El ideal y los fines de la educación

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Habiendo recorrido un tramo de esta serie de historia y educación en San Juan, resulta interesante y hasta necesario preguntarnos cuál es o debería ser el ideal y el fin de la educación. La pregunta no es trivial ni solo retórica cuando se trata justamente de nuestra educación.

Por Elio Noé Salcedo

En su Historia de la Pedagogía (1934), Wilhelm Dilthey -considerado en Europa como el renovador de las ciencias del espíritu, la Pedagogía entre ellas- advierte que los factores que determinan el desarrollo de la educación son: el ideal de educación, que depende del ideal de vida de cada pueblo y de cada generación, y los medios o técnica educativa, que se hallan en relación con el conocimiento científico. Del primer factor “surge la educación nacional, que crece y muere con la vida de cada pueblo; del segundo, la ciencia de la educación o ciencia de la pedagogía”. Nos interesa abordar el primer aspecto.


El abordaje de dicha cuestión conlleva la necesidad de atender la vida espiritual y/o cultural del propio pueblo y prestar atención a la relación entre cultura y educación, entre cultura e historia, entre historia y educación (la historia constituye el marco para contextualizar la realidad política, económica, social, cultural y educativa de una sociedad). Tal vez por eso el educacionista latinoamericano Paulo Freire sostenía que no solo había que enseñar y aprender a leer el texto, sino también el contexto.

Yendo al meollo de nuestra cuestión educativa, en su Informe de 1909, el santiagueño Ricardo Rojas se preguntaba -sin que haya habido una respuesta conducente a solucionar semejante problema de fondo- si la situación educacional de la Argentina no planteaba “un verdadero problema de restauración nacional”.

“Tendrán estas generaciones que dividirse -fundamentaba Rojas- entre los que quieren el progreso a costa de la civilización, entre los que aceptan que la “raza” sucumba entregada en pacífica esclavitud al extranjero, y los que queremos el progreso con un contenido de civilización propia que no se elabora sino en sustancia tradicional”, o lo que es lo mismo, rescatando nuestras raíces nacionales y latinoamericanas. Por eso, sostenía el intelectual de tierra adentro antes de ser ganado por la metrópolis cosmopolita: “Para cohesionarnos de nuevo, para conservar el fuerte espíritu nativo que nos condujo a la independencia, no nos queda otro camino que el de la educación acertadamente conducida a esos fines”.

Parecen palabras escritas en nuestros días: “No sigamos tentando la muerte con nuestro cosmopolitismo sin historia y nuestra escuela sin patria. Si lealmente queremos una educación nacional, no nos extraviemos… no nos suicidemos en el principio europeo de la libertad de enseñanza… debemos salvar la escuela argentina ante el clero exótico (y no se refería a las tradiciones religiosas del pueblo latinoamericano), ante el oro exótico, y ante la prensa que refleja nuestra vida exótica sin conducirla, pues el criterio con que los propios periódicos se realizan carece aquí también del espíritu nacional. Predomina en ellos el propósito de granjería y cosmopolitismo. Lo que fue sacerdocio y tribuna, es hoy empresa y pregón de la merca… para salvar los dividendos de capitales extranjeros o evitar la censura quimérica de una Europa que nos ignora”.

Y sosteniendo esa estrecha relación entre instrucción, formación y educación (que, obviamente, no son lo mismo), entre educación y cultura, entre historia y educación, concluía Rojas: “Como vemos, el cuadro no es halagüeño, sin duda; pero no he querido omitir sus detalles, porque aparte de ser un reflejo de nuestra vida actual, el periódico y como él la revista y el libro -y hoy podemos agregar a esa lista la radio, la televisión e Internet-, son la continuación de la escuela, interesándonos por consiguiente la obra de educación o de extravío que ellos realizan en nuestra sociedad”.

Pedagogía del genio nativo
Saúl Taborda, uno de los ideólogos de la Reforma Universitaria de 1918, prácticamente desconocido como pedagogo y verdadero precursor en nuestro país de los estudios pedagógicos, retomaba la idea de Dilthey, aunque adaptándola a la creación de una pedagogía para el hombre y la mujer nativos.

En su concepción pedagógica del “genio nativo”, Saúl Taborda -autor de Investigaciones Pedagógicas y propulsor de la Universidad Latinoamericana-, coincidente a su vez con la concepción educativa y cultural de Ricardo Rojas (el del Informe), define el “acontecer particularmente educativo” como “una relación de docente y docendo movida por un propósito de enseñar en vista de un ideal”, o sea “la imagen de lo que debe ser” de acuerdo al “ideal de vida” del propio pueblo.

Porque, como bien señala Saúl Taborda en sus Investigaciones, los ideales “no son creaciones arbitrarias y exteriores al hombre –mucho menos exteriores a la propia sociedad-, pues tienen carácter social”. Por el contrario, “lejos de ser un producto de la abstracción, el ideal nace en las entrañas de la vida concreta”, en la medida en que ese ideal se da “en las distintas formas que asume la realidad social que integran y estructuran una colectividad en cada uno de sus momentos históricos”.

Asimismo, el “ideal” que funda y fundamenta el propósito específico de “enseñar”, se complementa necesariamente y conforma un todo -una continuidad y una contigüidad- con el ideal de una comunidad (de una Nación) a través de otras instancias educativas y formativas fuera de la escuela o academia: “Se da también ‘en el ancho seno del pueblo”, por lo que adquiere a la vez “una fisonomía o una manifestación peculiar” a nivel cultural e histórico.

Se trata de un “orden educativo existencial”, que prolonga “sin solución de continuidad la faena docente en las múltiples manifestaciones de las relaciones sociales”, que se corporizan, aparte de la escuela o la academia, en el hogar, el templo, la calle, el oficio o profesión, la plaza y la vida pública, siempre en el marco de la propia comunidad y de la propia Nación.


Pretender que se puede educar “con prescindencia de las contingencias de tiempo y lugar”, “sustraído a todas las relatividades”, según sostenía Alejandro Korn, tanto como pretender ver algo y no querer verlo desde un lugar determinado, como decía el filósofo español José Ortega y Gasset, resulta un verdadero despropósito, mal que le pese al internacionalismo o globalismo en boga.

En ese sentido, “el presupuesto de la educación –señala Taborda-, es la vida real y concreta que se desarrolla en el dintorno nativo”, receptando el “saber intuitivo del medio inmediato”. En definitiva, “todo proceso educativo es obra de la comunidad –de una Nación- como unidad vital”.

“El ideal pedagógico” -como comenzábamos diciendo con Dilthey, pero que concluimos con nuestros Rojas y Taborda-, no puede ser una creación abstracta o arbitraria y externa al educando, sino un producto social de la comunidad en la que se educa. Y la comunidad modeladora del ideal pedagógico no es y no puede ser otra que la propia Nación, en nuestro caso esa Nación Inconclusa que hemos dado en llamar Latinoamérica.

Interroguémonos, si no, con Taborda: “¿Cómo hacer argentinos –y latinoamericanos- con instituciones calculadas para despatriarnos o desnacionalizarnos a nosotros mismos?”. Creemos que esta pregunta debería estar en la agenda de nuestros días.

Imagen de portada: www.noticiasnet.com.ar