin ninguna de la inteligencia”. En fin, “la naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta metamorfosis, en arte, en sistema y en política regular, capaz de presentarse en la faz del mundo como el modo de ser de un pueblo».
En esa medida, el joven intelectual sanjuanino prefería aliarse a “la juventud de Buenos Aires” que llevaba “consigo esta idea fecunda de la fraternidad de intereses con la Francia e Inglaterra” (de las que después se desencantaría al conocerlas personalmente), y que, según el autor del Facundo, “llevaba el amor a la civilización, a las instituciones y a las letras que la Europa nos había legado”.
El ideal cultural y educativo de Sarmiento sería a partir de esa premisa, “la aplicación de aquellos resultados adquiridos a la vida actual, traduciendo el espíritu europeo al americano con los cambios que el diverso teatro requería”. Como si la identidad y la personalidad de un pueblo se pudieran trasplantar como hoy se trasplanta un corazón. Cuando de ello depende la vida de un pueblo -de ser o no ser-, la diferencia es determinante.

La tesis provinciana y nacional
La respuesta de Alberdi denota que esa lucha no era sólo cultural o intelectual, sino la expresión superestructural de la propia guerra civil entre porteños y provincianos que los argentinos librábamos en los campos de batalla.

En efecto, en contacto con la “generación de Paraná”, nacionalizado en este campo su pensamiento liberal de “Las Bases”, Alberdi le contestaba al sanjuanino: “Aplicar la división de civilización y barbarie al hombre de las ciudades y de las campañas, es confundir el traje de la civilización con la civilización misma”.
“Solo el que ve toda la civilización en el frac, en la silla inglesa, en los sombreros redondos -le reprochaba- puede tomar por bárbara la vida consumida para producir la riqueza rural que hace la grandeza y opulencia del país”.
Poniendo el foco en el argumento de Sarmiento, y dando la clave de semejante “confusión”, Alberdi fundamentaba su postura, iluminando a la vez la razón de las luchas civiles argentinas entre el interior y Buenos Aires durante 70 años: “La superioridad, el ascendiente de Buenos Aires no está en su civilización sino en la posesión material de seis millones de pesos anuales pertenecientes a todos los argentinos y que no obstante solo se gozan por la Provincia de Buenos Aires”.
“Las simpatías de que Buenos Aires disfruta en Europa –concluía el tucumano- no las debe a la civilización ciertamente. Las debe a la razón muy nítida de que todos los intereses europeos que hoy arraigan en el Plata se hallan vinculados (a través de sociedades comerciales) a Buenos Aires”. Más claro, agua.


¿Una confusión gramatical?
Dándole una vuelta de tuerca a la comprensión del asunto, señala el historiador José María Rosa: “Los hombres que trastocaban el país comenzaban por trastocar la gramática”, viendo “bárbarus” (o sea extranjeros) en sus paisanos y conciudadanos, y viendo “ciudadanos” (civitatis) solo en los habitantes de las ciudades o en los extranjeros.
Semejante confusión no era ignorancia del idioma, sino que poseía una raíz ideológica. Los barbarismos del lenguaje eran el reflejo de los barbarismos ideológicos, producto de la colonización pedagógica.
El análisis y debate de estas cuestiones no resultan secundarias ni inconducentes, más allá y más acá del pensamiento sarmientino, erigido en paradigma de nuestra cultura en tanto depositaria y subsidiaria de la cultura “universal”. Cualquier “otra” expresión cultural será aceptable en la medida que no cuestione dicha matriz.
Creemos necesario alertar y exigir con Arturo Jauretche que, “bajo la apariencia de valores universales no se nos sigan introduciendo como tales esos valores relativos, correspondientes solo a un momento histórico o lugar geográfico, cuya apariencia de universalidad surge exclusivamente del poder de expansión universal que les dan los centros donde nacen, con la irradiación que surge de su carácter metropolitano”.
“Tomar como absolutos esos valores relativos –coincidimos- es un defecto que está en la génesis de nuestra “intelligentzia” y de ahí su colonialismo” globalizante.

Imagen de portada: publicada en https://noticias.perfil.com